Una educación muy especial
«Continúo aprendiendo».
MIGUEL ÁNGEL
Hace dos mil años los antiguos romanos descubrieron en el norte de Roma un valle acunado entre dos ríos. Sus aguas agraciaban las tierras colindantes con una vegetación tan exuberante que bautizaron el lugar con el nombre de Florentia, o «floreciente». Mucho antes de la llegada de Miguel Ángel a ese lugar, el nombre había evolucionado hasta convertirse en Firenze, lo que hoy conocemos en español como la ciudad de Florencia.
El encuentro de dos ríos queda descrito con una palabra muy especial: confluencia. Según los diccionarios, la palabra confluencia tiene dos significados principales:
1. Encuentro, reunión o convención en un punto determinado [una confluencia feliz de climatología y escenario].
2. (a) La conjunción de dos o más corrientes de agua; (b) El lugar de encuentro de dos corrientes de agua; (c) La corriente de agua formada por esa conjunción.
Ambas explicaciones describen de forma adecuada la singularidad de la Florencia medieval. Cierto es, para ser precisos, que los dos ríos, el Mugnone y el Arno, mucho más famoso, no se unen exactamente en el interior de Florencia. Pero en esa ciudad, en un momento dado, se produjo tal conjunción de grandes mentalidades y talentos que la combinación de esas corrientes de inspiración dio lugar a un nuevo resurgir de la civilización occidental: el Renacimiento.
El centro histórico de Florencia es tan pequeño que aún es posible atravesarlo en toda su longitud en apenas veinte minutos, desde Santa Maria Novella hasta Santa Croce. Y aun así, el encuentro fortuito de tantas personalidades y acontecimientos extraordinarios en esa área minúscula produjo un florecimiento de las artes, de las ciencias y de la filosofía que sigue influyendo en nuestro mundo incluso hoy en día.
La confluencia impredecible por completo de acontecimientos que preparó la escena para este destacado momento de la historia es un relato fascinante. Y lo más extraño es que una parte importante de todo ello se originó en Roma.
EL EXILIO DEL PAPADO Y EL REGRESO A ROMA
Según informes fiables de la época, en 1304 el papa Benedicto IV fue envenenado con una bandeja de higos que le fue servida por un bello joven disfrazado de chica. De ser esto cierto, es muy probable que los higos fueran enviados por Carlos II, rey de Francia, que llevaba un tiempo intentando apoderarse de la Iglesia católica y obtener el gobierno incontestable sobre toda la cristiandad. Lo que sí sabemos seguro es que el siguiente papa, Clemente V, trasladó de inmediato la corte papal a Francia. Estableció su nuevo palacio en Aviñón, donde el papado mantuvo sus cuarteles generales durante los setenta y tres años siguientes. Los italianos conocen este periodo como el «exilio babilónico» del Vaticano.
El poeta Dante Alighieri, furioso ante aquella traición a Italia, situó en el averno a Clemente y a los demás papas profranceses en su poema épico Infierno. Describe a Clemente como un pastor sanza legge («un pastor ilegítimo») y a sus seguidores como gente siempre dispuesta a puttaneggiar coi regi («prostituirse con los reyes terrenales»). De hecho, Dante equiparó al papa Clemente con Jasón, el gobernador ilegítimo de Israel, coronado por los seléucidas, los enemigos paganos de los judíos, según queda descrito en el Libro de los Macabeos.
El periodo de los papas de Aviñón fue uno de los puntos más bajos de la historia de la Iglesia, manchado por horribles escándalos, violencia, intrigas y asesinatos. Finalmente, en 1377 el papa Gregorio XI devolvió el papado a Roma. La monarquía francesa siguió intentando devolver la Iglesia a Aviñón hasta mediados del siglo siguiente y continuó con sus intrigas políticas, con sus envenenamientos y con su elección de papas franceses (los llamados «antipapas» por Roma). Además de estos problemas, el futuro del Vaticano estaba seriamente amenazado por la peste, los escándalos continuos y el crecimiento del Imperio musulmán turco.
Las esperanzas llegaron con el papado de Sixto IV della Rovere (1414-1484), tío del futuro papa Julio II, que iniciaría la reconstrucción de Roma. Aunque lo que motivaba a Sixto era la glorificación de su persona y de su familia, y el enriquecimiento de su clan hasta alcanzar niveles obscenos, fue el primer Papa que inició en serio una renovación urbana de Roma desde la caída del Imperio, cerca de mil años antes. A partir de Sixto Roma sería considerada la capital indiscutible del mundo católico.
Fue durante este periodo de frenética construcción que se redescubrieron por casualidad muchos tesoros de la antigua Roma pagana. En unas obras de excavación para colocar los cimientos de una nueva construcción, se descubrieron dos esculturas de valor incalculable: el Torso Belvedere y el Apolo Belvedere, imágenes ambas que tendrían un impacto enorme sobre el joven Miguel Ángel. Además de sacar de nuevo a la luz obras de arte perdidas como estas, la reconstrucción de Roma devolvió también el arte clásico al mundo occidental. Entre los ricos y poderosos empezó a extenderse muy pronto la obsesión por cualquier cosa que tuviera diseño grecorromano antiguo. El siguiente paso lógico fue descubrir talentos que pudieran aproximarse a la belleza de las obras de arte originales, aunque siempre dentro de los rigurosos confines del pensamiento cristiano.
LA CAÍDA DE BIZANCIO
En la Edad Media el último vestigio del vasto Imperio romano era Constantinopla (el Estambul actual), fundada por el emperador Constantino. En 313 este, después de unir el Imperio y convertirse en su único e indiscutible emperador, proclamó el cristianismo como religión del estado. A pesar de las leyendas de la Iglesia, y según la mayoría de historiadores cristianos, Constantino nunca llegó a convertirse completamente al cristianismo y siguió siendo en parte pagano hasta que fue bautizado en contra de su voluntad en su lecho de muerte en 337. Irónicamente, decidió que el Imperio reflejara su vida religiosa, esquizofrénica hasta cierto punto. Dividió permanentemente el Imperio entre el Occidente cristiano, gobernado espiritualmente por Roma y el Papa, y el Oriente pagano, gobernado política y militarmente desde su nueva capital cristiana, Constantinopolis (Constantinopla), llamada así como homenaje a sí mismo. Menos de un siglo después las hordas bárbaras invadieron Roma en el horrible saqueo de 410. La ciudad jamás se recuperó de aquel trauma y continuó tambaleándose hasta su final definitivo, que tuvo lugar en septiembre de 476, cuando un rey bárbaro obligó a abdicar de su trono a su joven emperador. Por un irónico giro del destino, este último emperador se llamaba Rómulo, como el fundador de Roma. De este modo, después de trece siglos, la historia de Roma acabó completando su círculo.
Por suerte, Constantinopla sobrevivió en Oriente y, a pesar de las luchas internas y de las intrigas políticas, mantuvo viva la llama de la civilización occidental. El Imperio oriental adoptó el nombre de Bizancio. Cuando reflexionamos acerca de su tortuosa historia hoy en día al referirnos a la corrupción más profunda, entremezclada con dobles y triples confabulaciones políticas, utilizamos el adjetivo «bizantino». (No es de extrañar que esta palabra se utilice también a menudo para describir la corte vaticana en tiempos de Miguel Ángel).
Resulta extraño que fuese la propia Iglesia la que asestara uno de los peores golpes a la Constantinopla cristiana. Los caballeros occidentales integrantes de la Cuarta Cruzada, bajo la dirección del autocrático papa Inocente III, saquearon la ciudad y la destrozaron a principios del siglo XIII, como parte del plan del Papa para que el Vaticano obtuviese el dominio total del mundo. Debilitada por Roma y podrida por dentro por la corrupción, la Constantinopla bizantina avanzó cojeando hasta caer conquistada por los turcos musulmanes en 1453. Una vez más la historia gastó una broma con el nombre de los protagonistas. El conquistador musulmán de Bizancio fue Mohamed II, y su último emperador cristiano fue otro Constantino.
El saqueo de la desgraciada ciudad por parte de los turcos se prolongó durante muchos días. La violación y la masacre de cristianos horrorizaron hasta tal punto a Occidente que el recuerdo sigue aún vivo en la memoria de muchos y sirve todavía, en pleno siglo XX y XXI, como llamada a las armas en determinadas partes de la Europa del Este. Los intelectuales, científicos y artistas que pudieron huir a Occidente lo hicieron y se llevaron consigo preciosas reliquias y objetos y, lo que es más importante, textos y antiguos documentos de valor incalculable que representaban lo mejor del pensamiento clásico.
Gracias a muchos riesgos e innumerables sobornos, dos de estos textos consiguieron salir del nuevo Imperio otomano islámico y tuvieron una influencia enorme sobre el Renacimiento y su arte, incluyendo lo que vemos hoy en día en la capilla Sixtina. Uno de los textos rescatados era el Corpus hermeticum, los escritos del místico egipcio Hermes Trismegisto. El otro, un conjunto de escritos de Platón, el gran filósofo griego. El hombre que pagó una fortuna por esos textos y consiguió pasarlos de contrabando a Italia era uno de los hombres más ricos de Europa, Cosme de Medici. Su ascenso y los logros de su familia son la siguiente hebra en este tapiz histórico de la Florencia de Miguel Ángel.
LLEGAN LOS MEDICI
Por un lado, podría parecer que la familia de los Medici tenía mucho en común con la familia de Miguel Ángel, los Buonarroti. Ambos eran clanes florentinos muy antiguos, y pese a no tener raíces nobles, a ambas familias les gustaba creer que era así y suspiraban la aceptación social en ese excelso nivel. Por otro lado, ahí es donde terminan las similitudes. Mientras que los Buonarroti fueron en su mayoría unos ineptos en lo que a los negocios y las finanzas se refiere, los Medici ascendieron rápidamente y pasaron de ser comerciantes de lana a prestamistas, y de ahí a convertirse en los principales banqueros de su época (de hecho, según muchos, eran la familia más rica de toda Europa). El fundador de la fortuna de la familia fue Cosme el Viejo. Fue también él quien situó a la familia en el camino del gobierno no oficial de la ciudad de Florencia e inició su afición a coleccionar y encargar grandes obras de arte. La familia de Miguel Ángel nunca supo moverse en la alta sociedad y, exceptuando el artista, sus miembros consideraban las artes como una frívola pérdida de tiempo y dinero. Fue Cosme el Viejo quien descubrió a los grandes artistas Donatello y Botticelli, quien patrocinó al brillante aunque excéntrico arquitecto Brunelleschi y su excepcional cúpula para la catedral (una maravilla de la ingeniería aun seis siglos después), y quien pagó para que los textos antes mencionados llegaran a Florencia.
Detalle de El viaje de los Magos, Benozzo Gozzoli, 1459, Palacio Medici-Ricardi, Florencia. Cosme va vestido con el color púrpura real, montado humildemente en un asno como Jesucristo, pero acompañado por su criado «exótico» y su aureola de poder. Sujeta con firmeza las riendas del control y su séquito, en el que se incluyen sus dos hijos, Lorenzo y Giuliano, sus maestros y diversas figuras judías muy solemnes. Véase fotografía 6 en el cuadernillo de imágenes. Ilustración de Scala, obtenida a través de Art Resource of New York.
Cosme tomó bajo su protección al joven intelectual Marsilio Ficino, confiándole la traducción al latín tanto de la obra de Hermes Trismegistus como de Platón. No fue el único trabajo que Ficino desarrolló bajo el mecenazgo de Cosme, puesto que se convirtió también en un filósofo de pleno derecho y fundó en Florencia su propia versión de la antigua Academia Platónica, conocida también como la Escuela de Atenas, siempre bajo el patronazgo de los Medici.
Cosme consiguió también otra importante gesta, prácticamente desconocida hoy en día, pero muy controvertida en su época. Se trata de algo que tendría gran importancia para Florencia, para el vigor de su clima y su contenido intelectual, y también para la formación de Miguel Ángel. Cosme trajo a los judíos a Florencia.
UNA CONFLUENCIA DE CULTURAS
Hasta los tiempos de Cosme de Medici, la república de Florencia había prohibido a los judíos vivir o trabajar en ella. Las únicas excepciones habían sido unos cuantos médicos y traductores. Las ricas familias católicas prestamistas, como los Strozzi y los Pazzi, habían mantenido a los prestamistas y cambistas judíos fuera de la ciudad, no sólo por prejuicios religiosos sino también por miedo a la competencia que pudieran suponer. Teniendo en cuenta que la Iglesia ponía mala cara a que los católicos romanos practicaran la usura, las familias banqueras cristianas de la Toscana se especializaron en hacer préstamos sólo a la realeza extranjera y con fines internacionales. Esto dejó el terreno abierto a que los judíos prestaran dinero a la gente corriente y a los pobres. La capa social florentina más distinguida no tenía ningún interés en trabajar con la «gente insignificante», pero tampoco quería que otros hicieran negocios con ella.
En 1437 Cosme se apoderó de la ciudad, no por la fuerza, sino por cuestiones financieras y por su fuerte personalidad. Continuó con el pretexto de que Florencia seguía siendo una república gobernada por acaudaladas familias nobles y por los grandes gremios (como el de los mercaderes de lana), pero en realidad gobernaba la ciudad como una especie de filósofo-rey benevolente, de un modo parecido a como Platón lo había visualizado en su utópica obra, titulada irónicamente La República.
Con la llegada de los judíos, Cosme se ganó el corazón de los florentinos de a pie. Ahora podían conseguir préstamos igual que los «peces gordos», lo que les daba la oportunidad desde tanto tiempo soñada de liquidar deudas onerosas, comprar casas, empezar a expandir sus negocios o invertir en los negocios de otros. En cuanto a los judíos, a partir de aquel momento, su destino en Florencia quedaría vinculado para siempre al de la familia Medici. Cuando los Medici fueron expulsados de la ciudad por sus enemigos (apoyados por el Vaticano) en dos épocas distintas, los judíos se fueron con ellos. Cuando los Medici recuperaron el control de la ciudad, los judíos regresaron también con ellos.
Además de medios sencillos de financiación para la gente de a pie, los judíos trajeron consigo unos regalos mucho más duraderos: su cultura y su sabiduría esotérica. E igual que Cosme, Ficino y su círculo intelectual se sentían emocionados por poder acceder al estudio de Platón, también estaban absolutamente extasiados con la idea de tener acceso a un cuerpo de sabiduría profunda tan antiguo. No sólo eso, sino que el conocimiento judío espiritual y esotérico podían aprenderse a través de representantes vivos de esa cultura. Esto resultaba mucho más estimulante e inspirador que traducir textos de una sociedad muerta mucho tiempo atrás.
En un abrir y cerrar de ojos los judíos empezaron a estudiar a Platón y a armonizar sus ideas con las del judaísmo, igual que tres siglos antes había hecho Maimónides con los conceptos de Aristóteles. Los católicos florentinos se propusieron estudiar hebreo, la Torá, el Talmud, el midrash y la mística de la Cábala (su estudio favorito). Tal y como el profesor Roberto G. Salvadori relata en su historia de los judíos de Florencia: «Estudios recientes han revelado lo que estaba oculto o era desconocido hasta hace muy poco tiempo: la viveza y la variedad de las manifestaciones culturales judías en muchas ciudades italianas durante los siglos XV y XVI, que alcanzó su cenit en Florencia. […] Los humanistas florentinos —y especialmente aquellos reunidos en torno a la famosa Academia Platónica— se sintieron fuertemente atraídos hacia el judaísmo [y] hacia el idioma hebreo como vehículo de valores que consideraban extremadamente importantes».[5] Los judíos eran codiciados como tutores privados y como participantes en debates públicos, salones, fiestas, conferencias y retiros intelectuales. Los dominicos en Florencia y en el Vaticano en Roma estaban escandalizados y tenían ahora una razón más para desear la muerte del clan de los Medici.
La sabiduría judía era codiciada incluso por los grandes pintores y escultores cristianos, a pesar del hecho de que los judíos, que seguían la ley de la Torá, no creaban este tipo de manifestaciones artísticas. La introducción de una reciente y prestigiosa serie sobre historia del arte, Losapevi dell’arte: Simboli e allegorie - prima parte, declara: «Las imágenes simbólicas de los siglos XV y XVI estaban profundamente influidas no sólo por los antiguos mitos grecorromanos, sino también por la filosofía de Platón y por las tradiciones herméticas y esotéricas derivadas de la Cábala judía».[6] Este emocionante brebaje de culturas e ideas en fermentación se convirtió en una confluencia de arte, ciencia, filosofía espiritual e impulsos creativos liberados que cambió el mundo. Cuatro siglos después, en 1860, el gran historiador Jacob Burckhardt bautizaría este asombroso periodo como «el Renacimiento».
LORENZO EL MAGNÍFICO
Después del fallecimiento de Cosme de Medici su hijo Pedro el Gotoso hizo poca cosa, excepto celebrar fastuosos banquetes. Por suerte para el futuro de la familia, Pedro murió sólo cinco años después que Cosme… de gota, naturalmente. Dejó en completo desorden la red internacional de bancos de la familia y todos sus demás negocios. La familia tenía además un amplio abanico de enemigos mortales, como los antiguos y acaudalados clanes florentinos de los Strozzi y los Pazzi, que ya habían intentado en vano asesinar a Cosme anteriormente. El peso de todos estos problemas y responsabilidades recayó sobre Lorenzo, el mayor de los dos hijos de Pedro.
Lorenzo tenía sólo 20 años en aquel momento y hubiera preferido dedicarse a las fiestas y a escribir poesía, pero se lanzó de inmediato al papel dual de patriarca de la familia y de padrino extraoficial de la ciudad de Florencia. Se aseguró de tener la puerta siempre abierta a la gente del pueblo y otorgó favores a todo aquel que llegaba a ella en son de paz. Era una inversión política y de seguridad que quedaría amortizada en el futuro. Continuó la tradición de su abuelo Cosme de rodearse de grandes obras de arte y de magníficos artistas. Lorenzo se había casado recientemente con Clarice Orsini, miembro de una antigua familia de la nobleza romana, lo que supuso para la casa de los Medici ascender varios rangos en la escala social y obtener el apoyo político, comercial e incluso militar de la clase alta. La boda, una ceremonia suntuosa digna de un emperador romano, reforzó la percepción pública de los Medici como la «familia real» de Florencia. La joven pareja, atractiva, culta, elegante y extremadamente carismática, se rodeó de su moderna, alegre y sofisticada familia y de su «corte imperial» integrada por los mejores y más destacados artistas, pensadores y escritores de Europa. Dieron a Florencia la sensación de vivir un nueva época dorada, comparable en muchos sentidos al espíritu popular que se vivió en los Estados Unidos cinco siglos después cuando la familia Kennedy llevó a Washington el sentimiento de «Camelot».
Lorenzo y los artistas de su corte, Ottavio Vannini, 1685, Palacio Pitti, Florencia. Aun estando rodeado por los mejores y más destacados maestros, filósofos, pintores, ingenieros y científicos, Lorenzo sólo mira y señala a su favorito, el joven Miguel Ángel que le ofrece el busto de un fauno. Ilustración de Alinari, obtenida a través de Art Resource of New York.
Pero había dos grupos en Florencia que no se sentían satisfechos con el ascenso de la casa de los Medici. Uno era el integrado por sus viejos rivales, el clan de los Pazzi. El otro lo formaban los fanáticos monjes dominicos que dirigían la iglesia de San Marcos, a escasos pasos del palacio liberal, laico y amigo de las fiestas de los Medici en el centro de la ciudad. Ambos grupos estaban destinados a proyectar una sombra oscura sobre la vida de Lorenzo y de su círculo de familiares y amigos.
En 1471 Lorenzo viajó a Roma en nombre de su familia y de Florencia para rendir homenaje al recién elegido nuevo Papa, que no era otro que Sixto IV, el fundador de la capilla Sixtina. Allí, en el palacio apostólico, Lorenzo se sintió inspirado no por los rituales religiosos, sino por la impresionante colección que el Papa poseía de antiguas esculturas romanas paganas. El pontífice, que pretendía impresionar al joven y rico «señor de Florencia», le regaló dos esculturas romanas, ambas rotas, pero de incomparable belleza.
Cuando Lorenzo volvió a casa, siguió las sugerencias de Ficino y fundó una bottega (taller y estudio) de artistas en el jardín de San Marcos, bajo las mismísimas narices de los indignados dominicos que ocupaban la iglesia y el monasterio contiguos. Puso al timón de la misma a un anciano escultor-pintor llamado Bertoldo di Giovanni, uno de los últimos alumnos del gran Donatello, de la época del abuelo de Lorenzo. En este jardín junto con su colección cada vez más abultada de piezas antiguas, Lorenzo colocó las dos esculturas romanas que le había regalado el papa Sixto. Unos años después, estas esculturas inspirarían a un aprendiz adolescente llamado Miguel Ángel Buonarroti.
Esta bottega de escultura, conocida por todo el mundo como el jardín de San Marcos, entró pronto a formar parte de la imagen popular de Lorenzo, a quien los florentinos conocían como Il Magnifico. El título honorífico no tenía nada que ver con el poder divino o político, sino que más bien era una variedad toscana de la palabra «munificente», entendiendo con ello a una persona que sabía gastar bien su dinero, un gran filántropo o un gran mecenas de las artes. Pronto la bottega se convirtió en un destino vital para artistas, filósofos, poetas y científicos; es decir, en un hervidero de actividad liberal e intelectual. Las más grandes mentalidades de la época frecuentaban el jardín, y ofrecían a menudo conferencias (casi ninguna de ellas relacionada con la escultura). En la actualidad existe un acalorado debate entre muchos historiadores especializados en el Renacimiento sobre la naturaleza del taller escultórico del jardín de San Marcos: ¿era simplemente un taller donde se enseñaba el arte del tallado de la piedra, o era una escuela secreta y subversiva donde se estudiaban obras devaluadas o prohibidas por Roma, como la de Platón (en contraste con la de Aristóteles, aprobada por la Iglesia), y la sabiduría y el misticismo judíos? En un libro de reciente publicación, Ross King se refiere a la bottega del jardín de Lorenzo de Medici como un lugar donde el mecenas formaba a los artistas que personalmente elegía «tanto en la escultura como en las artes liberales».[7] El hecho de que estuvieran estudiando ideas liberales de todo tipo delante de las narices de la Inquisición es prueba suficiente de que la verdadera naturaleza de la escuela tenía que mantenerse en secreto. Tal y como ha escrito el ministro francés de Cultura, Jack Lang, «la influencia de los Medici en Florencia fue en realidad una “revolución cultural”».[8]
Pero un Camelot nunca dura mucho tiempo, y el sueño de Lorenzo de tener una Atenas junto al Arno dio un giro oscuro en 1476, cuando el papa Sixto, decidido a destruir a la familia Medici, rompió el contrato que esta tenía con el Vaticano como proveedora de alumbre (una fuente muy importante de ingresos, pues en aquella época el alumbre era un ingrediente básico para la producción de papel, el curtido de las pieles y el teñido de las telas). El Papa extendió entonces un lucrativo contrato a los peores rivales de los Medici, el clan de los Pazzi. En 1478 la trama de asesinato elucubrada por Sixto (común y erróneamente conocida como la conspiración Pazzi) antes mencionada dio como resultado la muerte del querido hermano menor de Lorenzo, Giuliano, delante de sus propios ojos. Diez años después de aquello fallecía la esposa de Lorenzo, Clarice, y lo dejaba al cargo de sus hijos adolescentes. Lorenzo se consagró entonces en cuerpo y alma a reconstruir la situación financiera de la familia, sus redes de relaciones internacionales y su moral. Invirtió más que nunca en arte, coleccionando tanto obras maestras de la Antigüedad como subvencionando la creación de nuevos trabajos.
En 1489 descubrió a un joven aprendiz que trabajaba a las órdenes de Ghirlandaio. Aquel chico sencillo de las montañas parecía capaz de esculpir la piedra mejor que cualquier adulto. Percatándose de que estaba ante un prodigio potencial que podía ser moldeado e instruido, Lorenzo arrancó al rebelde muchacho de las manos de Ghirlandaio. Hay una historia que cuenta que la primera pieza que Miguel Ángel esculpió para Lorenzo fue la cabeza de un fauno anciano y sonriente, un espíritu mitológico del bosque. Lorenzo se quedó impresionado ante la madurez del trabajo, pero mencionó de pasada que el fauno, siendo tan viejo como era, tenía que haber perdido seguramente más de un diente. Tan pronto como Lorenzo se hubo ido, Miguel Ángel se puso manos a la obra y le quitó un diente, e incluso taladró un agujero en la encía de mármol del fauno, haciendo que el busto pareciese aún más real. Cuando Lorenzo vio lo que había hecho, Il Magnifico se echó a reír y enseñó orgulloso el sonriente fauno a sus familiares y amigos. A partir de entonces empezó a establecer una relación personal con el chico y en lugar de tenerlo alojado en las estrechas habitaciones destinadas a los alumnos, adoptó informalmente al tosco muchacho y se lo llevó a vivir al grandioso palacio de los Medici. Así pues a los 13 o 14 años Miguel Ángel se encontró de repente criándose en compañía de los vástagos más ricos de Europa, comiendo con ellos y estudiando con los mejores tutores privados de Italia. Sería la época más feliz de su larga vida, una época que cambió para siempre su manera de ver a Dios, a la religión y al arte. Tendría también un efecto inmenso sobre los mensajes que Miguel Ángel acabaría transmitiendo a través de su obra maestra en la bóveda de la capilla Sixtina.
LA FORMAZIONE DE MIGUEL ÁNGEL
En Italia la palabra formazione significa «dar forma, moldear, formar» una mentalidad joven. Es la palabra perfecta para describir la formación que recibió el joven genio acogido por Lorenzo. Las experiencias que vivió Miguel Ángel en Florencia como adolescente darían forma a su talento y moldearían su pensamiento para el resto de su larga vida y carrera profesional. A través de sus aprendizajes artísticos, sus privilegiadas tutorías privadas en el palacio, sus encuentros con los mayores genios de su época y su extraordinaria vida diaria como integrante de la corte de Lorenzo el Magnífico, pasó por una formazione increíblemente amplia que no sólo fue única en el siglo XV, sino que también lo sería en nuestros días. Este extenso surtido de fuentes culturales y referencias lo inspiraría para pintar la capilla Sixtina. Su sorprendente y generalizado alcance podría muy bien ser uno de los motivos por los que hemos necesitado cinco siglos para descubrir lo que realmente nos estaba diciendo a través de sus magníficos frescos.
Ghirlandaio fue el primer maestro, o profesor, de Miguel Ángel. Aunque este diría años más tarde que del gran pintor no aprendió nada, podemos asumir con tranquilidad que como mínimo le enseñó los elementos básicos de la fabricación y de la mezcla de pinturas, del color y la composición, y del gran descubrimiento artístico de la Florencia del siglo XV: la perspectiva. Resulta interesante destacar, sin embargo, que no encontramos contribuciones «miguelangelescas» en ninguno de los frescos que Ghirlandaio pintó en ese periodo. Cuando Miguel Ángel pasó al jardín de San Marcos, Bertoldo le enseñó conceptos básicos del arte de la escultura, pero el niño prodigio superó a su maestro en un periquete. Las lecciones que realmente le resultaron útiles al joven Buonarroti fueron las de los grandes maestros del pasado, cuyas obras podían verse y estudiarse por toda Florencia: los frescos de Fra Angélico y Masaccio, las esculturas de Donatello, la arquitectura de Brunelleschi y Alberti. Y, por encima de todo, se enamoró del arte grecorromano pagano. Lo amaba por su simplicidad, por su calidad cinética y por su celebración del musculoso desnudo masculino. Entre las esculturas del jardín y del palacio de los Medici, y las obras de arte repartidas por toda la ciudad, la voraz curiosidad de Miguel Ángel y su memoria fotográfica fueron ejercitadas al máximo, unas cualidades que le beneficiarían hasta el fin de sus días.
En combinación con su desarrollo artístico, la educación humanística de Miguel Ángel avanzó a un ritmo prodigioso. La educación completa en todos los sentidos estaba considerada vital para los jóvenes en la República florentina del siglo XV. Una generación antes de Miguel Ángel, el ejemplo definitivo en Florencia del «hombre del Renacimiento» fue el arquitecto-pintor-escritor-deportista-músico-abogado León Battista Alberti (1494-1472). Escribió Alberti: «En este contexto social el artista no debe ser un simple artesano, sino un intelectual preparado en todas las disciplinas y en todos los campos». Lorenzo creía firmemente en esto y quería que su joven escultor prodigio tuviera la mejor formazione que pudiera comprar el dinero. Desde muy temprana edad, los hijos de Lorenzo habían tenido como tutor al gran poeta humanista y clasicista Angelo Ambrogini de Montepulciano, conocido por todos como Poliziano. Después de quedarse huérfano siendo un niño, Poliziano se había trasladado a vivir a Florencia, donde había sido atendido por la familia Medici. Sentía un cariño inmenso hacia toda la familia y permaneció con ellos prácticamente toda su vida. Pero su devoción más apasionada la sentía por Lorenzo, tal y como queda patente en La Adoración de los Magos de Botticelli, en la que la corte de Lorenzo observa la escena del pesebre. Poliziano aparece abrazando literalmente a Lorenzo, en lo que la mayoría de libros de arte describe como signo de una «gran amistad».
Poliziano era famoso en su época por sus elegantes poesías en latín, aunque era también un gran experto en griego antiguo. Afirmaba dominar con fluidez la lengua de Aristóteles y Sócrates, y diversos informes de la época parecen demostrar que no se jactaba de ello en vano. Sus talentos convirtieron al joven erudito en la elección perfecta para enseñar los clásicos a los jóvenes Medici, una parte indispensable en la educación de cualquier dama o caballero de la época. Algunos historiadores de arte piensan que Poliziano debió de ser también el tutor principal de Miguel Ángel; pero cuando el adolescente Buonarroti se trasladó a vivir al palacio de los Medici, los hijos de Lorenzo eran aproximadamente de su misma edad y llevaban estudiando con Poliziano como tutor particular desde 1475. Cuando Miguel Ángel llegó, en 1489, los Medici estarían ya preparados para estudiar con otros maestros y otro tipo de temarios. Aunque Poliziano debió de sugerirle a Miguel Ángel lecturas y modelos artísticos, este mostró escaso o ningún interés en los estudios del idioma griego o latín, sintiéndose en cambio tremendamente atraído hacia los temas filosóficos o espirituales que impartían otros maestros. Esto explicaría por qué el latín de Miguel Ángel nunca estuvo al nivel adecuado y por qué escribió sus poemas sólo en italiano toscano. De hecho, no empezó a estudiar a Dante hasta muchos años después, mientras permaneció escondido.
La Adoración de los Magos, Sandro Botticelli, 1476-1777, Galería de los Uffizi, Florencia. En la esquina inferior izquierda vemos al orgulloso Lorenzo siendo abrazado por Poliziano, mientras Pico della Mirandola habla con ellos. En la esquina opuesta mirando al espectador aparece Botticelli. Ilustración de Erich Lessing, obtenida a través de Art Resource of New York.
LOS DOS MAESTROS TUTORES DE MIGUEL ÁNGEL
Mucho más influyentes que Poliziano en la formazione de Miguel Ángel fueron dos destacados eruditos, reconocidos generalmente como los grandes maestros de la filosofía florentina: Marsilio Ficino y el niño prodigio, conde Giovanni Pico della Mirandola. La influencia combinada de estos dos maestros se evidencia de forma clara en la obra de Miguel Ángel.
Las traducciones de Ficino, sus enseñanzas sobre Platón y el neoplatonismo, y su Academia Platónica eran famosas y estimadas en toda Europa cuando Miguel Ángel se convirtió en su alumno. De Ficino Miguel Ángel absorbió las osadas ideas de esta escuela filosófica de pensamiento. Pero, como veremos, fue el joven Pico della Mirandola quien jugó el papel más relevante en el desarrollo de Miguel Ángel. Pico era el carismático arquitecto de un puente intelectual y teológico entre el misticismo antiguo, la filosofía griega, el judaísmo y el cristianismo. Inspiró a librepensadores de todas partes, enfureció al Vaticano e influyó profundamente al apasionado e impresionable Miguel Ángel. De hecho, dos décadas después Miguel Ángel convertiría en secreto a la bóveda de la Sixtina en un testimonio permanente de las exclusivas y heréticas enseñanzas de Pico.
El primero de sus maestros tutores, Marsilio Ficino, era hijo del médico de Cosme de Medici. Cuando Cosme entró en posesión de los antiguos escritos de Platón y Hermes Trismegistus, se enteró de que Marsilio, que contaba entonces con 20 años, era una promesa del mundo de la traducción. Al tener ya a su servicio como médico privado al padre del erudito, no le resultó complicado incluir también al hijo en la nómina de la familia. Los estudios de griego y latín de Marsilio fueron subvencionados por Cosme, que pagó también la fundación de la Academia Platónica bajo la dirección de Ficino. Cosme, siempre sensible a sus raíces plebeyas, deseaba ser percibido como el nuevo Solón y liderar la ciudad de Florencia hacia una Edad de Oro que la hiciese famosa en el mundo entero.
Ficino instaló su «Escuela de Atenas» en el palacio de los Medici, en la villa rural de la familia, y en el jardín de San Marcos. Gracias a su creciente reputación como experto destacado en Platón —a lo que se sumaba el apellido Medici y su mecenazgo—, atrajo rápidamente un círculo integrado por intelectuales, artistas, filósofos, maestros y librepensadores. Pronto inició un flujo de correspondencia intelectual con las grandes cabezas pensantes de toda Europa. Cosme estaba feliz, pues todo eso le proporcionaba más fama mundial que cualquier posible transacción comercial que lograra realizar.
Después del ascenso de Sixto IV al trono papal Ficino se hizo sacerdote. Se dice que pronunció sus votos como promesa por haberse recuperado de una grave enfermedad. Pero lo más probable es que fuera por sugerencia de la familia Medici, pues podía de ese modo convertirse en un vínculo útil con cualquier maniobra que pudiera producirse en la corte papal. De manera simultánea, Masilio desarrolló su propio sistema filosófico, basado en el platonismo, el neoplatonismo y el humanismo.
Pese a que resulta imposible hacer justicia en estas páginas a esta escuela de pensamiento, podemos como mínimo destacar algunos de sus principales puntos, sobre todo porque nos ayudarán a comprender los frescos que elaboró Miguel Ángel para la capilla Sixtina. Fundamentalmente, la filosofía de Ficino elevaba las letras, la investigación científica pura y la centralidad del individuo y la redención de su alma inmortal a través de la belleza y el amor. Enseñaba la existencia de conceptos absolutos que existen más allá de las variaciones y las distorsiones humanas, entre ellos los del Bien Absoluto, el Amor Absoluto y la Belleza Absoluta.
Esto es casi con seguridad lo que Miguel Ángel tenía en mente cuando al final de su vida explicó: «En cada bloque de mármol veo una estatua, la veo con tanta claridad como si estuviera frente a mí, de formas perfectas en postura y acción. Sólo tengo que quitar las paredes ásperas que aprisionan a la hermosa aparición para revelarla ante otros ojos, puesto que los míos ya la conocen».[9] Para Miguel Ángel, imbuido de esta mentalidad platónica, el arte no era tanto crear como descubrir la belleza absoluta oculta y preexistente. «Vi el ángel en el mármol —decía— y esculpí hasta liberarlo».[10]
Los neoplatónicos creían también que descubriéndose el origen único —lo que Leonardo denominaba el primum mobile— de la amplia variedad de pensamiento humano, se alcanzaría la iluminación espiritual y se llegaría finalmente a Dios. Esto y los textos místicos que Ficino estaba traduciendo lo llevaron a intentar una fusión de todas las creencias místicas, desde el gnosticismo griego hasta la hermenéutica egipcia, pasando por la cosmología cristiana… y la Cábala judía.
Una de las influencias de Ficino era un conocido trabajo titulado Fons vitae («La fuente de la vida»), uno de los primeros textos neoplatónicos europeos, obra de un filósofo español del siglo XI llamado Avicebrón. Poco sabía Ficino que se trataba de una segunda traducción de otra al árabe de un texto escrito originalmente en hebreo por el gran poeta y filósofo judío Solomon Ibn Gabirol (fallecido hacia 1058). La idea de armonizar el monoteísmo con el pensamiento platónico captó el interés de Ficino y lo llevó a intentar la construcción de una fe universal, por la cual toda la humanidad pudiera alcanzar la redención individual. Naturalmente, ahora que los judíos acababan de recibir la autorización para poder instalarse en Florencia, ansiaba incluir el pensamiento judaico en su plan general del universo. Ficino estudió hebreo con judíos como Elijah del Medigo y Jochanan ben Yitzchak Alemanno, pero al parecer su talento para el griego y el latín no le resultó útil en este caso. En sus escritos se limita a algunas citas (a veces erróneas) extraídas de las Escrituras hebreas y de grandes comentadores como Rashi, Maimónides, Gersonides y Sa’adia HaGaon.
No obstante, Ficino recogió la idea del carácter sagrado del amor humano y de su capacidad para aproximarnos al Divino. En la Biblia hebrea cuando se habla del primer encuentro sexual entre Adán y Eva, se dice que «Adán conocía» a su pareja. Cabe destacar que la palabra hebrea l-da’at («conocer») significa también amar o hacer el amor. El sexo, en su nivel más profundo, trasciende lo físico y connota la unión espiritual. Un acto de apariencia carnal queda pues investido de dignidad y santidad. El ideal del acto de hacer el amor es alcanzar la intimidad más auténtica, pero no simplemente la de los cuerpos entrelazados, sino la de unas almas que se comprenden mutuamente. Intimar a este nivel es «conocer» la esencia de la otra persona, su imagen divina, que no es más que otra manera de alcanzar mayor familiaridad con Dios. Visto desde esta perspectiva, hacer el amor no tendría como único objetivo la procreación, tal y como predicaba la Iglesia por aquel entonces, sino que además serviría para fomentar esta sensación definitiva de conocimiento. Tal y como la Cábala expone de forma arrojada, cuando la pareja se «conoce» a través de un acto completo sexual-romántico-espiritual, se mancomuna también con el cielo.
Ficino predicó este concepto en su círculo como el «amor platónico», un amor que no sólo es de cuerpo a cuerpo, sino que también va de un alma a otra. Fue sólo más tarde que el concepto de amor «platónico» adoptó el significado de una relación profunda carente de contenido sexual. Teniendo en cuenta que el neoplatonismo de Ficino destacaba la centralidad del Hombre y la apreciación de su belleza, era natural que en su academia se popularizasen los hombres que amaban a otros hombres. El concepto de homosexualidad no existía en aquella época, sino simplemente el énfasis de la Iglesia en la procreación y su condena de lo que denominaba «sodomía», el sexo anal, en especial (aunque no de manera exclusiva) entre dos hombres. Las categorías de heterosexual y homosexual no se establecieron hasta finales del siglo XIX en Alemania; de hecho, fue en ese momento y lugar donde se acuñaron esas palabras.
Pero aun así, Roma estaba horrorizada con todo aquello. El Vaticano había «cristianizado» las enseñanzas de Aristóteles, pero no las de Platón. Predicaba que la redención podía alcanzarse tan sólo a través de la Iglesia única. Las ideas florentinas sobre el individuo, sobre las artes y las ciencias, sobre la universalidad y sobre el amor griego y judío eran anatema y blasfemia… pero todo ello resonaba con fuerza en la cabeza de Miguel Ángel. Por fin había encontrado una filosofía que validara sus sentimientos respecto a la belleza, al arte… y respecto al carácter sagrado del sexo y la perfección del cuerpo humano, especialmente el de los hombres, cuyas formas físicas tanto le atraían.
Pero la Iglesia empezaba a sentirse más preocupada si cabe por los puntos de vista del otro maestro de Miguel Ángel. El conde Giovanni Pico della Mirandola era un niño prodigio, como Miguel Ángel. Además de estar bendecido por un gran ingenio, un increíble don para los idiomas y una curiosidad insaciable, Pico era el heredero de una acaudalada familia de príncipes; es decir, era lo que hoy llamaríamos toda una inversión. A los 13 o 14 años estaba ya en Bolonia estudiando Derecho canónico, y de allí pasó a otros grandes centros, como Ferrara, Padua y Pavia. En 1484 con sólo 21 años se instaló en Florencia y se unió al círculo liderado ya por Poliziano, Ficino y el mismo Lorenzo de Medici.
En aquel momento Ficino fomentaba el estudio de su amado Platón y trataba de desacreditar la filosofía de Aristóteles y de Averroes. Pero Pico, basándose en el concepto de Ficino de la fe universal, intentó armonizarlas. Este quería además incluir en la mezcla, ocupando un lugar destacado, su corriente de pensamiento favorita: la sabiduría y el misticismo judíos. Con el dinero de su familia pasó su corta vida pagando a los mejores cerebros judíos que había en Italia para que le enseñasen hebreo y arameo, y para que lo ayudaran a navegar en las aguas de la sabiduría judía de la Torá, el Talmud, el midrash y la Cábala. Entre sus profesores e íntimos amigos estaban, entre otros, grandes pensadores y escritores como, Elijah del Medigo, Jochanan Alemanno y el misterioso rabino Abraham. Pico, a diferencia de Poliziano o Ficino, llegó a dominar bien estos idiomas y adquirió profundos conocimientos sobre el judaísmo. Sus enseñanzas y sus escritos están completamente impregnados del pensamiento judío. Un ejemplo de ello es su Heptalus, en el que narra la historia bíblica de la Creación que sigue una interpretación cabalística por completo.
El joven Miguel Ángel, con una mente sedienta de nuevos conocimientos y unos ojos ansiosos por captar toda la belleza que encontrasen, estaba totalmente inmerso en este excitante y mareante mundo de pensamiento liberal y disparatadas discusiones. Y todo resultaba aún más emocionante por otras razones. Miguel Ángel procedía de una familia fría y poco afectuosa sin objetivos artísticos ni intelectuales, y aquí se veía rodeado por la corte más sofisticada de Europa. Empezaba además a entrar en contacto con su atracción romántica y física hacia otros hombres. Nunca sabremos si ello fue debido a haber tenido un padre distante y una madre que murió joven, o si era simplemente su naturaleza innata. Lo que sí sabemos es que estaba en la ciudad y en los círculos sociales en los que era común y estaba aceptado por casi todo el mundo (excepto por la Iglesia) que un hombre se enamorara de otro. De hecho, el amor y el sexo entre hombres era algo tan común que en el resto de Italia se hablaba de ello como de «esa tendencia florentina». Sabemos también que muchos hombres relacionados con la Academia Platónica de Lorenzo y con el jardín de San Marcos eran amantes de hombres. Poliziano, Ficino y Pico entraban dentro de esta categoría. En 1494 Poliziano y Pico fallecieron con escasas semanas de diferencia víctimas de una misteriosa enfermedad. A juzgar por sus síntomas, es muy probable que fueran dos de las primeras víctimas de la oleada de sífilis que asoló Florencia aquel año. Sabemos con toda seguridad que Pico della Mirandola fue enterrado en una tumba doble, como las parejas casadas, con su compañero de siempre, el poeta Girolamo Benivieni. Su tumba se encuentra en el interior de la iglesia de San Marcos donde, sin duda alguna, los fanáticos monjes dominicos de la época pasarían el día dando vueltas sobre ella.
Otra razón por la que esta confluencia intelectual debía resultar tan excitante para el adolescente Miguel Ángel era por su aspecto «pecaminoso». La Santa Inquisición intentaba activamente erradicar los conocimientos judíos como el Talmud y el libro cabalístico del Zohar, el libro que estaban enseñándole sus maestros. Roma también intentaba separar a judíos y cristianos, cuando Florencia trataba de unirlos. En 1487 sólo un año antes de que Miguel Ángel llegara a la corte de Lorenzo, Pico della Mirandola elaboró más de novecientas tesis para demostrar que tanto el misticismo egipcio, como la filosofía platónica y el judaísmo conducían a la misma deidad venerada por la Iglesia católica. Se ofreció a patrocinar de su propio bolsillo una conferencia internacional que se celebraría en el Vaticano para discutir y celebrar esta nueva universalidad y armonía entre las distintas creencias. El Vaticano, después de leer sus escritos, los declaró inmediatamente blasfemos y ordenó su arresto por herejía. Pico se vio obligado a retractarse de sus ideas, pero poco después negó su retracción y tuvo que huir a Francia. El largo brazo del Vaticano consiguió arrestarlo allí, y fue sólo a través del abultado bolsillo de Lorenzo y a sus conexiones internacionales que Pico fue liberado y devuelto a Florencia, donde se mantuvo bajo la protección del palacio de los Medici durante el resto de su corta vida.
Este embriagador torbellino de arte, amor y fruta prohibida tuvo un impacto imborrable sobre el joven Miguel Ángel, que continuaría apasionadamente influido por estas enseñanzas durante el resto de su vida y de su carrera profesional. Veremos hasta qué punto impregnó toda su obra y cómo alcanzó su cúspide en los frescos de la capilla Sixtina.
¿QUÉ FUE EXACTAMENTE LO QUE APRENDIÓ MIGUEL ÁNGEL?
Era normal que la formazione de un joven florentino se iniciara con gramática italiana, latín, a veces griego y la poesía de Virgilio y Dante. Había también mitología grecorromana, parte de ella basada en la Metamorfosis de Ovidio, otra parte transmitida oralmente. La tradición oral incluía historias de santos cristianos y las enseñanzas de la Iglesia. Se recontaban las historias judías de lo que la Iglesia llamaba Antiguo Testamento, pero sólo como prueba de la validez del Nuevo Testamento. Para jóvenes de clase alta, sobre todo de la nobleza, había instrucción de esgrima, equitación, música, elocución y danza; en resumen, toda la preparación necesaria para la guerra, la alta sociedad y el liderazgo.
Dentro de esta preparación, también era extremadamente popular la enseñanza ética del antiguo texto griego del Pseudo focílides. Este texto elemental sobre moralidad es un poema épico compuesto por unos doscientos cincuenta versos y aforismos, que los eruditos actuales definen como las enseñanzas didácticas de un judío en el periodo helenístico. El anónimo poeta judío, fingiendo ser un respetado filósofo griego, utiliza citas mal disimuladas de los profetas hebreos y de la Torá para alejar a los paganos gentiles de su forma de vida y para que guarden observancia de las Siete Leyes de Noé, el conjunto de leyes universales que precedió la entrega de la Torá a los judíos en el Monte Sinaí. Para evitar revelar su identidad judía, el poeta no condena de manera manifiesta la idolatría per se, sino sólo la conducta y la sociedad que la rodea. En tiempos de Pico y Miguel Ángel esta ingeniosa falsificación llevaba tiempo siendo aceptada y considerada como una auténtica obra griega, y estaba vinculada a otra falsificación similar, los llamados Libros sibilinos, que supuestamente eran los doce libros redactados por las misteriosas videntes del mundo clásico. De este modo, el impresionable joven aprendió que la conducta ética procedía de una confluencia más, la de las enseñanzas de los profetas judíos con las sibilas paganas. Y esto aparecería también años después… en la bóveda de la capilla Sixtina.
La educación de Miguel Ángel fue también única gracias a las lecciones impartidas por Ficino y Pico. Atrevidos, innovadores, filosemitas, heréticos muchas veces, explicarían por qué, cuando se le permitió elegir libremente su trabajo, Miguel Ángel seleccionó a menudo un tema judío antes que las imágenes cristianas y mitológicas comunes en sus tiempos. Explica también por qué, cuando el Papa le pedía obras de arte como homenaje a Jesucristo y a la Iglesia (incluyendo la capilla Sixtina en esos encargos), Miguel Ángel escondía brillantemente dentro de dichas obras mensajes antipapales fieles a sus verdaderos sentimientos universalistas.
LAS INFLUENCIAS JUDÍAS: EL MIDRASH, EL TALMUD Y LA CÁBALA
Debido a que Ficino y en especial Pico estaban fuertemente inspirados por el pensamiento judío y lo transmitieron a su valioso estudiante, tenemos que clarificar las áreas de ese pensamiento que afectaron de forma más relevante a Miguel Ángel y a su obra posterior.
En primer lugar, deberíamos mencionar el midrash. El midrash no es un solo libro, sino que el concepto integra diversas colecciones de historias, leyendas y comentarios bíblicos realizados por distintos eruditos a principios de la era cristiana (es decir, después del año 1 de nuestro calendario). Según la tradición judía, forman parte de una tradición oral de conocimiento transmitida desde muchos siglos atrás, conteniendo incluso relatos de los tiempos de Moisés. A diferencia del Talmud, el midrash muestra más interés por la teología que por la ley, por los conceptos más que por los mandamientos. Se ha dicho, y con toda la razón, que el Talmud se dirige a la mente humana, mientras que el midrash está dirigido al alma.
Sabemos que Miguel Ángel estudió el midrash con sus maestros porque sus conceptos aparecen reflejados en sus descripciones de las escenas bíblicas. Un ejemplo excelente de ello es el panel de la bóveda de la capilla Sixtina conocido como El jardín del Edén. En él encontramos a Adán y Eva de pie delante del Árbol del Conocimiento. Durante la Edad Media en todas las tradiciones culturales excepto en una, el fruto de ese árbol fue siempre una manzana. De hecho, la palabra latina para «manzana» refleja su infame pasado: male, que significa «mal». (En italiano moderno, las vocales se han intercambiado, quedando la palabra como mela). En el siglo IV de la era cristiana la palabra malum aparecía en la traducción en latín vulgar (la Biblia vulgata) del Génesis dentro de la frase «el árbol del conocimiento del bien y del mal», y así se codificaba formalmente la asociación entre la manzana y la fruta prohibida. La única excepción a esta creencia era la de la tradición judía. Según un principio místico, Dios nunca nos expone a ningún problema a no ser que previamente haya creado la solución en el interior de ese mismo problema. Cuando Adán y Eva pecan al comer de la fruta prohibida, cobran nueva consciencia de su desnudez y se avergüenzan de ella. La Biblia nos dice que su solución inmediata fue cubrirse con hojas de higuera, pues un Dios compasivo había procurado ya un remedio para la consecuencia de su pecado exactamente en el mismo objeto que lo había provocado. Resulta difícil imaginarse a un cristiano siendo consciente de esto, tanto en la época de Miguel Ángel como en la actual. Sólo alguien que hubiese estudiado el midrash podría estar al corriente de ello. En efecto, en el panel de El pecado original, el árbol del conocimiento que Miguel Ángel representa es una higuera.
Cuando en los próximos capítulos visitemos la capilla Sixtina, sólo una fuerte familiaridad con este cuerpo de conocimiento judío nos permitirá captar las innumerables alusiones al midrash que Miguel Ángel incluyó en sus frescos, algo que por desgracia desconocían e ignoraban casi por completo los eruditos contemporáneos del artista.
Pico, según indica su biblioteca, admiraba también el Talmud, un amplio compendio de comentarios y leyes judías compuesto a lo largo de un periodo de quinientos años que cuentan a partir de la época de Jesucristo. Lo que diferencia esta obra de prácticamente todos los demás libros de su tiempo es su sistema de pensamiento único, lo que hoy en día se conoce como la «lógica talmúdica». Ello nos condiciona a ver el universo y a pensar en él de un modo multidimensional, en contraste con el enfoque falto de sentido crítico, lineal y no analítico de la Iglesia. Su tema predominante es la pregunta. Vincula la razón a la fe. Valora la lógica como una materia prima y permite la legitimidad de opiniones en conflicto. Pone también gran énfasis en la capacidad para armonizar aparentes extremos opuestos. Unos ideales, en general, que nada tenían que ver con los de la Iglesia que en consecuencia trató de eliminarlos. Pero Miguel Ángel, aun no siendo capaz de estudiar el Talmud en profundidad, aprendió de sus maestros a incorporar en sus obras su propia opinión sobre algunos de sus valores y sus diversos niveles de significado.
El estudio judaico que mayor impacto tuvo sobre Miguel Ángel fue aquel por el que quizá Pico es más recordado. Pico era el gentil europeo que poseía la biblioteca judaica más extensa y, lo que es más chocante aún, ostenta el récord de la mayor biblioteca privada de materiales cabalísticos de todo el mundo. La Cábala era la pasión de Pico. De hecho, su dedicación a esta rama del conocimiento judío podría ser la explicación de los sentimientos tan positivos que albergaba hacia los judíos y el judaísmo.
La Cábala, que comprende las tradiciones esotéricas y místicas del judaísmo, tiene en teoría su origen en los secretos que los ángeles se atrevieron a transmitir a Adán. Kabbalah es una palabra hebrea que significa literalmente «recibido». Debido a que sus enseñanzas son en extremo complejas y tratan de temas que no todo el mundo es capaz de manejar, se exponía sólo a aquellos lo bastante maduros como para «recibir» su conocimiento oculto, por medio de un maestro y un discípulo especialmente seleccionado. Pero tanto el Zohar, que apareció por primera vez en España en el siglo XIII publicado por un autor judío llamado Moses de León (al parecer a partir de un manuscrito que descubrió y que se remontaba a la época talmúdica), como otras obras cabalísticas estaban disponibles para su estudio, y Pico se aprovechó de ello al máximo.
¿Qué era lo que tanto fascinaba a Pico? ¿Y qué hay en la Cábala que cautivó a Miguel Ángel hasta el punto de que prácticamente todos los rincones de la bóveda de la Sixtina muestran indicios de sus enseñanzas? Lo único que podemos hacer es sugerir algunas de las respuestas.
Parte de la respuesta está en la principal premisa de la Cábala de que debajo de la superficie de cualquier objeto se ocultan «emanaciones» de Dios. Las cosas son mucho más de lo que parece a simple vista. Un concepto muy provocativo para cualquier artista, sobre todo para aquel cuyo credo era que «cada bloque de piedra tiene una escultura en su interior y la tarea del escultor consiste en descubrirla». Estas emanaciones de la Divinidad, conocidas como las diez sefirot (diez «senderos»), representan la «serie de fases intermedias» que hacen posible la creación del mundo finito, algo muy parecido a los pasos que debe dar el artista para dar vida a sus ideas. Además, estas diez sefirot, que representan todos los atributos de Dios, guardan una correspondencia directa con el cuerpo físico de una persona. Dios está inminente en lo corpóreo; el cuerpo tiene destellos de Dios. Y eso, naturalmente, convierte en sagrados incluso los desnudos que inquietaban a Miguel Ángel.
Las diez sefirot cabalísticas (Árbol de la Vida) y sus vínculos con el cuerpo humano. Imagen creada por Jackie Aher.
Como ya hemos apuntado, la Cábala permitía a sus estudiantes pensar en sexo de forma positiva. Ofrecía además una manera totalmente distinta de considerar las distinciones entre hombre y mujer. Ambos integraban la divinidad a partes iguales porque «Dios es una fusión perfecta de ambas características: Dios es hombre y mujer».
Armonizar estos dos aspectos aparentemente dispares es un concepto cabalístico que encuentra su expresión no sólo en la sexualidad de Dios, sino también en prácticamente cualquier aspecto de la vida. Lo que hoy denominamos las fuerzas positivas y negativas de los átomos era un secreto conocido desde hace mucho por los cabalistas, aunque ellos utilizaban un lenguaje distinto. Armonizar polos opuestos, equilibrar extremos, comprender el poder de la esencia oculta interior de los objetos atrajeron con fuerza no sólo a las mentalidades religiosas de la Antigüedad, sino también a las mentalidades artísticas (e incluso científicas) de todos los tiempos.
No tenemos que olvidar en esta lista la fascinación de la Cábala por los números y el alfabeto hebreo. Las letras hebreas tienen un valor tanto numérico como espiritual. Según la Cábala, Dios creó el universo con las veintidós letras del alfabeto hebreo. Los números están relacionados, además, con ideas concretas. Igual que hemos visto que el número siete transmitía diversos conceptos interconectados, todos los demás tienen un mensaje y un vínculo con una determinada categoría mental. Entender esto nos permitirá comprender por qué Miguel Ángel utilizó un número concreto de profetas para la bóveda, y el motivo por el que empleó determinadas cantidades de objetos relevantes… e incluso por qué escondió letras hebreas en los frescos.
Tal vez lo más importante de todo es que la inmersión de Miguel Ángel en el estudio de la Cábala le dio la clave sobre cómo aceptar la orden del Papa de embellecer la capilla Sixtina aun estando en tremendo desacuerdo con las ideas de la Iglesia de su época: las verdades, comprendió Miguel Ángel, sólo podían transmitirse a través de la estrategia encubierta de la Cábala, haciendo que los mensajes ocultos en el interior fueran más importantes que las imágenes de la superficie.
Pero el joven artista tenía aún por delante muchas más formaciones que irían dando forma al viaje de su vida antes de que el primum mobile lo condujera a su destino en el interior de la Sixtina…