19

Maura, necesito hablar contigo —balbuceo al tiempo que retrocedo tambaleándome hacia el rellano.

Me retiro a mi habitación para intentar comprender lo que acabo de ver: mi hermana besando a la institutriz. Besándola con los ojos cerrados, inclinándose hacia ella como un girasol hambriento.

Jamás se me habría pasado por la cabeza. Pero Elena es todo lo que Maura quiere ser: cultivada e inteligente, bonita y poderosa. Es la única persona que le ha prestado atención, que la ha estimulado, escuchado y valorado.

Bien pensado, no entiendo cómo no lo he visto antes.

Me dejo caer en el sofá con la cabeza enterrada en las manos. Esto complica las cosas. Y ese deseo de Maura de besar a las chicas, ¿se limita a Elena? ¿Se trata de un enamoramiento de colegiala o de algo más? Pienso en todos sus comentarios en contra del matrimonio y de pronto me siento terriblemente culpable. Maura tiene razón; ha estado intentando decirme algo, y yo no le he prestado suficiente atención.

Maura entra en mi habitación. Tiene las mejillas rojas, pero las comisuras de sus labios encarnados apuntan hacia arriba. Parece feliz. Algo abochornada, pero feliz. Cierra la puerta con cuidado y se detiene sobre la alfombra floreada que me llevé de los aposentos de madre.

—¿Desde cuándo está ocurriendo? —le pregunto. Necesito conocer el alcance de su compromiso.

Las manos de Maura revolotean como pájaros inquietos.

—Desde ahora. Ha sido la primera vez, aunque llevaba tiempo deseándolo. Estoy loca por ella, Kate.

—Oh, Maura, ¿y por qué no me lo contaste? —Me reclino en el sofá pensando en las chicas del registro, las que fueron descubiertas besándose en los fresales.

—¡Lo he intentado! Te conté lo maravillosa e inteligente que me parecía Elena, pero te negaste a escucharme. Tú no me escuchas, Kate. Elena sí.

Detesto tener que hablar, detesto tener que herirla; sin embargo, ha de saberlo.

—Porque quiere algo de ti.

Maura me mira boquiabierta.

—¿Tan poco me valoras que crees que no podría reconocer si sus sentimientos son verdaderos? ¿Crees que soy tan horrible que nadie puede amarme?

—¡Por supuesto que no! Alguien te amará algún día, Maura, y será maravilloso, y se sentirá muy afortunado. O afortunada —me corrijo—. Pero esa persona no es Elena.

—¿Qué sabrás tú lo que ella siente? Sé que es una relación poco convencional, pero el caso es que hemos pasado mucho tiempo juntas. Nunca nos hemos comportado como maestra y alumna, hemos sido amigas desde el principio, y ahora…

—La enviaron aquí para espiarnos, y no es una paranoia mía, es la verdad. Esta tarde debía reunirme con ella en el jardín para una clase de magia, pero me he retrasado. Las Hermanas me quieren en su orden y están dispuestas a utilizarte para conseguirlo. Me lo ha dicho la propia Elena, Maura.

—¡Mientes! —Maura afila la mirada hasta que sus ojos son dos astillas azules—. Ella nunca me haría daño.

—Sí te lo haría. —Suspiro—. No quiere hacértelo, pero su lealtad está, ante todo, con las Hermanas.

—No te creo —espeta—. Además, ¿por qué iban a quererte a ti?

Me encojo ante el desprecio de su voz.

—Encontré el diario de madre. Habla de una profecía hecha antes de la caída del Gran Templo. La profecía cuenta que antes de que llegue el siglo XX habrá tres hermanas brujas y una de ellas será la bruja más poderosa de los últimos siglos. Las Hermanas creen que nosotras podríamos ser esas hermanas. Quieren hacerse con nosotras antes de que los Hermanos nos descubran, por eso Elena está aquí.

Maura se pasea por mi habitación mientras hablo. Arriba y abajo, arriba y abajo, entre la cama y la ventana.

—¿Qué te hace pensar que eres tú? También podría ser yo. O Tess.

Niego con la cabeza.

—La profecía dice que la más poderosa puede hacer magia mental. Y yo… en fin, yo puedo hacerla. Desde que era niña.

Maura frena en seco, y su mano sale disparada hacia su boca.

—¿La has utilizado alguna vez conmigo?

—¡No, naturalmente que no! —La fulmino con la mirada—. Solo la he utilizado una vez para que padre no me enviara interna al colegio. Elena quiere que ingrese en las Hermanas para poder utilizar mi magia mental contra la Hermandad. —Meto la mano en el bolsillo y acaricio el anillo de rubí—. Creo sinceramente que la causa de las Hermanas es importante, Maura, pero para mí no lo es tanto como lo sois Tess y tú. No está bien que te utilicen para obligarme a ceder.

Maura sacude la cabeza, agitando su trenza pelirroja. Esboza una sonrisa torcida.

—Te equivocas. Elena no me está utilizando para llegar a ti.

—No me lo estoy inventando. ¿Realmente me crees capaz de llegar tan lejos únicamente para que dejes de ver a una institutriz? —Lanzo las manos al aire con exasperación—. Puedes ver el diario de madre si quieres.

Echo a andar hacia el escritorio, donde he escondido mágicamente el diario, pero Maura me detiene.

—No necesito verlo. Aunque esa profecía sea cierta, yo sé lo que siento y eso también es real. Me da igual lo que las Hermanas hagan conmigo. Quiero irme a New London con Elena. Estoy enamorada de ella, Kate, y ella me corresponde. Todavía no lo ha dicho, pero…

La ira se apodera de mí.

—Te está manipulando, Maura. ¡Lo ha estado haciendo desde el primer día! Voy a despedirla ahora mismo.

—¡No puedes hacer eso! —Maura se interpone entre la puerta y yo.

Me apoyo contra el pilar de la cama abatida por un cansancio repentino. No tengo energía para seguir discutiendo con Maura. Detesto pelearme con ella, detesto la distancia que se ha creado entre nosotras desde la llegada de Elena, desde antes de eso, si tengo que franca conmigo misma. Es fácil culpar a Elena, pero hace meses que Maura y yo chocamos.

Me asalta una oleada de compasión. Maura está terriblemente sola, terriblemente aburrida. No quiere casarse. Se merece ir a un lugar donde pueda utilizar sus talentos, un lugar al que sienta que pertenece. Si ese lugar son las Hermanas, adelante. La dejaré ir sin armarle un escándalo.

Descorro las cortinas y miro por la ventana. Desde aquí puedo ver la rosaleda, la vara de oro y las plantas de hoja perenne que forman un recuadro protector alrededor de las rosas rojas, blancas y rosas, alrededor del banco donde aprendí a hacer magia a los pies de madre y Atenea.

Pestañeo y me llevo una mano a la sien. Había algo… ¿En qué estaba pensando?

—¿Estás bien? —me pregunta Maura, escudriñándome con cara de preocupación.

—La cabeza… —Qué sensación tan peculiar, como si algo tirara de ella. No del pelo, sino del interior. Es de lo más extraño.

Maura desliza un brazo por mi hombro y me conduce hasta la cama, donde alisa la colcha azul.

—Pareces cansada. ¿Por qué no das una cabezada antes de la cena?

Me siento embotada. ¿No estaba enfadada con Maura hace un momento? No recuerdo el motivo, está muy cariñosa conmigo. Algo no iba bien, tenía intención de hacer algo, pero no consigo recordarlo…

Forcejeo con el tirón en mi cabeza, y este se desvanece.

Se desvanece como un encantamiento hecho por una bruja menos poderosa que yo.

Maura ha besado a Elena. Yo me disponía a despedir a Elena cuando…

No. Maura no haría una cosa así.

Levanto la vista. Mi hermana tiene sus ojos azul zafiro todavía fijos en mí.

Ahora puedo sentirlo con nitidez, el tirón en mi memoria.

—¿Cómo te atreves? —estallo, apartándola de un empujón. Maura choca contra el tocador, y el frasquito de agua de lavanda se vuelca, rueda por la mesa y cae al suelo inundando de perfume la habitación—. ¡Detente! Sé lo que estás haciendo.

Maura retrocede hacia la puerta.

—Solo pretendía…

—¡No te atrevas a excusarte! Yo jamás he utilizado mi magia contra ti. ¡Jamás!

Respiro hondo para calmar mi acelerado corazón. Estoy bien. Todavía puedo recordar. La magia de Maura no ha funcionado. No es lo bastante fuerte.

Pero ¿y si hubiera funcionado? Horrorizada y furiosa, me vuelvo hacia ella. Yo nunca le haré algo así a alguien a quien quiero. Nunca más.

—¿Sabe Elena que puedes hacer magia mental? —¿Ha estado Elena enfrentándonos todo este tiempo para ver cuál de las dos era la más poderosa?

Maura asiente.

—Ella misma me enseñó. Está muy orgullosa de la rapidez con que la he cogido, pero… —Un instante de duda le nubla el semblante—. Pero eso no tiene importancia. No es por eso por lo que le gusto, Kate.

Me encamino a la puerta. Cada segundo que Elena permanece en esta casa es un segundo demasiado largo.

—¿Adónde vas? —Maura corre hasta mí y me para agarrándome del hombro.

La aparto.

—No me toques.

Tiene los ojos inundados de lágrimas.

—Kate, Elena no tiene la culpa. Soy yo la que lo ha hecho.

—¿Crees que eso suaviza las cosas?

Maura se coloca delante de mí para cortarme el paso. Le propino un poderoso empujón que la estampa contra la pared.

Abro la puerta del cuarto de Elena sin llamar. Está sentada en su butaca verde, junto al fuego, con una aguja que titila en la costura que sostienen sus manos.

—Te quiero fuera de mi casa ahora. —Mi voz es tan fría que no la reconozco.

—¡No puedes hacer eso! —Maura está llorando ahora a lágrima viva.

Cierro la puerta. No quiero que los sirvientes nos oigan.

—Soy la señora de la casa y puedo hacer lo que quiera, y eso incluye despedir a los sirvientes que no son de mi agrado. Señorita Robichaud, ya no precisamos sus servicios.

Elena me mira mientras calcula en silencio la fuerza de mi orden. Le sostengo la mirada. ¿También ella va a intentar imponerse? ¿Tiene el poder para hacerlo?

Maura pasa por mi lado y se detiene junto a Elena.

—Padre no lo aprobará, Kate.

—Él no tiene que vivir aquí.

Maura coloca una mano protectora en el respaldo de la butaca de Elena y alza el mentón.

—Le escribiré para contárselo y tendrá que interrumpir su viaje.

—Fantástico —replico, llevándome las manos a las caderas—. Tal vez padre consiga hacerte entrar en razón. ¿O tienes intención de embrujarlo también a él?

—Te comportas como si hubiera hecho algo imperdonable. ¡Acabas de decir que tú también lo hiciste! —grita Maura.

La miro incrédula y furiosa.

Elena hunde suavemente la aguja y deja a un lado su costura.

—Maura, ¿has intentando imponerte a Kate y no lo has conseguido?

—Sí —responde titubeante. La duda está creciendo en sus ojos—. ¿Importa eso?

—Importa en la medida en que significa que Kate es la bruja más fuerte. Resulta extraordinario que las dos podáis hacer magia mental. Es el primer caso que conozco —musita Elena. Avanza en mi dirección, aunque se detiene a dos metros de mí, con expresión recelosa—. Siento haber enseñado a tu hermana a tus espaldas, Kate. Sé que no confías en que nuestras intenciones fueran honestas, pero…

—¿Honestas? ¡Has besado a mi hermana! —exploto.

La magia crece vertiginosamente dentro de mí. Me encantaría hacer que esa aguja la pinchara. Que todos esos frasquitos de agua perfumada que adornan su tocador estallaran en añicos. Me encantaría mostrarle lo poderosa que puedo ser. Cierro los ojos un momento y reúno hasta el último ápice de autodominio que poseo.

—¿Qué ocurre? —Tess entra sigilosamente en el cuarto y cierra la puerta tras de sí—. ¿A qué vienen esos gritos?

Señalo con el dedo a Maura, que sigue detrás de la butaca vacía de Elena.

—¡Díselo, Maura! ¡Cuéntale lo que has hecho! Y a ti —me vuelvo hacia Elena—, a ti te quiero fuera de esta casa. Ahora.

—No puedes echarla a la calle sin más —protesta Maura, corriendo a su lado.

La ignoro y miro fijamente a Elena.

—Te doy hasta el anochecer para que recojas tus cosas. John te acompañará a la estación. Tenemos algo de dinero para imprevistos. Debería bastar para pagar tu billete de regreso a New London.

—Si la obligas a marcharse me iré con ella —me amenaza Maura.

Me estiro cuan alta soy, superando en estatura a todas las presentes en la habitación. Y en fuerza.

—Elena, no es a Maura a quien quieres. Yo soy más poderosa que mi hermana, lo he demostrado en dos ocasiones. Te juro que combatiré contigo hasta el final a menos que le digas la verdad. Puede que a tus superioras no les importen tus tácticas, pero a mí sí. Permitir que Maura piense que la quieres no te favorecerá lo más mínimo si algún día gozo de una posición de poder.

Elena me observa durante un largo instante. Es una mujer ambiciosa; confío en haber elegido la amenaza correcta, una amenaza que signifique algo para ella.

Finalmente se vuelve hacia Maura.

—Maura, creo que has interpretado mal mis sentimientos.

Los ojos de Maura se llenan de lágrimas.

—No digas eso —suplica, tomándole la mano—. No escuches a Kate, por favor. Te… ¡te quiero!

Tess suelta un silbido.

—Tu afecto me halaga —dice Elena, apartándose—, pero no te correspondo.

Maura alarga una mano y luego la deja caer. La misma mano que acariciaba el rostro de Elena con tanta dulzura.

—¡Pero me has besado!

Elena menea la cabeza. Pese a todo el escándalo, sigue pareciendo una muñeca de porcelana, sin un solo rizo fuera de lugar.

—Me has cogido desprevenida. Ha sido un error.

Maura se vuelve hacia mí.

—Tenías razón. ¿Estás contenta ahora? —espeta antes de huir de la habitación.

Tess, Elena y yo guardamos silencio. Al otro lado del pasillo la puerta de Maura se cierra con una fuerza que hace temblar el suelo.

—Probablemente podríamos haber manejado mejor esta situación —declara Elena. Abre el armario y saca su maleta—. Puedes despedirme si quieres, pero solo conseguirás que las Hermanas envíen a otra persona. Les contaré lo que he averiguado. No puedes hacer ver que esto no está ocurriendo, Kate. Te sería más fácil venir voluntariamente.

—¿Y si no lo hago? —Quiero que Tess le oiga decirlo.

—Aunque las Hermanas preferirían no tener que obligarte, si no les queda otro remedio, harán cuanto esté en su mano para convencerte. Y tienen mucho poder. No dudarán en utilizar a Maura y a Tess. —Recoge sus cosas del tocador—. Lamento hablar así, Tess. Me habría gustado que las cosas hubieran ido de otra manera.

—Pero tampoco piensas detenerlas, ¿no es cierto? Lo que significa que no puedes quedarte en esta casa. Haz la maleta y vete —espeto—. Tess, ven conmigo.

Tess ha estado todo este rato apoyada en la pared de tulipanes, absorbiéndolo todo con sus ojos observadores. Me sigue por el pasillo hasta mi cuarto. Puedo oír a Maura llorar en su habitación, y se me encoge el corazón.

Tess se sienta en mi cama con los zapatos colgando.

—Has estado ocultándonos cosas —dice—. Cuéntamelo todo.

Y eso hago.

Llaman a la puerta de mi cuarto justo antes de la cena. Tess está tumbada en el sofá, boca abajo, leyendo el diario de madre con suma atención.

—¡Señorita Kate! —Es la señora O’Hare. ¿Por qué se ha tomado la molestia de subir en lugar de enviar a Lily?—. Tiene visita. El hermano Ishida.

Tess se incorpora con el miedo reflejado en el rostro.

—No te preocupes —le digo—. No hemos hecho nada malo.

A no ser que Sachi haya hablado con su padre. A no ser que Brenna se haya chivado. A no ser…

No. Probablemente sea la segunda fase del plan de los Belastra.

—Intenta decirle a Maura que el hermano Ishida está aquí, si se digna abrirte la puerta. No necesitamos otra escena.

Me retoco el pelo delante del espejo y bajo a la sala de estar.

Se ha levantado un fuerte viento, y una lluvia de hojas inunda el suelo al tiempo que los árboles golpean las ventanas con sus dedos recién despojados. Las cortinas azules del salón giran cual malévolos fantasmas. Cruzo la estancia y cierro la ventana. El hermano Ishida está de pie frente a la chimenea encendida, de espaldas a mí.

Se vuelve y sonríe.

—Buenas noches, señorita Cahill.

—Buenas noches, señor.

No es hasta que señala con impaciencia el suelo cuando caigo en la cuenta de lo que está esperando de mí. Me arrodillo delante de él utilizando las faldas como cojín. Me repugna fingir deferencia por un hombre que no me gusta y al que no respeto. Pienso que tuvo a Rory fuera del matrimonio, que se dejó chantajear por su madre, que echó a la señora Clay del pueblo cuando se convirtió en un estorbo. Tengo que hacer un gran esfuerzo para no encogerme cuando posa una mano en mi frente. Sus dedos son demasiado blandos para un hombre.

—Que el Señor la bendiga ahora y todos los días de su vida.

—Demos gracias al Señor —balbuceo.

Me levanto, y el hermano Ishida se sienta en un extremo del sofá de color crema. Me indica que tome asiento a su lado y obedezco, manteniendo una distancia prudencial entre los dos.

—Señorita Cahill, como bien sabe, su ceremonia de intenciones está programada para mediados de diciembre. Sin embargo…

Los nervios se apoderan de mí.

—¿Sí, señor?

—Finn Belastra ha venido a verme esta tarde. Como su padre todavía estará ausente un tiempo por cuestiones de trabajo, el señor Belastra me ha pedido su mano a mí. Me ha asegurado que usted ya había aceptado y que los dos están deseando anunciar su compromiso. —Me mira con una boca tan fina como un tajo de cuchillo—. Espero que no se haya metido en un problema que precise esta precipitada decisión, señorita Cahill.

Levanto bruscamente la vista. ¡Dios mío!, ¿está insinuando…? Pongo cara de indignada.

—¡Desde luego que no, señor!

—Me alegra oír eso, sobre todo por su amistad con mi hija. Sachiko posee un corazón bondadoso, pero no permitiré que se relacione con chicas que no la igualen en virtud y obediencia. Lo crea o no, recuerdo lo que es ser joven. —Los ojos del hermano Ishida me recorren y cuando se entretienen en mi pecho reprimo el impulso de cruzar los brazos—. Debemos recelar de los susurros lascivos del diablo.

—Sí, señor. Rezaré para que el Señor fortalezca mi corazón pecador. —Doblo recatadamente las manos en el regazo al tiempo que reculo unos centímetros.

—Estoy dispuesto a adelantar su ceremonia de intenciones tal y como solicita el joven señor Belastra —prosigue el hermano Ishida—. Sé que su padre tiene muy buena opinión de él. Meses atrás recomendó a Finn para un puesto en nuestro colegio. No creo que se opusiera.

—No, señor. No osaría prometerme a alguien que no contara con la aprobación de mi padre.

La sonrisa del hermano Ishida es sinuosa como una serpiente.

—Supongo que sabe que Finn ha aceptado nuestra propuesta de unirse a la Hermandad. Ya ha tomado una decisión muy sabia al cerrar el negocio familiar. Espero que sea consciente del gran honor que representa casarse con un miembro de la Hermandad.

—Sí, señor. —Sonrío—. Me esforzaré por ser merecedora del mismo.

—Así lo espero, señorita Cahill.

Se oye un ruido en el recibidor. El golpeteo de John bajando el baúl de Elena por la escalera.

—¿Es cierto lo que ha dicho Kate? ¿Alguna vez te he importado?

La voz de Maura suena furibunda. Y fuerte. Si no sabe que el hermano Ishida está aquí, solo el Señor sabe qué más podría decir.

—¿Qué son esas voces? —pregunta el señor Ishida.

Esbozo una sonrisa nerviosa mientras rezo para que su oído ya no sea lo que era.

—Disculpe, creo que mis hermanas se están peleando.

La puerta de la calle se cierra, y Maura suelta un gemido. Su voz suena más cerca ahora, en la puerta de la sala de estar.

Algo se estrella contra el suelo.

—¿Qué demonios? —El hermano Ishida se ha levantado.

Horrorizada, salgo corriendo al vestíbulo. Demasiado tarde. La señora O’Hare y Lily están en la entrada del comedor, Lily encogida y con un brazo en alto para protegerse la cara, la señora O’Hare avanzando por la pared hacia Maura con una mano extendida.

Maura ha perdido el control de sus poderes.

Maura, cuyo corazón está rompiéndose, está rompiendo cuanto encuentra a su paso.

El jarrón de cristal tallado está hecho añicos y los fragmentos relucen sobre la madera del suelo. Las rosas están desparramadas por todas partes, torcidas y magulladas. Mientras contemplo la escena, el espejo del recibidor se separa de su gancho y cae al suelo. El retrato de los padres de padre hace otro tanto. Un cristal se ha clavado en la mano de la señora O’Hare.

—Maura, cielo —dice la mujer sin dejar de avanzar.

Me pregunto desde cuándo lo sabe.

Otro trozo de cristal de varios centímetros de largo pasa volando junto a mi cabeza. Me detengo en seco.

—Retroceda, señora O’Hare, Maura no sabe lo que está haciendo.

Maura se encuentra junto a la puerta de entrada con la cabeza echada hacia atrás, los brazos abiertos y la mirada ida. La mesa de caoba del vestíbulo se eleva del suelo y se estampa varias veces contra la pared. Las patas se resquebrajan.

Como empujada por una mano invisible, la puerta de entrada se abre de golpe. Fuera ruge un trueno. El cielo se ha cubierto de rabiosos nubarrones.

—Señor mío —susurra el hermano Ishida a mi espalda.

Maura lo mira. Luego me mira a mí.

—Tú… tú la has obligado a marcharse.

Las cortinas de la ventana del vestíbulo se sueltan y echan a volar hacia mí. Piso la tela para contenerlas, pero se me enroscan en las piernas como serpientes. Y de repente hay serpientes, brillantes y sinuosas, silbando y catando el aire con sus lenguas bífidas. Me insto a ver más allá de la ilusión. Cortinas. Son solo cortinas. Forcejeo con el hechizo y consigo romperlo. Las cortinas caen inofensivamente al suelo.

—¡Detente, Maura! Tienes que detenerte.

Maura tiene los puños cerrados y caídos a los lados.

—No puedo.

Las cortinas se elevan de nuevo. Ahora ya no son cortinas, sino telarañas pegajosas y horribles plagadas de grandes arañas negras. Grito y me froto la cara.

—No son reales, Kate —dice con calma Tess desde lo alto de las escaleras—. Tú lo sabes.

Pero Lily está gritando como una histérica y el hermano Ishida barboteando oraciones, por lo que no puedo concentrarme. Maura sabe que odio las arañas y las está utilizando contra mí y no puedo impedírselo y…

Intransito —dice Tess.

Las telarañas desaparecen. Maura se queda inmóvil como una estatua, su boca atrapada en una O de consternación. Sus ojos me miran asustados y suplicantes. Incluso ahora, después de todo lo que ha hecho, siento una punzada de compasión por ella.

¿Dónde ha aprendido Tess ese conjuro? Por lo visto, mis hermanas están llenas de sorpresas.

La casa se sume en un profundo silencio.

Finalmente el hermano Ishida da un paso al frente con la mirada encendida. Señala a Maura y luego a Tess.

—¡Brujas!