16

La vela está temblando. La envuelvo con la mano mientras maldigo el viento afilado que se cuela por mi capa. Las flores duermen cabizbajas bajo la luna creciente. Sumándose a la cacofonía de ruidos nocturnos, mis faldas susurran contra las losas. La vela proyecta sombras alargadas que hacen que senderos que conozco desde niña se me antojen extraños e inquietantes.

Algo me roza el pelo. Doy un respingo y me llevo la mano a la cabeza. No es más que una hoja seca en su viaje hacia el suelo. Suelto una risa nerviosa y noto un regusto a humo en la garganta. Los hogares han sido apagados para la noche, pero columnas de humo gris se elevan cual fantasmas por las chimeneas. El viento me corta las muñecas y los tobillos. Me ciño la capa y acelero todavía más el paso.

La glorieta se alza como un monstruo en lo alto de la ladera. Esta es la parte más peligrosa del camino, cuando podría ser vista desde las dependencias del servicio. Ruego que la señora O’Hare y John no tengan motivos para estar levantados y mirando por la ventana.

Respiro hondo y sigo andando. Unos metros más adelante la vela se apaga. Señor, cuánta oscuridad.

Oigo a lo lejos el chapoteo del agua del estanque contra la orilla y aspiro el olor del fango. Su familiar sonido me resulta tranquilizador en medio del extraño ulular de las aves nocturnas. Agudizo el oído, y unas voces femeninas atraviesan el agua. En el cementerio adivino unas sombras danzando entre las lápidas.

Allí están, reunidas detrás de la tumba de madre.

Detesto imaginármela tendida dentro, con el cuerpo rodeado de tierra e insectos, descomponiéndose lentamente. Cuando padre está en casa, siempre deja flores sobre su tumba. No sé para qué. Todo cuanto la hacía mi madre ya no está.

Una risa, el rugido característico de Rory, retumba en la noche.

—¿Hola? —pregunto con voz ronca.

Sachi sale de detrás de la tumba.

—¿Kate? —Su farolillo proyecta sombras extrañas que deforman sus bonitas facciones.

—Espeluznante, ¿verdad? ¿Te apetece un trago de jerez? —pregunta Rory, tendiéndome la botella.

Una silueta alta y delgada, con la cara eclipsada por la capucha, asoma por un lado de la tumba. Solo hay otra persona capaz de apuntarse a una aventura tan macabra.

—¿Brenna?

Está dando vueltas por el cementerio como una niña, sorteando las tumbas, mientras canta para sí:

Los días pasamos plantando flores, las noches, calientes en nuestro lecho, vidas de lluvia y de sol para ser de los gusanos alimento.

Muy acertado, supongo, pero poco tranquilizador.

—Rory se ha empeñado en que nos acompañara. —Sachi parece disgustada—. Y sabe lo nuestro.

Me vuelvo furiosa hacia ella.

—¿Se lo has contado?

—No le he contado nada —responde Sachi con tirantez.

—¡Tampoco yo! Brenna, sencillamente, sabe cosas —explica Rory mientras la trae del brazo—. Por eso se la llevaron.

—Está loca. —Sachi cruza los brazos debajo del pecho—. Se la llevaron porque le dijo a tu padrastro que se iba a morir.

—Es cierto que sé cosas —interviene Brenna. Tiene la voz triste—. El problema es que no consigo recordarlas.

—¿Qué no recuerdas? —le pregunto sin pensar. Es una pregunta estúpida. ¿Cómo podría saberlo? Pero Brenna se la toma en serio.

—Tengo agujeros en mi cabeza —explica, dándose golpecitos en la sien—. Me los ponen los cuervos.

—¿Los cuervos? —pregunto.

Sachi se encoge de hombros.

Brenna se apoya en el mármol de la tumba con un estremecimiento. Cierra los ojos con fuerza, como una niña intentando ahuyentar una pesadilla, y se abraza el torso.

—Los cuervos vinieron a mi juicio —susurra—. Los Hermanos me dejaron a solas con ellos. Me asusté mucho. Pensé que iban a arrancarme los ojos, pero solo se llevaron mis recuerdos.

—Cuando regresó de Harwood, al principio no se acordaba de ninguna de nosotras, solo hablaba con Jake —explica Rory.

Jacob es el hermano de Brenna, un chico muy alto de talante dulce.

N-no debes hacer preguntas —tartamudea Brenna—. ¡Si haces preguntas te castigarán!

Otro escalofrío trepa por mi espalda, pero no tiene nada que ver con el frío, sino con las espeluznantes palabras de Brenna.

—Ya es suficiente, hazla callar —ordena Sachi—. No hemos venido hasta aquí para escuchar sus tonterías. Kate tiene algo que contarnos.

—Chissst. —Rory rodea a Brenna con el brazo. Aunque Brenna le pasa varios centímetros, se dobla como un junco, como si no le quedara energía—. Siéntate.

Las tres se acurrucan sobre el frío mármol de la tumba de madre. La mirada de Brenna se pierde en la oscuridad. Sachi se lleva las rodillas al pecho y entierra la cara en su capa. Rory, que brinca en su asiento como una niña, es la única que no parece afectada por el frío.

Ahora que ha llegado el momento de la verdad, me siento incómoda.

Lo que ocurrió en el cuarto secreto, y de nuevo en la glorieta, es privado. Entonces ¿qué debería contarles? ¿Que ahora que he visto lo valiente y leal y guapo que es Finn no puedo dejar de apreciar todo eso? ¿Que sus besos me hacen perder el sentido? ¿Que no soporto la idea de renunciar a él pese a saber que casarme con Paul protegería nuestras reputaciones? Necesito saber cómo controlar la magia incluso cuando siento que no poseo el control pleno de mi corazón.

Solo quería preguntar a Sachi, no a un público formado por tres oyentes. Pero necesito respuestas.

Me siento de rodillas en la hierba, y el rocío me cala la capa.

—Ya van dos las ocasiones en que he lanzado un conjuro sin querer. El del lunes fue muy poderoso, mucho más de lo habitual, y no pude invertirlo sola.

—¿Qué estabas haciendo justo antes? —pregunta Sachi. Una larga trenza negra le cae por el hombro—. Cuando yo empecé a experimentar emociones fuertes, mi magia hacía lo que quería. Mi padre estuvo a punto de descubrirme en más de una ocasión.

—Estaba… En fin, estaba… —¿Cómo reconoce una señorita su lujuria?

Brenna suelta una risita, y me entran ganas de esconderme detrás de la lápida.

—Calla —le ordena Sachi con un manotazo en el hombro.

—No me toques —farfulla Brenna entre dientes. A renglón seguido se levanta de un salto, trepa por la lápida y se sienta en lo alto como una gárgola fantasmagórica.

—Oh, Señor —dice Sachi—. Brenna, baja de ahí. Lo que estás haciendo es una falta de respeto.

—Ahora os oigo mucho mejor —asegura Brenna—. ¡Vamos, Kate, cuéntanos lo de los besos!

—¿Cómo…? —Me vuelvo hacia Rory presa del pasmo.

—Ya te he dicho que sabe cosas. Además, has dicho que tenía que ver con un hombre. —Esboza su sonrisa de conejo—. Y tiene pinta de besar bien.

—¿La tiene? —Finn me parece guapo, irresistiblemente guapo, pero no imaginaba que fuera la clase de hombre que Rory…

—Desde luego. Nunca he besado a un hombre con bigote —reconoce con cara de asombro—, y supongo que ya nunca tendré la oportunidad. ¿Hace cosquillas?

¿Bigote? Pero si Finn no tiene bigote. De pronto lo comprendo todo. Paul sí tenía bigote. Rory cree que estoy hablando de Paul. Le han visto coquetear conmigo y acompañarme a casa después de la iglesia. Han oído los chismorreos. Y no puede decirse que Paul haya sido especialmente sutil.

Es más fácil dejarles creer que hablo de Paul. No me avergüenzo de Finn. Me trae sin cuidado que Sachi dé su visto bueno o no a los Belastra. Pero no veo por qué debería sacarlas de su error.

—¡Rory, no te precipites! —la regaña Sachi—. No todas las chicas son unas desvergonzadas como tú.

Brenna entona una melodía desafinada mientras columpia las piernas sobre nuestras cabezas.

—No, tiene razón. Fue eso lo que lo provocó —confieso—. Las dos veces.

—Conque más de una vez, ¿eh? —canturrea Rory.

Me sonrojo, pero sigo hablando.

—Las dos veces me sentí… me sentí…

—Una lasciva —dice Rory—. ¡Una desvergonzada!

Mi rubor aumenta.

—Eran sentimientos muy intensos. Imagino que por eso mi magia se descontroló. No puedo arriesgarme a que me ocurra de nuevo. ¿Cómo lo controlas?

Rory bebe un largo trago de jerez.

—No lo controlo.

Arrojo mi dignidad por la ventana.

—Dímelo, Rory, por favor.

Me clava una mirada desafiante.

—No sé cómo se controla y tampoco me interesa aprenderlo.

—¿Qué estás diciendo? ¿Es que Nils no lo nota? Podría contárselo a su padre y hacer que te arrestaran.

—Nils suele estar concentrado en otras cosas —me asegura Rory esbozando una sonrisita—. Alguna que otra vez se me escapa un conjuro sin querer, como a ti, pero por lo general mi magia se aletarga, y después de yacer con Nils soy incapaz de lanzar un conjuro durante horas.

Imaginaba que el noviazgo de Rory con Nils no era del todo casto —después de todo, por algo le estoy pidiendo consejo—, pero me sorprende que yazcan juntos. Sé de chicas que se han quedado embarazadas y han sido forzadas a presentarse ante los Hermanos con su vergüenza. Arranco una brizna de hierba y la giro ente los dedos. ¿Cómo será yacer con un hombre? Pienso en las pecas repartidas por los músculos de los antebrazos de Finn, por sus pantorrillas, por su nuca, y me pregunto cómo sería ver otras partes de su cuerpo. Todo su cuerpo.

—Borracha de amor —dice desdeñosamente Sachi, contemplando la botella que sostiene Rory—. Aunque tú, en realidad, no amas a Nils.

Rory la fulmina con la mirada y se lleva la botella a los labios. La sostiene en alto, tragando con fuerza, hasta que la vacía y la tira al suelo. La botella se estrella contra una de las lápidas pequeñas que descansa junto a la tumba de madre.

—¿Oyes las ranas, Brenna? Voy a buscarlas.

Brenna salta de la lápida para seguir a su prima. Cuando pasa por nuestro lado, clava una mirada siniestra a Sachi.

—Tú serás quien destruya a Rory.

Sachi se levanta de un brinco, furiosa.

—¿Qué sabrás tú? ¡Estás como una verdadera cabra!

—Sé muchas cosas —asegura Brenna, apesadumbrada—. Y me matarán por eso.

Un escalofrío me sube por la nuca. Sachi y yo nos miramos atónitas. Me armo de valor.

—Espera —digo, y Brenna detiene su trote hacia la verja—. ¿Viste a mi madrina? ¿A Zara? ¿Estaba en Harwood contigo?

Asiente y se tira del pelo.

—¿Realmente puedes ver el futuro? —le pregunto—. ¿Sabes qué debería hacer?

—Sí y no. Estoy rota. —Brenna deja escapar un suspiro triste; sin embargo, regresa junto a mí. La tengo muy cerca, tan cerca que puedo oler el jerez que emana de su aliento. Noto un hormigueo en las palmas de las manos. ¿Es posible que le esté pidiendo consejo a un oráculo ebrio y demente? Me mira con sus extraños ojos—. Eres afortunada. Él te ama. Pero, ay, los cuervos… A ellos les trae sin cuidado el amor. Sí. A ellos solamente les importa el deber, ¿no es cierto?

—Eso no tiene ningún sentido —musita Sachi.

Brenna me agarra de la capa con ambas manos. Su voz suena apremiante.

—Puedes evitarlo, pero no sin un sacrificio.

Reculo y caigo despatarrada sobre una de las lápidas pequeñas.

Brenna se aleja corriendo, y Sachi me ayuda a levantarme.

—Hay pocas cosas en la vida que me asustan, y Brenna es una de ellas. Ojalá Rory no le hiciera tanto caso.

Recojo la botella. Aunque no creo que el espíritu de madre siga aquí, dejar basura es una falta de respeto hacia los muertos.

—¿Crees que Rory estará bien? —pregunto, preocupada. Está corriendo demasiados riesgos entre el licor, Nils y su magia.

—¿En el estanque o en general? —Sachi suspira—. Rory nunca haría nada que pudiera perjudicarnos, si eso es lo que te inquieta. Solo se perjudica a sí misma.

—¿Por qué? —Me siento en la tumba, junto a Sachi, notando el frío del mármol bajo los muslos.

—Odia la magia. Nada de lo que le digo consigue hacerle cambiar de opinión. Es condenadamente descuidada. A veces tengo la impresión de que quiere que la arresten. Mi padre hace la vista gorda con ella, pero ¿hasta cuándo? Incluso su nepotismo tiene un límite.

Me gustaría ser como Tess. Yo no sé lo que he de hacer o decir. Nunca imaginé que estaría sentada en un cementerio a medianoche, escuchando a Sachi Ishida sincerarse conmigo. Conozco bien esa mezcla de amor y preocupación. Yo también hablo así cuando…

Abro los ojos de par en par. «Nepotismo». El léxico nunca ha sido mi punto fuerte, pero si significa lo que creo que significa…

—Oh. ¿Rory es tu hermana? Tu padre…

Sachi se hace un ovillo en su capa. Su figura menuda y oscura resalta sobre el mármol blanco.

—No se lo cuentes a nadie.

Pienso en la señora Clay, la mujer del registro que acusó al hermano Ishida de adulterio.

—Por supuesto que no.

Sachi me estruja la rodilla.

—Nadie puede saberlo. Nadie. Ni siquiera Rory lo sabe.

La miro muy seria.

—Nadie. Te lo juro.

—Eres la primera persona a quien se lo cuento. Quería contárselo a Rory. Una vez estuve a punto de hacerlo, cuando se llevaron a Brenna. La idea de que puedan enviar a Rory a Harwood… No lo soportaría.

Lo entiendo muy bien.

—¿Qué te hizo cambiar de parecer?

—Temí que hiciera algo imprudente. Rory bebe demasiado. Normalmente el licor solo la adormila y le hace decir tonterías, pero me daba miedo que se enfrentara a nuestro padre.

—¿Desde cuándo lo sabes? —Deslizo un dedo por las letras grabadas en la tumba de madre: «Esposa amada y madre abnegada».

—Desde que tenía diez años. —Sachi se frota la cara. Seis años. Señor, qué agotador ha debido de ser guardar ese secreto tanto tiempo—. Su madre se presentó un día en casa e insistió en ver a mi padre. Estaba borracha, pero no tanto para no saber lo que decía. Quería dinero, y dejó muy claro por qué mi padre debía dárselo.

—¿Por qué no la arrestó?

Sachi afila la mirada, tratando de adivinar las siluetas de Rory y Brenna acuclilladas en la orilla del estanque.

—Por Rory, supongo. Mi padre es un hipócrita y un cobarde, pero no quería que su bastarda creciera en un orfanato. Y ya había habido otro escándalo. Otra mujer. Mi padre hizo que la juzgaran y se la llevaran. Creo que no podía arriesgarse a un segundo escándalo. Habría dañado su prestigio dentro de la comunidad —se mofa.

Estrecho su mano enguantada.

—Siempre quise tener una hermana —dice—. No sabía que sería tan frágil.

Ha habido días en que he deseado que Maura fuera más fácil de manejar, pero entonces no sería Maura. ¿Quién me interpretaría el argumento de las novelas románticas que nunca leeré? ¿Quién me cantaría canciones picantes, arrimaría los muebles a la pared y bailaría conmigo por el salón?

Contemplo las cinco lápidas pequeñas, y mi mirada se detiene en la última. Danielle. Ahora tendría tres años y ya corretearía por toda la casa. ¿Cómo serían ahora las cosas si hubiera sobrevivido? Si padre hubiera tenido una hija pequeña de la que ocuparse, ¿habría pasado más tiempo en casa? ¿O habría vuelto a casarse y nos habría dejado a cargo de otra persona?

—No elegimos a quién queremos. Ni dejamos de querer a las personas cuando dan problemas.

—No. —Sachi suspira volviéndose hacia mí—. Sabía que lo entenderías.

Me clava una mirada expectante. Una nube se desliza sobre la luna, cubriéndonos de oscuridad, y contemplo el titileo anaranjado del farol. Ignoro qué está esperando Sachi oír de mí. El hecho de que ella se haya confiado a mí, ¿me obliga a devolverle el favor? No sé cómo funcionan las amistades femeninas. ¿Se espera que haya un intercambio de confidencias?

—Paul no es el hombre al que besé —reconozco al fin—. Debería haberlo sido, puesto que me pidió que me casara con él. Es Finn Belastra.

Sachi se ríe.

—¿El librero? ¿No es un poco…?

—Si dices que no es de mi clase te abofetearé.

—Iba a decir serio. ¡Parece tan serio! No puedo creer que hayas estado guardándotelo dentro. ¿Qué piensas hacer?

Me reclino en la lápida con un gemido.

—No lo sé. Solo faltan nueve semanas para mi ceremonia de intenciones. Cinco antes de que tu padre me entregue al hermano Anders.

Sachi se estremece.

—Qué asco.

—Lo sé, aunque no puedo casarme con Paul si estoy enamorada de otro.

Sachi me agarra por el hombro.

—Sí puedes. Si quieres salvarte, has de poder. ¿Tú crees que yo amo a Renjiro? —Suelta una risa como la de Rory, amarga y forzada—. No. Renjiro es un imbécil. Pero estoy haciendo lo que tengo que hacer. Además, podría ser peor.

Podríamos estar en Harwood. Guardamos silencio, cabizbajas.

—Supongo que tienes razón.

—Tienes muchos secretos, Kate Cahill —dice Sachi—. No era eso lo que estaba esperando que me contaras.

Me muerdo el labio.

—¿De qué estás hablando?

—De tus hermanas. Una de ellas es bruja.

—No. —Me arrebujo con la capa—. ¿Qué te hace pensar eso?

—Dijiste que perdiste el control de tu magia y no pudiste dominarla sola. No nos pediste ayuda ni a Rory ni a mí, y solo habrías acudido a otra bruja. ¿Quién queda?

Busco desesperadamente una explicación creíble. Por muy amable y sincera que Sachi se haya mostrado conmigo, sigue siendo la hija del hermano Ishida. Una cosa es que le cuente mis propios secretos. Eso solo puede perjudicarme a mí.

Se oye un chapuzón en el estanque, seguido de una risa demente y, por último, de la voz quejumbrosa de Rory.

—¡Sachi!

Agradeciendo la interrupción, me levanto de un salto.

—El estanque está helado. Pillará un resfriado.

Sachi se ciñe la capa a los hombros.

—No tienes que contármelo ahora, pero quiero que sepas que puedes confiar en mí, Kate. Si alguna vez me necesitas, te ayudaré. Siempre y cuando mi ayuda no ponga en peligro a Rory.

—Gracias, lo tendré en cuenta —digo.

Sin embargo, confío en no necesitar su ayuda.

Esa noche sueño que estoy tomando el té en casa de la señora Ishida. Llevo puesto el espantoso vestido de color orín de Marianne Belastra. Está almidonado y me pica. Cada vez que me muevo las faldas crepitan como el fuego, y todo el mundo se vuelve hacia mí. Sachi y Rory unen sus cabezas morenas y se ponen a cuchichear cubriéndose la boca con la mano. Sé que están hablando de mí.

¿Qué he hecho mal? Estoy agobiada, por las miradas, por el cuello alto del vestido. Intento desabotonármelo, pero soy demasiado brusca y me quedo con un botón en la mano. Es gris, ni siquiera hace juego con el vestido. ¿Por eso se ríen de mí?

El botón me resulta familiar.

Me despierto jadeando. El botón gris. Estaba debajo de los tablones con el diario de madre.

Salto de la cama. Por las ventanas entra una luz tenue y pálida; el cielo, de color gris, tiene vetas rosadas. Hace solo unas horas que me acosté. Abro la puerta muy despacio y me deslizo descalza y en camisón por el pasillo. En la casa reina el silencio.

El botón sigue donde lo dejé, en el cajón derecho del escritorio de madre. Es un botón pequeño, sencillo, corriente.

Lo sostengo en la mano. Ahora que sé lo que estoy buscando puedo notar la magia en él, sus pulsaciones, fuertes y regulares como los latidos de un corazón. ¿Significa eso que mi magia es más fuerte ahora que la de madre?

Acclaro.

El botón se convierte en una nota doblada en cuatro pliegues y sellada con lacre.

Madre utilizó su elegante papel de carta azul. La letra no son los trazos oscuros y desesperados de las últimas páginas de su diario. Esto lo escribió antes. Con detenimiento. Con esmero.

¿Por qué no me la entregó antes?

Me tiemblan las manos cuando empiezo a leer.

Queridísima Kate:

Si has encontrado esto, eso significará que ya me he ido. ¿Has leído mi diario? Si aún no lo has leído, lo encontrarás cerca. Tienes que empezar por él.

No sé cómo decirte esto… No soy tan valiente como tú, mi querida niña, pero debes saberlo. Debes saberlo y hacer cuanto esté en tus manos para protegerte.

Si Tess es bruja, es muy probable que ella, Maura y tú seáis las tres hermanas de la última profecía del oráculo. La profecía predice que una de estas tres hermanas será la bruja más poderosa de los últimos siglos, tan poderosa como para provocar el resurgimiento de las Hijas de Perséfone o, si cae en manos de la Hermandad, un segundo Terror. No obstante, únicamente dos hermanas sobrevivirán para ver la llegada del siglo XX, pues una hermana matará a otra.

Se me parte el corazón con solo pensarlo, no puedo imaginar algo así. Todas las hermanas tienen sus pequeñas peleas y envidias, pero yo he sido testigo de lo mucho que tus hermanas y tú os queréis. Tu madrina, sin embargo, dedicó años a estudiar los oráculos y jamás tropezó con una falacia. Las profecías de los oráculos de Perséfone siempre se han cumplido.

Tienes que encontrar la manera de impedirlo, Kate.

Interrumpo la lectura.

Releo las palabras de mi madre convencida de que las he entendido mal.

No, lo dice muy claro: «Una hermana matará a otra».

Eso significa que no puede estar hablando de Maura, Tess y yo. A veces me entran ganas de darles un bofetón, sobre todo a Maura, pero jamás les haría daño. Jamás.

Sigo leyendo:

Si Tess se ha manifestado, imagino que las Hermanas os estarán vigilando. La magia mental es un don inusual. Si descubren que lo posees, querrán que te unas a su lucha contra la Hermandad. Pueden ofrecerte muchas cosas, entre ellas, protección y educación, pero no piensan en la persona, solo piensan en el legado de la magia.

Pese a que no lamento muchas cosas en mi vida, Kate, yo utilicé mi magia mental a instancias de las Hermanas cuando estudiaba en su colegio y no creo que fuera algo justificado o correcto. Volví a utilizarla para escapar de esa vida y nunca me lo he perdonado. Está mal meterse en la mente de la gente sin su consentimiento. He intentado inculcarte la creencia de que la magia mental únicamente debe emplearse en circunstancias extremas. Las Hermanas querían que la usáramos sin reparos para recuperar el poder de las brujas. Sus objetivos son honorables, pero sus métodos resultan cuestionables.

No te obligaría a entrar en una guerra que no elegiste, aunque con tu don me temo que es inevitable.

Ten cuidado, Kate. Elige sabiamente. Protege a tus hermanas.

Con todo mi amor,

TU MADRE

Para cuando termino de leer, estoy encorvada en el suelo con las rodillas contra el pecho. La bilis trepa hasta mi garganta, y la obligo a bajar. Me deja la boca seca y amarga.

Me viene a la memoria la advertencia de Elena cuando dijo que enfadar a Maura sería tentar a la suerte. Me prometió que haría cuanto estuviera en su mano para velar por nuestra seguridad, pero la forma en que lo dijo, con esa duda en la voz, y la forma en que me miraba mientras lo decía, con esos ojos llenos de lástima…

La voz inquietante de Brenna: «Puedes evitarlo, pero no sin un sacrificio».

Madre creía en la profecía. Elena cree en la profecía. Las Hermanas creen en la profecía.

¿Cómo puedo detenerla?