Es un desafío, y yo no soy de las que se amilana ante un desafío. No lo hice cuando Paul me retó a trepar a un manzano o a caminar sobre la valla de la pocilga y no voy a hacerlo ahora.
Miro detenidamente la escena bucólica labrada en la mesa de palisandro, el lugar exacto donde ha desaparecido la botella de Rory. Puedo sentir el hechizo flotando allí, la magia vibrando en el aire. Mis hermanas y yo estamos muy igualadas, por lo que resulta difícil romper los hechizos. Según parece, es más fácil si la otra bruja no es tan fuerte como tú, y Rory no lo es. Forcejeo con su magia hasta que su encantamiento se resquebraja y puedo ver de nuevo la botella. El licor dorado centellea con la luz del sol. Commuto, pienso. Pero continúa siendo una botella. Respiro hondo. Noto mi magia debilitada, frágil.
—Olvida todo lo demás y concéntrate —dice Sachi.
La miro esperando desdén, pero sonríe, como si realmente deseara verme conseguirlo. Madre nunca me miraba así cuando practicábamos. Todo lo que tuviera que ver con la magia la dejaba transida e intranquila.
Sachi tiene razón. Finn, la profecía, Elena, saber que mis hermanas y yo no somos las únicas brujas del pueblo, todo me da vueltas en la cabeza, desviando mi atención. Tengo suerte de no haber convertido la sala en una pajarera. Vuelvo a respirar hondo y, repitiendo las palabras una y otra vez, lleno mi mente de una única intención.
—Commuto —digo alto y claro.
Ahora hay un gorrión de plumas marrones y pecho blanco encima de la mesa, donde antes estaba la botella. Rory pega un chillido y se levanta de un salto.
—Lo sabía. —Sachi levanta los brazos con gesto triunfal—. Buen trabajo, Kate.
—De bueno nada, es un trabajo horrible. ¡Los pájaros transportan enfermedades! —protesta Rory.
—Los pájaros de verdad. —Sachi descorre las pesadas cortinas de terciopelo a su espalda y retira el pestillo de la ventana. Cuando la abre, una ráfaga de aire fresco inunda la sala.
—Avolo —dice, y el gorrión sale volando con un batir de alas.
—Eso, eso, lúcete, pero ¿dónde está mi botella de brandy? —protesta Rory con un estremecimiento.
Sachi se vuelve hacia mí con ojos pícaros.
—Mira en los arbustos.
—¿Cuánto tiempo llevas practicando? —me pregunta Rory. Se quita los zapatos y se tumba en el sofá floreado como si fuéramos viejas amigas que no necesitan andarse con cumplidos.
—Desde los once. —Parecen impresionadas, por lo que me abstengo de aclarar que apenas he practicado desde la muerte de mi madre, que los conjuros que dominaba a los trece años son los mismos que domino ahora, a los dieciséis.
—Yo no empecé hasta los trece —explica Sachi—. Un día mi padre se pasó la cena sermoneándonos sobre la promiscuidad inherente a la mujer, y cuando subí a mi cuarto estaba tan enfadada que mi magia explotó. Hice añicos mis tres espejos y la caja de música que Renjiro me había enviado de New London. Tardé una semana en averiguar cómo arreglarlos, y durante todo ese tiempo tuve que inventarme excusas para mantener a las criadas lejos de mi cuarto. No podía permitir que papá pensara que su hijita tenía carácter.
La primera vez que hice magia yo tenía once años, Maura diez recién cumplidos y Tess siete. Era un día perezoso de verano, y Paul se encontraba de viaje. Harta de estar encerrada en casa, convencí a mis hermanas de que salieran al jardín a jugar conmigo. El olor a rosas y a hierba recién cortada nos envolvía mientras hacíamos dibujos con tiza en las losas.
Maura y yo empezamos a discutir porque me acusó de emborronar su dibujo a propósito. Me propinó un empujón y tropecé con Tess, que cayó al suelo, desgarrándose las medias y arañándose la rodilla. Maura dijo que la culpa era mía y que se lo contaría a mamá. Tess se quedó sentada en el suelo con los labios temblando y la rodilla sangrando. Estaba tan enfadada con Maura que quise sacudirla, quise que fuera ella la que estuviera llorando con el vestido rasgado y manchado de tiza y sangre.
Sentí que mi ira hervía cada vez más deprisa, hasta que finalmente se desbordó. Algo trepó dentro de mí y salió por las yemas de mis dedos. El vestido verde de Maura se rasgó. Tachones de tiza blanca le cruzaron la falda y un chorro de sangre la salpicó. Al principio pensé que lo estaba imaginando, entonces Tess abrió los ojos como platos y Maura empezó a gritar como una condenada, y comprendí que ellas también podían verlo. Intenté sobornarlas prometiéndoles cuentos y dulces. No prestaba demasiada atención a los sermones de los Hermanos, pero sabía cosas sobre las brujas, sabía que su magia era fruto del matrimonio de Perséfone con el diablo y que eran criaturas malvadas.
—¿Tu madre era bruja? —Rory estira los brazos más allá de su cabeza y las puntas de los dedos le cuelgan hacia el suelo.
Me aliso la falda con nerviosismo.
—Sí.
—¿Y tus hermanas? —pregunta Sachi.
—No —contesto al instante. Los Hermanos ya no pueden hacer daño a mi madre, pero mis hermanas son otra historia—. Me han aceptado completamente, pero soy la única.
—En ese caso tienes suerte de que te haya encontrado. —Sachi esboza una sonrisa traviesa—. A mí me viene por parte paterna. Mi padre no quiere que la gente lo sepa, pero su bisabuela era bruja.
—Yo no sé de dónde me viene —dice Rory—, aunque de mi madre seguro que no.
—No te pareces en nada a ella —le asegura Sachi, dándole unas palmaditas en la cabeza—. Tú eres mucho más fuerte.
Rory la aparta de un manotazo, y Sachi suelta un suspiro. Tengo la impresión de que es una discusión frecuente entre ellas.
—¿Qué puedes hacer además de ilusiones, Kate? —me pregunta Sachi.
—Nada más, que yo sepa. Mi madre solo me enseñó unos cuantos conjuros antes de morir. —Alcanzo un bollito de arándanos. Por muy simpática que sea Sachi, jamás le hablaré de la magia mental.
—Animar objetos con la mente es más difícil. Requiere más energía que las ilusiones. —La taza de Sachi se eleva del platito unos centímetros y regresa al mismo con un suave chasquido.
—Sachi hace que parezca muy fácil, pero no lo es —dice Rory—. Las cosas… en fin, las cosas no siempre van a donde yo quiero.
Sachi la mira de soslayo.
—Si no bebieras tu concentración…
—Agito —la interrumpe Rory, y una gruesa Biblia encuadernada en piel sale volando del estante y cruza la sala en dirección a la cabeza de Sachi.
—Desino —replica Sachi, y el libro cae inofensivamente al suelo—. Muy bien, Rory.
—No me sermonees y deja probar a Kate.
—¿Yo? ¿Aquí? —Lanzo una mirada nerviosa al recibidor. Al margen de hacer aparecer pájaros y plumas, nunca he hecho magia delante de otras personas aparte de madre, Maura y Tess. Me siento cohibida, como si Rory me hubiera pedido que me desnudara.
—No hay peligro. Elizabeth se ha ido al mercado, y la madre de Rory no bajará hasta la hora de cenar —me informa Sachi mirando el techo.
Pero es un conjuro nuevo. A saber lo que podría ir mal.
—Si rompes algo nadie lo notará —asegura Rory desde su posición supina en el sofá—. Mi madre nunca se da cuenta de los platos que faltan.
—Solo tienes que elegir un objeto y concentrarte en el lugar al que quieres que vaya. Has de señalar la ubicación exacta. Si te distraes el objeto puede acabar en otro lugar —me instruye Sachi—. Agito es el mejor conjuro, aunque a veces utilizo avolo para acelerar las cosas. Si pones algo en movimiento, desino lo detendrá.
Soy torpe con las lenguas, pero hasta yo reconozco que se trata de latín. Deposito mi taza en la mesa.
—¿Agito?
No se mueve. Lo intento de nuevo, con más empeño, imaginándola cinco centímetros a la derecha.
—¡Agito!
Nada. La frustración se apodera de mí.
Miro a Sachi con las mejillas coloradas.
—No puedo.
Sachi se limita a reír.
—No puedes esperar dominar un conjuro en dos minutos. Obsérvanos un rato.
Rory se sienta, y ella y Sachi empiezan a pronunciar conjuros, haciendo que toda clase de objetos vuelen por la sala: libros, cojines, los zapatos de Rory, el azucarero… Rory arranca las horquillas del cabello de Sachi, y un segundo después el sofá se eleva varios centímetros del suelo con Rory todavía encima, aullando. Juegan con la magia de una manera que yo desconocía por completo. Hacen que parezca divertida.
De pronto me gustaría que las cosas fueran diferentes. Que yo fuera diferente.
Madre se mostraba tajante; la magia no era ningún juguete. Heredarla no constituía un regalo ni un motivo de orgullo. Era una carga, y una carga pesada, y teníamos que aprender a controlarla para que no nos pusiera en peligro.
¿Qué habría pasado si hubiera aprendido magia sin todas las advertencias de madre, sin el miedo y la angustia que dominaban nuestras sesiones de práctica? ¿Habrían tenido los sermones de los Hermanos el poder de hacerme sentir culpable?
—Prueba tú también —dice Sachi, y eso hago.
En un momento dado la taza hace un ruidito prometedor, y las dos detienen sus esfuerzos para mirarla. Lo intento de nuevo. Esta vez la taza se desplaza diez centímetros.
Rory se mete los dedos en la boca y suelta un fuerte silbido.
—¡Es fantástico! Yo tardé semanas en aprender eso.
—Y yo. Eres increíble —asegura Sachi—. Debes de tener un don especial para esta clase de magia.
La miro con recelo, pero no está burlándose. Piensa realmente que soy buena. Señor, qué mal he juzgado a estas chicas.
Media hora después subo al carruaje. Sachi y Rory están junto a la verja, diciéndome adiós con la mano y asegurándome que asistirán a nuestra merienda del martes. El carruaje avanza dando tumbos por los adoquines, pero estoy tan cansada que podría dormirme. Me siento como si me hubieran golpeado la cabeza con una pala; tengo un dolor tenue en las sienes y las piernas pesadas. ¿Es por eso por lo que madre no nos contó que era posible mover objetos con la mente? ¿Quería esperar a que fuéramos mayores y más fuertes?
Sin embargo, madre sabía que estaba muriéndose. Si estaba preocupada por nosotras, debería habernos enseñado todo aquello de lo que éramos capaces. ¿Por qué no quería que desarrolláramos al máximo nuestro poder?
«Porque pensaba que era un error», susurra una vocecita dentro de mí, y eso me tranquiliza. Quería que fuéramos chicas normales y corrientes, que no corriéramos peligro.
Pero no lo somos. Y después de ver a Sachi y a Rory —de ver lo libres e intrépidas que son— empiezo a tener mis dudas. Tal vez Maura tenga razón. He estado esforzándome por seguir el ejemplo de madre porque no tenía otro. Pensaba que mantenernos a salvo significaba esconder nuestra magia, rechazarla por el peligro que entrañaba. Quizá no tenga que ser así. El Señor sabe que ahora necesitamos más que nunca cualquier cosa que pueda protegernos.
John detiene el carruaje delante de casa y me ayuda a bajar. En lugar de entrar, decido darme un paseo por el jardín. Les debo una disculpa a mis hermanas. Tendría que haberlas ayudado a aprender magia en lugar de ponerles trabas. Es importante que demos una imagen de respetabilidad, sí, que vistamos bien y nos relacionemos con nuestros vecinos; Elena puede ayudarnos con eso, y también Sachi. Pero, más allá de eso, siempre que seamos cuidadosas, podríamos aprender nuevos conjuros.
Ya no estamos solas en esto. Tenemos a Sachi y a Rory. Y a Elena, respaldada por todas las Hermanas. Pensar eso me produce un profundo alivio.
Durante el paseo ordeno mis pensamientos. Pese a que la idea de disculparme no me hace gracia —detesto reconocer que me he equivocado—, el nuevo plan de acción es bueno. Si permito que Elena nos enseñe conjuros de animación y sanación, tal vez comunique a las Hermanas que hemos estado cooperando y estas se den por satisfechas. No es una solución permanente, pero quizá nos permita ganar un poco de tiempo, el suficiente para descubrir más cosas sobre la última parte de la profecía. Para decidir si podemos confiar en las Hermanas.
No obstante el tiempo apremia. El sol de principios de octubre calienta, el cielo es azul como un huevo de petirrojo y está lleno de nubes esponjosas, pero ya estamos en otoño y falta poco para noviembre. Si no me decido pronto, los Hermanos me impondrán un marido.
Estoy tan absorta en mis pensamientos que no reparo en las mariposas hasta que las tengo volando por encima de la cabeza.
Mariposas azules con alas doradas. Mariposas rosas con topos naranjas. Mariposas atigradas con ojos ambarinos.
Nunca he visto unas mariposas como esas.
Me detengo, atónita. Salen de la rosaleda formando una estela inacabable.
Oigo una risa efervescente y acelero el paso. Es Maura. Reconocería esa risa en cualquier lugar. Pero si las mariposas están moviéndose, ¿cuándo ha aprendido a hacer conjuros de animación?
Rodeo el seto y entro sigilosamente en el jardín de rosas con intención de sorprenderla.
La sorprendida soy yo.
Elena Robichaud está sentada en el banco con un cigarrillo largo en los labios, lanzando anillos de humo. Cuando los anillos se elevan en el aire, los transforma en mariposas que echan a volar en pos de sus compañeras.
Y Maura… Maura está tendida en la hierba mirando a Elena con adoración. Lleva puesto uno de sus vestidos viejos, y sus cabellos rojizos brillan bajo el sol.
Elena levanta la vista.
—Hola, Kate. —Da otra calada a su cigarrillo. El anillo de humo se transforma en una mariposa de alas aterciopeladas de color rubí. Se aparta el cigarrillo de los labios, lo tira al suelo y lo aplasta con el botín—. Maura y yo estábamos haciendo conjuros de animación. ¿Te gustaría probar?
Me invade la rabia. Pese a sus bellas palabras sobre la amistad, esta mujer no acaba de gustarme. Su relación con Maura me inspira desconfianza. Cuando éramos muy pequeñas, Maura siempre me miraba con esa misma adoración, como si estuviera dispuesta a seguirme a todas partes, a embarcarse en cualquier proyecto que yo le propusiera.
A los pies de Elena descansa un libro marrón con letras blancas. Me concentro en él. Me aíslo de todo lo demás y no permito que la posibilidad de un fracaso penetre en mi mente.
—Agito. —En casa de los Elliott he levantado la taza con un golpecito suave de la mente. La forma en que ahora impulso ese libro no tiene nada de suave.
Cruza volando el jardín y aterriza justo donde quería, a los pies de la estatua de Atenea.
—¡Kate! —exclama Maura—. ¿Dónde has aprendido eso?
Camino hasta el centro de la rosaleda.
—Elena, me gustaría hablar con mi hermana. A solas.
—Estamos en medio de una clase —replica altivamente Maura, al tiempo que se apoya en los codos—. Estás interrumpiéndonos.
—¡Por suerte para nosotras! —Señalo la casa semioculta tras los setos—. ¡Dudo mucho que padre la haya contratado para enseñarnos esto!
—No sabía que supieras hacer conjuros de animación —señala Elena.
—Yo tampoco —rezonga Maura, poniéndose en pie y sacudiéndose la hierba de la falda.
—Ah, por favor, si lo he aprendido hoy.
Sin embargo, siento una punzada de culpa por los demás secretos que le estoy ocultando a mi hermana. Son tantos: mi magia mental, la profecía, la carta de Zara, el beso de Finn. Si yo me he enfadado por encontrarla practicando magia con Elena sin mi permiso, multiplica ese enfado por diez en el caso de Maura y aún creo que me quedaría corta.
—¡Mientes! —me acusa, llevándose las manos a las caderas—. Yo llevo toda la tarde practicando y no he conseguido mover nada.
Con un suspiro, me inclino para arrancar un hierbajo.
—De vez en cuando consigo que algo penetre en mi denso cerebro.
—En cualquier caso lo has aprendido muy deprisa —dice Elena con cautela, y se me forma un nudo en el estómago. ¿Quién me mandaría alardear?
—Lo que quieras contarme puedes decirlo delante de Elena. Ella quiere ayudarnos —insiste Maura. Arranca una rosa y se la encaja detrás de la oreja.
Respiro hondo.
—Eso dice.
Elena se levanta con el entrecejo arrugado.
—Si pudieras dejar de comportarte como una cría y reconocer que… —Se atusa el cabello para tranquilizarse—. Tienes razón. Vosotras dos necesitáis hablar. Estaré en mi habitación.
Maura y yo la vemos salir elegantemente de la rosaleda con sus faldas susurrando contra los adoquines. No sé por qué, pero siento que soy yo la que ha salido mal parada en esto.
—¿Qué diantre te pasa? —me pregunta Maura.
—¡Es una extraña! ¡Y le has hablado de nosotras! —Maura no responde. Avanzo martilleando los adoquines con mis zapatos de tacón, como si fueran cascos de caballo, hasta tenerla delante—. ¿Verdad?
Maura se cruza de brazos.
—¿Y qué si lo he hecho? ¿Acaso he de pedirte permiso?
—¡Ya que lo preguntas, sí, deberías pedirme permiso! Y también a Tess. No es solo tu secreto, Maura.
—¿Qué crees que hará Elena? ¿Delatarnos a los Hermanos? Ella también es bruja. Quiere enseñarnos cosas. Conoce un montón de conjuros. Podemos confiar en ella, Kate.
—¿«Podemos»? Elena no ha sido del todo sincera contigo. —Me muerdo el labio, tratando de ignorar el hecho de que yo tampoco lo he sido. Tomo asiento en el banco. El mármol aún está caliente por el cuerpo de Elena—. Con ninguna de nosotras, quiero decir. No es casualidad que haya venido a parar aquí, a una casa con tres brujas. Las Hermanas… las Hermanas son todas brujas.
—¿«Todas»? —Maura ahoga un grito. Asiento con la cabeza, pero no tiene la reacción que esperaba—. Eso significa… ¡Kate, eso significa docenas de brujas ya solo en el convento de New London! Elena ha estado insinuando la posibilidad de ingresar en las Hermanas, y yo no entendía por qué, pero… Ahora todo adquiere sentido.
Los ojos le brillan de la emoción. Me tira de la manga.
—¡Podríamos ingresar en las Hermanas! Ellas podrían enseñárnoslo todo sobre magia. Y estaríamos en New London y no tendríamos que casarnos con un vejestorio horrible. —Empieza a dar vueltas por entre las rosas, y el impulso le hincha las faldas—. ¡Es perfecto!
Oh, no.
—Maura —digo quedamente—, no es tan sencillo.
—¿Por qué no? No me digas que estás enamorada de Paul. Tú misma dijiste que en realidad no quieres casarte con él. Podríamos seguir las tres juntas, y a salvo de los Hermanos.
Está tan feliz, tan bonita girando bajo el sol.
Y tiene razón. Ahora que sé quienes son, las Hermanas se han convertido en una opción viable. Desde luego es mucho mejor que casarse con un viejo y hacer de niñera de media docena de mocosos. Así y todo no acabo de confiar en las promesas de Elena. No debe de resultar fácil mantener oculta la verdadera naturaleza de las Hermanas. ¿Me pedirían que utilizara mi magia mental contra sus enemigos, como en los viejos tiempos? ¿Es esa la razón de que madre se casara con padre y huyera al campo?
«Seréis perseguidas por gente que deseará utilizaros para sus propios fines. Debéis tener mucho, mucho cuidado. No podéis confiar a nadie vuestro secreto».
¿Estaba siendo excesivamente cauta o sus advertencias eran justificadas? ¿Qué sabía de las Hermanas que yo no sé?
Maura ve la duda en mi rostro.
—O, si lo prefieres, podrías casarte con Paul. Si Tess y yo ingresamos en las Hermanas, estaríamos todas en New London. ¡Tienes opciones!
¿En serio? Entonces ¿por qué no me satisface ninguna?
Maura da otra vuelta y cae sobre la hierba, mareada y encantada con la idea de escapar. Este pequeño rincón del mundo es suficiente para mí, pero no para ella. Tal vez sea por todas las novelas que ha leído; tal vez sea por las historias que madre le contaba en la cuna. Desea algo más. Lo expresó sin rodeos la semana pasada, aunque creo que no he comprendido la magnitud de ese deseo hasta ahora.
Elena, en cambio, lo percibió al instante. Es una chica astuta, Elena. Pese a que está aquí para protegernos, entretanto intenta reclutar a Maura. ¿Cree que Maura es la hermana de la profecía? ¿O simplemente sospecha que una vez que consiga a Maura, Tess y yo seremos las siguientes en caer? Seguro que sabe lo mucho que quiero a mis hermanas, lo inextricablemente unida a mi vida que está la promesa que le hice a mi madre. Renunciaría a mi felicidad si eso pudiera garantizar la seguridad de Maura y Tess. Si quisieran vivir con las Hermanas, si eso asegurara que los Hermanos no pudieran ponerles un dedo encima, no creo que pudiera oponerme.
—Elena es maravillosa —continúa Maura, poniéndose en pie. Está despeinada, y la rosa se le ha caído al suelo—. Es inteligente y atenta, y ha sido muy generosa con nosotras. Deberías ser más amable con ella.
—Tal vez sea todas esas cosas, pero no ha sido muy sincera que digamos. Fue enviada aquí para espiarnos y averiguar si éramos brujas. Es normal que desconfiara de ella.
—Y ahora que ya conoces los motivos, deberías pedirle disculpas por tu mala educación. —Maura se sienta a mi lado y me abraza por la cintura—. Sé que no estás acostumbrada a verme unida a otra persona, pero su amistad es importante para mí. Yo no me he enfadado cuando Sachi y Rory te han invitado a tomar el té y a mí no. No puedes pasarte el día mirando por encima de mi hombro para intentar protegerme.
Una mariposa morada regresa a la rosaleda y se posa en la vara de oro, con las alas en movimiento.
—Siempre querré protegerte, pase lo que pase.
Maura sacude la cabeza.
—Pues deja de hacerlo. Piensa en tu propio futuro por una vez. Las Hermanas podrían ser la solución perfecta para todas nosotras.
La puerta del dormitorio de Elena está abierta. Elena es una silueta oscura ante la ventana iluminada, un cuadro enmarcado por cortinas verdes.
—Te estaba esperando —declara, volviéndose hacia mí. Frunce sus labios rosados con gesto pensativo—. Kate, te dije que no hay razón para que seamos adversarias, pero la mala educación tiene un límite. Creo que me debes una disculpa.
Cierro la puerta y me apoyo en la hoja.
—Deberías haber hablado conmigo antes de empezar a enseñarle magia a Maura.
—No eres su madre —replica sin rodeos. Al ver mi cara de estupefacción levanta una mano—. No lo digo para herirte, Kate, pero Maura no necesita tu permiso, y yo, tampoco.
Me hiere, independientemente de cuál sea su intención. Camino hasta el centro de la habitación, prácticamente temblando de ira.
—Podría despedirte, ¿sabes?
—Las Hermanas enviarían a otra chica en mi lugar, y tal vez no fuera tan paciente como yo. —Elena menea la cabeza, y sus pendientes de plata bailan—. No quiero que discutamos por eso. Pero tengo un trabajo que hacer aquí y voy a hacerlo con o sin tu cooperación. ¿Me he explicado con claridad?
El miedo desciende por mi espalda.
—Con absoluta claridad.
—Bien. Sigamos. Maura es una chica lista y curiosa, no es justo que se la coarte.
Me cierno amenazadoramente sobre Elena, agradeciendo por una vez mi estatura.
—No me digas cómo es mi hermana. La conozco mejor que tú.
—¿En serio? —Elena ladea la cabeza—. Porque a mí me parece que ocultarle las cosas no está nada bien. La profecía también afecta a su futuro. Se pondrá furiosa cuando la descubra, y con toda la razón. ¿Y si ella es la hermana más poderosa? Debería saberlo, para poder protegerse.
Arrugo el entrecejo. Por mucho que me cueste reconocerlo, lo que dice tiene sentido. Maura y Tess tienen derecho a saber. Los secretos llevan muchos días pesando sobre mi conciencia.
—Acabo de hablarle a Maura de las Hermanas.
—Únicamente para intentar demostrarle que no debe confiar en mí —replica Elena.
¿Tan transparente soy?
—Porque no estoy segura de que podamos confiar en ti. Si quisiéramos ingresar en las Hermanas, ¿qué implicaría?
Elena toma asiento en una de las butacas verdes que hay junto a la chimenea y me pide con un gesto que haga otro tanto. Me siento en el borde, lista para saltar.
—En el convento hay varias docenas de estudiantes, todas brujas, con edades que van desde los diez hasta los veinte años. Seríais formadas en las diferentes clases de magia, así como en la historia de las Hijas de Perséfone. Si sois las tres hermanas de la profecía, es el lugar más seguro para vosotras. Estaríais bien cuidadas y tendríais todo lo que necesitarais.
—¿Y si no queremos ingresar en las Hermanas?
—¿Por qué no ibais a querer? —Elena lanza las manos al aire. Su anillo de plata atrapa un rayo de sol—. No puedo creer que desees quedarte en este ridículo pueblo para siempre. Tus vecinos son idiotas. Tu padre nunca está en casa. ¿Qué te retiene aquí?
Contemplo por la ventana los campos recién segados. No son mis vecinos, y tampoco mi padre, quienes hacen que sienta este lugar como mi hogar. Son las tumbas de la ladera. El jardín de rosas. Tess tocando el piano después de cenar. Maura representando escenas de sus novelas. Paul. Finn.
Yo soy eso. Si decidiera quedarme aquí, ¿Maura y Tess se marcharían sin mí?
—Puede que a ti no te parezca gran cosa, pero es nuestro hogar.
—Maura detesta este pueblo, y Tess siente que se asfixia. Con las Hermanas tendrían acceso a una educación maravillosa, mágica y no mágica. Creo que resultaría muy fácil convencerlas. Por lo que el problema eres tú. ¿Es por el señor McLeod? —Elena cruza las manos sobre el regazo—. Maura dice que el señor McLeod tiene intención de volver a New London. Podrías verle de vez en cuando. Si no eres la hermana más poderosa, después de terminar el colegio podríamos considerar la posibilidad de que dejaras la orden para casarte con él. Tenemos una red de ex alumnas por toda Nueva Inglaterra que nos hacen de ojos y oídos.
Que les hacen de espías, quiere decir. Mantengo el semblante deliberadamente impasible y me concentro en el papel de la pared a su espalda. Verde claro con tulipanes rosas.
—¿Y si yo fuera la más poderosa?
—Necesitaríamos que te quedaras con las Hermanas. No le has prometido nada al señor McLeod, ¿verdad? —Elena se inclina hacia delante, agarrando el brazo curvo de su butaca, luego se relaja—. No importa. Los compromisos pueden romperse antes de la declaración de intenciones. Los Hermanos no se inmiscuirían si descubrieras una vocación religiosa.
Aprieto los dientes.
—No estoy prometida. Todavía.
—¿En serio? ¿Qué te lo impide? El interés del señor McLeod resulta evidente —dice Elena, y enseguida lamento no poder dar marcha atrás y tragarme mis palabras—. Puede que te haya llegado el momento de reflexionar, Kate. Estás tan preocupada por tus hermanas… ¿Alguna vez te has parado a buscar en tu corazón?
¿Qué desea mi corazón? Clavo la mirada en la alfombra rosada.
Me imagino arrodillada en un jardín creado por mí. No es un gran laberinto de setos, flores y estatuas. No hay glorietas ni estanques. Hay uno o dos arces rojos y algunos rosales con brotes rojos y blancos. Estoy plantando bulbos y esquejes que se transformarán en tulipanes y peonías. Tengo las manos sumergidas en la tierra fresca y húmeda. Sentado en un banco cercano hay un hombre leyendo un libro en voz alta, como hace tiempo solía hacer padre por las tardes.
El hombre no es Paul McLeod.
Tiene los ojos castaños, gafas y un pelo rebelde que se niega a permanecer aplastado. Tiene un mapa de pecas sobre unos brazos sorprendentemente fuertes. Tiene una sonrisa que me acelera el corazón cuando se detiene a media frase para mirarme.
—Kate, si puedes hacer magia mental… —Elena respira hondo—, podrías ayudar a otras chicas como tú. Hay otras brujas jóvenes ahí fuera, solas y asustadas. Y chicas que no son brujas, que simplemente son extrañas y no han tenido suerte. Todas esas chicas están a merced de los Hermanos. —Golpea el brazo de la butaca con la palma de la mano—. No es justo que las chicas tengan que crecer con miedo, que estén obligadas a tomar decisiones sobre su futuro antes de estar preparadas. Si eres la hermana más poderosa, podrías ayudarnos a cambiar eso. Podrías ayudar a las mujeres de Nueva Inglaterra a recuperar su independencia. Eso sería maravilloso, Kate. No puedes ignorarlo.
Los ojos de Elena adquieren un brillo intenso; su rostro, por lo general sereno, se ilumina ante la promesa de un futuro nuevo, un futuro donde las brujas y las mujeres en general recuperan su poder. Guardo silencio. Elena tiene razón. Pero está hablando de una responsabilidad mucho mayor de la que madre me exigió jamás. Las expectativas de las Hermanas, la profecía, la idea de ser la responsable del bienestar de docenas de chicas… Es todo demasiado aterrador.
Elena me observa.
—¿Juras que nunca has intentado practicar la magia mental?
—Lo juro. —Tal vez podría utilizar la indiscreción de Maura en mi propio beneficio. Elena ya piensa que estoy reñida con la magia, lo cual no es del todo incierto—. Siempre me ha dado miedo. Los Hermanos dicen cosas horribles sobre ella.
—La magia mental puede ser peligrosa en las manos equivocadas —reconoce—. Si no puedes hacerla, no pasa nada. Puedes ingresar en las Hermanas o no, como desees. Pero si puedes practicarla sería preferible para todas que lo descubriéramos cuanto antes. Nosotras nos ocuparemos de tu seguridad, y no harás promesas que no puedas cumplir. Quizá deberíamos tener una clase mañana. Podéis probar las tres. De ese modo conoceremos la verdad, ¿no crees?
¡No! No estoy preparada. Necesito más tiempo para contrarrestar las palabras de Elena con las advertencias de madre.
—¿Mañana? —Me levanto de un salto—. ¡No! Es demasiado pronto. Tess solo tiene doce años. Aún es muy joven para probar una magia tan poderosa. ¿Y si saliera mal?
Elena ladea la cabeza. Está preciosa en esa butaca de respaldo alto, majestuosa como una reina.
—La magia de Tess parece bastante estable. Llevo dos semanas aquí y no la he visto perder el control una sola vez.
Tess raras veces pierde el control; ni siquiera lo perdió el año pasado, cuando empezó a dar sus primeros pasos en la magia. Esa no es la cuestión. Aprieto la mandíbula.
—No quiero que le enseñes magia mental a Tess. Y tampoco a Maura. Si descubro que lo haces, te despediré.
—No creo que a Maura le guste eso. —Elena sonríe—. Me ha tomado mucho cariño.
Me encamino hacia la puerta.
—Le guste o no, haré lo que sea mejor para nosotras.
Elena se reclina en su butaca.
—¿Aunque te odie por ello?
Tengo la sensación de que mi sonrisa podría partirse en dos.
—No sería la primera vez.
—Tal vez ahora fuera diferente. Si me despides, solo conseguirás que Maura te odie. Me cuesta creer que puedas desear eso, sobre todo si sois las tres hermanas de la profecía.
Me detengo con la mano en el picaporte.
—¿Qué tiene eso que ver?
—Lo digo por la última parte de la profecía. No quieres correr ese riesgo, ¿verdad? Tentar a la suerte. —Elena vibra con un escalofrío y sus ojos… Conozco esa mirada. Es la forma en que nos miraba la gente en el funeral de madre. Con lástima—. Entiendo que estés disgustada con todo esto, Kate. Sé que te produce un gran desasosiego. Te prometo que haremos todo lo que podamos por garantizar vuestra seguridad. La de las tres.
Elena conoce la última parte de la profecía.
No puedo permitirme reconocer que yo no.
Aunque no entiendo su lástima, esta podría serme útil. Me vuelvo hacia Elena mientras permito que mis ojos se llenen de lágrimas. No me resulta difícil.
—Necesitamos más tiempo. Te lo ruego, dame unos días para que se lo cuente a Maura y a Tess y puedan asimilarlo. Ha ocurrido todo tan deprisa…
Elena arruga el entrecejo.
—De acuerdo. Supongo que unos días no harán ningún daño. Pero confío en que mantengas tu palabra, Kate. Si no lo haces, habrá consecuencias.