Una vez hubimos aterrizado, llevé en seguida los perros al patio y los encerré, y a «Esaú» lo dejé afuera, pero con las prisas me olvidé de atarlo. Tal vez no cerrara bien la puerta del patio, debido a la excitación que me dominaba. Di entonces rápidamente al doctor la manta y regresé apresuradamente a donde estaban los perros.
Encontrome ante un ovillo de perros que se movía, gruñía y mordía furiosamente; era una suerte para «Esaú» que en tales luchas no suelen lanzarse todos los perros contra uno solo. Dirimen unos con otros sus viejas querellas, que durante tiempo habían estado refrenando. Se produce un combate de perro a perro, individualmente. Sin embargo, me di cuenta de ello en seguida, «Tom» sólo quería luchar con «Esaú». Había roto la larga correa, y conocíase que estaba descansado. Los ataques ocasionales de los otros perros los rechazaba débilmente, y como solamente de paso, pero se ensañaba en sus ataques contra «Esaú», poniendo en ellos todas sus recuperadas energías.
Cogí un garrote y empecé a repartir golpes contra el ovillo perruno, sin mirar dónde los daba. Los otros perros, fatigados por el largo viaje, y menos furioso que los dos guías, abandonaron la lucha relativamente pronto. Fui llevando a uno tras otro a su respectiva casita, y allí les dejé fuertemente atados. Sus ladridos, gruñidos y aullidos acompañaron hasta el fin la lucha de los dos rivales.
«Esaú» y «Tom» eran menos alborotadores, y sólo de vez en cuando proferían algún gruñido. Por lo general rodaban sobre la nieve, agarrados uno a otro y propinándose fuertes mordiscos. Cuando yo trataba de agarrar a uno de ellos o me acercaba con el garrote en la mano, me enseñaban rápidamente los dientes, cual si quisieran morderme, pero volvían en seguida a lanzarse contra su respectivo rival. Su piel estaba ensangrentada en muchas partes, y la nieve estaba también teñida de sangre.
«Esaú» era mayor que «Tom», pero estaba cansado y se movía lentamente. Casi cada nueva agresión de «Tom» le arrojaba al suelo, pero no dejaba de corresponder generosamente a sus mordiscos. Su piel gruesa y peluda compensaba algo su menor energía y celeridad.
Otra vez traté de agarrar a «Esaú», pero éste me amenazó con un gruñido. «Tom» aprovechó este instante para atacarle por el costado con todas sus fuerzas. Antes de que «Esaú» hubiera caído al suelo, bajo la furia del ataque, «Tom» le tenía agarrado ya por el cuello.
Ahora pudo comprobarse cuán fuerte era «Esaú» en realidad. Arrastró a «Tom» a través de todo el patio y lo lanzó contra la pila de leña que había junto al cobertizo, haciendo que los troncos cayeran sobre ellos con gran ruido. Con grandes esfuerzos lograron salir de debajo del montón de leña que se les había venido encima. Sin embargo, a pesar de este incidente, «Tom» no había soltado su presa. «Esaú» trató de arrimar a su adversario contra la pared del corral, pero no lo consiguió. Al correr, se cayó, arrastrando consigo a «Tom» en su caída, pero éste no le soltó, e incluso cuando «Esaú», en su lucha desesperada, le dio ocasión para ello, volvió a agarrarlo de nuevo, esta vez aún más fuerte. «Esaú» ya no tenía posibilidad alguna de librarse de los dientes de «Tom».
Pero yo sí tuve ahora una posibilidad de ayudarle. «Esaú» no podía morderme, porque «Tom» se lo impedía, y «Tom» tampoco podía hacerlo, porque no quería soltar la presa. Entonces me arrojé sencillamente sobre los dos perros, y cargué sobre ellos todo el paso de mi cuerpo. Luego cogí con una mano a «Tom» por la garganta, y apreté cuanto pude. Con la otra mano agarré su hocico con la esperanza de impedirle respirar.
«Tom» gruñó amenazadoramente y sus ojos se clavaron en mí con una mirada siniestra, llena de odio. «Esaú» no emitió ningún gruñido. Jadeaba y daba resoplidos, y de vez en cuando su cuerpo se estremecía.
Yo no quería perder a «Esaú». De pronto me di cuenta de que le quería mucho, y pensé: «Mediante mi intervención di ocasión a “Tom” para que agarrara a “Esaú” por la garganta. Si le estrangula, yo habré tenido la culpa». Con rabia, apreté ahora más fuerte, y cargué todo el peso de mi cuerpo sobre el pecho de «Tom», cuya respiración se hacía más dificultosa.
«Esaú» vino en mi ayuda. Probablemente notó que la presión ejercida en su cuello se había aflojado, y empezó a agitarse de nuevo y a tirar con todas sus fuerzas. De pronto estuvo libre y se puso en pie. Mientras yo me hallaba todavía tendido sobre el cuerpo de «Tom», él permaneció unos instantes junto a nosotros, con la cabeza gacha, mas luego se dirigió a su casita tambaleándose. Entonces llevé a «Tom» también a su casita y anudé cuidadosamente la correa rota. Luego procedí a atar también a «Esaú», que yacía enroscado en su casita, respirando dificultosamente. Mientras me hallaba ocupado con los perros, me había olvidado de cuanto ocurría a mi alrededor. Al dirigirme a la cabaña, ya no vi el avión sobre el hielo del lago.
Me sentí muy cansado y muy triste.