Yo había salido con el trineo y los perros a recorrer la zona de caza con trampas, y ahora estaba de regreso.
«Tom» salió corriendo a nuestro encuentro, dando grandes saltos, y me extrañó que Trapper-Fred lo hubiera soltado, sabiendo que yo llevaba a «Esaú» como perro de guía. Pero «Tom» no se preocupó por «Esaú». En seguida advertí que de su collar pendía un trozo de cuero. Se lo quité y encontré en él un papel escrito en el cual Trapper-Fred me decía: «Apresúrate, apresúrate cuanto puedas. Se acerca un blizzard. Fíjate en los disparos».
Yo conocía ya el blizzard. Aun cuando se encontrara uno en el interior de una sólida cabaña, tenía motivos sobrados para temerle. Se ha dado el caso de personas que perecieran víctimas del blizzard a pocos pasos de su cabaña. Me asusté, pues, al leer la nota, y fustigué los perros. Pero tuve que detenerme de nuevo, porque «Esaú» y «Tom» disponíanse ahora a volver a pelear. Tuve que alejar primero a «Tom» a latigazos e impedir que volviera a acercarse al trineo.
No solíamos pegar a nuestros perros, pero ahora les pegué hasta hacerles gemir de dolor, y les pegaba cada vez que empezaban a caminar más despacio. Mis manos estaban cansadas de tanto sujetar al trineo y de agitar el látigo, y estaba ronco de tanto gritar.
Sin embargo, no se descubrían señales de que fuera inminente el blizzard. No hacía frío y el aire estaba completamente quieto. Por el oeste veíase una franja bastante clara sobre el horizonte, pero rápidamente fue haciéndose más estrecha.
Una vez se detuvo «Esaú» y olfateó el aire. Los otros perros hicieron lo mismo. Y de pronto empezaron a tirar del trineo todos a la vez. Habían percibido el blizzard. Ahora corrían a todo correr, por lo cual pude ahorrar el látigo.
De pronto dejose oír en el aire un leve ruido, parecido a un canto, y una ráfaga de viento arremolinó la nieve delante de nosotros, y noté como si ésta me pinchara el rostro como con agujas. Pero en seguida volvió a quedar la nieve tranquila como antes. Sólo percibíase el leve canto en el aire, e íbase haciendo cada vez más claro.
Me tranquilicé un poco, pues ahora no distábamos de la cabaña más de un cuarto de hora. Podíamos divisarla desde el próximo ángulo del bosque. Pero de repente no vi ni el ángulo del bosque ni la cabaña. El blizzard estaba allí, como un muro de tormenta y de nieve. Mi propio aliento fue rechazado violentamente contra mi pecho, y tuve que agarrarme con todas mis fuerzas al trineo, para que el blizzard no lo arrancara de mis manos. No podía ver ni los perros ni el trineo.
Pareciome oír disparos, pero también podía tratarse del ruido producido por unas ramas al romperse. Ya no sabía a qué profundidad estaba metido en la nieve, todo delante de mí era nieve, un muro de nieve.
Los perros caminaban más lentamente. El trineo iba avanzando delante de mí dando sacudidas. Ahora lo percibí más claramente: en medio de la borrasca habían sonado unos disparos. Debía de encontrarme muy cerca de la cabaña, pero todavía no la veía. Es imposible ver nada a través de un muro de nieve.
Oí la voz de Trapper-Fred que gritaba:
—«Pequeño Zorro». ¡Por aquí, «Pequeño Zorro»!
Pero yo no sabía en qué dirección venía la voz. De pronto sentí las manos de Trapper-Fred sobre mi «parka». Solté el trineo y me dejé llevar al interior de la cabaña. Sólo distaba unos pasos de ella.
Dentro de la cabaña se estaba caliente y había luz. Permanecí unos instantes de pie, como aturdido por el silencio y la seguridad en que me vi de pronto envuelto. Trapper-Fred salió para llevar los perros a sus casitas, pero dejó a «Esaú» dentro de la cabaña conmigo. El perro dirigiose a la estufa y sacudiose la nieve.
Yo seguía de pie, en medio de la cabaña, como paralizado. Afuera continuaba rugiendo la borrasca, y parecíame como si hubiera de llevarse la cabaña entera y arrastrarme también a mí junto con ella. Sentía mucho miedo.
Pero entonces entró Trapper-Fred. Vi cómo dejaba en el suelo la caja del sebo y empezaba a friccionar las patas de «Esaú». Por fin pude moverme, saliendo de la especie de parálisis en que me hallaba sumido. Fui hacia la mesa y me senté en la silla. Me quedé allí sentado, mirando a Trapper-Fred. Éste se acerco a mí y me ayudó a quitarme la «parka», porque me era imposible hacerlo yo solo.
Me puso la comida delante. Me dio sopa de pemmican. Pero sólo me di cuenta de ello cuando me dio el segundo plato. Lo dejé completamente vacío. Luego tomamos té y fumamos.
—Ya lo ves, esto es el blizzard —dijo Trapper-Fred—. Cuando te pille fuera de casa, y ya sabes ahora de qué modo se presenta de improviso, harás una pequeña cueva cavando en la nieve, o si tienes tiempo para ello, la harás por medio del trineo, ramas y nieve. Entrarás con los perros en ella. Los perros se acurrucarán a tus pies y te los calentarán. Con ello tendrás una buena oportunidad para salvarte, si el blizzard no dura mucho rato. Tuve que hacerlo una vez en que no había tiempo para llegar hasta el refugio. Cuando hoy me he dado cuenta de lo que ocurría, de nada habría servido correr a tu encuentro. Sólo quedaba el recurso de utilizar a «Tom». La mayoría de los perros no saben hacer otra cosa más que arrastrar trineos y correr tras los venados. Pero «Tom» es capaz de pensar. Sólo temía que no comprendiera lo que yo quería de él, a pesar de que le he enseñado a seguir una pista. Regresó corriendo varias veces a mi lado, porque yo no le seguía, mas al fin comprendió de lo que se trataba. Me alegré de ello, pues todo dependía de unos pocos minutos. Cuando regresó, calculé por el tiempo que había tardado, que tú podías aún llegar sano y salvo.
—Mañana veré si a «Tom» le gusta el chocolate —repuse.
Y Trapper-Fred me advirtió, riendo:
—Pero guarda también un poco para tu «Esaú». Después de todo fue él quien te trajo a casa.
Al oír estas palabras, «Esaú» levantó la cabeza y nos miró a los dos.