Unas semanas más tarde llegó a casa aquel hombre blanco que se había casado con una hermana de mi padre. No está bien considerado el hombre que se casa con una india. Dicen de él desdeñosamente que es un squawman. Uno de estos hombres era Trapper-Fred. Recuerdo que antes había estado algunas veces en casa, pero ahora hacía ya mucho tiempo que no había venido a vernos. «Ojos-de-salmón» estaba con él. Trapper-Fred reprendió vivamente a mi abuelo, el jefe. Éste se hallaba sentado en su cama, mirando hacia un lado, y durante unos instantes guardó silencio. Pero al ver que Trapper-Fred continuaba hablándole, se enfadó, escupió delante de sus pies, y dijo:
—¡Lo que dice un squawman es como el aullar de un perro!
Entonces Trapper-Fred se irritó sobremanera, cogió a mi abuelo por el pecho, lo levantó, y le habría pegado de no haberle agarrado del brazo «Ojos-de-salmón». Mi abuelo irritose también, y rugió:
—Yo soy el jefe «El-que-va-en-busca-del-salmón». He matado a hombres en el combate, y ningún squawman puede golpearme sin que muera a mis manos.
—¿Dónde hay aquí un jefe? —preguntole Trapper-Fred—. Tú eras en otro tiempo un jefe, y yo tomé por esposa a la hija de un jefe. Pero la hija del jefe murió y el jefe convirtiose en un borracho, que anda mendigando unas gotas de whisky.
»¡Mátame, pues! —exclamó Trapper-Fred—. ¿Por qué no me matas? ¿Dónde tienes tu rifle, gran jefe “El-que-va-en-busca-del-salmón”? Es que lo has cambiado por whisky. ¿Dónde están tus perros? ¿Dónde están tus trampas? ¿Dónde está tu tribu?
Entonces, el anciano ya no respondió una sola palabra. Vi que temblaba intensamente. Luego dejose caer sobre su lecho y volvió el rostro hacia la pared.
Después Trapper-Fred dirigiose a mí diciendo:
—Tú también eres un borrachín. Él, por lo menos, en otro tiempo fue un gran jefe, antes de que se convirtiera en un borracho. Pero no serás jamás otra cosa más que un pequeño borrachín. Luego morirás y no serás más que un borracho muerto. ¿Para eso te trajo tu madre al mundo?
—¡No! —gritó—. No he vuelto a beber desde entonces, ni volveré a hacerlo en mi vida. Así se lo prometí a «Ojos-de-salmón», y no ocurrirá como tú dices. Yo no seré ningún borracho muerto.
Me miró largamente. Luego dijo a «Ojos-de-salmón»:
—Habría que probar con él.
Y luego dijo dirigiéndose a mí:
—Ven conmigo, «Pequeño Zorro».
Así, pues, salí de la cabaña con él y con «Ojos-de-salmón», dejando en ella al anciano que ya no era ningún jefe, pero todavía era mi abuelo, y yo estaba muy triste.
Trapper-Fred dio a «Ojos-de-salmón» muchos billetes de banco y se marchó. Nosotros fuimos entonces a la tienda y compramos vestidos, camisas y zapatos para mí y también un saco para meter todas las cosas. Luego me hizo cortar el pelo muy cortito. En su casa, tuve que lavarme en agua caliente, con mucho jabón y con un cepillo, y por dos veces tuvo que decirme «Ojos-de-salmón»:
—Todavía estás sucio. Lávate otra vez.
Por la noche tuve que ponerme una camisa muy larga, y los dos nos reímos de mi propia facha. Dormí al lado de «Ojos-de-salmón» en el canapé.
Al día siguiente volvió a presentarse Trapper-Fred. Fuimos todos al aeródromo. Trapper-Fred y yo subimos al avión que volaba con rumbo a Fairbanks. Vi que «Ojos-de-salmón» lloraba.
Durante el viaje, me dijo que yo debía continuar hacia Juneau. En Fairbanks me acompañaría hasta el avión y luego regresaría. Me dio una carta y me dijo:
—Dutch-Will irá a buscarte al aeródromo. Ya le he telegrafiado. En caso de que no te encontrara o no pudiera venir, ahí en la carta tienes sus señas. No la pierdas.
Yo había creído que me llevaría a su cabaña, y aunque el hombre aquél me daba un poquitín de miedo, me atraía, sin embargo, la vida de los tramperos. Por ello no respondí a sus anteriores palabras.
¿Qué iba a hacer yo en Juneau? A nadie le gusta abandonar a su familia. Es verdad que cuando todos pasaban hambre, yo también la pasaba, pero, después de todo, en Tanana tenía yo mis amigos. El abuelo no se había preocupado mucho por mi; pero ahora recordaba que cuando yo era pequeño, él me hacía juguetes. Él fue quien hizo mi primer trineo, y además me regaló un perro, que ya era viejo, y pronto murió. ¿Qué iba yo a hacer en Juneau?