E
(Giacomo La Ferlita—Pippo)
—Señor La Ferlita, cuento hasta tres y si usted no ha salido de mi almacén, le rompo el culo. Uno…
—Señor Genuardi, mire que me presento ante usted por puro escrúpulo de conciencia.
—¿Conciencia? ¿Después de que ese grandísimo cornudo de su hermano Sasà me ha hecho quemar el velocípedo?
—Ah, ¿usted piensa que ha sido él?
—¿Pienso? Pongo la mano en el fuego.
—Tiene razón, señor Genuardi. Pero indirectamente.
—¿Qué quiere decir?
—Primero permítame una pregunta. ¿Usted lee los periódicos?
—No.
—Por tanto, ¿usted no sabe qué le ha ocurrido en Palermo a un tal Calogerino Laganà?
—¿Calogerino? ¿Un hombre de don Lollò Longhitano? No, no sé nada.
—¿Usted ha visto recientemente al comendador Longhitano?
—No, hace tiempo que no lo veo. Pero ¿se puede saber por qué me está dando el coñazo con estas preguntas?
—Ahora me explico. Lo hemos hecho caer en una trampa, señor Genuardi. Y me he dado cuenta de qué peligrosa era esta trampa sólo después de que le quemaran el velocípedo.
—Pero ¿de qué trampa habla?
—Señor Genuardi, la tercera dirección de Sasà, la que le escribió Angelo Guttadauro y que yo le confirmé, Via delle Croci, 5, era falsa. Estábamos conchabados, Sasà, Guttadauro y yo. Mi hermano estaba persuadido, y tenía razón, de que usted le comunicaba a Longhitano cada cambio de dirección. Así que quiso hacer una prueba. Cada noche se apostaba en el apartamento y esperaba. Ya estaba perdiendo la paciencia cuando el tal Calogerino, mandado por don Lollò para vengarse a golpes de mi hermano, se presentó. Sasà, cogiéndolo por sorpresa, le rompió la cabeza y le sacó todo lo que tenía en el bolsillo, para ultrajarlo. Para su información, Calogerino estaba armado con un revólver y un cuchillo.
—Dígale a Sasà que prepare el ataúd. Esta vez el comendador, si lo coge, lo convierte en pienso para las gallinas.
—¿Y con usted qué hace, pienso para los cerdos?
—¿Yo? ¿Qué tengo que ver yo?
—¡Entonces quiere decir que no ha entendido nada! Haga sus cuentas, señor Genuardi. La primera vez el hombre de don Lollò va a la dirección que usted le ha dado y no encuentra a Sasà. Usted se procura la segunda dirección, se la pasa al comendador, su hombre parte hacia Palermo e ídem con patatas. La tercera vez al hombre de don Lollò le rompen los cuernos. ¿Ahora qué debe pensar el pobre comendador?
—¡Oh, Virgen santa! ¡Oh, san José bendito! ¡Estoy perdido!
—¿Ha entendido, ahora? Ante todo, persuadido como está de que usted le ha dado por el culo de acuerdo con Sasà, le ha hecho quemar el velocípedo. Ahora he sentido escrúpulos de conciencia de que don Lollò no se conforme con una quemadita. Si se le mete en la cabeza es capaz de…
—Tengo que cerrar el almacén. Me marcho. Tengo que cerrar el almacén. Márchese márchese márchese márchese tengo que cerrar el almacén tengo que ce…