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(Comisario—Delegado)
—Le agradezco, delegado, su exhaustivo informe sobre la situación portuaria de Vigàta. Lo tendré en su debida cuenta. Si no hay nada más, puede retirarse. Lo veo vacilante. ¿Tiene algo más que decirme?
—Señor comisario, si hablo, es sólo para cubrirme. Mire, en el pueblo ha surgido una maledicencia…
—¿Perdón?
—Una habladuría, señor comisario. Yo no soy proclive a hacer caso de las habladurías, pero si esta historia llega a los oídos del teniente Lanza-Turò a lo mejor nos endilga un informe de veinte páginas, lo manda a Su Excelencia el prefecto y vuelta a empezar.
—¡Entonces es una historia que concierne a Genuardi!
—Exactamente. ¿Qué hago, se lo digo?
—¡Oigámosla!
—A la señora Taninè Genuardi, que había ido a confesarse, el padre Pirrotta le ha negado la absolución. El asunto ha tenido mucha repercusión en el pueblo.
—A ver si le entiendo. Este padre Pirrota habría dicho que había negado…
—No, señor comisario, el padre Pirrotta públicamente no dijo nada. Pero es una persona que se irrita fácilmente, pierde la calma y se pone a gritar. Aquella vez, esperando su turno cerca del confesionario, estaba la viuda Rizzopinna, que es una grandísima enredadora…
—¿Perdón?
—Una que se entromete en las cosas de los demás y las cuenta. Escuchó todo el asunto entre el padre Pirrotta y la señora Genuardi y en un instante lo pregonó por todo el pueblo.
—Pero, en resumen, ¿qué hizo de tan grave la señora Genuardi?
—Parece que Filippo Genuardi, cada vez que cumple con el débito conyugal, se pinta el miembro de rojo para parecer un diablo y posee a su mujer contra natura, mientras grita: ¡viva el socialismo!
—¿Y qué tiene que ver la señora?
—Parece que consiente con gusto.
—¡Vamos! ¡Seamos serios! ¿Usted se cree una historia como ésta?
—Yo no, pero la gente sí. ¿Quiere saber algo, señor comisario? Si detrás de Genuardi, además de los carabineros, se ha metido también la Iglesia, yo a ése lo veo jodido, perdóneme la expresión.