A
(Comendador Longhitano—Pippo)
—¡Comendador Longhitano! ¡Dichosos los ojos que lo ven! ¡Está fresco como una rosa! Lo estuve buscando antes de Navidad para presentarle mis debidas felicitaciones, pero me dijeron que estaría lejos de Vigàta hasta principios de enero.
—Fui a Montelusa, a casa de mi hermano, aquel al que su amigo Sasà La Ferlita birló dos mil liras, y pasé allí las Santas Pascuas.
—Comendador, dado que he tenido el placer de encontrarme con usted, debo hacerle un ruego.
—Si puedo, a su disposición, querido Genuardi.
—Ante todo, debo agradecerle el vivo interés que el abogado Orazio Rusotto, instado por usted, ha demostrado en los meses pasados por mi trámite en curso en la Administración de Correos y…
—Ah… ¿Orazio se interesó?
—¡Ya lo creo que se interesó! Me lo ha hecho saber el señor Caltabiano, el director, que, dicho sea de paso, lo saluda.
—Gracias, devuélvale el saludo. Ha hecho bien en decirme que Orazio Rusotto se interesó, así en cuanto tenga la ocasión pagaré mi deuda.
—La deuda es mía, don Lollò.
—¿¡Con Rusotto!? ¡Con Orazio Rusotto usted no tiene ninguna deuda! No nos confundamos. Soy yo quien tiene una deuda con Rusotto, mientras que usted tiene la deuda conmigo. ¿Correcto?
—Clarísimo.
—¿Y cuál era el ruego?
—Es éste: ha surgido un obstáculo que puede retrasar la concesión del teléfono. Usted sabe que fui arrestado, por un equívoco, por los carabineros de Vigàta.
—Lo supe y me disgustó mucho.
—No lo dudaba. Ahora bien, para obtener esta bendita concesión, es necesario que las informaciones sobre mí, expedidas por los carabineros y la policía, no tengan escrito nada negativo.
—Con los carabineros podemos estar tranquilos.
—¿Por qué lo dice, comendador? ¿Se burla de mí?
—No es ninguna burla, créame. Pensaba que los carabineros, quizá para compensarlo del desaguisado que le han hecho padecer…
—¡Qué va! Al contrario, han escrito al director Caltabiano que dado que están haciendo indagaciones sobre mí, por ahora lo del teléfono no corre.
—¡Qué me dice! ¡Cosas de locos! ¡Cosas de no creer! ¡Los carabineros cometiendo semejante agravio con un hombre probo como usted!
—Comendador…
—¿Qué pasa? ¿Por qué me mira así?
—Comendador, me está haciendo venir sudores fríos.
—¿Yo? ¿Por qué?
—¡Pues…! No lo sé, pero siento en su voz un tono como de chanza, de obsceno…
—¡Pero qué cosas le vienen a la mente! Ante todo, tengo un resfriado, estoy un poco constipado, cogí frío y por eso mi voz es la que es; en segundo lugar, yo no me río de las desgracias ajenas. ¡Mee dentro del tiesto, señor Genuardi! ¿Qué quiere de mí?
—Perdóneme. El doctor Caltabiano, mediante un amigo, me ha hecho saber que, por el momento, ha conseguido que no protocolizaran el informe negativo de los carabineros.
—Ah.
—Y podría dar curso al trámite basándose sólo en el informe de la policía que, en cambio, es positivo.
—Ah.
—Y así la cuestión se resolvería fácilmente.
—Ah.
—Pero el doctor Caltabiano me hace notar que para él este asunto puede ser bastante peligroso.
—Ah.
—Y que por eso él, el doctor Caltabiano, para hacerlo, necesita que sus espaldas estén acorazadas, así ha dicho.
—Ah.
—Comendador, usted sólo exclama «ah», ¿no tiene nada más que decir?
—¿Y qué tengo que decirte? Ya no recuerdo si te tuteaba o te trataba de usted.
—¡Tutéeme! ¡Usted es como un padre para mí!
—Planteado así, el asunto se enmaraña.
—Lo entiendo muy bien.
—Mira, Orazio Rusotto tiene las espaldas anchas, anchísimas, puede cubrir media Palermo, si quiere, ¡otra que Caltabiano! Pero el hecho no es éste.
—¿Y cuál es?
—Que mi obligación hacia Orazio Rusotto se hace más grande y, en consecuencia, se hace aún más grande la que tú tienes conmigo. Ahora bien, mira, mi deuda con Orazio Rusotto puedo pagarla satisfactoriamente en cualquier momento, no sólo hasta el último céntimo sino también con intereses. La pregunta entonces es ésta: ¿tú eres capaz de hacer lo mismo conmigo? ¿Tienes la posibilidad de hacerlo? Atención a lo que respondes.
—La pagaré.
—¿Debo fiarme de tu palabra? Porque no me parece que hasta este momento tú…
—¿Qué tiene usted que reprocharme?
—Por ejemplo, que no has sido preciso, que no has puesto suficiente buena voluntad en una cosa que tenías que hacer para mí.
—Comendador, verdaderamente me está espantando. Le aseguro que no pienso que esté en falta con usted. Explíquese mejor, por favor.
—Está bien, te hablo claro, pero no te cagues encima. Estoy persuadido de que tú y Sasà La Ferlita os habéis conchabado para darme por el culo.
—¡Oh, Virgen santa! ¡Me falta el aire! ¡Oh, Dios, qué mazazo! ¡La cabeza me da vueltas! ¡Estoy perdido!
—Te conviene no hacer teatro conmigo.
—¡Qué teatro! Diciéndome lo que me ha dicho, usted está haciendo que me dé un síncope, un ataque. ¡Yo, conchabado con Sasà! ¡Discúlpeme, pero tengo que sentarme, las piernas me tiemblan como un flan! ¡Pero cómo se le puede pasar por la cabeza un pensamiento como éste! ¡Yo, conchabado con Sasà! ¡Pero si le he dado dos veces la dirección de ese cornudo!
—¡Y dos veces, en esa dirección, no lo han encontrado! ¡Acababa de mudarse! Tal cual, ¡qué curiosa coincidencia!
—Pero, Jesús, ¿qué provecho sacaría?
—Problema tuyo.
—¿Entonces usted piensa que con una mano le doy la dirección de Sasà y con la otra le advierto a Sasà que se mude en seguida? ¿He entendido bien?
—Has entendido bien.
—¡María santísima! ¡Me he quedado sin aire! ¡Como un pez en la orilla!
—Mira, hagamos así para aclarar las cosas. Tú me procuras la nueva dirección de tu amigo Sasà y yo mando a uno de mis hombres a buscarlo a Palermo. Si mi hombre no lo encuentra y le dicen que el contable acaba de mudarse, a ti te conviene ir a que te tomen las medidas para el ataúd.
—La nueva dirección de Sasà la tengo aquí, en el bolsillo. Pero, si me permite, por ahora no se la doy.
—Es tu piel, hijo mío.
—No se la doy porque primero la quiero verificar. Usted tiene este mal pensamiento de que me he conchabado con Sasà, tengo que hacérselo pasar. Antes de dársela, quiero estar seguro de que la dirección es la correcta.
—Yo estoy dispuesto a reconocer que me equivoco. Es más, hagamos así: me comunico en seguida con Orazio Rusotto. Te doy crédito.
—Me han dicho que en este momento el abogado Rusotto está preso en el Ucciardone.
—¿Y eso qué significa? Nada. Orazio entra y sale del Ucciardone. No es ningún obstáculo. Y además Orazio Rusotto es ubicuo.
—No le entiendo.
—Ubicuo quiere decir que Orazio puede encontrarse a la vez en dos sitios distintos. ¿Alguien dice que, pongamos por caso, la noche del día tal se encontraba en Messina? Pues bien, hay cien personas que pueden jurar que aquella misma noche Orazio se encontraba, en cambio, en Trapani. ¿Captas el concepto?