Gentilísimo señor
Emanuele Schilirò
En mano
Vigàta, 8 de enero de 1892
Perdóneme que le mande esta carta, por medio de Caluzzè, en vez de hablarle en persona, pero he descubierto que a menudo las palabras tienen el feo vicio de enlazarse entre sí (las palabras dichas de viva voz) por lo que uno se queda persuadido de haber entendido cosas que el otro ni siquiera ha soñado decir.
Usted debe de saber que hace mucho tiempo presenté la solicitud para la concesión gubernamental de una línea telefónica de uso privado.
Ahora, la Administración de Correos y Telégrafos de Palermo me hace saber que el trámite está en buen punto, pese a una sola dificultad que es, sin embargo, irrelevante.
Entre los papeles que me ha requerido la Administración, debe haber una declaración de aceptación y consenso por parte de la persona con la cual deseo tener conectada esta línea.
Esa persona es usted.
Me explico en seguida. Tengo la intención de agrandar el almacén y mi actividad comercial (su hija Taninè le hablará al respecto cuanto antes). Por tanto, me será indispensable su apoyo y su auxilio para cualquier negocio que vaya a iniciar.
Huérfano de padre y de madre como soy, ¿a quién puedo dirigirme si no es a usted que conmigo sabe ser ora comprensivo ora severo, como a veces merezco?
Mi intención sería hacer instalar la línea de mi almacén a su casa, donde usted, por lo demás, ya posee una línea telefónica de uso comercial que le permite hablar con su mina. La cosa por tanto no le traerá mayores molestias.
¿Puedo contar con su benévola generosidad?
Es preciso que su firma sea legalizada por un notario: pero de esto me ocuparé yo mismo.
Cualquiera que sea su respuesta, deseo de todos modos agradecerle la bellísima noche de Navidad que nos ha hecho pasar en su casa, a mí y a su hija, también por mérito de la exquisita cortesía de su señora, Lillina. Si al repicar las campanadas de la medianoche que llamaban a la Santa Misa me abandoné a un llanto incontrolable fue porque de pronto me acordé de mis queridos difuntos. Durante algunos años había perdido la esperanza de poder recuperar el calor y confortable amor familiar del que mi juventud estuvo rodeada. Entonces, ¡ignorante!, no conocía su valor.
Pues bien, la otra noche, mientras nacía el Niño Jesús, su benevolente sonrisa, las atenciones de la señora Lillina y la conmoción de mi mujer, Taninè, rompieron los diques de mi resistencia. Y así me abandoné a la ola de los recuerdos y las añoranzas.
La aceptación de la línea telefónica debería hacérmela llegar en un máximo de seis días.
¿Me permite que lo abrace, papá?
Pippo