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(Comendador Longhitano—Gegé—Calogerino)
—Beso sus manos, don Lollò.
—Te saludo, Gegé.
—Con la bendición de vuecencia, don Lollò.
—Te saludo, Calogerino.
—Don Lollò, en el pueblo se supo por qué arrestaron a Pippo Genuardi y después de medio día lo dejaron en libertad.
—¿Por qué?
—Se dice que se trató de un equinoccio por mononimia.
—¿Ahora hablas en turco?
—Permítame, don Lollò, yo puedo explicárselo. El amigo Gegé quiere decir que a Pippo Genuardi lo encarcelaron por un equívoco debido a una homonimia, que viene a ser cuando dos personas se llaman igual y uno los confunde.
—¿Y yo qué dije, don Lollò, no dije lo mismo?
—Por tanto, a este señor Genuardi, primero lo arrestan y después, en un santiamén, nos hemos equivocado, discúlpenos, saludos y adiós. No me cuadra.
—Tampoco a mí, don Lollò. Con Turiddruzzo Carlesimo, al que también lo arrestaron por una homonimia, la ley tardó siete meses antes de persuadirse de la confusión.
—Tienes razón, Calogerino. Pero primero dime cómo fueron las cosas en Palermo.
—¿Qué puedo decirle, don Lollò? Fue igual que aquella vez de Piazza Dante. De la casa de Corso Tukory, cuando yo llegué, se había mudado veinticuatro horas antes, y nadie supo decirme adonde. A mí me parece que están jugando con nosotros como el gato y el ratón.
—Una vez más tienes razón, Calogerino. Mira, en mi opinión, los gatos son dos: Sasà y Pippo, quien me proporciona informaciones atrasadas. En pocas palabras: Pippo me dice dónde está Sasà, pero a la vez le advierte a Sasà que ponga los pies en polvorosa. Tú llegas y no encuentras un carajo.
—Entonces yo a este Pippo lo destripo como a un salmonete.
—Espera, Calogerino, no corras. Estoy convencido de que Pippo lo hace no para salvar a Sasà, sino para joderme a mí.
—No entiendo, don Lollò.
—Yo me entiendo, Calogerino. Filippo Genuardi debe de ser un infame, un espía de los carabineros.
—¡Pero si fueron los carabineros los que lo metieron dentro!
—¡Gegè, tú para decir tonterías eres un dios! Los carabineros lo arrestaron para que todos supieran que lo habían arrestado. Pero con seguridad era una ficción, un golpe de efecto. La verdad es que los carabineros querían hablarle cara a cara, sin problemas. Para tenderme mejor la trampa, la celada.
—¿Y cómo?
—Calogerino, ¿la primera vez que fuiste a Palermo encontraste a Sasà?
—No, señor.
—¿Y la segunda?
—No, señor.
—La próxima, cuando Pippo Genuardi me diga una tercera dirección, tú vas a Palermo y…
—No lo encuentro.
—… lo encuentras, Calogerino, lo encuentras. ¿Qué haces, le disparas o lo degüellas?
—Depende, don Lollò, depende del lugar, la gente, la distancia… Incluso con la mano, si es necesario.
—En resumen, tú cumples con tu deber o, al menos, estás empezando a hacerlo, cuando llegan de repente los carabineros que te encadenan. Y como saben que eres de los míos…
—¡Oh, grandísimo hijo de una apestosísima puta apestosa! ¡A trozos, lo hago, con el hacha, como buen cerdo que es!
—Calma, Calogerino. Debes tener confianza: yo soy más listo que cualquier Pippo Genuardi que haya en el mundo. Esta partida con él la juego yo, en primera persona.