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(Don Nenè—Caluzzè)

—Con la bendición de vuecencia, don Nenè.

—Te saludo, Caluzzè.

—Vuecencia me perdone si vengo a molestarlo en su despacho, quizá vuecencia esté ocupado.

—En este momento no tengo nada que hacer, Caluzzè. ¿Pasa algo?

—Sí, señor.

—¡Ay, ay! ¿Qué nueva tontería ha hecho Pippo, mi yerno?

—No, señor, don Pippo Genuardi recientemente no ha hecho tonterías. Pero dado que vuecencia quiere que le cuente todo lo que sucede en el almacén de don Pippo, su yerno, debo comunicarle que ha recibido una carta de la Prefectura de Montelusa.

—¿Pudiste leerla?

—Sí, señor. Dado que don Pippo debió partir hacia Fela, tuve todo el tiempo necesario para leerla. Tardé sólo una semana.

—¿Qué decía la carta?

—La carta decía que su yerno, don Filippo, en vez de dirigirse a la Prefectura debía escribir a Correos y Telégrafos. En resumen, había cometido un error.

—¿Y qué caray quiere de Correos y Telégrafos?

—La concesión de una línea telefónica.

—¿Estás seguro de que leíste bien?

—Pongo las manos en el fuego.

—¿Y para qué quiere Pippo un teléfono? ¿Con quién quiere hablar ese grandísimo degenerado?

—En la carta no lo decía.

—Pues hay que estar atentos, muy atentos. Sigue vigilándolo, Caluzzè, no lo pierdas de vista. Cuéntame cualquier cosa, hasta la más mínima.

—Vuecencia no lo dude.

—Toma, Caluzzè, coge.

—Pero ¿por qué se molesta vuecencia?

—Coge, Caluzé. Y te lo encomiendo: mantén los ojos bien abiertos.