A
(Giacomo La Ferlita—Pippo)
—¿Por qué me ha traído aquí abajo, eh, señor La Ferlita?
—Porque éste es el viejo archivo de la Prefectura, nadie pone los pies aquí. Y no pueden vernos. No quiero tener relaciones con usted. ¿Acaso mi hermano Sasà no se explicó bien, señor Genuardi?
—Su hermano se explicó muy bien. Quizá incluso demasiado.
—¿Y entonces por qué viene a provocarme en la Prefectura? Soy un hombre respetado, ¿sabe?
—Pero ¿se puede saber qué coño os ha picado a todos vosotros, los de la Prefectura, en mi contra? ¿Qué hice, ni que hubiera meado fuera del tiesto?
—¿Y a mí me lo pregunta? ¡Es usted quien conoce la que armó! ¡Y sepa que no me gusta oír palabrotas groseras!
—¿Qué armé? ¡No armé nada! Escribí tres cartas al prefecto pidiéndole una información y él se lo tomó a mal.
—No creo que sea sólo eso. El comendador Parrinello me pareció seriamente preocupado.
—¡A tomar por culo él y Su Excelencia!
—Escuche, ya le he dicho que las palabrotas…
—Está bien, le pido perdón. Paso al motivo de mi visita. No estoy aquí por mí, señor Giacomino. Estoy aquí por su hermano Sasà.
—Olvídese de Sasà.
—¡No puedo! ¡Ojalá pudiera! ¡Es un deber de amistad!
—Escuche…
—No, basta, escúcheme usted a mí. Debo advertirle a Sasà que hay alguien que lo busca para escarmentarlo.
—¿Por qué?
—¿Ahora se me hace el inocente? ¿No sabe que su hermano Sasà ha jodido a medio mundo? ¿No sabe que le debe pasta a toda Sicilia?
—Lo sé. Pero está saldando regularmente sus deudas. Que tengan paciencia y antes o después se les devolverá su dinero.
—¡Pero no me haga reír que me duele el estómago! Por tanto, ¿usted no está al corriente de que su hermano Sasà, birlando dinero a diestro y siniestro, sin consideración, como sea, le birló dos mil liras a Nino Longhitano, hermano del comendador don Lollò?
—¡Oh, coño! ¡Oh, carajo!
—¿Qué, habla de manera soez? ¿Dice palabrotas, ahora?
—¿Justo al hermano de don Lollò Longhitano tenía que ir a birlarle dos mil liras este desventurado de Sasà? Pero yo me pregunto y digo: hermano bendito, ¿justo donde hay fuego vas a meter el pie?
—¿Qué quiere? Él es así. Ahora bien, usted sabe perfectamente que el comendador Longhitano es una persona con la que no se bromea, quiere que su hermano Nino sea respetado. Yo, de Sasà, tengo la vieja dirección de Palermo, la de Piazza Dante, la nueva no ha tenido tiempo de dármela. Si espero a que él me la escriba, quizá sea demasiado tarde.
—¡Oh, Virgen santa! ¿Demasiado tarde para qué?
—Para lo que ha entendido correctamente. El comendador Longhitano no sólo hará que lo escarmienten, ¡sino que quizá le sacará los vicios de una vez y para siempre! Depende de usted, querido señor Giacomino La Ferlita, tener o no sobre su conciencia la vida de su hermano.
—Está bien, hoy mismo le escribiré.
—¿Qué dice?
—Le escribiré.
—Pero ¿usted dónde tiene la cabeza? ¡Coja la pluma y escriba! En primer lugar, no se sabe cuándo le llegará la carta, ¿tengo razón? Quizá de Vigàta a Palermo tarde una semana. Y será demasiado tarde. Y después, cuando el hecho ya esté consumado y vengan los carabineros para la inspección ocular, descubrirán su hermosa cartita de advertencia. En este punto, usted se despide de su carrera en la Prefectura. En cambio, si usted se decide a decirme dónde coño está Sasà, cojo el tren y voy a verlo. Cuidado, señor La Ferlita: estoy poniendo mi vida en peligro para ayudar a Sasà. Persuádase.
—Está bien. Mi hermano Rosario vive en Corso Tukory, siempre en Palermo. En el número 15, donde la familia Bordone.
—¿Y para eso hacía falta tanto? ¿Por dónde carajo se sale de este laberinto?