D

(Cabo primero Licalzi—Teniente Lanza-Scocca)

—¡Licalzi, por Dios! ¿Se entra sin llamar?

—Perdóneme, señor teniente. ¡Pero ha sucedido algo increíble! De otro modo, nunca me lo habría permitido…

—Dígame.

—Usted me había ordenado que pasara, cada vez que tuviese tiempo, por el almacén de Genuardi y viera quién entraba y quién salía…

—¿Y bien?

—Hace cinco minutos me encontraba cerca del almacén y me pareció oír un ruido seco, un disparo. Me acerqué más y esta vez oí otro disparo, clarísimo. No tenía dudas, disparaban.

—¿Entró?

—Sí, señor.

—¿Qué había sucedido?

—Que el suegro de Genuardi había disparado a su yerno y luego se había matado con la misma arma.

—¡¿Oh, Dios, qué dice?!

—Los muertos están en el almacén, señor teniente. Si quiere, vaya a ver.

—Pero ¿por qué lo ha hecho? Rápido, entretanto alguien puede entrar y…

—Esté tranquilo, no entrará nadie. He cerrado con llave el portón del almacén y la llave la tengo aquí.

—Vamos, no perdamos más tiempo.

—Escúcheme, señor teniente. Estoy persuadido de que nadie ha oído los disparos. No hay prisa. Podemos hacer las cosas con comodidad.

—¿Qué cosas, cabo?

—Ésta es una ocasión de oro, señor teniente.

—No entiendo.

—Ahora le explico.