C
(Caluzzè—Pippo—Lillina)
—Caluzzè, tienes que ir a la estación, de prisa. Esta mañana llega la carga de maderas de la firma Sparapiano.
—¡¿Yo?! ¡Pero si a la estación ha ido siempre usted!
—Y esta mañana vas tú. Mira si están todas las carretas que hemos contratado. Son quince, deberían ser suficientes. Haces que carguen las maderas y las traigan aquí, al almacén.
—Como usted quiera, don Pippù.
—Ah, escucha, cuando salgas, cierra el portón.
—¿Cómo? ¿Y si viene alguien que quiera hablar con usted, se encuentra el portón del almacén cerrado?
—Caluzzè, tengo que hacer algo importante. Después vuelvo a abrirlo yo el portón.
—Está bien, don Pippù.
…
—¿Y qué pasa, no funciona? ¿Cristo, por qué no responde nadie? ¿Puedes creer que este coño de teléfono se ha averiado aun antes de empezar a funcionar? ¡Ah, aquí está, al fin! ¡Diga, diga! ¿Lillina, eres tú?
—Diga.
—¡Diga! ¡Lillina! ¡Soy yo, Pippo!
—¿Ah, eres tú, Pippo mío?
—¡Soy yo, Lillinuzza bonita, Lillinuzza adorada!
—¡Oh, madre santa! ¡Me tiemblan las piernas! Pippuzzo mío, corazón de mi corazón, ¿eres tú? ¡Ah, cuánto hace que ansiaba este momento, poder oír tu voz!
—¡Qué hermoso qué hermoso qué hermoso! ¡Qué invención, el teléfono! Dime esto: Pippo mío, te amo.
—Pippo mío, te amo.
—¿Cuánto hace que salió el cornudo?
—Una hora.
—¿Y la criada?
—Media hora.
—Entonces esta mañana no hay tiempo para podernos ver. Amor mío, he hecho poner el teléfono no sólo para poder hablarnos cuando el cornudo no está en casa, sino también para ponernos de acuerdo mejor para vernos casi todos los días.
—¿Lo dices de verdad? ¿Y cómo?
—Así, escúchame. El cornudo sale de casa a las siete y media de la mañana, ¿verdad?
—Puedes apostarte el reloj.
—¿Y tú mandas a la criada a hacer las compras hacia las ocho, correcto?
—Sí.
—Bueno. Mañana, por la mañana, en cuanto la criada haya salido de casa para venir al pueblo, tú me llamas por teléfono y me dices que la vía está libre. Yo cojo el caballo y llego en diez minutos, tenemos al menos dos horas a nuestra disposición. Así al fin te podré abrazar, besar toda, en la boca, en los pechos, en la barriga, en medio de los muslos…
—No, no, Pippù, siento que me derrito toda…
—Espera un instante, Lillinè, he oído un ruido. Voy a ver, tú espera al aparato… ¿Quién anda ahí? ¿Hay alguien? ¿Quién está? ¡Ah, es usted! Buenos días. ¡Mire qué casualidad, lo estaba buscando en su casa y en cambio usted había venido aquí! Justamente le estaba preguntando a la señora Lillina… ¡Oh, Dios! ¿Qué quiere hacer? No, por favor, no, no…
—¿Pippo? ¿Pippo? ¡Oh, madre santa! ¿Qué sucede? ¿Qué fue ese tiro? ¡Pippo, Pippo! ¿Qué fue? ¿Qué hacen, disparan otra vez? ¡Pippo! ¡Pippo!