A
(Lillina—Tanine)
—Lillina, apenas me mandaste llamar lo he dejado todo y he venido corriendo. ¿Qué ocurre? ¿Qué sucede? ¡Tienes una cara que da miedo!
—Ah, Taninè mía, ¡qué noche he pasado! ¡Qué espanto!
—¿Y por qué te espantaste?
—¡Por tu padre, Taninè! ¡Por mi marido!
—¿Se siente mal? ¿Llamaste al médico?
—Taninè, no es cosa de enfermedad. Ayer por la noche tu padre volvió a casa a la hora de cenar, como siempre. En vez de saludarme con un beso, ni me miró a la cara y se encerró con llave en el despacho. Yo no sabía qué hacer. Después de un rato me animé y, desde atrás de la puerta, le dije que la comida estaba lista. No me respondió. Pensando que no me había oído, se lo repetí. ¿Y sabes qué me dijo como respuesta? «¡No me toques los cojones!», me dijo.
—¡¿¡Papá!?!
—Sí, señor, él. A tal punto que en un primer momento me pareció que había entendido mal.
—¿Y después?
—Yo, ofendida, me senté a la mesa, pero no pude comer, sentía que tenía el estómago cerrado. Y de repente dentro del despacho se desencadenó la ira de Dios. Tu padre blasfemaba, maldecía, gritaba.
—¿¡¿¡Papá!?!?
—No sólo eso, sino que comenzaron los ruidos, cosas que caían, cosas que se rompían, papeles despedazados… Empecé a temblar de espanto, estaba toda sudada. ¿Qué le pasa?, me preguntaba. Luego se hizo el silencio. Después, trac trac la llave en la cerradura, la puerta volvió a abrirse lo suficiente para que tu padre asomara la cabeza. Parecía un loco, los pelos de punta, los ojos desorbitados. Quería a la criada. Se la mandé y se hizo arreglar un catre en el despacho. En este punto me rebelé. «¿Por qué no quieres dormir conmigo?», le pregunté, alterada. «Estoy demasiado nervioso, te puedo molestar.» Yo, durante toda la noche, no conseguí pegar ojo, daba vueltas y más vueltas. Esta mañana, la criada me dijo que había salido de casa a la hora de siempre, a las siete y media, y parecía tranquilo.
—Lillina, ¿por casualidad la tenía tomada contigo?
—¿Conmigo? ¿Por qué? No, no me pareció que estuviera enfadado por mi culpa.
—Lillina, estate tranquila. Ya lo ves, esta mañana ha salido de casa para trabajar como de costumbre, la criada te ha dicho que estaba tranquilo. Se le pasó. Debe de haber tenido un disgusto con los negocios, algo le habrá salido mal. Ya lo conoces, ¿no? ¿Te acuerdas de aquella vez que se enfadó porque Pippo quería comprarse el velocípedo? Parecía que se lo llevaba el diablo. Y después de menos de medio día se le pasó. Verás que esta noche, cuando regrese, te pedirá disculpas.
—¿Te parece, Taninè?
—Me parece, Lillina.