(Personal)
Al señor
Emanuele Schilirò
Vigàta
Messina, 18 de julio de 1892
Señor Schilirò:
Espero que ésta mía le llegue a pesar de que yo en este momento no tenga en mente su dirección exacta. La carta que está empezando a leer la he echado en Messina (podrá comprobarlo con el matasellos del sobre), pocos minutos antes de que parta el transbordador que me llevará al continente, donde he encontrado trabajo en una ciudad que no digo y que nunca conocerá nadie, ni mi hermano. Nunca más regresaré a Sicilia, ni siquiera dentro de un ataúd. Habría podido escribirle esta carta de forma anónima, pero al final he preferido firmarla para que así usted se convenza de que le cuento la verdad.
Le digo de inmediato que actúo por venganza contra ese delincuente de su yerno, Pippo Genuardi, que me ha disparado dejándome cojo para toda la vida.
Filippo Genuardi es un traidor a la amistad. Él, por sus bajos intereses, se ha vendido al comendador Calogero Longhitano, don Lollò, el mafioso jefe de la «Mano fraternal». Dado que yo le había hecho una afrenta al hermano de don Lollò, a éste se le había metido en la cabeza hacérmela pagar cara. Yo me escapé de Vigàta y me fui a Palermo, pero su yerno, cada vez que me veía obligado a mudarme, se apresuraba a darle al comendador la nueva dirección y yo me sentía como la liebre perseguida por el perro. Los hombres de don Lollò no consiguieron cogerme y entonces hicieron que lo intentara él. Y lo logró.
Por tanto, repito, esta carta quiere ser una venganza. Como ve, soy sincero.
Como usted sabrá, Pippo y yo éramos amigos; nos lo confiábamos todo.
Y así, un día de hace al menos dos años, Pippo me dijo, haciéndome que le jurara el secreto, que se había follado a la señora Lillina, su mujer.
Estaban solos en la villa que usted tiene fuera de Vigàta, no estaba ni siquiera la criada y sin saber cómo se habían encontrado en la cama, desnudos.
Entre risas y bromas, me contó todos los pormenores, todos los detalles.
Volvieron a hacer el amor otras dos veces, siempre en su villa, aprovechando los momentos en que no había nadie en casa. Y también de estas dos veces me lo contó todo, extendiéndose, dado que, como me dijo, comenzaba a conocer mejor aquello que a Lillina le gustaba hacer en la cama.
Usted es muy dueño de no creerme, pero yo le dije que se olvidara de esta historia, porque el asunto podía volverse tan peligroso como para provocar un desastre.
Él rebatió que estaba de acuerdo con la peligrosidad, pero que no podía romper, no pensaba en ello, es más, me dijo textualmente: «esa mujer me ha entrado en la sangre».
Y ya no me volvió a hablar de la señora Lillina, al punto que en un momento dado pensé que había cortado, siguiendo mi consejo.
Un día se lo pregunté directamente: «¿Has acabado con la señora?» «No.» «¿Y por qué ya no me hablas de ello?» «Porque nos hemos enamorado, se ha convertido en algo serio. Yo sin Lillina no puedo vivir.» «¿Y cómo hacéis para veros?».
Me explicó que habían encontrado un sistema seguro. La señora Lillina, una o dos veces al mes, le decía a usted que quería ir a Fela a ver a sus padres. Y también Pippo salía para Fela, algunos días antes o después, para que la coincidencia no fuera clara. En Fela, con la complicidad de la hermana de Lillina, conseguían pasar tardes enteras en una casa de campo.
Esto es todo. ¿Y sabe por qué, a mi juicio, quiere la línea telefónica con su casa? Para poder hablar libremente con su mujer y establecer mejor los encuentros.
Y para que usted me crea del todo: ¿la señora Lillina no tiene un antojo en forma de corazón justo encima del hueso sacro?
Rosario La Ferlita