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(Sasà—Giacomo La Ferlita)

—¡Por fin por fin por fin! ¡Dichosos los ojos que te ven! ¡Desde el ocho de mayo que estoy tullido en la cama de un hospital y tú no has venido a visitarme ni una vez! ¡Vaya hermano que tengo! ¡Puedo jactarme de él!

—¿Te has desahogado, Sasà? ¿Puedo hablarte? Créeme: desde que me he convertido en jefe de gabinete de la Prefectura no tengo un minuto ni para comer, estoy cubierto de trabajo, ¡cómo voy a encontrar tiempo para venir de Montelusa a Palermo! ¿Te tratan bien aquí en el hospital?

—¿Bien? En cuanto a curarme, me están curando. Pero tengo la impresión de estar en la cárcel, Giacomi.

—Pero ¿qué dices?

—Míralo tú mismo: apenas me trajeron al hospital, me encerraron solo en esta habitación, no puedo ver a nadie, ni nadie puede entrar aquí, ni siquiera un perro me responde guau si hago una pregunta, no me compran el diario. No sé nada de nada de lo que sucede fuera. Por ejemplo: ¿están procesando a ese grandísimo cornudo de Pippo Genuardi?

—Lo están procesando.

—¿Y cómo va, eh?

—Bien, desde un cierto punto de vista.

—¿Qué significa desde un cierto punto de vista, Giacomi? El punto de vista es sólo uno, que ese cornudo, por orden de don Lollò Longhitano, ha tratado de matarme. Y por eso debe acabar en chirona.

—Sasà, escúchame, porque la cosa no es tan sencilla. ¿Sabes que he pedido daños y perjuicios en tu nombre?

—No, pero me parece correcto. Has hecho bien. A Pippo Genuardi tenemos que dejarlo con el culo al aire. ¿A qué abogado contrataste? ¿Te cuesta caro?

—No nos cuesta ni una lira. Lo hace gratis. Se trata del abogado Rinaldo Rusotto, que es el hermano del abogado Orazio Rusotto, que defiende a Pippo Genuardi.

—¿Entendí bien?

—Entendiste bien.

—Pero ¿qué coño es eso? ¡Son hermanos! ¡A lo mejor se conchaban y nos dan por el culo! ¿Quién te dio el nombre de este Rinaldo Rusotto?

—¿Quieres saberlo? Don Lollò Longhitano.

—¡¿El comendador?!

—Ha sido él quien me dijo que debíamos pedir daños y perjuicios.

—¿Y se pone en contra de Pippo Genuardi que me disparó por encargo suyo?

—Don Lollò me ha explicado que todo es una ficción, pero una ficción que debe parecer la verdad.

—¡Piensa que ese abogado no ha venido a hablar conmigo ni siquiera una vez!

—No ha venido porque tú, cuando hablabas, delirabas. El profesor Mangiaforte, el director del hospital, ha declarado que padecías de amnesia.

—¿Y qué coño es esta amnesia?

—Escucha, Sasà, yo entiendo que tú estés agitado, pero deja de decir palabrotas, me fastidian. La amnesia quiere decir que perdiste la memoria.

—¡Pero si yo me acuerdo de todo!

—¿Quieres ir contra la palabra de alguien como Mangiaforte?

—¡Oh, Virgen santa, están todos conchabados!

—Por fin has comprendido. Están todos conchabados: Pippo Genuardi debe salir absuelto del proceso. Y tú, si me quieres y te quieres, aún debes hacer algo más.

—¿Qué quieren?

—Debes escribir una carta que después te diré.

—¿Y si no la escribo?

—Sasà, ¿se te están pegando los huesos?

—Poco a poco.

—Don Lollò Longhitano me ha dicho esto. Sepa que si Sasà no escribe la carta, mando a alguien al hospital y le hago despegar los huesos uno a uno. Total no se puede mover, no puede saltar de una casa a otra como un grillo, sabemos dónde encontrarlo. Me dijo exactamente así. Y a mí me dijo otra cosa.

—¿Qué te dijo, hermano mío?

—Que me destrozaba la carrera en la Prefectura. Diciéndole a todos de mí y de Tano Pùrpura.

—¿Y qué hay que decir? Tú y Tano sois amigos desde siempre, desde hace quince años vivís en la misma casa para ahorrar… ¿Qué puede decir de malo?

—Puede decir, como me ha amenazado, que Tano y yo somos marido y mujer.

—¡Pero quién puede pensar semejante cosa de Tano y de ti!

—Sasà, tengo poco tiempo. Don Lollò no sólo lo piensa, sino que puede decirlo. Tiene en su poder un billete. Un billete que me escribió Tano.

—Ah. Ya entiendo. ¿Me dices qué debo decir en la carta?