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(Don Nenè—Delegado)

—Buenos días, señor Schilirò.

—¡Delegado Spinoso! ¿Qué pasa? ¿Qué sucede? Le ocurrió algo a…

—¿A su yerno? ¿A Filippo Genuardi?

—No, ¿qué dice? ¿Por qué debería ocurrirle algo a Pippo, mi yerno? Es que cuando uno se ve ante un representante de la ley piensa en cien mil cosas.

—Y entre estas cien mil cosas la primera es, con seguridad, Pippo Genuardi, que es el único miembro de su casa que se encuentra fuera de Vigàta, en Palermo.

—Delegado, mi yerno, Pippo, desde hace algún tiempo se ha trasladado a Palermo… A propósito, luego me dice cómo sabe que se encuentra en Palermo… porque tiene la intención de ampliar, con mi apoyo, el almacén de maderas. Necesita firmar algunos acuerdos, ver a algunas personas, tratar con mayoristas… ¿Me explico?

—Señor Schilirò, hablemos en cristiano. Filippo Genuardi no fue a Palermo por negocios, sino para esconderse.

—¡Oh, ésta sí que es buena! ¿Qué le pasa por la cabeza?

—Me pasa la verdad. Y usted no sabe hacer teatro, no sabe decir mentiras, ¡se ruboriza! Señor Schilirò, he venido a molestarlo porque pienso que a su yerno le tienen puesto el ojo encima de dos lados.

—¿Dos?

—Eh, sí, usted se maravilla porque sólo sabe de uno que le está apuntando: el comendador Longhitano.

—¿Y quién es el otro?

—El otro, para ser breve, es medio Estado italiano.

—¡Usted quiere que me caiga muerto en el acto! ¿Qué me cuenta? Espere un momento que abro la ventana porque me falta el aire. ¡Oh, Virgen bendita!

—Señor Schilirò, tenga valor. Si usted se asusta, se espanta así, no le digo nada más.

—¿Qué dice, se burla? ¡Usted tiene que decírmelo todo!

—Con una condición: que también usted me lo diga todo.

—Desde luego. Llegados a esta hora de la noche, ya no hay nada que ocultar.

—Ante todo, quiero dejar sentada una cosa: no estoy hablando con usted como delegado de policía, sino como Antonio Spinoso, ciudadano privado y, si me lo permite, amigo.

—Verdaderamente me está aterrorizando.

—Comienzo por el principio, pues. Un día, a su bendito yerno se le ocurrió la infeliz idea de obtener la concesión de una línea telefónica con usted y, por eso, escribió tres cartas al prefecto de Montelusa. Equivocándose, porque no era un asunto que correspondiera al prefecto.

—¿Le escribió tres cartas? ¿Y por qué?

—Porque de la prefectura no le respondían. Pero, por una serie de historias complicadas, el prefecto se persuadió de que Filippo Genuardi era un peligroso alborotador, un subversivo.

—¡Y lo hizo arrestar! ¡A Pippo, que nunca ha ido ni siquiera a votar!

—Ésa no sólo no es una justificación, sino que puede parecer un agravante: el señor Genuardi no va a votar porque no cree en este Estado y quiere hacer otro a su gusto. ¿Está claro?

—Entonces le hago una corrección: Pippo nunca se ha interesado por la política, ni siquiera sabe qué es.

—Escuche, déjeme continuar. Lo único cierto es que lo arrestaron y ficharon. Si no llega a ser por el comisario, que intervino a solicitud mía, a esta hora su yerno aún estaría en la cárcel.

—Le agradezco a usted y al señor comisario que…

—Está bien, está bien. Ahora debe saber que precisamente durante estos días, en Palermo, están reunidos todos los jefes del movimiento obrero y campesino de la isla. Los carabineros, siempre persuadidos de que su yerno forma parte de la congregación, han conseguido descubrir su dirección.

—¿Y cómo?

—Cómo, cómo… Olvidémoslo, que es mejor para usted y para mí. Saben que está en Palermo, saben dónde vive y moverán cielo y tierra con tal de joderlo, demostrando que él forma parte de la caterva de los subversivos. Tienen que hacerlo para salvar la cara. Esto por lo que se refiere al Estado. Por lo que se refiere a la mafia, es decir, al comendador Longhitano, debe aclararme usted. Desde luego, algo pasó entre ellos. Y pongo la mano en el fuego de que detrás del rechazo de la firma Sparapiano de suministrarle más maderas, detrás del no de los propietarios de los terrenos por los cuales debe hacer pasar los postes y detrás del incendio del velocípedo, está siempre nuestro don Lollò. ¿Qué hace, llora?

—¡Desde luego! ¡Pensaba en mi pobre yerno, cogido en medio del Estado y la mafia!

—Genuardi no está solo, si eso puede consolarlo. Tres cuartas partes de los sicilianos están cogidos en medio del Estado y la mafia. Pero no podemos perder el tiempo hablando. La situación es seria. Y por eso se necesitan dos cosas. La primera es que Pippo Genuardi cambie inmediatamente de pueblo, que no esté en Palermo. La segunda es que usted no le escriba a su yerno. A través del correo quien quiere puede encontrar, de un modo u otro, la nueva dirección.

—Mire, delegado, se presenta una ocasión. Mi mujer, Lillina, no está bien, cosas de mujeres. Dentro de dos o tres días irá a Palermo acompañada por su hermana para hacerse visitar por un especialista. Le mando a decir todo por Lillina, así estamos seguros.

—Perfecto. Y ahora hábleme de Pippo y de don Lollò Longhitano.