B

(Calogerino—Caballero Mancuso)

—¡Yo tengo una dignidad, querido señor Calogerino! ¡No soy un títere! ¡Hágaselo saber al comendador Longhitano!

—Caballero Mancuso, nadie está diciendo que usted sea un títere o un hombre sin dignidad.

—¡Usted no lo dice, el comendador no lo dice, pero es un hecho que lo piensan!

—Caballero, le juro que no lo hemos pensado.

—¡No, señor! ¡No, señor! ¡A tal punto es verdad que habéis tenido el valor de proponerme lo que me estáis proponiendo! ¡Y eso significa que pensáis que soy un títere!

—Valor, dignidad… Pero ¿qué palabras usa, caballero? Se lo advierto, por su bien: no empiece a mear fuera del tiesto. De otro modo, las cosas cambian. ¿Me explico? El pensamiento, caballero, es cosa del viento, ora viene ora pasa, sólo los hechos tienen peso. Como, por ejemplo, es un hecho que el comendador está haciendo que cojan a su hijo en el Banco de Sicilia. Y por tanto acabe ya con este fastidio del pensamiento.

—Usted tiene que entenderme, Calogerino. Don Lollò lo ha hecho venir a verme porque quiere que le escriba una carta a Filippo Genuardi, ahora mismo, y se la entregue a usted que se encargará de hacérsela llegar. ¿Es así?

—Es así, no se equivoca.

—Siempre según el comendador Longhitano, en esa carta debería escribirle que le concedo el permiso para la colocación de los postes para el teléfono en mi terreno y sin pagar una lira. ¿He entendido bien?

—Ha entendido perfectamente.

—Eso es lo que me molesta.

—¿Por qué?

—Porque a Filippo Genuardi ya le había dicho que no, siempre por orden del comendador.

—Consejo.

—Está bien, consejo del comendador.

—¿Y dónde está la dificultad?

—Pero Dios bendito, ¿cómo hago para explicarle a Pippo Genuardi que, de golpe, he cambiado de idea?

—Cuando se lo negó, ¿le explicó la razón?

—No. Le dije un no tajante y basta.

—Y ahora le escribe un sí tajante y basta.

—¿Sin que Pippo Genuardi me haya dicho nada? ¿Sin que haya vuelto a solicitarme el permiso? ¿Según usted soy de los que una mañana dice que sí y a la mañana siguiente dice que no? ¿En qué me he convertido, en un polichinela? ¿En una veleta?

—Resumiendo…

—Que no estoy dispuesto. No quiero perder la cara.

—Siempre mejor perder la cara que…

—¿Qué?

—… que el culo, por ejemplo. O el puesto de su hijo, para dar otro ejemplo. Saludos, caballero Mancuso. Le referiré al comendador que usted no puede hacerle este favor.

—Espere, ¿qué prisa tiene? ¡Al menos déjeme desahogarme un poco, Virgen santa!