¡Dioses del Olimpo! ¿Por dónde empezar? Siendo esta mi primera novela resulta difícil ceñirse sólo a aquellas personas que han tenido algo que ver en la creación de este relato y no mencionar también a las que me acompañan en esta aventura que es la vida.
En primer lugar desearía agradecer a Mónica, esposa, musa y compañera de viaje, el microscópico universo que crea día a día a mi alrededor; por tener una fe ciega en mí, incluso cuando yo no la tengo.
A Claudia, mi hija, que sin saberlo hace que quiera ser un poco mejor cada día.
Quiero agradecer a mi madre que, desde pequeño, me mostrase el fabuloso mundo de los sueños, que señalara la inexistente línea que separa lo imposible de lo posible y que abriese para mí la maravillosa puerta de la pasión por la historia.
Agradecer a mi padre, hombre sabio, pragmático, austero, generoso y valiente, que me enseñase dónde se encuentra la tierra y cómo se han de poner los pies en ella.
A mi gran amigo Federico Pacheco Gutiérrez, quien ha vivido con pasión la creación de la novela a medida que ésta se iba escribiendo y que con sus críticas incisivas, mordaces y llenas de humor ha contribuido a que Okela sea quien es. Gracias, Fede.
A mis no menos grandes amigos Pablo Gutiérrez Barbadillo y Sergio García Müllach quienes han soportado estoicamente horas de incontinencia verbal acerca de griegos y cántabros y han contribuido a llenar mi libreta de ideas.
A Javier Lorenzo, hombre de desbordante cultura, escritor, periodista y ante todo amante de las letras quien, sin apenas conocerme, me hizo el honor no sólo de leer la novela con sumo interés, sino que, de forma entusiasta y como si me conociese de toda la vida, me ha brindado una incalculable ayuda a la hora de pulir conceptos y revisar ideas. Gracias, Javier.
Gracias también a Carlos Alonso, transmisor de sueños, por haber apostado con entusiasmo por Okela.
Cómo no, gracias a Toni y a Juani de Yecla, auténticos incondicionales, y gracias a todos aquellos cuyos nombres propios no figuran aquí pero que han contribuido a hacer que esto sea posible. Vosotros sabéis quiénes sois.
Pero sobre todo a ti, que lees estas líneas. A ti que en estos tiempos difíciles has decidido soñar conmigo, zambullirte en mis palabras, confiar en mí y dejarte llevar a un remoto pasado que nunca fue pero que pudo haber sido. A ti porque, sin saber quién eres, en ti he pensado a cada golpe del teclado. A ti, que me has hecho un hueco en tu vida y me has dedicado lo más valioso que tienes: tu tiempo. A ti: Gracias.