Epílogo

—¿Cómo sería ahora el mundo si el rey Bruenor no hubiera tomado semejante rumbo con el primer Obould Muchas Flechas? —le preguntó Hralien a Drizzt—, ¿mejor o peor?

—¿Quién lo sabe? —contestó el drow—. Pero en aquella época, una guerra entre las hordas de Obould y los ejércitos reunidos de la Marca Argéntea hubiera cambiado profundamente la región. ¿Cuántos de los súbditos de Bruenor hubieran muerto?

¿Y cuántos de los tuyos, que ahora florecen en el Glimmerwood en relativa paz? Y al final, amigo mío, no sabemos quién habría vencido.

—Y aun así aquí estamos, un siglo después de esa ceremonia.

¿Acaso puede uno de nosotros decir con absoluta certeza que Bruenor eligió correctamente?

Drizzt sabía, con gran frustración, que tenía razón. Se recordó a sí mismo los caminos que había recorrido en las últimas décadas, las ruinas que había visto, la devastación de la Spellplague. Pero en vez de eso, y gracias a un valiente enano llamado Bruenor Battlehammer, que renunció a sus más bajos instintos, a su odio y su sed de venganza en favor de lo que creía que sería el bien mayor, la región norte había conocido más de un siglo de paz relativa. Más paz de la que había conocido jamás. Y eso mientras el mundo que los rodeaba estaba sumido en la sombra y la desesperación.

Hralien comenzó a alejarse, pero Drizzt lo llamó.

—Ambos apoyamos a Bruenor el día en que firmó el Tratado del Barranco de Garumn —le recordó.

Hralien asintió mientras se giraba.

—Al igual que ambos luchamos junto a Bruenor el día en que decidió apoyar a Obould contra Grguch y las viejas costumbres de Gruumsh —añadió Drizzt—. Si recuerdo bien aquel día, un Hralien más joven estaba tan fascinado por el momento que eligió depositar su confianza en un elfo oscuro, aunque aquel mismo drow había ido a la guerra contra la gente de Hralien apenas unos meses antes.

Hralien rio y levantó las manos, rindiéndose.

—¿Y qué salió de aquella confianza? —preguntó Drizzt—. ¿Cómo le va a Tos’un Armgo, esposo de Sinnafain, padre de Teirflin y de Doum’wielle?

—Se lo preguntaré cuando vuelva al Bosque de la Luna —contestó Hralien, vencido, pero consiguió lanzarle la última flecha cuando dirigió la mirada de Drizzt hacia los prisioneros que habían hecho aquel día.

Drizzt le concedió el punto con un gesto educado de la cabeza.

No había acabado. No estaba decidido. El mundo giraba a su alrededor; la arena se movía bajo sus pies.

Extendió la mano para acariciar a Guenhwyvar, necesitado del consuelo de su amiga pantera, la única constante en su sorprendente vida, la única gran esperanza a lo largo de su camino siempre sinuoso.