a las puertas del destino
—No me gusta este lugar.
Una jugarreta del viento, que sopla por un canal abierto entre dos grandes muros de nieve, amplificó las palabras pronunciadas en voz baja por Regis de tal modo que parecieron llenar el espacio que rodeaba a sus cuatro compañeros enanos.
Las palabras se fundieron con el lúgubre silbido de la fría brisa, una armonía de miedo y lamento que tan adecuada parecía en un lugar llamado Paso del Páramo.
Bruenor, que estaba demasiado ansioso como para estar en ningún sitio que no fuera el frente, se volvió y dio la impresión de que fuera a reprender al halfling. Pero no lo hizo. Se limitó a menear la cabeza. ¿Cómo negar lo innegable?
La región estaba encantada; era evidente. Habían tenido esa sensación cuando habían atravesado el paso la primavera anterior, de oeste a este, hacia Mithril Hall. La misma atmósfera cerrada seguía flotando en el Paso del Páramo, aunque el entorno había sido transformado por la estación. La primera vez que pasaron, el terreno estaba llano y uniforme, un paso amplio y fácil de transitar entre un par de distantes cadenas montañosas. Tal vez los vientos de ambas cadenas libraban batallas allí continuamente y allanaban el terreno. Una profunda capa de nieve se había amontonado desde entonces por la acción de los vientos enfrentados, formando una serie de ventisqueros que parecían las dunas del desierto del Calim, una serie de gigantescas conchas de vieira dispuestas a intervalos regulares en dirección este-oeste marcando las cadenas montañosas que lo bordeaban. Con el deshielo y el recongelamiento del invierno anterior, la capa superficial de la nieve era una costra helada, pero no bastaba para aguantar el peso de un enano. Por esa razón, tenían que irse abriendo camino por los puntos bajos de la nieve todavía profunda, entre los canales que quedaban entre las dunas.
Drizzt hacía de guía. Corriendo levemente y tanteando de vez en cuando la nieve con sus cimitarras, el drow transitaba por las dunas como un salmón podría sortear las ondas de un río de escasa corriente. Subía por un lado y bajaba por el otro, tras hacer una pausa en los puntos altos para orientarse.
A los seis que formaban el grupo —Bruenor, Regis, Drizzt, Thibbledorf Pwent, Cordio y Torgar Hammerstriker—, les había llevado cuatro días llegar a la entrada oriental del Paso del Páramo. Habían ido de prisa, considerando la nieve y el hecho de que habían tenido que evitar muchos de los puestos de guardia del rey Obould y un par de caravanas orcas. Una vez en el paso, incluso con los ventisqueros, habían seguido progresando sin pausa; Drizzt escalaba las dunas e indicaba a Pwent los puntos por los que pasar.
A siete días de la partida, la marcha se había reducido a un paso lento. Estaban seguros de que estaban cerca de donde habían encontrado el agujero que Bruenor creía que era la entrada a la legendaria ciudad enana de Gauntlgrym.
Habían levantado un buen mapa en aquel viaje desde el oeste y, siguiendo instrucciones de Bruenor, habían tomado nota de todos los hitos del terreno, los ángulos respecto de determinados picos al norte y el sur, y cosas por el estilo. Pero con el manto de nieve, el Paso del Páramo parecía tan diferente que Drizzt no podía estar seguro de nada. En todos ellos, y en Bruenor de forma especial, pesaba la posibilidad real de haber pasado de largo el agujero que se había tragado una de sus carretas.
Por otra parte, allí había algo más, una sensación suspendida en el aire que hacía que se les erizaran los pelos de la nuca. El silbido fúnebre del viento estaba lleno de los lamentos de los muertos, de eso no cabía duda. El clérigo, Cordio, había formulado algunos conjuros de adivinación que le habían revelado que había algo sobrenatural en ese lugar, una presencia extraña. En el viaje a Mithril Hall, los sacerdotes de Bruenor le habían pedido a Drizzt que no invocara a Guenhwyvar por miedo a incitar la atención no deseada de fuentes de otros planos en el proceso, y ahora Cordio había insistido en lo mismo. El sacerdote enano había asegurado a sus compañeros que el Paso del Páramo no era estable desde el punto de vista de los diferentes planos, aunque el propio Cordio admitía que no estaba seguro de lo que significaba realmente aquello.
—¿Tienes algo para nosotros, elfo? —le preguntó Bruenor a Drizzt. Su voz bronca, llena de irritación, resonó en las paredes de nieve helada.
Drizzt apareció en lo alto del ventisquero, a la izquierda del grupo, el oeste. Se encogió de hombros a modo de respuesta, y luego dio un paso adelante y empezó un deslizamiento equilibrado por la reluciente duna blanca. Se mantenía de pie sin problema, y se deslizó por delante del halfling y de los enanos hasta la base del ventisquero que había al otro lado, donde aprovechó la empinada pendiente para parar la marcha.
—Lo único que tengo es nieve —respondió—, tanta nieve como se puede desear hasta donde alcanza mi vista por el oeste.
—O sea que vamos a tener que quedarnos aquí hasta el deshielo —gruñó Bruenor, que puso los brazos en jarras y, de un puntapié de su pesada bota, atravesó la pared helada de un montículo.
—Lo encontraremos —respondió Drizzt, pero sus palabras quedaron tapadas por el súbito gruñido de Thibbledorf Pwent.
—¡Bah! —dijo, furioso, con un resoplido, y dando una fuerte palmada se puso a andar aporreando la quebradiza capa de nieve con sus pesadas botas.
Mientras que los demás iban vestidos sobre todo con pieles y capa tras capa de distintos tejidos, Pwent estaba enfundado en su tradicional armadura de guerra de los Revientabuches, que lo cubría desde el cuello hasta los pies con planchas de metal superpuestas, provistas de púas en todas las zonas adecuadas de ataque: puños, codos, hombros y rodillas. También su yelmo tenía una aguzada púa que había acabado con muchos orcos en su día.
—¿No tienes ninguna magia que pueda ayudarme? —le preguntó Bruenor a Cordio.
El clérigo se encogió de hombros, impotente.
—Las incógnitas de este laberinto trascienden lo físico, mi rey —trató de explicar—. Las consultas que he hecho a través de conjuros no me han llevado más que a otras preguntas. Sé que estamos cerca, pero más como resultado de una sensación que por los conjuros.
—¡Bah! —volvió a gruñir Pwent.
Agachó la cabeza y empezó a perforar el ventisquero más próximo con el ariete de su casco, hasta que desapareció tras un velo blanco que caía detrás de él mientras cavaba hasta el canal que había al otro lado.
—Entonces, lo encontraremos —dijo Torgar Hammerstriker—. Si estaba aquí cuando vinisteis, todavía estará aquí. Y si mi rey piensa que es Gauntlgrym, nada me va a impedir ver ese lugar.
—¡Bien, así se habla! —coincidió Cordio.
Todos saltaron cuando la nieve entró en erupción ante ellos.
Las cimitarras de Drizzt aparecieron en sus manos como si hubieran estado siempre allí.
De esa abertura en la duna surgió un Thibbledorf Pwent cubierto de nieve y rugiente. No se detuvo, sino que siguió abriendo surcos en la duna, atravesando el camino, derribando el muro helado con facilidad y desapareciendo de la vista.
—¿Quieres dejar de hacer eso, maldito necio? —dijo Bruenor furioso, pero Pwent ya había desaparecido.
—Tengo la certeza de que estamos cerca de la entrada —le dijo Drizzt a Bruenor mientras devolvía las espadas al cinto—. Estamos a la distancia correcta de las montañas, tanto al norte como al sur. De eso, estoy seguro.
—Estamos cerca —confirmó Regis, que no dejaba de mirar en derredor como si temiera que en cualquier momento apareciera un fantasma y lo acogotara.
A ese respecto, Regis sabía más que los demás, ya que había sido él quien había caído en el agujero detrás de la carreta hacía unos meses, y quien había encontrado, en las tenebrosas profundidades, lo que él había creído que era el fantasma de un enano muerto hacía tiempo.
—Entonces, seguiremos mirando —dijo Bruenor—. Y si está oculta bajo la nieve, sus secretos dejarán de serlo dentro de poco, cuando llegue el deshielo.
—¡Bah! —oyeron gruñir a Pwent otra vez desde detrás de la duna hacia el este, y se dispersaron ante la perspectiva de verlo irrumpir en medio de todos y, probablemente, embistiendo con el yelmo letal.
La duna se estremeció cuando arremetió a través del camino y volvió a rugir ferozmente. Sin embargo, su tono cambió de repente; pasó del desafío a la sorpresa, y entonces se desvaneció con rapidez, como si el enano hubiera caído y desaparecido de la vista.
Bruenor miró a Drizzt.
—¡Gauntlgrym! —declaró.
Torgar y Cordio se lanzaron hacia el punto del ventisquero tras el cual habían oído el grito de Pwent. Se abrieron paso a empellones lanzando nieve hacia atrás, trabajando como un par de perros que excavaran en busca de un hueso. Fueron debilitando la integridad de esa sección del ventisquero hasta que se derrumbó ante ellos, lo que complicó la excavación. A pesar de todo, en un instante, llegaron al borde del agujero abierto en el terreno, y la pila de nieve que quedaba se deslizó hacia el interior, pero pareció llenar la grieta.
—¿Pwent? —llamó Torgar hacia la nieve, pensando en su compañero enterrado vivo.
Se inclinó sobre el borde mientras Cordio le sujetaba los pies y hundió la mano en la pila de nieve. Se dio cuenta de que ésta sólo se había compactado en la superficie del agujero que quedaba por debajo. Cuando la mano de Torgar quebró la capa exterior, la nieve se desprendió, y el enano se encontró mirando hacia el fondo de un pozo frío y vacío.
—¿Pwent? —volvió a llamar de forma más perentoria al darse cuenta de que su compañero había caído muy hondo.
—¡Ahí está! —gritó Bruenor, que corrió a colocarse entre los dos enanos arrodillados—. ¡La carreta entró justo por ahí! —Mientras decía esto, se dejó caer de rodillas, empezó a apartar más nieve y dejó al descubierto un surco que había hecho la rueda de la carreta meses antes—. ¡Gauntlgrym!
—Sí, y Pwent se cayó dentro —le recordó Drizzt.
Al volverse, los tres enanos vieron al drow y a Regis desenrollando una cuerda que Drizzt ya se había atado a la cintura.
—¡Sujetad la cuerda, muchachos! —gritó Bruenor, pero Cordio y Torgar ya se habían puesto en marcha y corrían para asegurar la cuerda y encontrar un lugar en el que asentar firmemente sus pesadas botas.
Drizzt se tiró al suelo, junto al borde, y trató de escoger una ruta prudente, pero en ese momento llegó un grito desde muy abajo, seguido por un rugido agudo y chisporroteante que no se parecía a nada de lo que ninguno de ellos hubiera oído antes, como una mezcla entre el chillido de una águila y el silbido de un lagarto gigante.
Dando una voltereta por encima del borde, Drizzt se dio la vuelta y afirmó las manos, y Bruenor se apresuró a unir sus fuerzas a las de los que sujetaban la cuerda.
—¡Rápido! —urgió Drizzt, mientras los enanos empezaban a soltar cuerda. Fiándose de ellos, el drow saltó desde el borde y se perdió de vista.
—Hay un repecho unos cinco metros más abajo —gritó Regis, gateando por delante de los enanos hasta el agujero.
El halfling se movía como si fuera a saltar, pero se detuvo de repente, apenas antes de llegar al borde. Allí permaneció mientras pasaban los segundos, con el cuerpo paralizado por el recuerdo de su anterior incursión al lugar que Bruenor llamaba Gauntlgrym.
—Estoy en el repecho. —La voz de Drizzt lo sacó de su trance—. Puedo abrirme paso, pero estad atentos a la cuerda.
Regis se asomó y apenas pudo distinguir la forma del drow en la oscuridad del agujero.
—Tú serás nuestro guía —le indicó Bruenor, y Regis encontró fuerzas para asentir.
Sin embargo, un fuerte ruido desde mucho más abajo lo volvió a sobresaltar. Al ruido le siguieron un grito de dolor y un alarido que parecía de otro mundo. Se oyeron más ruidos, de metal rozando sobre tierra, silbidos de serpiente y chillidos de águila, junto con rugidos enanos de desafío.
Después, un grito de terror inconfundible, el grito de Pwent, los estremeció a todos hasta la médula, pues ¿cuándo había gritado de terror Thibbledorf Pwent?
—¿Qué ves? —le preguntó Bruenor a Regis.
El halfling entrecerró los ojos tratando de distinguir algo. Sólo podía ver a Drizzt, bajando palmo a palmo por la pared por debajo del repecho. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, Regis se dio cuenta de que no era realmente un repecho, ni una pared, sino más bien un promontorio de estalagmita que había crecido junto al lado de la cueva que había más abajo. Volvió a mirar a Drizzt, y el drow se perdió de vista. Los enanos que tenía detrás cayeron de espaldas con un gañido cuando la cuerda se aflojó.
—¡Afirmadla! —gritó Bruenor a Torgar y Cordio mientras él corría hacia el borde del pozo—. ¿Qué ves, Panza Redonda?
Regis se apartó, se volvió y negó con la cabeza, pero Bruenor de todos modos no esperaba una explicación. El enano se tiró al suelo, asió la cuerda y sin vacilar se tiró por el borde; descendió rápidamente hacia las tinieblas. Reculando, Torgar y Cordio gruñían por el esfuerzo y trataban con todas sus fuerzas de clavar las botas en la nieve.
Regis tragó saliva. Oyó un gruñido y un chillido desde muy abajo. La imagen del espectro de un enano lo atormentaba y le decía que saliera corriendo. Pero Drizzt estaba ahí abajo, y también Bruenor, y Pwent.
El halfling volvió a tragar saliva y corrió hacia el pozo. Se tiró al suelo encima de donde asomaba la cuerda y, con una mirada a Torgar y a Cordio, se perdió de vista.
En cuanto apoyó los pies en el repecho, Drizzt supo lo que era.
El alto promontorio de estalagmita formaba un ángulo con la pared de piedra que tenía a sus espaldas.
Aunque estaba a sólo cinco metros del borde, los sentidos de Drizzt volvieron a ser los de la persona que había sido antes, los de una criatura de la Antípoda Oscura. Empezó a bajar a tientas, desenrollando cuerda tras de sí, apenas un par de pasos.
Cuando sus ojos se ajustaron a la oscuridad, vio los contornos de la estalagmita y el suelo a uno seis metros más abajo.
Sobre él se veían los restos de la carreta destrozada que habían perdido meses atrás, cuando viajaban hacia el este.
Debajo y a la izquierda, oyó un grito sofocado y el sonido de metal frotando contra la piedra, como si estuvieran arrastrando a un enano con armadura.
Con un giro de muñeca, Drizzt se soltó de la cuerda, y tan equilibrado fue su descenso por el lado de la estalagmita que no sólo no tuvo que agacharse y usar las manos, sino que sacó sus dos espadas mientras bajaba. Tocó el suelo a la carrera, pensando en dirigirse al estrecho túnel que había visto al frente y a la derecha, pero la cimitarra que llevaba en la izquierda, Centella, lanzó un destello azul y sus agudos sentidos de la vista y del tacto permitieron al drow detectar un atisbo de movimiento y un susurro del lado de la pared lateral frenando en seco, se volvió para hacer frente a la amenaza, y sus ojos se abrieron como platos cuando vio que una criatura que no se parecía a nada que hubiera visto antes venía a toda velocidad hacia él.
Medía una vez y media la altura de Drizzt de la cabeza a la cola y cargó contra el drow sobre unas fuertes patas traseras, como si fuera un lagarto bípedo, con la espalda encorvada y la cola suspendida por detrás para contrapesar la enorme cabeza, en el caso de que se le pudiera dar ese nombre a esa especie de boca con tres mandíbulas equidistantes que la abarcaban toda. Unos colmillos negros tan grandes como las manos de Drizzt se curvaban hacia dentro en los bordes de las mandíbulas, y Drizzt distinguió dos filas de largos y afilados dientes que descendían hacia la garganta en tres líneas cortantes.
Más extraño aún era el brillo de los ojos de la criatura. Eran tres, y cada uno de ellos estaba en el pliegue de piel moteada que se extendía entre las respectivas mandíbulas. La criatura se lanzó sobre el drow como una serpiente de boca triangular que desencajara la mandíbula para engullir a su presa.
Drizzt se dirigió primero hacia la izquierda y cambió rápidamente el sentido cuando la criatura se dispuso a seguirlo. A pesar de las ajorcas que aumentaban su velocidad, el drow no pudo girar a la derecha lo bastante rápido como para evitar a la criatura.
Las mandíbulas se cerraron con fuerza, pero sólo apresaron el aire, ya que Drizzt saltó y se tiró hacia adelante, sobre la mandíbula superior. Mientras pasaba por encima, lanzó una cuchillada hacia abajo y aprovechó el contacto para impulsarse aún más arriba, mientras realizaba un giro lateral y ponía los pies en el suelo. La criatura emitió un extraño rugido, un silbido de protesta. «Un adecuado sonido de otro mundo para una criatura de otro mundo», pensó Drizzt.
Doblándose y girando, Drizzt plantó los pies contra el lado del hombro de la criatura y dio una patada, pero la criatura era más sólida de lo que había pensado. Su golpe sólo sirvió para apartarla a la altura de los hombros mientras él se desplazaba hacia un lado. Y esa curvatura del cuerpo, por supuesto, volvió a girar hacia él las terribles mandíbulas.
Sin embargo, Drizzt voló hacia atrás, manteniendo a la perfección el equilibrio y la conciencia. Mientras la bestia se volvía, antepuso las cimitarras y dio dos cortes en la musculatura y la piel del pliegue que conectaba las mandíbulas.
La criatura chilló y mordió las espadas al pasar. Sus tres mandíbulas no se alineaban del todo al cerrarse juntas. Abrió del todo las fauces cuando se volvió para enfrentarse a Drizzt.
Las dos cimitarras se movieron con la velocidad del rayo. El revés de Muerte de Hielo cortó el pliegue de piel opuesto, y un fuerte mandoble de Centella atravesó el músculo y la carne, y a continuación giró hacia abajo para cortar el pliegue de la base que conectaba las dos mandíbulas inferiores. Drizzt volvió un poco la hoja cuando tomó contacto y se apoyó fuertemente en ella, obligando a las mandíbulas a formar un ángulo descendente.
La criatura echó la cabeza hacia atrás al recibir el corte, y dando un salto, bajó su extremo posterior para aterrizar sobre la cola extendida, con las patas traseras libres, y atacar a su adversario. Realmente, eran formidables las tres garras en que terminaban aquellas poderosas patas, y Drizzt apenas tuvo tiempo de echarse atrás para esquivar el malintencionado ataque.
Por algún medio, la criatura consiguió lanzarse hacia adelante en persecución del drow, valiéndose sólo de la cola como propulsión. Sus diminutas patas delanteras se agitaban frenéticamente en el aire, mientras sus largas y poderosas patas traseras trataban de alcanzar al drow.
Drizzt movió vertiginosamente las cimitarras para defenderse; aunque hubo repetidos contactos, nunca con demasiada solidez, por miedo a que una de las espadas se le escapara de la mano. Retrajo una de las cimitarras y la pata trasera de la criatura se sacudió, y entonces él le lanzó un mandoble y le cortó el pie.
La criatura echó atrás la cabeza y volvió a chillar —de arriba llegó un ruido al rodar algo desde el borde del repecho—, y Drizzt no perdió la oportunidad que le brindaba esa distracción.
Rodeando las movedizas patas y lanzando una cuchillada con Muerte de Hielo primero y con Centella inmediatamente después, consiguió alcanzar dos veces el delgado cuello de la criatura.
Hubo una aspiración de aire, y Drizzt vio manar sangre mientras sus hojas atravesaban la carne.
Sin ralentizar siquiera su giro mientras la criatura caía sin emitir el menor sonido, el drow se lanzó por el túnel abajo. Un rugido a sus espaldas lo hizo mirar hacia atrás y vio que Bruenor bajaba volando el último tramo pegado a la estalagmita y sosteniendo el hacha por encima de la cabeza. El enano coordinó perfectamente su aterrizaje con un golpe descendente, de modo que partió con el hacha la columna de la criatura ya herida de muerte. El ruido fue horroroso.
—¡Espera aquí! —le gritó Drizzt mientras desaparecía.
Bruenor esperó a que la criatura acabara con los últimos estertores. Trató de volverse para atacarlo, pero Drizzt le había dejado totalmente inservibles las formidables mandíbulas. Ahora colgaban pesadamente y sin la menor coordinación al estar cortada la mayor parte de los músculos que las sostenían.
También la cola y las patas traseras de la criatura experimentaban sólo algún espasmo ocasional, ya que el hacha de Bruenor le había partido el espinazo.
Así pues, el enano se mantenía a distancia, con el hacha lejos de su torso para evitar cualquier contacto incidental.
—¡Date prisa, elfo! —le gritó Bruenor a Drizzt cuando miró hacia un lado y vio que la bota de Thibbledorf estaba tirada en el suelo de piedra.
Bruenor ya no estaba dispuesto a esperar hasta que muriera la bestia, de modo que saltó sobre el lomo y le arrancó el hacha, con gran destrozo de tendones y huesos. Pensó correr en pos de Drizzt, pero antes incluso de que tuviera nuevamente el hacha en las manos, captó un movimiento a un lado.
El enano miró con curiosidad una sombra oscura que había cerca de la pared lateral y de la carreta destrozada, y que poco a poco fue tomando forma, la forma de otra de las extrañas bestias.
Se lanzó contra él, potente y veloz, y Bruenor tuvo el buen tino de dejarse caer detrás de la criatura muerta. La otra arremetió, tratando de alcanzarlo con sus furiosas garras, y el enano se tiró al suelo y levantó a la primera criatura como un carnoso escudo. Por fin, tuvo ocasión de ver el daño que esas extrañas mandíbulas triangulares podían hacer, ya que la feroz criatura arrancó en segundos grandes trozos de carne y hueso.
Un movimiento a sus espaldas hizo que Bruenor se volviera a medias hacia la derecha.
—¡Soy yo! —le dijo Regis antes de que girara del todo, y el enano volvió a centrarse en la bestia que tenía delante.
Entonces, Bruenor miró hacia la izquierda y vio que Drizzt, retrocediendo frenéticamente, salía del túnel, con las cimitarras actuando con velocidad e independencia. Lanzaba mandobles para mantener a raya las ávidas fauces de otras dos criaturas.
—¡Panza Redonda, ayuda al elfo! —gritó Bruenor, pero cuando miró hacia atrás, Regis había desaparecido.
En ese momento, la atacante de Bruenor se encaramó sobre la bestia muerta, y el enano ya no tuvo tiempo para buscar a su compañero halfling.
Al pasar, Drizzt vio a Regis pegado contra la pared. El halfling hizo un gesto afirmativo con la cabeza y quedó a la espera de otro de respuesta.
En cuanto Drizzt respondió, Regis salió rápidamente y golpeó con su pequeña maza la cola de la criatura de la izquierda.
Como era de esperar, la bestia se dio la vuelta para ocuparse de su nuevo enemigo, pero, anticipándose, Drizzt se movió más de prisa y, con un movimiento cruzado de la espada que esgrimía con la derecha, hizo un buen corte en el lado del cuello de la bestia, que se volvía.
Con un rugido de protesta, la criatura giró hacia atrás, y la otra, al ver un claro, arremetió de repente.
Una vez más, Drizzt le ganó de mano y consiguió retroceder con rapidez suficiente para obtener el tiempo que necesitaba para realinear sus espadas. Le hizo a Regis un gesto de aprobación cuando éste se deslizó túnel abajo.
Regis avanzaba nervioso, pero con determinación; se adentraba en la oscuridad, pensando que en cualquier momento saltaría sobre él un monstruo desde las sombras. No tardó en oír el roce del metal y algún que otro gruñido y maldición enana, y por la ausencia de bravatas coligió que Thibbledorf Pwent se enfrentaba a graves problemas.
Movido por esto, Regis apuró el paso y llegó hasta la entrada de una cámara lateral de la cual salían los terribles y rechinantes sonidos metálicos. Regis reunió valor y se asomó a la entrada. En el interior, recortada por la luz de los líquenes contra la pared del fondo, había otra criatura; era más grande que las demás, ya que medía fácilmente tres metros de la mandíbula a la cola. El cuerpo estaba totalmente inmóvil, pero agitaba la cabeza atrás y adelante. Mirándola por la espalda, pero levemente de lado, Regis pudo ver por qué hacía eso: de una de las comisuras de esa boca sobresalía una pierna de enano dentro de su armadura y un pie sucio y desnudo colgaba en el extremo. Regis hizo una mueca de dolor, pensando que su amigo estaba siendo desmembrado por aquellas fauces triangulares. Se imaginó los dientes negros destrozando la armadura de Pwent y desgarrando su carne con los colmillos y con el metal roto.
Además, el enano no daba más señales de vida que las sacudidas de los miembros flácidos que sobresalían de la boca de aquella cosa. Habían cesado igualmente las protestas y los gruñidos.
Temblando tanto de ira como de terror, Regis cargó sin mucho entusiasmo, dando un salto hacia un lado y levantando en alto su pequeña maza. Pero ¿dónde podía golpear siquiera a la bestia asesina para hacerle daño?
Encontró la respuesta cuando la criatura reparó en él y giró la cabeza. En ese momento, el halfling comprendió cómo era su extraña cabeza, con sus tres ojos equidistantes situados en el centro de los pliegues de piel que conectaban las mandíbulas.
Por puro instinto, el halfling se lanzó a por el ojo más próximo, y los cortos miembros anteriores de la criatura no eran tan largos como para bloquear su ataque.
La maza dio en el blanco, y la piel, tensa por el esfuerzo de sujetar la rodilla y el muslo del enano atrapado, no tenía juego para poder absorber el golpe. Con un sonido nauseabundo, el ojo estalló y derramó su líquido sobre el horrorizado halfling.
La criatura silbó y sacudió la cabeza con furia, en un intento de arrojar fuera al enano.
Pero Pwent no estaba muerto. Había adoptado una postura defensiva, una especie de tortuga que cerraba su magnífica armadura, la volvía más fuerte y ocultaba sus costuras vulnerables. Cuando la criatura redujo la fuerza en torno a él, el enano salió de su postura defensiva con un gruñido desafiante.
No tenía lugar para golpear ni para maniobrar con la pica de la cabeza, de modo que se limitó a agitarse, sacudiéndose como un arbusto de grandes hojas al influjo de un vendaval.
La criatura perdió interés por Regis, y trató de sujetar al enano, pero era demasiado tarde, porque Pwent ya era presa de un enloquecido y rabioso frenesí.
Por fin, consiguió abrir bien las fauces y agacharse, echando fuera al enano. Cuando Pwent quedó libre, Regis no podía creer el daño —piel desgarrada, dientes rotos y sangre— que el enano había infligido a la bestia.
Y todavía no había terminado ni mucho menos. Descendió al suelo con una voltereta que le permitió caer de pie, y con las pequeñas piernas dobladas, lo que le permitió impulsarse otra vez contra la criatura, la embistió con la cabeza y con la púa de su yelmo. Arremetió atravesando la mandíbula y obligando a la criatura a retroceder. Acto seguido, el enano se retiró y atacó con los dos puños al mismo tiempo; lanzándole dos ganchos envolventes que castigaron a la bestia en ambos lados del cuello, le clavó las picas de los puños. Una y otra vez, el enano golpeó duro, con las dos manos juntas, lacerando la carne.
Además, impulsándose con las piernas, empujaba a la criatura hacia atrás, así hasta llegar a la pared lateral de la cámara.
Para entonces, la bestia ya no ofrecía resistencia, no empujaba, y probablemente, de no haberlo tenido a él delante, se habría desplomado.
Sin embargo, Pwent no cejaba en su empeño, y no dejaba de descargar golpes al mismo tiempo que de su boca salía todo tipo de juramentos.
Bruenor blandía el hacha horizontalmente ante él, venciendo así en el primer ataque. Giró el arma y la usó para desviar hacia un lado la carga de la criatura, mientras él corría hacia adelante y pasaba a la carrera junto a la bestia, hasta los restos de la carreta. Todos los cajones y los sacos con provisiones habían quedado destrozados, o bien por la caída o habían sido abiertos después, pero Bruenor encontró lo que andaba buscando en una parte intacta del lateral de la carreta que le llegaba aproximadamente a la altura de la cintura.
Sabiendo que la criatura no había abandonado la persecución, el enano se tiró contra aquello, cayó al suelo bajo su base y, dándose la vuelta mediante una voltereta, quedó panza arriba con el hacha por encima de la cabeza.
La criatura saltó sobre las tablas, sin darse cuenta de que Bruenor estaba muy cerca de ellas, hasta que sintió el hacha del enano clavándose en el costado y abriéndole una larga herida apenas por detrás de su pequeña y crispada pata delantera.
Bruenor se echó de espaldas y mantuvo el impulso para dar una voltereta en sentido opuesto y volver a ponerse de pie. No se detuvo para observar el resultado de su ataque, sino que se impulsó hacia adelante, con el hacha por encima de un hombro mientras avanzaba.
No obstante, la criatura estaba preparada, y en tanto el enano arremetía, le lanzó una dentellada, y cuando tuvo que retraerse para evitar un tajo de aquella feroz hacha, se replegó sobre la cola y alzó sus formidables patas traseras.
Con una de ellas, repelió el siguiente golpe de Bruenor, de una patada y asiendo el hacha por debajo de la cabeza, mientras que con la otra lanzó un zarpazo, marcando profundos surcos en la armadura del enano. Tras eso, la criatura inclinó el tronco hacia adelante, tratando de alcanzar al enano con sus fauces triangulares, pero Bruenor consiguió en el último momento ponerse fuera de su alcance.
Acto seguido, el enano arremetió otra vez, gritando, escupiendo y descargando un golpe aplastante con el hacha.
La criatura se replegó, y el arma ni siquiera la rozó. A continuación, se lanzó hacia adelante, en pos del hacha.
Bruenor no detuvo el impulso del hacha y la usó para parar el ataque. La dejó completar el ciclo y la volvió de lado cuando la hoja estaba baja. Girándola entonces un poco más, se atrevió a volverse de espaldas delante de la bestia, convencido de que él sería más rápido.
Y así fue.
Bruenor terminó de dar la vuelta con amplitud sujetando el hacha con ambas manos y lanzando un golpe de lado. La criatura se agachó para parar el ataque. Bruenor redujo la vuelta, acortando el radio de giro y acercando más hacia sí la cabeza del hacha. Cuando la criatura dio una patada para bloquear, el hacha la alcanzó de pleno, le cercenó uno de los tres dedos de la pata y cortó el pie por la mitad.
La criatura se lanzó hacia adelante, gritando de dolor y furia.
Arremetió contra Bruenor, ciega de rabia. Entonces, el rey enano retrocedió frenéticamente y describió un zigzag con el hacha para parar los asaltos.
—¡Elfo! ¡Te necesito! —bramó, desesperado, el enano.
El elfo no estaba en condiciones de responder. Al parecer, la herida que había infligido a una de las bestias no era tan grave como había esperado, pues la criatura no daba muestras de ceder. Y para colmo de males, se había visto obligado a recular hasta una zona más amplia, lo que daba a las criaturas más capacidad de maniobra.
Hacían movimientos amplios, a izquierda y derecha, increíblemente bien coordinados para unas bestias no pensantes.
Drizzt movía las cimitarras hasta donde podía en ambos sentidos, y cuando eso llegó a ser imposible y difícil, el drow se lanzó repentinamente hacia adelante, para volver hacia el túnel.
Las dos criaturas se dispusieron a seguirlo, pero Drizzt retrocedió aún más de prisa, girando sobre sí mismo para responder a su persecución con una andanada de golpes. Le hizo un corte profundo en un lado de la boca a una y alcanzó a la otra en el ojo inferior.
En lo alto oyó un ruido, y desde un lado, Bruenor lo llamaba.
Lo único que podía hacer era estudiar qué opciones tenía.
Siguió con la vista el rastro de unas rocas que caían y vio a Torgar Hammerstriker en una carrera loca y desatada por el lado de la estalagmita. El enano llevaba ante sí una pesada ballesta, y justo antes de que su caída acabara en un deslizamiento de frente, lanzó un virote que consiguió alcanzar a la criatura que Drizzt tenía a su derecha. La ballesta salió volando, y Torgar también. Hizo el resto de la bajada dando rumbos y golpeándose contra las piedras.
La criatura a la que había herido se tambaleó y después giró en redondo para responder a la carga del enano, pero sus fauces no consiguieron cerrarse sobre Torgar, y el enano aterrizó con un buen golpe contra el lomo y el lateral de la bestia, lo que la hizo caer al suelo. Mareado y medio inconsciente, Torgar no pudo organizar su defensa en el momento en que la criatura se disponía a atacarlo.
Sin embargo, Drizzt rodeó a la criatura que quedaba y golpeó duro a la que estaba caída; le hizo varios cortes en rápida sucesión y le abrió profundos surcos en la carne. El drow tuvo que hacer una pausa para bloquear a la otra, pero en cuanto consiguió repeler ese ataque, volvió a la primera para asegurarse de dejarla muerta.
El drow sonrió y supo que las tornas habían cambiado cuando vio una cabeza gacha rematada con una pica que corría con todas sus fuerzas para embestir por detrás a la criatura que quedaba de pie.
En cuanto Pwent ensartó a la bestia por detrás, Drizzt se apartó y corrió hacia la carreta. Cuando llegó se encontró a Bruenor y a su oponente enzarzados en un salvaje intercambio de golpes.
Drizzt saltó al borde del lateral de la carreta, buscando una brecha. Al verlo, Bruenor salió disparado hacia el otro lado, y la criatura giró con el enano.
Drizzt saltó sobre su lomo y empezó a realizar un rápido y letal trabajo con sus cimitarras.
—Por los Nueve Infiernos, ¿qué son estas cosas? —preguntó Bruenor cuando por fin hubieron derribado a la feroz criatura.
—Tal vez algo salido precisamente de los Nueve Infiernos —dijo Drizzt, encogiéndose de hombros.
Los dos volvieron al centro de la cueva, donde Pwent seguía ensartando a la bestia ya muerta mientras Regis se ocupaba del atontado y vapuleado Torgar.
—No puedo bajar —se oyó una voz y, al alzar la vista, todos vieron a Cordio allá arriba, asomado por encima de la entrada—. No hay dónde sujetar la cuerda.
—Yo iré a por él —le aseguró Drizzt a Bruenor.
Con su sorprendente y proverbial agilidad, el drow trepó corriendo por el lado de la estalagmita mientras se despojaba de sus cimitarras. Al llegar arriba, buscó y encontró los asideros, y entre éstos y la cuerda, que Cordio sujetaba una vez más, Drizzt no tardó en desaparecer saliendo otra vez del agujero.
Unos instantes después, Cordio se descolgaba hasta llegar a la cima del montículo. A continuación, con la ayuda de Drizzt, se deslizó cuidadosamente hasta el suelo. Drizzt volvió a la caverna poco después, colgando de las puntas de los dedos. Se dejó caer de manera estudiada y aterrizó ligeramente sobre el montículo de estalagmita, desde donde bajó corriendo para reunirse con sus amigos.
—Estúpidos lagartos malolientes —farfullaba Pwent, mientras trataba de volver a calzarse la bota. Las tiras de metal se habían combado e impedían la entrada del pie en el zapato.
—¿Qué eran esas cosas? —La pregunta de Bruenor iba dirigida a todos.
—Criaturas de otro plano —dijo Cordio, que estaba inspeccionando uno de los cuerpos, que humeaba y se disipaba ante sus ojos—. Yo que tú mantendría a tu gato en su estatuilla, elfo.
La mano de Drizzt se dirigió por reflejo a su bolsa, donde guardaba la figurilla de ónice que usaba para invocar a Guenhwyvar al plano material primario. Asintió mirando a Cordio.
Si alguna vez había necesitado a la pantera, había sido precisamente en la anterior lucha, pero aun así no se había atrevido a llamarla. El también percibía un aura impregnante y extraña de otro mundo. O ese lugar estaba encantado, o en algún sentido era dimensionalmente inestable.
Deslizó la mano en el bolsillo y sintió el contorno de la réplica de la pantera. Deseó que la situación no lo obligara a correr el riesgo de invocar a Guenhwyvar, pero una mirada a sus vapuleados compañeros le hizo albergar pocas esperanzas de que pudiera evitarlo durante mucho tiempo.