Capítulo 6


La despedida

Un millar de velas parpadeaban en el lado septentrional de la cámara de unos ocho metros de lado, dispuestas en filas en una serie de escalones tallados en la pared para ese fin. Contra la pared oriental, junto a la puerta de madera cerrada, estaba apoyada una losa de piedra gris. Había sido cortada del centro del suelo por manos expertas, y en ella, grabada en las runas Dethek de los enanos, podía leerse la siguiente inscripción:

DELENIA CURTIE DE LUSKAN Y MITHRIL HALL,

ESPOSA DE WULFGAR, HIJO DEL REY BRUENOR,

MADRE DE COLSON,

QUE CAYÓ EN LA OSCURIDAD DE OBOULD

EN EL AÑO DEL ARPA NO ENCORDADA,

1371, CÓMPUTO DE LOS VALLES.

A ESTA HUMANA

MORADIN OFRECE SU COPA

Y DUMATHOIN SUSURRA SUS SECRETOS.

BENDITA SEA.

Por encima del hoyo que habían abierto tras retirar la losa, había un sarcófago de piedra apoyado sobre dos pesadas vigas de madera. Un par de cuerdas pasaban por debajo de la base.

El ataúd fue cerrado y sellado después de que Wulfgar le rindiera el último homenaje.

Wulfgar, Bruenor, Drizzt, Catti-brie y Regis estaban solemnemente alineados ante el sarcófago y frente a las velas, mientras los demás asistentes a la pequeña ceremonia formaban un semicírculo detrás de ellos. Al otro lado, el clérigo Cordio Carabollo leía sus plegarias a los muertos. Wulfgar no prestaba atención a las palabras, pero el ritmo de la voz sonora de Cordio le ayudaba a mantener un estado de profunda contemplación. Recordó la larga y ardua senda que lo había traído hasta allí, desde su caída en las garras de la yochlol en la batalla por Mithril Hall, y los largos años de tormento a manos de Errtu. Miró a Catti-brie sólo una vez y se lamentó por lo que podría haber sido.

Lo que podría haber sido, pero no podía reclamar, eso lo sabía.

Los enanos tenían un antiguo proverbio: K’niko burger braz-pex strame, que significaba «demasiado ripio sobre la veta», para describir el punto en el cual ya no valía la pena explotar una mina. Eso había sido lo que había pasado con él y Catti-brie.

Ninguno de ellos podía desandar el camino. Wulfgar lo supo cuando tomó a Delly como esposa, pero eso sólo mitigaba un poco el dolor y la culpa. Porque si bien había sido sincero con Delly, no había sido gran cosa como marido, no había oído sus ruegos, no la había puesto por encima de todo lo demás.

Pero ¿era él capaz de hacer eso? ¿Su lealtad era para Delly o para Mithril Hall?

Meneó la cabeza y dejó de lado esa justificación antes de que pudiera arraigar. A él le correspondía llegar a un punto de encuentro entre esas dos responsabilidades. Fueran cuales fueran sus deberes para con Bruenor y Mithril Hall, le había fallado a Delly. Tratar de negarlo era mentirse, y eso podía llegar a destruirlo.

Los cánticos de Cordio lo anestesiaban. Miró el ataúd y recordó a Delly Curtie, la buena mujer que había sido su esposa y que tan bien se había portado con Colson. Aceptó su propio fracaso y pasó a otra cosa. La mejor manera de honrar a Delly sería servir a Colson y convertirse en un hombre mejor.

Delly lo había perdonado, lo sabía en el fondo de su corazón, como él la hubiera perdonado a ella de haberse dado la situación contraria. Realmente, eso era todo lo que podían hacer, a fin de cuentas. Hacer las cosas lo mejor que supieran, aceptar sus errores y tratar de mejorar.

Sentía su espíritu en todo lo que lo rodeaba y en su interior.

Repasó mentalmente imágenes de la mujer, destellos de su sonrisa, de la ternura que veía en su rostro después de hacer el amor. Una expresión que, lo sabía sin preguntar, le estaba reservada sólo a él.

Evocó un momento en que había observado a Delly bailando con Colson sin que notaran su presencia. En todo el tiempo en que habían estado juntos, jamás la había visto Wulfgar tan animada, tan libre, tan llena de vida. Era como si, a través de Colson, y sólo en ese momento, ella hubiera encontrado un poco de su propia infancia, o de la infancia que las duras circunstancias le habían impedido vivir realmente. Ésa había sido la vez en que Wulfgar había podido acceder más plenamente a su alma, incluso más que cuando hacían el amor.

Ésa era la imagen que pervivía, la imagen que había quedado grabada a fuego en su conciencia. Tomó la decisión de que, en adelante, cada vez que pensara en Delly Curtie, la vería bailando con Colson.

Lucía en su rostro una sonrisa melancólica cuando Cordio acabó sus salmos. Tardó unos instantes en darse cuenta de que todas las miradas estaban fijas en él.

—Ha preguntado si quieres decir unas palabras —le explicó Drizzt en voz baja.

Wulfgar asintió y miró a los enanos que tenía a su alrededor, y a Regis y Catti-brie.

—No es éste el lugar donde Delly Curtie habría querido ser enterrada —dijo de pronto—. A pesar de su afecto por el clan Battlehammer, no le gustaban los túneles. Pero se sentiría…, se siente realmente honrada de que tan buenas personas hayan hecho esto por ella.

Miró el sarcófago y volvió a sonreír.

—Te merecías mucho más que la vida que siempre te tocó vivir.

Yo soy mejor hombre por haberte conocido, y te llevaré conmigo para siempre. Adiós, esposa mía, mi amor.

Sintió que una mano cogía la suya y al volverse vio a Catti-brie a su lado. Drizzt puso su mano encima de las de ambos, y Regis y Bruenor se unieron a ellos.

«Delly se merecía algo mejor —pensó Wulfgar—, y yo no me merezco unos amigos como éstos.»

El sol ascendía por el brillante cielo azul al otro lado del Surbrin, que tenían delante. Al norte, a lo largo de las murallas, sonaban las mazas acompañadas por un coro de enanos, que cantaban y silbaban mientras realizaban su importante trabajo.

También al otro lado del Surbrin, muchos enanos y humanos trabajaban duro, reforzando los soportes y pilares del puente, y transportando los materiales que iban a necesitar para construir ese verano el puente como era debido. En el aire flotaba un decidido hálito de primavera ese quinto día de Ches, y detrás de los cinco amigos, pequeños riachuelos bajaban danzando por la pedregosa ladera.

—Será una breve apertura, según dicen —les comunicó Drizzt a los demás—. El río todavía no está crecido con el deshielo de la primavera, y por lo tanto, el transbordador puede atravesarlo.

Pero en cuanto el deshielo haya llegado a su apogeo, no penséis en realizar muchas travesías. Si cruzáis, es posible que no podáis regresar por lo menos hasta comienzos de Tarsakh.

—No tenemos elección —dijo Wulfgar.

—De todos modos, os llevará diez días llegar a Luna Planeada y a Sundabar, y volver —calculó Regis.

—Especialmente porque mis piernas no están listas para correr —dijo Catti-brie, que acompañó sus palabras con una sonrisa para hacerles saber a los demás que no lo decía con tristeza ni amargura.

—Bueno, no vamos a esperar a que Ches se convierta en un hombre viejo —gruñó Bruenor—. Si el tiempo se mantiene, saldremos para Gauntlgrym en cuestión de días. No tengo manera de saber cuánto tiempo nos llevará, pero supongo que serán diez días. Tal vez sea todo el maldito verano.

Drizzt observó a Wulfgar en particular y se dio cuenta de la distancia que había en los ojos azules del hombre. Hubiera dado lo mismo que Bruenor hablara de Menzoberranzan o de Calimport; daba la impresión de que a Wulfgar no le importara.

Miraba a lo lejos, a donde estaba Colson.

Y todavía más allá, Drizzt lo sabía. A Wulfgar le tenía sin cuidado poder o no cruzar el Surbrin de vuelta.

Los cinco amigos pasaron algunos instantes en silencio, allí de pie, al sol de la mañana. Drizzt sabía que debía saborcar ese momento, grabarlo a fuego en su memoria. Del otro lado de Bruenor, Regis se removió, incómodo, y cuando Drizzt miró hacia él vio que el halfling también lo estaba mirando, como desorientado. Drizzt le dedicó un gesto afirmativo y una sonrisa de aceptación.

—El transbordador está atracando —dijo Catti-brie, volviendo a prestar atención al río, donde el barco se vaciaba rápidamente—. Nuestro camino nos aguarda.

Wulfgar le indicó que fuera delante e hiciera los preparativos, y ella, con una mirada intrigada, se puso en marcha usando a Taulmaril como muleta. Mientras se alejaba, Catti-brie no dejaba de mirar hacia atrás, tratando de descifrar la curiosa escena.

Wulfgar tenía una expresión seria mientras hablaba con los otros tres. Luego, los abrazó, uno por uno. Acabó estrechando firmemente con la mano la muñeca de Drizzt, gesto que el drow correspondió, y los dos se miraron largamente, con respeto y algo que Catti-brie interpretó como un acuerdo solemne.

Ella sospechaba lo que eso podía anunciar, pero volvió a centrar la atención en el río y en el barco, desechando toda sospecha.

—En marcha, elfo —dijo Bruenor antes de que Wulfgar hubiera dado alcance siquiera a Catti-brie en el transbordador—. Quiero preparar nuestros mapas para el viaje. ¡No hay tiempo que perder!

Hablando para sí y frotándose las manos, el enano inició el regreso al complejo. Regis y Drizzt esperaron un poco más antes de darse la vuelta y seguirlo. Redujeron el paso al mismo tiempo al aproximarse a las puertas abiertas y a la oscuridad del corredor, y se volvieron a mirar el río y el sol, que subía en el cielo, más allá.

—Estoy deseando que llegue el verano —dijo Regis.

Drizzt no respondió, pero su expresión no era de desacuerdo.

—Aunque casi lo temo —añadió Regis en voz más baja.

—¿Porque vendrán los orcos? —preguntó Drizzt.

—Porque tal vez no vengan otros —dijo Regis, echando una mirada a los dos que se iban y que estaban subiendo al transbordador con la vista fija en el este, sin volverse a mirar atrás.

Tampoco en ese caso manifestó Drizzt su desacuerdo. Quizá Bruenor estuviera demasiado preocupado como para verlo, pero los temores de Regis confirmaron las sospechas de Drizzt sobre Wulfgar.

—Pwent viene con nosotros —les anunció Bruenor a Drizzt y Regis cuando se unieron a él en su cámara de audiencias más tarde, ese mismo día. Mientras hablaba echó mano de un petate que había a un lado de su trono de piedra y se lo pasó a Drizzt.

—¿Sólo vosotros tres? —preguntó Regis, pero terminó abruptamente la pregunta cuando Bruenor cogió otro envoltorio y se lo arrojó a él.

El halfling dio un pequeño respingo y consiguió esquivarlo. El petate, sin embargo, no llegó al suelo, ya que Drizzt estiró la mano y lo agarró al vuelo. El drow mantuvo el brazo extendido, sosteniendo el fardo para que lo cogiera el sorprendido Regis.

—Necesito un ladronzuelo, y tú lo eres —explicó Bruenor—. Además, eres el único que ha estado dentro de aquel sitio.

—¿Dentro de aquel sitio?

—Te caíste en el socavón.

—¡Sólo estuve dentro unos instantes! —protestó Regis—. No vi nada más que la car…

—Eso te convierte en un experto —afirmó Bruenor.

Regis miró a Drizzt como pidiendo ayuda, pero el drow se limitó a permanecer allí ofreciéndole el petate. Tras echar una nueva mirada a Bruenor, que no se apeaba de su sonrisa irónica, el halfling emitió un resignado suspiro y cogió el fardo.

—Torgar también viene —dijo Bruenor—. Quiero que los chicos de Mirabar estén en esto desde el principio. Gauntlgrym es un lugar que pertenece a Delzoun, y Delzoun comprende a Torgar y a sus chicos.

—¿Cinco, entonces? —preguntó Drizzt.

—Y con Cordio ya son seis —replicó Bruenor.

—¿Por la mañana? —quiso saber Drizzt.

—La primavera; el uno de Tarsakh —propuso Regis, bastante resignado. Allí estaba él, cargando un fardo completo. Mientras hablaba, observó que Pwent, Torgar y Cordio entraban en la habitación por una puerta lateral, todos con pesados petates colgados al hombro, y Pwent incluso con su armadura de púas completa.

—Ningún momento mejor que el presente —dijo Bruenor.

Se puso de pie, silbó y se abrió una puerta que estaba enfrente de la que habían usado los tres enanos para entrar. Por ella salió Banak Buenaforja. Detrás de él venían un par de enanos más jóvenes, cargados con la armadura de mithril de Bruenor, su casco con un solo cuerno y su vieja y gastada hacha de guerra.

—Parece que nuestro amigo ha estado tramando cosas a espaldas nuestras —le comentó Drizzt a Regis, que no parecía nada divertido.

—Tuyos son el trono y la sala —le dijo Bruenor a Banak, y tras bajarse del podio, estrechó con fuerza la mano que le ofrecía su amigo—. No vayas a ser un administrador demasiado bueno, o la gente no querrá que yo vuelva.

—Eso no es posible, mi rey —dijo Banak—. Los haría ir a buscarte, aunque sólo fuera para guardar el trono.

Bruenor respondió a eso con una amplia sonrisa que dejó al descubierto todos sus dientes, que relucieron a través de la hirsuta barba rojiza. Pocos enanos del clan Battlehammer, o de cualquier otro clan, se hubiesen atrevido a hablarle con semejante irreverencia, pero Banak se había ganado con creces ese derecho.

—Me voy en paz porque lo hago sabiendo que te dejo a ti al cargo —dijo Bruenor con toda seriedad.

La sonrisa de Banak desapareció e hizo a su rey una agradecida reverencia.

—En marcha entonces, elfo, y tú, Panza Redonda —dijo Bruenor, calzándose la malla de mithril por encima de la cabeza y poniéndose el abollado yelmo—. Mis muchachos han abierto un agujero en el oeste para que no tengamos que dar toda la vuelta por encima del barranco de Garumn y rodear después la montaña. ¡No hay tiempo que perder!

—Sí, pero no creo que pararnos a arrasar un fuerte lleno de orcos sea una pérdida de tiempo —señaló Thibbledorf Pwent mientras conducía a los otros dos por delante de Drizzt y Regis, y se acercaba a Bruenor—. Quizá encontrásemos al mismísimo Obould, ese perro, y podríamos acabar con la bestia de inmediato.

—Sencillamente, maravilloso —musitó Regis, recogiendo el petate y deslizándolo por encima del hombro.

El halfling soltó otro suspiro, esa vez de fastidio, cuando vio que su pequeña maza estaba atada al borde del petate. Al parecer Bruenor se había ocupado hasta de los menores detalles.

—Camino de la aventura, amigo mío —dijo Drizzt.

Regis le respondió con una mueca, pero Drizzt soltó una carcajada. ¿Cuántas veces había visto esa mirada del halfling a lo largo de los años? Siempre reacio a correr aventuras, pero Drizzt sabía, igual que todos los presentes, que Regis siempre estaba ahí cuando se lo necesitaba. Los suspiros no eran más que un juego, un ritual que en cierto modo le permitía al halfling calmar su corazón y cobrar ánimos.

—Me alegra que tengamos un experto para guiarnos hasta el interior del agujero —declaró Drizzt en voz baja mientras se colocaban en fila detrás del trío de enanos.

Regis suspiró.

Mientras pasaban por la habitación donde acababan de enterrar a Delly se le ocurrió pensar a Drizzt que se marchaban algunos que deseaban quedarse y se quedaban otros a los que les hubiera gustado marcharse, pensó en Wulfgar y se preguntó si ése sería el caso.