Lo nuevo y lo viejo ante él
Tenía que acabar en ellos dos, ya que entre los orcos, las disputas en el seno de los clanes y entre unos clanes y otros eran en última instancia personales.
El rey Obould subió de un salto a un muro de piedra y hundió la espada en el vientre de un ogro Karuck. Miró al monstruo a la cara, sonriendo con malicia mientras ordenaba a su espada encantada que hiciera brotar fuego.
El ogro intentó gritar. Su boca se abrió con mudo horror.
Obould agrandó su sonrisa y mantuvo la espada completamente quieta, sin querer apresurar la muerte del ogro. Poco a poco, la estúpida bestia se fue inclinando hacia atrás, cada vez más hacia atrás, y se deslizó hasta zafarse de la espada y caer colina abajo, mientras de la herida ya cauterizada salían espirales de humo.
Mirando más allá del ogro, Obould vio a uno de sus guardias, un guerrero de élite de Muchas Flechas, que salía volando hacia un lado, destrozado. Buscando el origen de su caída, vio a otro de sus guerreros, un joven orco que se había revelado muy prometedor en las batallas contra los enanos Battlehammer, dar un salto hacia atrás. El guerrero permaneció quieto durante un tiempo extrañamente largo, con los brazos bien abiertos.
Obould se quedó mirándole las espaldas, meneando la cabeza, sin comprender, hasta que una enorme hacha trazó una curva frente al guerrero e hizo un corte en diagonal con una fuerza tremenda; cortó al guerrero en dos, desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha. Medio orco cayó, pero el otro medio se quedó ahí de pie durante largos instantes, antes de desplomarse.
Y ahí estaba Grguch, balanceando su terrible hacha con soltura con un solo brazo.
Sus miradas se cruzaron, y todos los demás orcos y ogros que estaban próximos, tanto Karuck como Muchas Flechas, se desplazaron a un lado para seguir batallando.
Obould abrió los brazos. El filo de su espadón despedía llamaradas mientras lo sostenía en alto con la mano derecha.
Echó la cabeza hacia atrás y bramó.
Grguch hizo lo mismo, alzando también el hacha, y su rugido retumbó en las piedras al aceptar el desafío. Corrió colina arriba, blandiendo el hacha con ambas manos y elevándola por encima de su hombro izquierdo.
Obould intentó el ataque definitivo. Fingiendo una postura defensiva, se lanzó de un salto hacia el jefe, que se aproximaba para ensartarlo de frente. El hacha de Grguch llegó con una eficiencia repentina y brutal, lanzando un hachazo corto para chocar su arma con alas de dragón contra la espada de Obould. La giró de lado mientras golpeaba, con los filos alados perpendiculares al suelo, pero la bestia era tan fuerte que la resistencia al girar el hacha no ralentizó en absoluto el balanceo. Al hacerlo de ese modo, con su arma que proyectaba una sombra de casi un metro de alto, Grguch impidió que Obould pudiera evitar el bloqueo con su espadón.
Obould simplemente dejó que golpeara su espada desviándola a la izquierda, y en vez de soltarla con la mano derecha, como habría sido de esperar, el astuto orco la soltó con la izquierda, lo cual le permitió girar por detrás del filo cortante del hacha de Grguch. Avanzó mientras giraba, bajando el hombro izquierdo, que pronto sería el más adelantado, mientras chocaba con Grguch.
Los dos se deslizaron colina abajo, y para sorpresa de Obould, Grguch no cayó, sino que opuso a su potente carga una fuerza equivalente.
Era bastante más alto que Obould, pero el rey orco había sido bendecido por Gruumsh; se le había concedido la fuerza del toro, un brazo tan poderoso que le había permitido derribar a Gerti Orelsdottr, de los gigantes de los hielos.
Pero no a Grguch.
Lucharon, con los brazos en los que sostenían el arma —el derecho de Obould y el izquierdo de Grguch— enganchados a un lado.
Oboultd le dio un fuerte golpe a Grguch en la cara, lo que le echó la cabeza hacia atrás, pero mientras se recuperaba de aquel golpe punzante, Grguch adelantó la cabeza, anticipándose al siguiente puñetazo, e hizo chocar su frente contra la nariz de Obould.
Se agarraron, se retorcieron y adoptaron posturas que les permitieran empujar al otro hacia atrás al mismo tiempo, con lo que acabaron derrapando y alejándose el uno del otro.
Nuevamente intentaron los mismos golpes. Hacha y espada se encontraron con una fuerza tremenda, tanta que una bola de fuego saltó de la espada de Obould y estalló en el aire.
—Tal y como nos contó Tos’un —le dijo Drizzt a Bruenor mientras se deslizaban entre batallas para poder ver la gran lucha.
—¿Crees que se olvidarían el uno del otro y vendrían a por nosotros, elfo? —preguntó, esperanzado, Bruenor.
—Lo dudo…, al menos Obould no —respondió Drizzt secamente, quitándole la ilusión a Bruenor, y condujo al enano alrededor de un montículo de piedras que todavía no se habían usado para la muralla.
—¡Bah! ¡Estás loco!
—Dos futuros se presentan ante nuestros ojos —comentó Drizzt—. ¿Qué le dice Moradin a Bruenor?
Antes de que Bruenor pudiera responder, mientras Drizzt rodeaba el montículo, dos orcos se abalanzaron sobre él. Sacó sus dos armas y se echó atrás, apareciendo rápidamente en el campo de visión de Bruenor y arrastrando consigo a los dos orcos sedientos de sangre.
El hacha del enano descendió con gran estrépito, y entonces quedó sólo uno.
Y aquel orco se retorció e hizo un medio giro, sorprendido por Bruenor y sin que pudiera imaginar que Drizzt sería tan listo como para darle la vuelta a la situación tan de prisa.
Drizzt alcanzó cuatro veces al orco con sus cimitarras, y Bruenor le partió el cráneo para curarse en salud. A continuación, ambos siguieron su camino.
Frente a ellos, ahora mucho más cerca, Obould y Grguch se trabaron de nuevo, e intercambiaron una serie de puñetazos brutales que hicieron brotar sangre de ambos rostros.
—Tenemos dos opciones —dijo Drizzt, y miró a Bruenor con expresión seria.
El enano se encogió de hombros y dio unos golpecitos con el hacha en las cimitarras de Drizzt.
—Por el bien del mundo, elfo —dijo—. Por los niños de mi raza y por mi confianza en mis amigos. Y sigues estando loco.
Cada golpe tenía fuerza suficiente para causar la muerte, cada corte hacía crepitar el aire. Eran orcos, uno semiogro, pero luchaban como gigantes, incluso como titanes, dioses entre su gente.
Criado para la batalla, entrenado en ella, endurecido hasta encallecer su piel, y potenciado por hechizos de Hakuun y, secretamente, de Jack el Gnomo, Grguch movía su pesada hacha con la misma rapidez y precisión con las que un asesino de Calimport empuñaría una daga. Ninguno en el clan Karuck, ni siquiera el más grande y fuerte, cuestionaba el liderazgo de Grguch, ya que no había en ese clan quien se atreviera a enfrentarse a él. Y con razón, comprendió Obould al instante, ya que el jefe lo presionaba con fiereza.
Bendecido por Gruumsh, imbuido con la fuerza de un ser elegido, y veterano en tantas batallas, Obould igualaba a su oponente, músculo a músculo. Y al revés que muchos guerreros movidos por el poder que podían traspasar las defensas del oponente con un golpe de su arma, Obould combinaba sutileza y rapidez con la fuerza bruta. Se había enfrentado a Drizzt Do’Urden y había vencido a Wulfgar con la fuerza. Y así recibía los pesados golpes de Grguch con poderosos bloqueos y presionaba de modo similar a éste con impresionantes contraataques que obligaban al jefe a forzar los brazos para detener el mortífero espadón.
Grguch rodeó a Obould por la izquierda y corrió colina arriba un corto trecho. Se giró desde su posición elevada y lanzó al rey orco un tremendo hachazo a dos manos que a punto estuvo de doblegar a Obould bajo su peso y de hacerle perder pie.
Grguch volvió a golpear una y otra vez, pero Obould se hizo a un lado de repente, y aquel tercer hachazo no cortó más que el aire, arrastrando a Grguch unos pasos colina abajo.
De nuevo se encontraron al mismo nivel, y gracias al fallo, Obould ganó una posición ofensiva. Empuñando la espada con ambas manos, la dejó caer desde la derecha, después desde la izquierda y de nuevo desde la derecha. Grguch cambió a una postura puramente defensiva, bloqueando con el hacha a izquierda y derecha con gran rapidez.
Obould aumentó la velocidad, lanzando estocadas sin descanso, sin darle a Grguch ni una oportunidad de contraatacar. Hizo brotar fuego de su espada y luego lo extinguió con el pensamiento…, y volvió a hacerlo brotar, tan sólo para centrar más la atención de su oponente, para mantener aún más ocupado a Grguch.
El espadón se movía a izquierda y derecha; después, tres mandobles por encima de la cabeza golpearon la hoja con la que Grguch bloqueaba los golpes, lo que hizo temblar los brazos musculosos del jefe. Obould no se cansaba, y sus golpes cada vez más furiosos hacían retroceder a su enemigo.
Grguch ya no buscaba un punto débil por el que contraatacar; Obould lo sabía. Lo único que intentaba era encontrar el modo de zafarse, para volver a estar al mismo nivel.
Obould no lo dejaba. El jefe Karuck era realmente magnífico, pero al fin y al cabo no era Obould.
Un destello cegador y una réplica atronadora rompieron el impulso y el ritmo del rey orco, y mientras se recuperaba de la conmoción inicial, se dio cuenta de que había perdido la ventaja. Sus piernas se movían compulsivamente y apenas lo sostenían. Su espadón temblaba con violencia y sus dientes castañeteaban de un modo tan incontrolable que le desgarraban la piel del interior de la boca.
En las profundidades de su mente aturdida comprendió que había sido el rayo de un mago, de un mago muy poderoso.
Bloqueó el siguiente ataque de Grguch por pura coincidencia, ya que por fortuna su espadón se encontraba en el camino de la estocada. «O quizá Grguch haya apuntado al arma», pensó Obould mientras se tambaleaba hacia atrás por la fuerza del golpe, luchando por mantener el equilibrio con cada paso vacilante y desorientado.
Hizo un mejor intento de bloquear el siguiente giro lateral, volviéndose hacia la izquierda y colocando la espada en un ángulo perfecto para interceptar el hacha.
Habría sido una parada perfecta de no haber sido porque las piernas temblorosas de Obould cedieron ante el peso del embate. Derrapó hacia atrás y hacia un lado, colina abajo, hasta caer sobre una rodilla.
Grguch golpeó de nuevo su espada, apartándola a un lado, y mientras el jefe avanzaba, levantando de nuevo el arma, Obould se dio cuenta de que tenía pocas posibilidades de defenderse.
Un pie calzado con una tosca bota asestó un fuerte golpe a Obould en la nuca y lo empujó hacia abajo. El rey intentó darse la vuelta y emprenderla a golpes con quien creía que era un nuevo atacante.
Sin embargo, el objetivo de Bruenor Battlehammer no era Obould, y había utilizado al orco maltrecho y aturdido para impulsarse hacia su verdadera presa.
Grguch se retorció, frenético, para alinear su hacha con el arma del enano, pero Bruenor se giró en pleno vuelo y su escudo, adornado con la jarra de cerveza espumosa del clan Battlehammer, golpeó con fuerza en el rostro del orco y lo derribó.
Grguch se levantó de un salto y se abalanzó sobre Bruenor con un hachazo poderoso, pero Bruenor se precipitó hacia adelante, esquivó el golpe y le dio a Grguch un cabezazo en la tripa con su yelmo astado mientras deslizaba el hacha entre las piernas del jefe orco. Grguch dio un salto, y Bruenor se agarró a él y ambos rodaron juntos colina abajo. Al desasirse, Grguch, que estaba atrapado de espaldas al enano, se alejó corriendo y rodó sobre su hombro por encima de la muralla de piedra más baja de la colina.
Bruenor lo persiguió, furioso; se encaramó de un salto a la muralla y bajó a continuación con otro salto. Acompañó su descenso con un golpe poderoso de su hacha que hizo trastabillar a Grguch, que intentaba bloquear el ataque.
El enano siguió presionando, con el hacha y el escudo, y a Grguch le llevó muchos pasos conseguir un principio de equilibrio ante su nuevo enemigo.
Allá en la colina, Obould se puso en pie con gran fuerza de voluntad y trató de seguirlos, pero otro rayo crepitante lo volvió a derribar.
Hralien surgió a la velocidad del rayo frente a ambos mientras cruzaban el estrecho canal. Sorteó una piedra de un salto, se lanzó a la derecha, luego rodó de nuevo hacia la izquierda alrededor del tronco de un árbol muerto y se enfrentó cara a cara con un orco desafortunado, cuya espada aún estaba apuntando hacia el otro lado para interceptar su carga. El elfo golpeó con fuerza y precisión, y el orco cayó, herido de muerte.
Hralien tiró de la hoja mientras pasaba corriendo junto a la criatura que se estaba desplomando, lo cual dejó retrasado el brazo con el que sostenía la espada.
Mientras su espada se liberaba, una punzada repentina hizo que el elfo la soltara, y al mirar atónito hacia atrás vio a Tos’un volteando el filo entre sus dos espadas. Con una destreza asombrosa, el drow envainó su propia espada y cogió el arma de Hralien por la empuñadura.
—¡Perro traidor! —protestó Hralien mientras el elfo oscuro se situaba tras él y lo empujaba hacia adelante.
—Sólo calla y corre —lo regañó Tos’un.
Hralien se detuvo, sin embargo, y la punta de Cercenadora le hizo un rasguño. La mano de Tos’un se posó entonces sobre su espalda, y lo empujó con brusquedad.
—¡Corre! —ordenó.
Hralien avanzó a tumbos y Tos’un no le dio ocasión de detenerse; mantenía el ritmo y lo empujaba a cada paso.
Drizzt odiaba apartarse de Bruenor con ambos líderes orcos tan cerca, pero el orco que utilizaba magia, acurrucado en un bosquecillo donde se mezclaban árboles de hoja perenne y caduca, al este de las defensas de Obould, requería su atención. Habiendo vivido y luchado junto a los magos de la escuela drow Sorberé, que estaban versados en las tácticas de magia combinadas con las de la espada, Drizzt comprendió el peligro de aquellos rayos atronadores y cegadores.
Y había algo más, una sospecha persistente en los pensamientos de Drizzt. ¿Cómo habían derribado del cielo los orcos a Innovindil y Crepúsculo? Aquel enigma había atormentado a Drizzt desde que Hralien le había comunicado la noticia de su caída. ¿Tenía él la respuesta?
El mago no estaba solo, ya que había situado a otros orcos, semiogros Karuck de gran tamaño, alrededor del perímetro del bosquecillo. Uno de ellos se enfrentó a Drizzt cuando llegó a la altura de los árboles; avanzó de un salto con un gruñido, empuñando una lanza.
Pero Drizzt no tenía tiempo para esas tonterías, y cambió de rumbo, echándose a la izquierda. Moviendo las cimitarras hacia abajo y a la derecha, golpeó la lanza por partida doble y la apartó a un lado, ya inservible. Drizzt pasó junto al orco tambaleante que la blandía, elevando a Centella con pericia para lanzarle un tajo a la garganta.
Cuando la criatura cayó, sin embargo, dos orcos más se abalanzaron sobre el drow, desde la izquierda y la derecha, y la conmoción también llamó la atención del mago, que aún estaba a unos nueve metros.
Drizzt puso cara de miedo, para que el mago la viera, y se desvió a gran velocidad a la derecha, corriendo para interceptar al orco que se le venía encima. Se giró cuando se encontraron, rodeándolo con una voltereta hacia la izquierda; inclinó los hombros en ángulo vertical mientras sus armas arrolladoras impulsaban hacia arriba la espada del orco.
El drow se lanzó a la carrera hacia el tronco de un árbol cercano en tanto los dos orcos se le acercaban. Subió corriendo por él y, a continuación, saltó, con la cabeza y los hombros hacia atrás, y dio una voltereta en el aire. Aterrizó con ligereza, explotando en un aluvión de cuchillas giratorias, y uno de los orcos cayó, mientras que el otro se apartaba, presuroso, hacia un lado.
Drizzt salió de detrás del árbol mientras lo perseguía, y vio al mago orco moviendo los dedos para lanzar un conjuro hacia donde él estaba.
Fue exactamente como lo había planeado Drizzt, ya que la sorpresa en el rostro del mago orco resultó a la vez genuina y encantadora cuando Guenhwyvar lo golpeó por el flanco y lo tiró al suelo.
—Por las vidas de tus amigos enanos —le explicó Tos’un, empujando al elfo testarudo hacia adelante.
Las sorprendentes palabras disminuyeron la resistencia de Hralien, y no luchó contra el cambio de rumbo cuando la parte plana de la espada de Tos’un lo hizo girar, cambiando el ángulo hacia el este.
—El estandarte de Quijada de Lobo —le explicó Tos’un al elfo—. El jefe Dnark y su sacerdote.
—¡Pero los enanos tienen problemas! —protestó Hralien, ya que no muy lejos de allí, Pwent, Torgar y los demás luchaban con furia contra un ejército orco que los superaba tres a uno.
—¡A la cabeza de la serpiente! —insistió Tos’un, y Hralien no pudo oponerse.
Comenzó a comprender mientras pasaban por delante de varios orcos, que miraban al elfo oscuro con respeto y no intentaban detenerlos.
Sortearon corriendo varios pedruscos e irregularidades en el terreno, descendieron, pasaron junto a un grupo de gruesos pinos y cruzaron una breve extensión de tierra hacia el corazón del ejército de Dnark. Tos’un localizó al jefe en seguida, y tal como esperaba, Toogwik Tuk y Ung-thol estaban junto a él.
—Un regalo para Dnark —exclamó el drow ante sus miradas atónitas, empujando tan fuerte a Hralien que casi lo hizo caer.
Dnark hizo señas a varios guardias para que se llevaran a Hralien.
—El general Dukka y sus hordas se acercan —le dijo Dnark al drow—, pero no lucharemos hasta que se haya resuelto el enfrentamiento entre los jefes.
—Obould y Grguch —dijo Tos’un, dando muestras de haber entendido, y mientras los guardias orcos se acercaban, pasó junto a Hralien.
—Cadera izquierda —le susurró el elfo oscuro en tanto pasaba a su lado lo bastante cerca como para que el elfo de la superficie notara la empuñadura de su propia espada envainada.
Tos’un se detuvo e hizo un gesto de asentimiento a ambos orcos, para captar su atención y darle a Hralien tiempo de sobra para que sacara la espada. Y eso hizo Hralien, e incluso antes de que los guardias orcos lo vieran y dieran la voz de alarma, el destello del acero elfo los dejó muertos.
Tos’un se apartó de Hralien dando tumbos, hacia el grupo de Dnark, mirando hacia atrás y gateando como si estuviera huyendo del asesino elfo. Se giró por completo al conseguir incorporarse, y vio que Toogwik Tuk había comenzado a lanzar un hechizo, mientras Dnark enviaba a otros orcos contra Hralien.
—¡Vuelve a por el elfo y acaba con él! —protestó Dnark, mientras Tos’un continuaba huyendo—. Dukka está llegando y debemos preparar…
Pero la voz de Dnark se extinguió sin terminar la frase cuando se dio cuenta de que Tos’un, aquel drow traicionero, no huía del elfo, sino que, de hecho, cargaba contra él.
De pie a la izquierda de Dnark, Toogwik Tuk dejó escapar un grito sofocado cuando Cercenadora interrumpió de un modo grosero el lanzamiento del hechizo y se le clavó profundamente en el pecho. Pese a todo, Dnark aún consiguió levantar su escudo para bloquear la otra arma de Tos’un mientras iba a por él. Sin embargo, no pudo anticiparse a la fuerza de Cercenadora, ya que en vez de sacar la hoja del pecho de Toogwik Tuk, Tos’un simplemente la clavó con mayor profundidad, y el filo de la espada conocida como Cercenadora, tan inconcebiblemente fino, cortó hueso y músculo con tanta facilidad como si se hubiera hundido en el agua. La espada salió justo por debajo del hombro de Dnark, y antes siquiera de que el jefe se diera cuenta del ataque para alejarse, le había cortado el brazo izquierdo, que cayó al suelo.
Dnark aulló y dejó caer su arma, llevándose la mano al hombro cercenado para detener la sangre que manaba de él. Cayó al suelo de espaldas, retorciéndose y rugiendo amenazas vacías.
Pero Tos’un ni siquiera escuchaba; se estaba girando para atacar a los orcos más cercanos. Sin embargo, no a Ung-thol, ya que el chamán había huido, llevándose consigo a gran parte del cuerpo de élite de Dnark.
—¡Los enanos! —le gritó Hralien al drow, y Tos’un siguió al elfo del Bosque de la Luna.
Hizo retroceder a sus atacantes más cercanos con una rutina cegadora de estocadas y, a continuación, se alejó en ángulo, volviendo hacia Hralien, que ya había comenzado a correr a toda velocidad hacia el pequeño valle que había al oeste.
Bruenor hizo girar su escudo hacia adelante, balanceándolo; luego avanzó, giró los hombros y lanzó un hachazo a Grguch, que intentaba esquivarlo. Balanceó el brazo con el que sostenía el escudo para rechazar el siguiente ataque, y asestó un golpe por debajo de éste con el hacha, lo que obligó a Grguch a encoger la tripa y echar la cadera hacia atrás.
El enano siguió avanzando, machacando con su escudo, lanzando tajos salvajemente con el hacha. ¡Tenía desequilibrado al semiogro, de mucho mayor tamaño que él, y sabía por la hechura y el tamaño del hacha de Grguch que más le valía mantenerlo así!
La canción de Moradin surgió de sus labios. Hizo un giro y después un poderoso revés, casi anotando un tanto, y a continuación cargó al frente, con el escudo por delante. Bruenor sabía en lo más íntimo que por eso había sido devuelto a su gente. Aquél era el momento en el que Moradin lo necesitaba, en el que el clan Battlehammer precisaba de él.
Se desentendió de la confusión de la ciudad perdida, con todos sus enigmas, y de los sorprendentes aciertos de Drizzt. Nada de eso importaba… Estaban él y su rival más nuevo y feroz, luchando a muerte, viejos enemigos enzarzados en un combate mortal. Era la costumbre de Moradin y de Gruumsh, o al menos, era la manera en que había sido siempre.
El enano se impulsaba con pasos ligeros, girando, avanzando y retrocediendo con cada balanceo y cada bloqueo en un equilibrio perfecto, usando su velocidad para mantener ligeramente desequilibrado a ese enemigo más grande y fuerte que él.
Cada vez que Grguch intentaba asestar algún poderoso golpe con aquella magnífica hacha, Bruenor se ponía fuera de su alcance, o se acercaba demasiado, o se alejaba por el mismo lado que el arma retraída, lo que acortaba el golpe de Grguch y le quitaba gran parte de su potencia.
Y Bruenor siempre le lanzaba hachazos al orco. En todo momento, lo obligaba a girar y esquivar, y Grguch no dejaba de maldecir.
Aquellas maldiciones orcas eran música para los oídos de Bruenor.
Completamente frustrado, Grguch saltó hacia atrás y rugió a modo de protesta, levantando su hacha en alto. Bruenor supo que no debía seguir, y en vez de eso, echó un pie atrás y luego se desplazó rápidamente hacia un lado, bajo la rama de un arce desnudo.
Grguch, demasiado enfurecido por el frustrante enano como para contenerse, avanzó a gran velocidad y golpeó con todas sus fuerzas a pesar de todo… El hacha-dragón atravesó aquella gruesa rama, hizo astillas la base y la empujó hacia el enano.
Bruenor levantó el escudo en el último momento, pero el peso de la rama hizo que se tambalease hacia atrás.
Para cuando se hubo recuperado, Grguch estaba allí, todavía rugiendo, mientras su hacha apuntaba hacia el cráneo de Bruenor.
El enano se agachó levantando el escudo, y el hacha lo golpeó de lleno… ¡Demasiado de lleno! El escudo de la jarra espumosa, el artefacto de Mithril Hall más reconocido, se partió en dos, y con él, el brazo de Bruenor que estaba debajo. La fuerza del golpe hizo que el enano cayera de rodillas.
Bruenor sintió que un dolor atroz lo invadía y su visión se llenó de destellos blancos.
Pero Moradin estaba en sus labios, y en su corazón, y avanzó a gatas, descargando el hacha con todas sus fuerzas, forzando a Grguch en su frenesí.
Pwent, Torgar y Shingles formaron un triángulo alrededor de Cordio. El sacerdote dirigía sus movimientos, más que nada coordinando a Shingles y Torgar con los saltos salvajes y las oleadas de furia desatada de Thibbledorf Pwent. Éste jamás había contemplado las batallas en términos de formaciones defensivas. Sin embargo, el battlerager de mirada de loco tenía el mérito de no comprometer del todo la integridad de su posición defensiva, y los cuerpos de orcos muertos comenzaron a apilarse a su alrededor.
No obstante, venían otros a ocupar los puestos de los caídos…, muchos más, una corriente interminable. A medida que los brazos que sostenían las armas se iban debilitando, los tres enanos situados al frente recibían más y más golpes, y los hechizos curativos de Cordio salían casi constantemente de sus labios, agotando sus energías mágicas.
No podían seguir así mucho más tiempo, los tres lo sabían, e incluso Pwent sospechaba que sería su última y gloriosa batalla.
El orco que estaba justo delante de Torgar se lanzó, de repente, en un rápido avance. El enano de Mirabar giró el largo mango de su hacha en el último momento para desviar a la criatura a un lado, y sólo cuando comenzó a caer se dio cuenta Torgar de que ya estaba herido de muerte. Manaba sangre a raudales de una profunda herida que tenía en la espalda.
Cuando el enano se giró para enfrentarse a otros orcos cercanos, encontró el camino despejado de enemigos, y vio a Hralien y Tos’un luchando codo con codo. Retrocedieron cuando Torgar se cambió a la derecha, moviéndose junto a Shingles, y el triángulo defensivo se convirtió en dos, dos y uno, y con una ruta aparente de escape hacia el este. Hralien y Tos’un comenzaron la huida, y Cordio se dispuso a conducir a los otros en pos de ellos.
Sin embargo, quedaron empantanados incluso antes de empezar, ya que más y más orcos se incorporaban a la batalla; orcos ansiosos de vengar a su jefe caído, y orcos que simplemente tenían sed de sangre enana y elfa.
Las garras de la pantera arañaban el cuerpo del orco caído, pero al no conseguir traspasar las defensas de Jack poco daño podían hacer. Incluso mientras la pantera lo atacaba, Hakuun comenzó a proferir las palabras de otro hechizo cuando Jack tomó el control.
Claro estaba que Guenhwyvar comprendía bien el poder de los magos y de los sacerdotes, y apresó el rostro del orco con las mandíbulas para apretarlo y retorcerlo. A pesar de todo, las defensas mágicas del mago persistían, haciendo que el efecto fuera menor. Hakuun, sin embargo, comenzó a sentir el dolor, y al ver que los escudos mágicos estaban siendo vulnerados, el pánico se apoderó de él.
Eso le importaba poco a Jack, que estaba a salvo dentro de la cabeza de Hakuun. El viejo y sabio Jack había recorrido suficiente mundo para reconocer a Guenhwyvar por lo que era.
En el refugio del grueso cráneo de Hakuun, Jack seguía tranquilamente con su tarea. Se introdujo en el tejido de energía mágica, encontró los cabos sueltos cercanos a las emanaciones de los encantamientos, y los unió para llenar el área de fuerza mágica contraatacante.
Hakuun gritó cuando las garras de la pantera desgarraron su túnica de cuero e hicieron brotar líneas de sangre en sus hombros. El felino retrajo sus enormes fauces, las abrió mucho y volvió a morderle la cara. Hakuun gritó aún más alto, seguro de que las defensas ya no existían y de que la pantera haría polvo su cráneo.
Pero aquella cabeza desapareció cuando la pantera fue a morder, y una neblina gris sustituyó a Guenhwyvar.
Hakuun se quedó allí tendido, temblando. Sintió que algunas de las defensas mágicas se renovaban alrededor de su cuerpo maltrecho.
«¡Levántate, estúpido!», gritó Jack en sus pensamientos.
El chamán orco rodó hacia un lado y se irguió sobre una rodilla. Luchó por levantarse y, a continuación, se volvió a desplomar sobre el suelo cuando una lluvia de chispas explotó junto a él, y la violencia del golpe lo derribó de espaldas.
Recobró su cordura y miró hacia atrás, sorprendido al ver al drow apuntándole con un arco.
Una segunda flecha relampagueante lo alcanzó; al explotar, lo lanzó hacia atrás. Pero dentro de Hakuun, Jack ya estaba lanzando un hechizo, y mientras el chamán luchaba, una de sus manos se extendió, respondiendo al tercer disparo del drow con un rayo blanco y candente.
Cuando se disipó su ceguera, Hakuun vio que su enemigo ya no estaba. Esperaba que hubiese quedado reducido a una carcasa humeante, pero fue una ilusión pasajera, ya que le llegó otra flecha desde un ángulo distinto.
De nuevo jack contestó con un rayo de los suyos, seguido de una serie de misiles mágicos punzantes que iban zigzagueando entre los árboles para golpear al drow.
En la cabeza de Hakuun se enfrentaban dos voces distintas: mientras Jack preparaba otra evocación, Hakuun lanzaba un hechizo curativo sobre sí mismo. Acababa de terminar de arreglar el desgarrón de carne provocado por la pantera cuando el testarudo drow lo alcanzó con otra flecha.
Sintió que las defensas mágicas vacilaban peligrosamente.
—¡Mátalo! —le suplicó a Jack, ya que comprendía que una de aquellas mortíferas flechas, quizá la próxima, lo iba a atravesar.
Habían librado escaramuzas menores, según lo previsto, pero nada más, cuando se difundió entre las filas la noticia de que Grguch y Obould estaban librando un combate cuerpo a cuerpo.
Los orcos de Quijada de Lobo cedían terreno ante las hordas de Dukka, que afluían por el canal situado en el flanco meridional de Obould como una riada.
Siempre listo para entrar en combate, Dukka se mantenía cerca del frente, de modo que no estaba muy lejos cuando oyó un grito desde el sur, a lo largo de la cadena más alta, y cuando oyó el sonido de la batalla al nordeste, y al norte, donde sabía que se encontraba Obould. Destellos relampagueantes llenaban el aire allí arriba, y Dukka pudo imaginar perfectamente la carnicería.
Le dolía el brazo, que colgaba prácticamente inservible, y Bruenor comprendió que si perdía el ritmo, le esperaba un final rápido y desagradable, así que no aflojó. Siguió y siguió lanzando tajos con su hacha llena de muescas, para empujar al enorme orco que tenía delante.
El orco casi no podía mantener el ritmo, y Bruenor se anotó dos pequeños tantos: le hizo un corte en la mano y un rasguño en el muslo mientras se alejaba con un giro.
El enano podía ganar. Sabía que podía.
Pero el orco comenzó a emitir llamadas, y Bruenor comprendía lo suficiente del idioma orco para saber que estaba pidiendo ayuda. No sólo ayuda orca, por lo que vio el enano, ya que un par de ogros aparecieron en su campo visual empuñando armas pesadas.
Bruenor no podía esperar ganar contra los tres. Pensó en hacer retroceder al líder orco frente a él, a continuación apartarse y dirigirse al otro lado… Quizá Drizzt hubiera terminado con el problemático mago.
Pero el enano sacudió la cabeza con tozudez. Había venido a ganar a Obould, por supuesto, hasta que su amigo de piel oscura le había enseñado otro camino. Nunca había esperado volver a Mithril Hall; había adivinado desde el principio que su regreso de los Salones de Moradin había sido temporal, y por un solo motivo.
Aquel motivo estaba delante de él en forma de uno de los orcos más grandes y feos que había tenido la desgracia de ver jamás.
Así pues, Bruenor hizo caso omiso de los ogros y siguió atacando incluso con más furia. Moriría si era necesario, pero aquel orco bestial caería antes que él.
Su hacha golpeaba con salvaje entrega, chocando con estrépito contra el arma de su oponente. Trazó una muesca profunda en una de las cabezas del hacha de Grguch y, a continuación, casi rompió el mango cuando el orco la puso en posición horizontal para interceptar un tajo.
Bruenor había pretendido que aquel tajo fuera el golpe de gracia, e hizo una mueca de dolor al ver que lo bloqueaba.
Acaso estaba ante el final; ahora los ogros terminarían con él.
Les oyó a un lado, acechándolo, gruñendo…, gritando.
Frente a él, el orco lanzó un rugido de protesta, y Bruenor consiguió echar un vistazo hacia atrás mientras se preparaba para el siguiente golpe.
Uno de los ogros había caído, con una pierna cercenada a la altura de la cadera. El otro se había alejado de Bruenor, para luchar contra el rey Obould.
—¡Bah! ¡Baja! —aulló Bruenor ante lo absurdo de la situación, y dejó caer el hacha en el mismo ángulo hacia abajo, pero más hacia su derecha, y más hacia la izquierda de su oponente. El orco se movió adecuadamente y bloqueó, y Bruenor volvió a hacerlo, más desviado todavía hacia la derecha.
El orco decidió cambiar la dinámica, y en vez de presentar el mango horizontal para bloquear, trazó un ángulo hacia abajo y a la izquierda. Ya que Bruenor se estaba inclinando en esa dirección, no tenía manera de evitar un resbalón hacia la derecha.
El enorme orco aulló al haber aumentado su ventaja.
¡El orco había hecho desaparecer a Guenhwyvar! Hecho un ovillo, garras y colmillos clavados en su lomo, el orco había enviado al compañero felino de Drizzt de vuelta al plano astral.
Al menos eso era lo que suponía el drow aturdido, ya que tras haber terminado con el par de orcos junto a los árboles, había llegado justo a tiempo para ver cómo su amiga se disolvía en la nada humeante.
Y aquel orco, tan sorprendente, tan poco común para pertenecer a esa raza bestial, había aguantado el impacto de sus flechas, y había respondido a sus ataques con rayos que habían dejado a Drizzt aturdido y herido.
Drizzt continuó describiendo círculos, disparando cuando encontraba la oportunidad entre los árboles, todos los disparos daban en el blanco, pero cada flecha era detenida a poca distancia y explotaba desprendiendo chispas multicolores.
Y cada flecha tenía una respuesta mágica, rayos e insidiosos proyectiles mágicos de los que Drizzt no podía ocultarse.
Se adentró en la espesura de algunos árboles de hoja perenne, sólo para encontrar otros orcos que ya estaban allí. Tenía el arco en la mano, en vez de las cimitarras, y aún estaba aturdido por los ataques mágicos. No tenía ninguna intención de ponerse a combatir en aquel complicado momento, así que se desvió hacia la derecha, lejos del orco con poderes mágicos, y salió corriendo del bosquecillo.
Y justo a tiempo, ya que sin importarle sus camaradas orcos, el mago lanzó una bola de fuego sobre aquellos árboles, un terrible rayo que consumió instantáneamente el bosquecillo y todo lo que había alrededor.
Drizzt siguió corriendo hacia un lado antes de girarse hacia el orco.
Se deshizo de Taulmaril y sacó sus armas, y pensó en Guenhwyvar, llamando con tono lastimero a su felino perdido.
Drizzt se refugió tras un árbol al encontrarse de nuevo a la vista del mago.
Un rayo partió el árbol en dos ante él, de modo que la muralla protectora de Drizzt quedó eliminada, así que siguió corriendo, de nuevo hacia un lado.
—¡No me quedaré sin magia, estúpido drow! —exclamó el orco…, ¡y en alto drow, con un acento perfecto!
Aquello sacó a Drizzt de sus casillas tanto como la barrera mágica, pero aceptó su papel. Sospechaba que Bruenor estaría soportando una tensión similar.
Se apartó del mago orco y, a continuación, giró en redondo.
Encontró un camino directo hacia su enemigo que lo llevaría bajo un arce de grandes dimensiones y justo al lado de otro grupillo de árboles de hoja perenne.
Rugió y comenzó a cargar. Vio un movimiento indicador junto a él y sonrió al reconocerlo.
Drizzt buscó en su interior mientras el mago comenzaba a formular un conjuro, e hizo aparecer un globo de oscuridad absoluta entre él y el mago.
El drow se introdujo en la oscuridad. A su derecha, los árboles crujieron, como si hubiera pasado corriendo de prisa y hubiera dado un salto en aquella dirección.
Regis tenía la cabeza sumida en un dolor sordo y una oscuridad fría. Sentía que la conciencia se le escapaba con cada latido de su corazón. No sabía dónde estaba, ni cómo había ido a parar a aquel agujero oscuro y profundo.
En algún lugar, remotamente, sintió un golpe pesado contra la espalda, y la sacudida desató corrientes de un dolor abrasador.
Gimió y, a continuación, se despojó de todo.
Se sintió invadido por la sensación de volar, como si se hubiera liberado de su forma mortal y estuviera flotando…, flotando.
—No eres tan listo, drow —dijo Jack por boca de Hakuun mientras ambos se fijaban en el movimiento de las ramas de los árboles perennes.
Un ligero cambio de rumbo hizo que el guisante en llamas que había liberado el hechizo de Jack comenzara a dirigirse hacia allí, y un instante después aquellos árboles perennes ardieron, con el problemático drow en su interior. O al menos eso pensaron Jack y Hakuun.
Pero Drizzt no se había desviado a su derecha. Aquélla había sido Guenhwyvar, de nuevo convocada desde el plano astral por su llamada, atendiendo a sus órdenes silenciosas para servir de distracción. Guenhwyvar había cruzado justo por detrás de Drizzt para adentrarse de un salto entre los árboles perennes, mientras Drizzt se había lanzado de cabeza, ganando impulso, hacia la oscuridad.
Desde allí había saltado directamente hasta la rama más baja del arce.
—Vete, Guen —susurró mientras corría por aquella rama, sintiendo el calor de las llamas junto a él—. Por favor, vete —le rogó mientras salía de la negrura y se echaba sobre el brujo, que todavía estaba mirando a los árboles perennes, sin que aparentemente hubiera percibido aún a Drizzt.
El drow descendió de la rama con un salto mortal, aterrizó con ligereza y rodó frente al orco, al que a punto estuvo de salírsele el corazón por la boca al alzar las manos en actitud defensiva. Al detenerse, Drizzt saltó y rodó de nuevo, pasando junto al orco, justo por encima de su hombro mientras volvía a erguirse.
Lo impulsaban la ira y los recuerdos de Innovindil. Se dijo que había resuelto el enigma, que aquella criatura había sido la causa de su muerte.
Con la furia dirigiendo sus brazos, lanzó un tajo hacia atrás y abajo con Muerte de Hielo mientras caía, y sintió cómo el filo rajaba con fuerza la túnica de cuero del orco y se hundía profundamente en la carne. Drizzt se detuvo de repente e hizo una pirueta, lanzando un fuerte tajo con Centella. Le infligió al orco, que estaba agachado de espaldas, una herida profunda entre los omóplatos. Drizzt se dirigió de nuevo hacia él, lo rodeó por el otro lado y degolló a la criatura con Centella, de modo que cayó de espaldas al suelo.
Se preparó para rematarlo, pero se detuvo, dándose cuenta de que no necesitaba molestarse. Un gruñido que provenía de los pinos en llamas le mostró que Guenhwyvar no había cumplido su orden de irse, pero la pantera, tan rápida e inteligente, tampoco se había visto dañada por la explosión.
Drizzt se sintió aliviado, pero distraído como estaba, no prestó atención a una pequeña serpiente alada que salió deslizándose de la oreja del orco muerto.
El hacha de Bruenor resbaló con fuerza hacia un lado, y el enano se desplomó hacia ese mismo lado. Vio el rostro del enorme orco retorcerse con regocijo, creyéndose victorioso.
Pero ésa era la mirada que había estado esperando.
El caso era que Bruenor no se estaba desplomando, y había forzado el bloque en ángulo por esa misma razón, para liberar rápidamente su hacha hacia abajo y a un lado, a cierta distancia a la derecha de su objetivo. Al caer, Bruenor realmente estaba reajustando su posición, y se alejó del orco con un giro, atreviéndose a darle la espalda durante un instante.
En aquel giro, Bruenor trazó un movimiento giratorio con el brazo, y el orco, preparando su golpe de gracia, no pudo redirigir a tiempo la pesada hacha de dos filos.
Bruenor hizo un giro completo, con el hacha volando hacia la derecha. Se colocó en una postura con los brazos extendidos, listo para afrontar cualquier ataque.
Pero el ataque no llegó, ya que su hacha había desgarrado el abdomen del orco mientras giraba, y la criatura se derrumbó de espaldas, sosteniendo su pesada hacha en la mano derecha, pero agarrándose las entrañas con la izquierda.
Bruenor fue tras él y comenzó a asediarlo de nuevo. El orco consiguió parar un golpe, y después otro, pero el tercero pasó y le cercenó el antebrazo, con lo que su mano dejó de sujetar el abdomen.
Sus entrañas se desparramaron. El orco aulló y trató de retroceder.
Pero una espada llameante hizo un barrido por encima del yelmo de un solo cuerno de Bruenor y le cortó a Grguch la deforme cabeza.
El rugido de Guenhwyvar lo salvó, ya que Drizzt miró hacia atrás en el último momento y se agachó justo a tiempo para evitar que el rayo de la serpiente alada lo alcanzara de lleno. Aun así, no pudo esquivarlo del todo, y el rayo lo elevó por los aires, haciéndole dar más de una vuelta completa, con lo que cayó de lado con fuerza.
Se levantó de un salto, y la serpiente alada se dejó caer al suelo y salió disparada hacia los árboles.
Pero la hoja curva de una cimitarra se introdujo por debajo de ella y la levantó en el aire, donde la otra cimitarra de Drizzt la golpeó.
Golpeó en vez de atravesarla, ya que un escudo mágico evitó el corte…, ¡aunque la fuerza de la hoja hizo que la serpiente se doblara sobre sí misma!
Sin inmutarse, ya que aquel misterio dentro de un misterio de algún modo confirmaba las sospechas de Drizzt acerca de la caída de Innovindil, el drow gruñó y siguió empujando. Si su conjetura era o no acertada, tenía poca importancia, ya que Drizzt transformó aquella ira en una acción furiosa y cegadora.
Volteó de nuevo a la serpiente, y entró en un frenesí, lanzando tajos a izquierda y derecha, una y otra vez, y sosteniendo a la serpiente en alto con la velocidad y precisión de sus golpes reiterados. No bajaba el ritmo, no respiraba, simplemente seguía golpeando con determinación.
La criatura agitó las alas, y Drizzt consiguió que uno de los golpes penetrara, cortando y casi cercenando una de ellas donde se unía con el cuerpo de la serpiente.
De nuevo, el drow entró en un estado frenético, lanzando tajos adelante y atrás, y terminó girando una de las hojas alrededor de la serpiente destrozada. Echó una breve carrera y, girándose por el impulso del golpe, usó la cimitarra para enviar lejos a la serpiente.
En pleno vuelo, la serpiente se transformó y se convirtió en un gnomo al golpear contra el suelo. Salió rodando, girando mientras salía despedido y se empotraba de espaldas contra un árbol.
Drizzt se relajó, convencido de que el árbol era lo único que sostenía erguida a la sorprendente criatura.
—Volviste a invocar… a la pantera… —dijo el gnomo con voz débil y apagada.
Drizzt no respondió.
—Una distracción brillante —lo felicitó el gnomo.
La criatura diminuta esbozó una curiosa expresión y levantó una mano temblorosa. De la enorme manga de su túnica manaba sangre, que, de todos modos, no manchaba el material, que tampoco presentaba ninguna señal del ataque del drow.
—Hum —dijo el gnomo, y miró hacia abajo, al igual que Drizzt, para ver más sangre que brotaba por debajo del ruedo de la túnica y formaba un charco entre las botas del personajillo.
—Buena ropa —observó el gnomo—. ¿Conoces a algún mago digno de ella?
Drizzt lo miró con curiosidad.
Jack el Gnomo se encogió de hombros. Su brazo izquierdo cayó entonces, deslizándose fuera de los ropajes mientras el pequeño trozo de piel que lo mantenía unido a su hombro se desgarraba bajo el peso muerto.
Jack lo observó, Drizzt lo observó, y se volvieron a mirar el uno al otro.
Y Jack se encogió de hombros antes de caer de bruces. Jack el Gnomo estaba muerto.