Confía, pero cerciórate
—Este Toogwik Tuk es agresivo —le dijo Grguch a Hakuun, y a Jack, aunque por supuesto Grguch no lo sabía. Estaban de pie a un lado de las tropas que se reunían mientras se realineaban para marchar hacia el oeste—. Si por él fuera entraríamos en guerra con Obould.
—Afirma que Obould nos declarará la guerra —asintió el chamán después de un rápido diálogo interno con Jack.
Grguch sonrió como si no hubiera nada en el mundo que lo complaciera más.
—Me gusta este Toogwik Tuk —dijo—. Habla con Gruumsh.
—¿Sientes curiosidad por saber por qué Obould detuvo su marcha? —preguntó Hakuun, a pesar de que la pregunta provenía de Jack—. Tiene reputación de ser muy feroz, pero construye murallas en vez de destruirlas.
—Teme a los rivales —supuso Grguch—, o se ha relajado. Se está apartando de Gruumsh.
—No tienes intención de convencerlo de lo contrario.
Grguch sonrió aún con más malicia.
—Pretendo matarlo y quedarme con sus ejércitos. Hablo con Gruumsh, y complaceré a Gruumsh.
—¿Tu mensaje será directo, o al principio intentará ser persuasivo?
Grguch miró al chamán con curiosidad y, a continuación, señaló con la barbilla hacia una bolsa que había a un lado, un saco que contenía la cabeza de Oktule.
Se formó una sonrisa irónica en el rostro de Hakuun.
—Puedo reforzar el mensaje —le prometió, y Grguch se sintió complacido.
Hakuun miró por encima de su hombro y profirió unas cuantas palabras arcanas, unidas por una inflexión dramática. Jack lo había predicho todo, y ya había puesto en marcha la magia primaria requerida. Oktule salió de entre las sombras, sin cabeza y grotesco. El muerto viviente caminó a grandes zancadas, con las piernas rígidas, hacia el saco y lo abrió. Se irguió un momento más tarde y se movió lentamente hacia la pareja, acunando entre las manos su cabeza perdida.
Hakuun miró a Grguch y se encogió de hombros tímidamente. El jefe rio.
—Directo —dijo—. Sólo deseo ver el rostro de Obould cuando entregue el mensaje.
Jack susurró en el interior de la cabeza de Hakuun, y éste lo repitió para Grguch.
—Se puede arreglar.
Grguch rio aún más fuerte.
Ante un ronco bramido de «Kokto Gung Karuck», las tropas orcas de Grguch, que ya habían llegado al millar y seguían creciendo, comenzaron su marcha hacia el oeste, y el clan Quijada de Lobo ocupó el flanco sur, con el clan Karuck liderando la masa principal.
A la cabeza misma caminaba Oktule, el muerto viviente, llevando un mensaje para Obould.
Se oyó el ronco bramido de «Kokto Gung Karuck», y desde la cresta de una alta montaña a no mucha distancia al nordeste de Mithril Hall, Drizzt, Bruenor y los demás pudieron ver la fuente de aquel sonido: la marcha del clan Karuck y sus aliados.
—Es Grguch —le dijo Tos’un al grupo—. Los conspiradores lo están conduciendo hasta Obould.
—¿Para luchar con él? —preguntó Bruenor.
—O para convencerlo —dijo Tos’un.
Bruenor resopló por toda respuesta, pero Tos’un se limitó a mirar a Drizzt y Hralien, y agitó la cabeza, reticente a darle la razón.
—Obould ha dado señales de que desea detener su marcha —se atrevió a decir Drizzt.
—Cuéntaselo a las familias de aquellos de mis muchachos que murieron en la muralla hace un par de noches, elfo —gruñó Bruenor.
—Ése quizá fuera Grguch —aventuró Drizzt, procurando mantener la ambigüedad.
—Aquéllos eran orcos —respondió Bruenor con brusquedad—. Los orcos son orcos, y para lo único que sirven es para fertilizar los campos. Puede ser que sus cuerpos putrefactos ayuden a que crezcan los árboles para cubrir las cicatrices en tu Bosque de la Luna —añadió, dirigiéndose a Hralien, que palideció y se balanceó sobre los talones.
—Para cubrir la sangre de Innovindil —añadió Bruenor, mirando fijamente a Drizzt.
Pero Drizzt no se amilanó ante el comentario punzante.
—La información es al mismo tiempo nuestra arma y nuestra ventaja —dijo—. Haríamos bien en averiguar más acerca de esta marcha, de su propósito, y hacia dónde se dirigirá a continuación. —Miró hacia abajo y al norte, donde el negro enjambre formado por el ejército de Grguch se podía ver claramente a lo largo de las colinas rocosas—. Además, de todos modos, nuestros caminos van paralelos.
Bruenor agitó la mano con desdén y se alejó, mientras Pwent lo seguía hasta la comida dispuesta en el campamento principal.
—Necesitamos acercarnos más a ellos —dijo Drizzt a la media docena que quedaban—. Tenemos que averiguar la verdad sobre su marcha.
Regis respiró hondo cuando Drizzt terminó, ya que sintió el peso de la tarea sobre sus hombros.
—El pequeñajo morirá —le dijo Tos’un a Drizzt, utilizando el lenguaje drow, el bajo drow, que sólo él y Drizzt comprendían.
Drizzt lo miró con dureza.
—Son guerreros, fieros y están alertas —se explicó Tos’un.
—Regis es más de lo que parece —contestó Drizzt en el mismo idioma de la Antípoda Oscura.
—Igual que Grguch. —Cuando terminó, miró a Hralien como si quisiera invitar a Drizzt a hablar con el elfo para que se lo confirmara.
—Entonces, iré yo —dijo Drizzt.
—Hay una manera mejor —contestó Tos’un—. Conozco a alguien que puede entrar directamente y hablar con los conspiradores.
Al oír aquello, Drizzt hizo una pausa, con una expresión dubitativa en el rostro que no pasó desapercibida a ninguno de los que lo rodeaban.
—¿Pensáis contarnos de qué estáis hablando? —dijo Torgar con impaciencia.
Drizzt lo miró, volvió a mirar a Tos’un, y a ambos les hizo un gesto de asentimiento.
Después de una breve conversación con Cordio, Drizzt apartó a Tos’un a un lado para que se uniera al sacerdote.
—¿Estás seguro? —le preguntó Cordio a Drizzt cuando estuvieron solos—. Vas a tener que matarlo.
Tos’un se puso tenso al oír aquellas palabras, y Drizzt luchó por no sonreír.
—Podría disponer de más información de la que le podamos sacar por la fuerza —continuó Cordio, interpretando su papel a la perfección—. Puede ser que varias decenas de días de tortura nos proporcionen respuestas acerca de Obould.
—O mentirá para que detengamos la tortura —contestó Drizzt, pero terminó con el debate que se avecinaba levantando una mano, ya que de todas formas no importaba—. Estoy seguro —dijo con sencillez.
Cordio dejó escapar un suspiro que más o menos quería decir:
«Bueno, si es necesario…», la mezcla perfecta entre hastío y resignación.
El sacerdote comenzó a entonar un cántico y a bailar lentamente alrededor del asustado Tos’un. El enano le lanzó un hechizo; un detector de hechizos inofensivo que habría curado cualquier enfermedad que Tos’un pudiese haber contraído, aunque, por supuesto, Tos’un no lo sabía, y únicamente percibió que el enano había enviado algo de energía mágica a su cuerpo. A éste le siguió otro hechizo inofensivo, después un tercero, y cada vez que lo lanzaba, Cordio entrecerraba más los ojos y agudizaba su tono un poco más, lo que le hacía bastante siniestro.
—La flecha —ordenó el enano, extendiendo una mano en dirección a Drizzt, pero sin apartar de Tos’un la intensa mirada.
—¿Cómo? —preguntó Drizzt, y Cordio chasqueó los dedos con impaciencia.
Drizzt se recuperó con rapidez, sacó una flecha de su aljaba mágica y se la dio a Cordio como éste le había pedido.
Cordio la sostuvo frente a su rostro y entonó más cánticos.
Agitó los dedos delante de la malvada punta de la saeta. A continuación, la movió en dirección a Tos’un, que se encogió, pero sin retroceder. El enano levantó la flecha hasta la cabeza de Tos’un y luego la bajó.
—¿La cabeza, o el corazón? —preguntó, volviéndose hacia Drizzt.
Drizzt lo miró con curiosidad.
—Te dije que era un buen hechizo —mintió Cordio—. No es que importe mucho con ese maldito arco tuyo. ¿Hacer estallar su cabeza separándola de los hombros o quitarle medio pecho? Tú eliges.
—La cabeza —dijo el drow, divertido—. No, el pecho. Darle en pleno centro…
—No puedes fallar, en cualquier caso —le prometió el enano.
Tos’un miró a Drizzt fijamente.
—Cordio te ha hechizado —le explicó mientras el sacerdote continuaba con los cánticos y agitaba la flecha frente al pecho esbelto de Tos’un. El enano terminó dándole un golpecito al drow, justo por encima del corazón.
—Esta flecha ahora está en consonancia contigo —dijo Drizzt, quitándole la flecha al enano—. Si se dispara, encontrará tu corazón inevitablemente. No puedes esquivarla. No puedes desviarla. No puedes bloquearla.
Tos’un lo miró, escéptico.
—Demuéstraselo, elfo —dijo Cordio.
Drizzt dudó, para darle efecto.
—Estamos protegidos de los malditos orcos —insistió el sacerdote—. Demuéstraselo.
Mirando de nuevo a Tos’un, Drizzt vio que aún dudaba, y no podía permitir eso. Descolgó a Taulmaril de su hombro, volvió a meter la flecha encantada en su carcaj y sacó otra distinta.
Mientras la colocaba, se giró y apuntó; a continuación, la envió volando hacia un pedrusco lejano.
El proyectil mágico cruzó el aire como un rayo en miniatura, veloz y destellante. Chocó contra la piedra, la atravesó y la hizo estallar; una brusca réplica provocó que Regis y los otros enanos saltaran, sorprendidos. Tan sólo dejó un agujero humeante en el lugar del impacto contra la piedra.
—La magia de los habitantes de la superficie es extraña y poderosa, no lo dudes —advirtió Drizzt a su compatriota drow.
—No tienes una armadura lo suficientemente gruesa —añadió Cordio, y le lanzó un guiño exagerado a Tos’un para después girarse con una gran carcajada y alejarse.
—¿De qué va esto? —preguntó Tos’un en la lengua drow.
—Quieres hacer el papel de explorador, así que te lo voy a permitir.
—Pero con el espectro de la muerte caminando junto a mí.
—Por supuesto —dijo Drizzt—. Si sólo se tratara de mí, quizá confiaría en ti.
Tos’un inclinó la cabeza, con curiosidad, intentando tomarle la medida a Drizzt.
—Soy así de tonto —añadió Drizzt—. Pero no soy sólo yo, y si debo confiarte esto, necesito asegurarme de que mis amigos no se verán perjudicados por mi decisión. Dejaste entrever que podrías entrar caminando directamente en su campamento.
—Los conspiradores saben que no soy amigo de Obould.
—Entonces, te permitiré probar tu valía. Ve y averigua lo que puedas. Estaré cerca, con el arco en la mano.
—Para matarme si te engaño.
—Para garantizar la seguridad de mis amigos.
Tos’un comenzó a menear lentamente la cabeza.
—¿No irás? —preguntó Drizzt.
—No necesitas hacer nada de esto, pero lo entiendo —contestó Tos’un—. Iré tal y como me ofrecí a hacer. Sabrás que no te estoy engañando.
Cuando los dos elfos oscuros volvieron con el resto del grupo, Cordio había informado a los demás de los resultados, y del plan que se había puesto en marcha. Bruenor se mantuvo en pie con los brazos en jarras. Era evidente que aquello no lo convencía, pero se limitó a dejar escapar un gruñido y alejarse, permitiendo que Drizzt siguiera con su juego.
Los dos drows partieron tras caer la noche, moviéndose entre las sombras con agilidad y sigilo. Eligieron el camino hacia el campamento principal de los orcos, evitando a los guardias de los campamentos más pequeños, y siempre con Tos’un varios pasos por delante. Drizzt lo seguía con Taulmaril en la mano y la mortífera flecha encantada preparada. Drizzt esperaba al menos haber cogido la misma flecha con la que Cordio había jugado, o en caso contrario, que Tos’un no lo hubiera notado.
A medida que se acercaban al grupo principal, cruzando el borde de un claro en cuyo centro había un gran árbol, Drizzt le susurró a Tos’un que se detuviera. Drizzt hizo una pausa de varios segundos, escuchando el ritmo de la noche. Le hizo señas a Tos’un de que lo siguiera hasta el árbol. Drizzt trepó, tan ágilmente que parecía como si caminara por un tronco caído en vez de uno vertical. Se detuvo en la rama más baja y miró a su alrededor, para después centrar su atención en Tos’un, que estaba abajo.
Drizzt dejó caer un cinto con las dos armas de Tos’un envainadas.
¿Confias en mí?, preguntó el hijo de la Casa Barrison Del’Armgo en el lenguaje de signos silencioso e intrincado de los drow.
La respuesta de Drizzt fue simple, y se reflejó en su rostro impasible.
No tengo nada que perder. No me importa esa espada…
Destruye más de lo que ayuda. La arrojarás al suelo junto con tu otra arma cuando vuelvas al árbol, o la recuperaré de la mano del orco moribundo a quien se la hayas dado después de atravesarte el pecho con una flecha.
Tos’un lo miró fijamente durante largo tiempo, pero no tenía respuesta para aquella lógica simple y directa. Bajó la vista hacia el cinto, hacia la empuñadura de Cercenadora, y sintió auténtica alegría al volver a tener la espada en sus manos.
Desapareció en la oscuridad un instante después, y Drizzt sólo pudo esperar que su estimación acerca de la veracidad de Tos’un hubiera sido correcta, ya que, por supuesto, no había habido hechizo, y la gran exhibición de Cordio no habría sido más que un elaborado ardid.
Tos’un no sabía realmente qué partido tomar mientras cruzaba las líneas orcas hacia el campamento principal. No tuvo problemas para entrar, ya que los orcos de Quijada de Lobo dispersos entre los centinelas del clan Karuck lo conocían, y encontró con facilidad a Dnark y Ung-thol.
—Tengo noticias —les dijo a ambos.
Dnark y Ung-thol intercambiaron miradas desconfiadas.
—Entonces, habla —lo instó Ung-thol.
—Aquí no. —Tos’un miró a su alrededor, como si esperase encontrar espías detrás de cada roca o de cada árbol—. Es demasiado importante.
Dnark lo estudió durante unos instantes.
—Ve a por Toogwik… —comenzó a decirle a Ung-thol, pero Tos’un lo detuvo.
—No. Sólo para Dnark y Ung-thol.
—Acerca de Obould.
—Quizá —fue toda la respuesta que obtuvieron del drow, y a continuación se giró y comenzó a alejarse.
Los dos orcos, tras un nuevo intercambio de miradas, se adentraron tras él en la noche, hacia la linde del campo donde Drizzt do’Urden esperaba sobre un árbol.
—Mis amigos observan —dijo Tos’un, lo bastante alto como para que lo oyera Drizzt con sus afinados sentidos drow.
Drizzt se puso tenso y sacó a Taulmaril, preguntándose si estaba a punto de ser descubierto.
«Tos’un morirá antes», decidió.
—Tus amigos están muertos —contestó Dnark.
—Tres lo están —dijo Tos’un.
—Has hecho nuevos amigos. Te felicito.
Tos’un agitó la cabeza asqueado ante el patético intento de ser sarcástico, preguntándose por qué habría permitido alguna vez que criaturas como aquéllas siguieran viviendo.
—Hay un considerable ejército drow detrás de nosotros —les explicó, y los dos orcos, como era de suponer, palidecieron—. Observándonos, observándoos.
Lo dejó en suspenso unos instantes, contemplando cómo ambos se removían incómodos.
—Antes de que muriera, Kaer’lic los llamó, llamó a Menzoberranzan, mi hogar. Les prometió que encontrarían gloria y riquezas, y no podían ignorar semejante llamada de una sacerdotisa de Lloth. Así que han venido, en principio para observar y esperar. Estáis avanzando hacia Obould.
—Ob…, el rey Obould —corrigió Dnark con cierta rigidez—, ha llamado al jefe Grguch a su lado.
Tos’un sonrió con complicidad.
—Los drows no sienten ningún amor por Obould —explicó, y de hecho, a Drizzt le pareció que el jefe orco se relajaba un poco al oír aquello—. ¿Vais a ofrecerle vuestra lealtad? ¿O a declararle la guerra?
Los dos orcos intercambiaron miradas una vez más.
—El rey Obould convocó al clan Karuck, y nosotros acudimos —dijo Ung-thol con resolución.
—Grguch atacó el Bosque de la Luna —contestó Tos’un—. Grguch atacó Mithril Hall. Sin el permiso de Obould. El rey no debe estar contento.
—Quizá… —comenzó a decir Dnark.
—No estará en absoluto contento —lo interrumpió Tos’un—. Vosotros lo sabéis. Por eso sacasteis al clan Karuck de su profundo agujero.
—Obould no tiene deseos de lucha —dijo Dnark con repentino sarcasmo—. Ha perdido la comunicación con Gruumsh. Prefirió negociar y… —Se detuvo y respiró profundamente.
Ung-thol continuó con el discurso.
—Quizá la presencia de Grguch inspire a Obould y le recuerde su deber para con Gruumsh —dijo el chamán.
—No lo hará —dijo Tos’un—, así que mi gente observará y escuchará. Si Obould gana, volveremos a las profundidades de la Antípoda Oscura. Si Grguch resulta vencedor, quizá haya una razón para que avancemos.
—¿Y si Obould y Grguch se unen para arrasar las tierras del norte? —preguntó Dnark.
Tos’un rio ante tamaña ridiculez.
Dnark rio, también, instantes después.
—Obould ha olvidado la voluntad de Gruumsh —dijo Dnark sin tapujos—. Envió un emisario para parlamentar con los enanos, para pedir perdón por el ataque de Grguch.
Tos’un no pudo esconder su sorpresa.
—Un emisario que jamás llegó, por supuesto —le explicó el jefe orco.
—Por supuesto. ¿Así que Grguch y Dnark se lo recordarán a Obould?
El orco no respondió.
—¿Mataréis a Obould, y lo sustituiréis por Grguch, en favor de la voluntad de Gruumsh?
Tampoco esa vez hubo respuesta, pero la postura y la expresión de los dos orcos dejaba claro que la última afirmación se había acercado más a la verdad.
Tos’un les sonrió y asintió.
—Observaremos, jefe Dnark. Y esperaremos. Y me complacerá enormemente presenciar la muerte de Obould Muchas Flechas. Y aún me complacerá más coger la cabeza del rey Bruenor y cruzar el río Surbrin para arrasar las vastas tierras que hay más allá.
El drow se inclinó cortésmente y se alejó.
—Estamos observando —advirtió mientras partía—. Todo.
—Espera el sonido del cuerno de Karuck —dijo Dnark—. Cuando lo oigas sonar, sabrás que el reinado del rey Obould se aproxima a su fin.
Tos’un ni siquiera dirigió una fugaz mirada hacia Drizzt mientras cruzaba el claro hacia el extremo más alejado, pero poco después de que los orcos emprendieran el regreso a su campamento, el bandido drow volvió al pie del árbol.
—Tu cinto —le susurró Drizzt, pero Tos’un ya se lo estaba quitando. Lo dejó caer y dio un paso atrás.
Drizzt saltó al suelo y lo cogió.
—Podrías haberlos preparado para que dijeran todo eso —observó Drizzt.
—Pregúntale a la espada.
Drizzt miró con escepticismo a Cercenadora.
—No se puede confiar en ella.
—Entonces, exígeselo —dijo Tos’un.
Pero Drizzt sencillamente se pasó el cinto por encima del hombro, haciendo señas a Tos’un para que iniciase el camino de vuelta hacia los enanos que los estaban esperando.
Fuera cual fuera la postura de Tos’un, ya se debiera a un cambio de opinión o a simple pragmatismo, Drizzt no tenía razones para dudar de lo que había oído, y una afirmación en concreto se repetía una y otra vez en sus pensamientos, la declaración del orco de que Obould «había enviado un emisario para parlamentar con los enanos, para pedir perdón por el ataque de Grguch».
Obould no iría a la guerra. Para el rey orco la guerra tocaba a su fin. Pero a muchos de sus súbditos, al parecer, la idea no los complacía demasiado.