Capítulo 25


Política y alianzas

Siendo como era un drow, varón, criado en la ciudad matriarcal de Menzoberranzan, Tos’un Aringo casi no hizo ni una mueca cuando Drizzt le echó los brazos hacia atrás con fuerza y aseguró la cuerda al otro lado del gran árbol. Estaba atrapado, sin posibilidades de huir ni de esconderse. Miró hacia un lado (o lo intentó, ya que Drizzt le había enrollado con pericia la cuerda bajo la barbilla para atarlo al tronco del árbol), hacia donde estaba Cercenadora, clavada en una roca por Drizzt.

Pudo sentir cómo lo llamaba la espada, pero no podía alcanzarla.

Drizzt estudió a Tos’un como si comprendiera los silenciosos ruegos que intercambiaba el drow con la espada sensitiva…, y Tos’un se dio cuenta de que seguramente lo hacía.

—No tienes ya nada más que perder o ganar —dijo Drizzt—. Tus días al servicio de Obould han acabado.

—Hace ya varios meses que no estoy a su servicio —contestó Tos’un con cabezonería—. Desde antes del invierno. No, desde el día en que luchaste con él, e incluso antes de eso, a decir verdad.

—¿La verdad dicha por un hijo de la Casa Barrison Del’Armgo? —preguntó Drizzt con tono burlón.

—No tengo nada que ganar ni que perder, como dijiste.

—Un amigo mío, un enano llamado Bill, te podría hablar acerca de eso —dijo Drizzt—, o más bien susurrarte, debería decir, ya que le cortaron la garganta con gran pericia para amortiguar su voz para siempre.

Tos’un sonrió ante aquella verdad innegable, ya que, de hecho, le había cortado la garganta a un enano antes del primer asalto a la puerta este de Mithril Hall.

—Tengo otros amigos que hubieran deseado hablar contigo también —dijo Drizzt—, pero están muertos, en gran parte a causa de tus acciones.

—Estaba librando una guerra —soltó Tos’un—. No comprendía…

—¿Cómo podías no comprender la carnicería a la que estabas contribuyendo? ¿De veras es ésa tu defensa?

Tos’un meneó la cabeza, aunque casi no podía girarla de un lado al otro.

—He aprendido —añadió el drow capturado—. He tratado de enmendarme. He ayudado a los elfos.

A pesar de sí mismo y de sus intenciones de no dañar al prisionero, Drizzt abofeteó a Tos’un.

—Los condujiste hasta los elfos —lo acusó.

—No —dijo Tos’un—. No.

—Me han contado los detalles de la incursión.

—Del jefe Grguch del clan Karuck, y un trío de conspiradores que tratan de forzar a Obould a retomar el camino de la conquista —dijo Tos’un—. Aquí está teniendo lugar algo más que tú no comprendes. Jamás me alié con los que atacaron el Bosque de la Luna, y que marcharon al sur, estoy seguro, con la intención de atacar Mithril Hall.

—Sin embargo, acabas de decir que no eras un aliado de Obould —razonó Drizzt.

—Ni de Obould, ni de ningún otro orco —dijo Tos’un—. Admito mi papel, aunque fuera pasivo, en las primeras etapas, cuando Donnia Soldou, Ad’non Kareese y Kaer’lic Suun Wett decidieron promover una alianza entre Obould y sus orcos, Gerti Orelsdottr y sus gigantes, y el troll bicéfalo llamado Proffit. Los seguí porque no me importaban… ¿Por qué deberían importarme los enanos, los humanos y los elfos? ¡Soy un drow!

—Algo que nunca he olvidado, te lo aseguro.

La amenaza acabó con gran parte de las ínfulas de Tos’un, pero aun así siguió insistiendo.

—Los acontecimientos que se desarrollaban a mi alrededor no me concernían.

—Hasta que Obould intentó matarte.

—Hasta que el sanguinario Obould me persiguió, sí —dijo Tos’un—. Hasta el campamento de Albondiel y Sinnafain en el Bosque de la Luna.

—A los que traicionaste —le gritó Drizzt a la cara.

—De quienes escapé, aunque no era su prisionero —dijo Tos’un, gritando a su vez.

—Entonces, ¿por qué huiste?

—¡Por ti! —exclamó Tos’un—. Por aquella espada que llevaba.

Sabía que Drizzt Do’Urden no me permitiría jamás conservarla, y sabía que Drizzt Do’Urden me encontraría entre los elfos y me mataría por poseer una espada que había encontrado abandonada en el fondo de un barranco.

—Ésa no es la razón, y tú lo sabes —dijo Drizzt, echándose un paso atrás—. Fui yo quien perdió la espada, ¿recuerdas?

Mientras hablaba volvió la vista hacia Cercenadora, y tuvo una idea. Quería creer a Tos’un, del mismo modo que quería creer a aquella mujer, Donnia, cuando la había capturado hacía unos meses.

Volvió a mirar a Tos’un, sonrió con sarcasmo, y dijo:

—Todo es cuestión de oportunidades, ¿no te parece?

—¿Qué quieres decir?

—Te alias con Obould mientras tiene una buena posición. Pero lo mantienen a raya y te enfrentas a su ira, así que encuentras el camino hasta Sinnafain y Albondiel, y los demás, y piensas en crearte nuevas oportunidades donde las antiguas se han extinguido. O en recrear las antiguas, a costa de tus nuevos amigos. Una vez que te has ganado su confianza y has aprendido sus costumbres, de nuevo tienes algo que ofrecerles a los orcos, algo que posiblemente haga que Obould vuelva a estar de tu parte.

—¿Ayudando a Grguch? No lo comprendes.

—Pero lo haré —le prometió Drizzt, echándose a un lado en dirección a Cercenadora.

Sin dudarlo un segundo, cogió la espada por la empuñadura. El metal raspó y chirrió mientras la sacaba de la piedra, pero Drizzt no oyó aquello, pues Cercenadora ya había invadido sus pensamientos.

«Te creía perdido para mí.»

Pero Drizzt no escuchaba nada de aquello, no tenía tiempo para ello. Introdujo a la fuerza sus pensamientos en la espada y le exigió a Cercenadora un informe del tiempo que había pasado en las manos de Tos’un Armgo. No mimó a la espada prometiéndole que juntos alcanzarían la gloria. No le ofreció nada. Simplemente lo pidió. «¿Estuviste en el Bosque de la Luna? ¿Has probado la sangre de los elfos?».

«Sangre dulce…», admitió Cercenadora, pero con aquel pensamiento a Drizzt le llegó la sensación de una época remota.

La espada no había estado en el Bosque de la Luna. De eso, al menos, estaba casi seguro en ese instante.

A la vista del evidente aprecio que Cercenadora sentía por la sangre de los elfos, Drizzt se dio cuenta de las pocas probabilidades que había de que Tos’un hubiera planificado aquella incursión de manera activa y aun así haberse quedado en la parte oeste del Surbrin. ¿Habría permitido Cercenadora la participación desde lejos, sabiendo que se iba a derramar sangre, y especialmente habiendo estado en posesión de Tos’un durante su permanencia con los elfos?

Drizzt volvió la vista hacia el drow cautivo y reflexionó acerca de la relación entre Tos’un y la espada. ¿Tanto había dominado Tos’un a Cercenadora?

Mientras, aquella misma pregunta se infiltraba entre los pensamientos de Drizzt, y de ese modo llegaba a la espada telepática. La respuesta burlona de Cercenadora resonó en su interior.

Drizzt dejó la espada en el suelo unos instantes para asimilarlo todo. Cuando recuperó la espada, dirigió su interrogatorio hacia el recién llegado.

«Grguch», le transmitió.

«Un buen guerrero. Fiero y poderoso.»

«¿Alguien digno de blandir a Cercenadora?», preguntó Drizzt.

La espada no lo negó.

«¿Más digno que Obould?», fue la pregunta silenciosa.

La respuesta que le llegó no fue una impresión tan favorable.

Pero Drizzt sabía que el rey Obould era un guerrero tan bueno como el resto de los orcos que se había encontrado, tan bueno como el mismo Drizzt, a quien durante mucho tiempo la espada había codiciado para blandiría. A pesar de que no formaba parte de aquella élite, Catti-brie también era una buena guerrera, y aun así Drizzt sabía por su última experiencia con la espada que había caído en desgracia con Cercenadora, ya que optaba por usar su arco demasiado a menudo para el gusto de ésta.

Pasó mucho tiempo antes de que Drizzt volviera a dejar la espada, y se llevó la impresión de que la siempre ávida de sangre Cercenadora favorecía claramente a Grguch frente a Obould, y precisamente por las razones que Tos’un acababa de explicar. Obould no sentía la urgencia de la conquista y la batalla.

Drizzt miró a Tos’un, que descansaba lo más cómodamente posible dada la extraña posición en la que estaba atado al árbol. Drizzt no podía descartar la posibilidad de que las afirmaciones de Tos’un fueran verdaderas, y quizá, ya fuera de corazón o por simple oportunidad, en ese momento no era su enemigo ni el de sus aliados.

Pero después de sus experiencias con Donnia Soldou (es más, después de sus experiencias con su propia raza desde que tenía conciencia de sí mismo), Drizzt Do’Urden no estaba dispuesto a correr riesgos.

Hacía largo rato que el sol se había puesto, y la noche se había tornado más lóbrega debido a una neblina que surgía de la nieve blanda formando espirales. En aquella niebla desaparecieron Bruenor, Hralien, Regis, Thibbledorf Pwent, Torgar Hammerstriker y Shingles McRuff, de Mirabar, y Cordio, el sacerdote.

Al otro lado de la cadena montañosa, tras la muralla donde los enanos de Bruenor y los magos de Alústriel trabajaban siempre alertas, Catti-brie observaba con gran pesar al grupo que se alejaba.

—Debería ir con ellos —dijo.

—No puedes —dijo su compañera, Alústriel de Luna Plateada. La mujer de gran estatura se acercó a Catti-brie y le pasó el brazo por los hombros—. Tu pierna se curará.

Catti-brie levantó la vista hacia ella, ya que Alústriel era casi quince centímetros más alta que ella.

—Quizá ésta sea una señal de que deberías pensar en mi oferta —dijo Alústriel.

—¿De entrenarme en la magia? ¿No soy algo vieja para comenzar con semejante esfuerzo?

Alústriel rio, desdeñosa, ante una pregunta tan absurda.

—Te adaptarás con naturalidad, aunque hayas sido criada por los enanos, ignorantes en cuestiones de magia.

Catti-brie reflexionó sobre sus palabras un instante, pero pronto volvió a prestar atención a lo que se veía más allá del muro, donde la niebla se había tragado a su padre y a sus amigos.

—Pensé que caminarías junto a mi padre, como te ofreció —dijo, y miró en dirección a la señora de Luna Plateada.

—Tú no podías, y yo tampoco —contestó Alústriel—. Mi posición me impide hacerlo tanto como tu pierna herida.

—¿No estás de acuerdo con el objetivo de Bruenor? ¿Te aliarías con Obould?

—De ningún modo —dijo Alústriel—, pero no soy quién para llevar a Luna Plateada a la guerra.

—Eso es exactamente lo que hiciste cuando tú y tus Caballeros de Plata rescatasteis a los nesmianos errantes.

—Nuestros tratados con Nesme me lo exigían —le explicó Alústriel—. Estaban siendo atacados y huían para salvar la vida.

»Malos amigos seríamos si no los asistiéramos en tiempos de necesidad.

—Bruenor lo ve justo de ese modo ahora mismo —dijo Catti-brie.

—Sí que lo hace —admitió Alústriel.

—Así que planea erradicar la amenaza. Decapitar el ejército orco y desperdigarlo.

—Y yo espero y rezo para que tenga éxito. Hacer que los orcos se marchen es un objetivo común de todos los habitantes de la Marca Argéntea, por supuesto. Pero no es mi cometido comprometer a Luna Plateada en este ataque provocador. Mi consejo ha llegado a la conclusión de que nuestra postura debe ser defensiva, y tengo que atenerme a sus edictos.

Catti-brie sacudió la cabeza y no hizo nada por esconder su expresión de disgusto.

—Actúas como si estuviéramos en tiempos de paz, y Bruenor la estuviera rompiendo —dijo—. ¿Acaso una pausa necesaria en una guerra debido a las nieves del invierno anula lo que sucedió antes?

Alústriel abrazó un poco más fuerte a la mujer enfadada.

—Ninguno de nosotros quiere que sea de ese modo —dijo—. Pero el consejo de Luna Plateada ha llegado a la conclusión de que Obould ha detenido su marcha, y debemos aceptarlo.

—Acaban de atacar Mithril Hall —le recordó Catti-brie—. ¿Debemos quedarnos sentados y dejar que nos golpeen una y otra vez?

La pausa de Alústriel dejó patente que no tenía respuesta para eso.

—No puedo ir tras Obould ahora —dijo—. En calidad de líder de Luna Plateada, estoy atada a las decisiones del consejo. Le deseo suerte a Bruenor. Espero con toda mi alma y mi corazón que tenga éxito y que los orcos sean obligados a volver a sus agujeros.

Catti-brie se calmó, más por la sinceridad y la pesadumbre de la voz de Alústriel que por sus palabras. Alústriel había ayudado, a pesar de su negativa a ir con ellos, ya que le había dado a Bruenor un medallón encantado para conducir al enano hasta Drizzt, un medallón idéntico al que le había dado a Catti-brie hacía muchos años, cuando ella, también, había partido en busca de un Drizzt errante.

—Espero que Bruenor acierte con su intuición —continuó Alústriel con voz turbada—. Espero que matar a Obould produzca los resultados que desea.

Catti-brie no respondió; sin embargo, se quedó allí meditando sobre sus palabras. No podía creer que Obould, el que había desencadenado aquella guerra, pudiera haberse convertido en una fuerza estabilizadora, y aun así no podía acallar sus dudas.

Los dos orcos estaban bajo un arce de grandes dimensiones, cuyas ramas afiladas y desnudas aún no habían sido suavizadas por los brotes. Hablaban y se reían de su propia estupidez, ya que estaban completamente perdidos y bastante lejos del poblado de los de su raza. Habían tomado el camino equivocado en la oscuridad de la noche y se habían alejado a campo traviesa; hacía rato que habían abandonado la leña que habían salido a recoger.

Uno se lamentaba de que su mujer lo azotaría hasta dejarle la piel enrojecida para calentarlo, de modo que pudiera reemplazar el fuego que no duraría ni la mitad de la noche.

El otro reía, y su sonrisa quedó en suspenso mucho tiempo después de que su regocijo le fuera arrebatado por la flecha de un elfo, una que a punto estuvo de rajarle la sien a su compañero. Confuso, sonriendo simplemente porque no tuvo el aplomo de hacer desaparecer su propia sonrisa, el orco ni siquiera oyó el repentino golpeteo de unas botas pesadas que se le acercaban rápidamente por detrás. Lo cazaron totalmente desprevenido, mientras la afilada púa de un yelmo se le clavaba en la espina dorsal, desgarraba el músculo y atravesaba el hueso hasta salirle por el pecho, haciéndolo estallar, cubierto por la sangre y los trozos de su desgarrado corazón.

Estaba muerto antes de que Thibbledorf Pwent se enderezara y levantara el cuerpo inerte del orco sobre su cabeza. El enano se puso a dar saltitos de un lado a otro en busca de más enemigos. Vio a Bruenor y a Cordio gateando en las sombras hacia el sur del arce, y divisó a Torgar y a Shingles un poco más lejos, en dirección este. Con Hralien en el noroeste y Regis siguiendo a Pwent entre las sombras, el grupo pronto dedujo que aquellos dos estaban solos.

—Perfecto, entonces —dijo Bruenor, asintiendo con aprobación. Sostuvo el medallón que le había dado Alústriel—. Está más caliente. Drizzt está cerca.

—¿Siempre en dirección norte? —preguntó Hralien, situándose bajo el arce junto a Bruenor.

—Más atrás de donde acabas de venir —le confirmó Bruenor, extendiendo el dedo índice que sostenía el medallón, que se calentaba más a cada paso.

El rostro de Bruenor tenía una expresión extraña.

—¡Y se sigue calentándose mientras estamos aquí de pie! —explicó ante las miradas curiosas que lo contemplaban.

—¡Drizzt! —exclamó Regis instantes después.

Mirando hacia donde el halfling señalaba con el dedo, los otros vieron un par de elfos oscuros que se dirigían hacia ellos.

Tos’un iba atado y caminaba delante de su amigo.

—Te ha llevado lo tuyo encontrarlo, ¿eh? —dijo Thibbledorf Pwent con un resoplido. Se inclinó y se dio una palmada en la pierna para causar efecto, lo cual hizo que el orco muerto adoptara una pose extraña.

Drizzt se quedó mirando al enano ensangrentado y a la carga que llevaba ensartada en la púa de su yelmo. Dándose cuenta de que no había nada que pudiera decir ante lo absurdo de aquella visión, simplemente empujó a Tos’un para que siguiera avanzando hacia el grupo principal.

—Atacaron la muralla al este de Mithril Hall —le explicó Hralien a Drizzt—, tal y como temías.

—Sí, pero hicimos que salieran corriendo —añadió Bruenor.

La expresión confusa de Drizzt no cambió mientras inspeccionaba al grupo.

—Y ahora vamos a por Obould —le explicó Bruenor—. Sé que tenías razón, elfo. Tenemos que matar a Obould y destrozarlo todo, como pensabas antes, cuando ibas tras él con la espada de mi niña.

—¿Vamos a por él? —preguntó dubitativo, mirando más allá del pequeño grupo—. No veo a tu ejército, amigo.

—¡Bah!, un ejército lo liaría todo —dijo Bruenor, agitando la mano.

A Drizzt no le resultó difícil captar aquello, y después de pensarlo un instante, de pensar en la metodología del liderazgo de Bruenor, se dio cuenta de que no debería estar sorprendido en absoluto.

—Queremos llegar hasta Obould, y parece que tenemos un prisionero que nos puede ayudar precisamente en eso —observó Hralien, situándose frente a Tos’un.

—No tengo ni idea de dónde está —dijo Tos’un con su limitado dominio de la lengua élfica.

—¿Qué otra cosa ibas a decir? —observó Hralien.

—Os ayudé…, a tu gente —protestó Tos’un—. Grguch los tenía a su merced en la incursión fallida y les enseñé el túnel que los puso a salvo.

—Cierto —contestó Hralien—. Pero ¿acaso no es eso lo que haría un drow? ¿Para ganarse nuestra confianza, quiero decir?

Tos’un dejó caer los hombros y bajó la vista, ya que acababa de librar esa misma batalla con Drizzt, y parecía que no había manera de evitarla. Todo lo que había hecho hasta ese momento podía interpretarse como que servía a sus propios propósitos e iba en beneficio de un plan más grande y malvado.

—Deberías haberlo matado y terminar con esto —le dijo Bruenor a Drizzt—. Si no nos sirve de ayuda, entonces sólo nos retrasa.

—¡Estoy dispuesto a encargarme de eso en un periquete, mi rey! —exclamó Pwent desde un lateral, y todos las miradas se posaron en el enano que, inclinado y con la cabeza agachada, retrocedía entre el estrecho espacio que había entre dos árboles.

Pwent colocó la parte posterior de los muslos del orco contra uno de los árboles y los omóplatos de la pobre criatura contra el otro, y con un súbito impulso, el enano dio un tirón hacia atrás. Huesos y cartílagos chasquearon y se hicieron pedazos mientras la erizada púa los iba desgarrando, hasta liberar al enano de aquel peso muerto.

Pwent se tambaleó hacia atrás y cayó sentado, pero se volvió a levantar de un salto y se giró hacia los demás, sacudiendo la cabeza con tanta fuerza que se le movieron los labios. A continuación, con una sonrisa, Pwent levantó las manos con las palmas hacia fuera y los pulgares extendidos tocándose por los extremos para calibrar la dirección en que debía cargar.

—Girad al perro de piel oscura sólo un poco —les dijo a modo de instrucción.

—Todavía no, buen enano —dijo Drizzt, y Pwent se irguió, claramente decepcionado.

—¿Estás pensando en llevarlo con nosotros? —preguntó Bruenor, a lo que Drizzt asintió.

—Podríamos cambiar nuestro rumbo hacia el Bosque de la Luna, o de vuelta hacia Mithril Hall —ofreció Hralien—. No perderíamos más de un día y nos libraríamos de nuestra carga.

Pero Drizzt sacudió la cabeza.

—Es más fácil matarlo —dijo Bruenor, y a su lado, Pwent comenzó a rascar el suelo con los pies como un toro que se preparara para atacar.

—Pero no sería más sabio —dijo Drizzt—. Si las afirmaciones de Tos’un son ciertas, podría resultar un recurso muy valioso para nosotros. Si no, no habremos perdido nada, ya que no habremos arriesgado nada. —Miró a su compatriota drow—. Si no nos engañas, te doy mi palabra de que te dejaré marchar cuando hayamos acabado.

—No puedes hacer esto —dijo Hralien, atrayendo todas las miradas hacia sí—. Si ha cometido crímenes contra el Bosque de la Luna, su destino no puedes decidirlo sólo tú.

—No lo ha hecho —le aseguró Drizzt al elfo—. Cercenadora no estuvo allí, y por tanto él tampoco.

Bruenor tiró de Drizzt hacia un lado, apartándolo de los otros.

—¿No será todo esto un deseo de creer en uno de tus semejantes? —preguntó el enano sin rodeos.

Drizzt negó con la cabeza, sincero y convencido.

—Te doy mi palabra, Bruenor, de que hago esto porque creo que es lo mejor para nosotros y nuestra causa…, sea la que sea.

—¿Qué significa eso? —preguntó el enano—. Vamos a matar a Obould. ¡No lo dudes! —dijo elevando la voz, proclamándolo, y los demás lo miraron.

Drizzt no discutió.

—Obould mataría a Tos’un si tuviera la oportunidad, al igual que mató a su compañero. No nos jugamos nada con Tos’un, te lo prometo, amigo, y no podemos pasar por alto la posibilidad de ganar.

Bruenor miró larga e intensamente a Drizzt; después, miró a Tos’un, que permanecía tranquilamente en pie, como si estuviera resignado a su destino…, lucra cual fuera.

—Te doy mi palabra —dijo Drizzt.

—Tu palabra siempre ha sido buena, elfo —dijo Bruenor. Se volvió y comenzó a andar hacia los otros, dirigiéndose a Torgar y Shingles mientras lo hacía—. ¿Creéis que seréis capaces de vigilar a un drow? —preguntó, o al menos comenzó a hacerlo, ya que tan pronto su intención se hizo patente, Drizzt lo interrumpió.

—Deja que Tos’un siga siendo responsabilidad mía —dijo.

De nuevo, Bruenor le concedió a Drizzt su deseo.