Ocupándose de lo suyo
El clan Quijada de Lobo estaba formado a ambos lados de la senda, con su formidable despliegue de guerreros a lo largo de decenas de metros, hasta más allá del recodo del camino y fuera del campo visual del jefe Grguch. Nadie se movió para cerrar el paso al clan Karuck ni para amenazar a los portentosos orcos en su camino. Cuando dos salieron a la calzada, Grguch los reconoció.
—Te saludo nuevamente, Dnark —dijo Grguch—. ¿Habéis tenido noticia de nuestro asalto a los feos enanos?
—Todas las tribus de Muchas Flechas han oído hablar de la gloria de la marcha de Grguch —respondió Dnark, y Grguch sonrió, lo mismo que Toogwik Tuk, que estaba a un lado y un paso por detrás del feroz jefe.
—Marcháis hacia el oeste —observó Dnark, mirando por encima del hombro—. ¿Respondéis a la invitación del rey Obould?
Grguch dedicó unos instantes a contemplar a Dnark y a su asociado, el chamán Ung-thol. Después, el enorme guerrero orco volvió la vista hacia Toogwik Tuk. Por encima de él, hizo una señal a un trío de soldados, dos de ellos obviamente del clan Karuck, de hombros anchos y abultada musculatura, y un tercero con el que Dnark y Ung-thol habían departido apenas unos días antes.
—Obould ha enviado a un emisario. Solicita parlamentar —explicó Grguch.
Detrás de él, Oktule saludó a la pareja e hizo reiteradas reverencias.
—Estábamos entre el séquito del rey Obould cuando se envió a Oktule —replicó Dnark—. Pero debéis saber que no fue el único emisario al que se envió ese día. —Tras acabar sostuvo la dura mirada de Grguch unos instantes, y luego hizo una señal hacia las filas de los Quijada de Lobo. Varios guerreros se adelantaron arrastrando a un vapuleado y maltrecho orco. Rodearon a Dnark y, a una señal suya, recorrieron la mitad de la distancia que los separaba de Grguch, antes de depositar en el barro, sin miramientos, su carga viva.
El sacerdote Nukkels gruñó al golpearse contra el suelo y se retorció un poco, pero Ung-thol y Dnark habían hecho su trabajo a conciencia y no había posibilidad de que se levantara.
—¿Os envió un emisario a vosotros? —preguntó Grguch—. Pero si dijisteis que estabais con Obould.
—No —explicó Toogwik Tuk, interpretando correctamente la expresión autosuficiente de sus secuaces en la conspiración.
Dio un paso adelante, atreviéndose a adelantarse a Grguch en su avance hacia el maltrecho sacerdote.
—No; éste es Nukkels —explicó, volviéndose a mirar a Grguch.
Grguch se encogió de hombros, pues el nombre no significaba nada para él.
—El consejero del rey Obould —le explicó Toogwik Tuk—. No lo enviarían a entregar un mensaje al jefe Dnark. No, ni siquiera al jefe Grguch.
—¿Qué? —inquirió Grguch, y aunque su tono era tranquilo había en él una advertencia velada a Toogwik Tuk de que fuera directamente al grano. Parecía a punto de insultarlo.
—Este emisario no se dirigía a ningún orco —explicó Toogwik Tuk. Miró a Dnark y a Ung-thol—. Tampoco se dirigía al norte, a Gerti Orelsdottr, ¿verdad?
—Al sur —respondió Dnark.
—Al sudeste, para ser más precisos —añadió Ung-thol.
Toogwik Tuk apenas podía reprimir su regocijo y la alegría que le producía que el rey Obould hubiera jugado tan a favor de sus planes. Se volvió hacia Grguch, seguro de su conjetura.
—El sacerdote Nukkels fue enviado por el rey Obould para parlamentar con el rey Bruenor Battlehammer.
La expresión de Grguch adquirió una dureza pétrea.
—Nosotros creemos lo mismo —dijo Dnark, y dio un paso adelante, colocándose al lado de Toogwik Tuk para asegurarse de que éste no se arrogara demasiado el mérito de la revelación—. Nukkels se ha resistido a nuestros… métodos —explicó, y para subrayar sus palabras se adelantó y dio un brutal puntapié en las costillas a Nukkels, que se quejó y adoptó una posición fetal—. Ha dado muchas explicaciones para su viaje, entre ellas la de que iba a ver al rey Bruenor.
—¿Este patético guiñapo adulador de enanos fue enviado por Obould para reunirse con Bruenor? —preguntó Grguch con incredulidad, como si no diera crédito a lo que oía.
—Eso creemos —respondió Dnark.
—Es fácil de averiguar.
La voz llegó desde atrás, de las filas del clan Karuck. Todos se volvieron; Grguch con una amplia sonrisa de entendimiento. Allí estaba Hakuun, que dio un paso adelante para colocarse junto a su jefe.
—¿Queréis que yo interrogue al emisario? —preguntó.
Grguch rio y miró a su alrededor, hasta que por fin señaló hacia un sombrío grupo de árboles a un lado del camino. Dnark se disponía a indicar a sus hombres que arrastrasen el prisionero, pero Grguch se lo impidió mientras Hakuun formulaba un conjuro. Nukkels se retorció, como presa de un dolor, y se hizo un ovillo en el suelo, hasta que ya no estaba en el suelo, sino suspendido en el aire. Hakuun se encaminó hacia los árboles, y Nukkels lo siguió, flotando.
Alejado de los demás, Hakuun puso obedientemente su oído al mismo nivel que el de Nukkels. La transferencia llevó apenas un instante, lo que tardó Jack, el ratón cerebral, en pasar del oído de Hakuun al de Nukkels.
Cuando se dio cuenta de lo que le estaba sucediendo, Nukkels empezó a manotear como un loco en el aire, pero al no tener nada que lo orientara ni poder contar con la fuerza de la gravedad para mantenerlo recto o por lo menos de lado, empezó a dar vueltas y a sentirse mareado, lo que facilitó aún más la intrusión de Jack.
Un momento después, Jack volvió a salir y se introdujo nuevamente en su huésped habitual tras haber obtenido del cerebro de Nukkels hasta el último detalle. Así conoció, y Hakuun unos instantes después, los verdaderos designios de Obould, que confirmaban los temores de los tres que habían hecho salir al clan Karuck de las entrañas de la Columna del Mundo.
—Obould pretende sellar la paz con los enanos —señaló Hakuun con incredulidad—. Quiere poner fin a la guerra.
«Un orco muy inusual», dijo la voz en su cabeza.
—¡Desafía la voluntad de Gruumsh!
«Como yo había dicho.»
Hakuun salió con paso majestuoso del bosquecillo mientras la magia de Jack arrastraba al tembloroso, babeante y flotante Nukkels detrás de él. Cuando Hakuun llegó a donde estaban los demás, en el camino, hizo con las manos un gesto ondulante y dejó que Nukkels cayera de golpe al suelo.
—Iba a reunirse con el rey Bruenor —afirmó el chamán del clan Karuck—, para deshacer el mal ocasionado por el jefe Grguch y el clan Karuck.
—¿Mal? —Grguch frunció su espeso entrecejo—. ¡Mal!
—Tal como te dijimos cuando llegaste —dijo Ung-thol.
—Es como nuestros amigos nos habían dicho —confirmó Hakuun—. El rey Obould ha perdido su espíritu guerrero. No quiere seguir batallando con el clan Battlehammer.
—Cobarde —dijo con desprecio Toogwik Tuk.
—¿Ha recogido botín suficiente para volverse a casa? —preguntó Grguch con tono burlón y despectivo.
—Sólo ha conquistado rocas desnudas —proclamó Dnark—. Todo lo que tiene valor está dentro de la ciudad de los enanos Battlehammer, o al otro lado del río, en el reino de Luna Plateada. Sin embargo, Obould… —dijo, e hizo una pausa y le arreó a Nukkels un fuerte puntapié—, Obould desea parlamentar con Bruenor. ¡Seguro que quiere firmar un tratado!
—¿Con enanos nada menos? —bramó Grguch.
—Exacto —dijo Hakuun.
Grguch asintió. Tras haber visto actuar a Hakuun tantas veces, no dudaba de una sola de sus palabras.
Ung-thol y Toogwik Tuk intercambiaron miradas de complicidad.
Todo era para la galería, todo para enardecer al populacho en torno a los dos jefes, para enrarecer el clima con lo ridículo de los aparentes designios de Obould.
—Y también quiere parlamentar con Grguch —le recordó Dnark al feroz jefe—. Te ha llamado a su lado para obtener tu aprobación, o tal vez para echarte en cara los ataques a los elfos y a los enanos.
Grguch abrió mucho los ojos inyectados en sangre y lanzó un bramido entre dientes. Daba la impresión de que fuera a saltar y arrancar de un mordisco la cabeza de Dnark, pero el jefe del clan Quijada de Lobo no se amilanó.
—Obould intenta demostrar a Grguch quién es el que controla el reino de Muchas Flechas. Tratará de imponerte su idea; tan seguro está de seguir la auténtica visión de Gruumsh.
—¿Parlamentar con enanos? —rugió Grguch.
—¡Cobarde! —gritó Dnark.
Grguch se quedó allí de pie, con los puños apretados y los músculos del cuello en tensión. Su pecho y sus hombros se hincharon como si la piel no pudiera contener el poder de sus tendones.
—¡Oktule! —gritó, girando sobre sus talones para mirar de frente al orco que había llegado con la invitación del rey Obould.
El emisario se encogió, lo mismo que todos los orcos que estaban a su alrededor.
—Ven aquí —ordenó Grguch.
Temblando y sudoroso, Oktule sacudió la cabeza y reculó tambaleándose…, o más bien lo habría hecho de no ser porque un par de poderosos guerreros del clan Karuck lo sujetaron por los brazos y lo empujaron hacia adelante. Trató de afirmar los pies, pero lo arrastraron hasta depositarlo ante la mirada feroz del jefe Grguch.
—¿El rey Obould quiere llamarme la atención? —preguntó Grguch.
El pobre Oktule sintió que algo húmedo le corría por piernas abajo y volvió a negar con la cabeza, aunque no se sabía si como respuesta a la pregunta o como intento desesperado de negación. Miró con gesto implorante a Dnark, quien sabía que su papel era involuntario.
Dnark se rio de él.
—¿Quiere echarme algo en cara? —repitió Grguch más alto. Se inclinó hacia adelante, amenazando desde su altura al tembloroso Oktule—. Tú no me dijiste eso.
—No…, no…, él…, él sólo me dijo que te llamara a su presencia —tartamudeó Oktule.
—¿Para que pudiera reprenderme? —exigió Grguch.
Oktule parecía a punto de desfallecer.
—Yo no lo sabía —protestó débilmente el patético mensajero.
Grguch se dio la vuelta para mirar a Dnark y a los demás. Su expresión sombría había desaparecido, como si lo hubiera solucionado todo.
—Para conseguir el favor de Bruenor, Obould tendría que ofrecer algo —reflexionó Grguch.
Se volvió otra vez hacia Oktule y le dio un revés en toda la cara que lo hizo caer de lado al suelo. Grguch se giró de nuevo hacia Dnark, con sonrisa irónica y moviendo la cabeza socarronamente.
—Tal vez ofreciera a Bruenor la cabeza del guerrero que atacó Mithril Hall.
A sus espaldas, Oktule dio un respingo.
—¿Es eso verdad? —le preguntó Dnark a Nukkels mientras daba otro puntapié al orco caído.
Nukkels gruñó y se quejó, pero no dijo nada inteligible.
—Es razonable —dijo Ung-thol, y Dnark se apresuró a asentir. Ni uno ni otro deseaban que decayera el frenesí autoalimentado de Grguch—. Si Obould desea convencer a Bruenor de que el ataque no fue obra suya, tendrá que apoyar en algo su afirmación.
—¿Con la cabeza de Grguch? —preguntó el jefe del clan Karuck, volviéndose hacia Hakuun y riendo como si todo fuera un absurdo.
—El necio sacerdote no me mostró nada de eso —admitió Hakuun—, pero si Obould realmente quiere la paz con Bruenor, como es el caso, entonces el jefe Grguch se ha convertido rápidamente en… un engorro.
—Ya es hora más que sobrada de que me reúna con ese necio de Obould para que pueda mostrarle la verdad del clan Karuck —dijo Grguch con una risita. Era evidente que estaba disfrutando del momento—. Tal vez no haya sido oportuno que interrumpierais el viaje de ése —dijo, señalando con la cabeza a Nukkels, que seguía removiéndose en el suelo—. ¡Mayores serían la sorpresa y el miedo del rey Bruenor al mirar dentro de la cesta, os lo aseguro! ¡Pagaría con mujeres y con oro auténtico para ver la cara del enano cuando sacara la cabeza de Obould!
Al oír eso, los orcos del clan Karuck empezaron a aullar, pero Dnark, Ung-thol y Toogwik Tuk se limitaron a mirarse unos a otros con aire solemne y a intercambiar gestos de entendimiento. Ahí estaba, la conspiración declarada, proclamada. Ya no había vuelta atrás. Dieron las gracias a Hakuun, que permanecía impasible, ya que la parte de él que era Jack el Gnomo no quería ni siquiera tomar nota de la existencia de esos tres, y mucho menos que tuvieran la impresión de que estaban a su altura.
Grguch alzó su hacha de dos filos, pero se detuvo y la dejó a un lado. En lugar de eso, sacó de su cinto un largo y pérfido cuchillo, y se volvió a mirar de frente a los orcos Karuck que rodeaban a Oktule. Su sonrisa era todo el aliciente que necesitaban esos orcos para arrastrar al pobre mensajero hacia adelante.
Los pies de Oktule se clavaron en el húmedo suelo primaveral.
Sacudió la cabeza, resistiéndose y gritando.
—¡No, no, por favor, no!
Esos ruegos no hicieron más que enardecer a Grguch. Se puso detrás de Oktule y, sujetándolo por el pelo, le echó la cabeza hacia atrás con fuerza. La garganta quedó al descubierto.
Hasta los orcos del propio clan de Oktule se unieron a las aclamaciones y los cánticos. Quedó condenado.
El horror le hizo lanzar gritos y chillidos sobrenaturales. Se sacudió, dando patadas y manoteando al sentir el frío contacto de la hoja sobre la piel de su cuello.
Después, los gritos se volvieron gorgoteantes, y Grguch lo puso con la cara contra el suelo y le apoyó una rodilla encima de la espalda mientras trabajaba afanosamente con el brazo.
Cuando Grguch volvió a ponerse de pie, presentó la cabeza de Oktule a los frenéticos asistentes. Los tres conspiradores volvieron a mirarse y respiraron hondo.
Dnark, Toogwik Tuk y Ung-thol habían hecho un trato con la criatura más brutal que hubieran conocido jamás. Los tres sabían que existían muchas posibilidades de que el jefe Grguch presentara algún día sus cabezas a las masas para conseguir su aprobación.
No obstante, tenían que considerarse satisfechos con correr ese riesgo, pues la otra posibilidad era la obediencia a Obould y sólo a Obould. Y ésa era una cobardía que no podían aceptar.
—El desafío de Grguch a Obould no tendrá nada de sutil —les advirtió Ung-thol a sus camaradas esa noche cuando estuvieron solos—. La diplomacia no es su estilo.
—No hay tiempo para la diplomacia, y tampoco necesidad —dijo Toogwik Tuk, que evidentemente era de los tres el que más conservaba la calma y la confianza—. Sabemos cuáles son nuestras opciones y hace tiempo que elegimos el camino. ¿Os sorprenden Grguch y el clan Karuck? Son exactamente como os los había descrito.
—Me sorprende su… eficiencia —dijo Dnark—. Grguch no se desvía de su camino.
—Va directo a Obould —señaló Toogwik Tuk con sorna.
—No subestimes al rey Obould —le advirtió Dnark—. El hecho de que mandara a Nukkels a Mithril Hall nos dice que comprende la verdadera amenaza de Grguch. No lo vamos a coger desprevenido.
—No podemos permitir que esto se convierta en una guerra más extensa —coincidió Ung-thol—. El nombre de Grguch es grande entre los orcos del este, a lo largo del Surbrin, pero el número de guerreros de esta zona es reducido en comparación con los que obedecen a Obould en el oeste y el norte. Si esto se desmanda, sin duda seremos superados.
—Entonces, no sucederá —dijo Toogwik Tuk—. Nos enfrentaremos a Obould y al pequeño grupo que lo rodea, y el clan Karuck lo superará y acabará con él. No cuenta con el favor de Gruumsh. ¿Tenéis alguna duda al respecto?
—Sus acciones no reflejan las palabras de Gruumsh —concedió Ung-thol a regañadientes.
—Si sabemos exactamente cuáles son sus acciones —dijo Dnark.
—¡No va a marchar contra Mithril Hall! —les dijo Toogwik Tuk con desprecio—. ¡Ya habéis oído los lloriqueos de Nukkels! El sacerdote de Grguch lo confirmó.
—¿Lo hizo? ¿De verdad? —preguntó Dnark.
—¿O es todo una patraña? —planteó Ung-thol—. ¿No será la tregua de Obould una maniobra para desequilibrar totalmente a nuestros enemigos?
—Obould se niega a marchar —protestó Toogwik Tuk.
—Y Grguch es incontrolable —dijo Dnark—. ¿Y debemos creer que este semiogro mantendrá unidos a los ejércitos de Muchas Flechas en una marcha unificada para mayor gloria de todos?
—La promesa de la conquista mantendrá más unidos a los ejércitos que la esperanza de parlamentar con tipos como el rey Bruenor de los enanos —sostuvo Toogwik Tuk.
—Y ésa es la verdad —dijo Dnark poniendo fin al debate—. Y ése es el motivo por el cual hicimos venir al clan Karuck. Todo se desarrolla ante nuestros ojos tal como lo habíamos previsto, y Grguch responde con creces a todas y cada una de nuestras expectativas. Ahora que encontramos lo que decidimos que queríamos encontrar, debemos mantenernos fieles a las convicciones iniciales que nos permitieron llegar hasta aquí. No es voluntad de Gruumsh que su pueblo se detenga cuando se le ofrecen perspectivas de gloria y extraordinarias conquistas. No es voluntad de Gruumsh que su pueblo parlamente con tipos como el rey Bruenor de los enanos. ¡Eso nunca! Obould ha traspasado los límites de la decencia y el sentido común. Lo sabíamos cuando llamamos al clan Karuck y lo sabemos ahora. —Volvió la cabeza y escupió sobre Nukkels, que estaba inconsciente y casi muerto en el barro—. Lo sabemos ahora con más certeza aún.
—Vayamos, pues, y estemos presentes cuando Grguch acuda a la llamada de Obould —dijo Toogwik Tuk—. Seamos los primeros en ovacionar al rey Grguch cuando capitanee nuestros ejércitos contra el rey Bruenor.
En la cara vieja y arrugada de Ung-thol todavía se veía la duda, pero miró a Dnark y asintió con la cabeza como su jefe.
En un árbol no muy lejano, una curiosa serpiente alada lo había escuchado todo con expresión divertida.