Capítulo 22


La moralidad práctica

Seguro de que no había orcos por allí, pues podía oír su jolgorio a lo lejos, más allá de una colina distante, Tos’un Armgo se acomodó contra un asiento natural en la piedra. «O tal vez no sea tan natural», pensó, ya que estaba situado en medio de un pequeño prado más o menos circular y protegido por viejos árboles de hoja perenne. Cabía la posibilidad de que algún antiguo habitante hubiera construido el trono de granito, pues si bien había otras piedras del mismo tipo esparcidas por el lugar, la ubicación de esas dos, asiento y respaldo, era sospechosamente conveniente.

Fuera cual fuese su origen, Tos’un agradecía el asiento y la perspectiva que le proporcionaba. Él era una criatura de la Antípoda Oscura, un lugar donde la luz casi no existía, donde el techo no estaba nunca demasiado lejos, ni era demasiado extenso y distante, ni siquiera de otro mundo ni de otro plano.

La cúpula que flotaba por encima de su cabeza todas las noches era algo que superaba con mucho su experiencia y despertaba emociones de las que ni él mismo se sabía capaz.

Tos’un era un drow, un varón drow, y como tal su vida seguía firmemente enraizada en las necesidades inmediatas, en los aspectos prácticos de la supervivencia diaria. Como tenía siempre muy claros sus objetivos, basados en la pura necesidad, también tenía muy claras sus limitaciones: los límites de las paredes de la Casa y la caverna que era Menzoberranzan.

Durante toda su vida, los límites de las aspiraciones de Tos’un se cernían sobre él tan sólidos como el techo de la caverna de piedra de Menzoberranzan.

Claro estaba que esas limitaciones eran uno de los motivos por los que había abandonado su Casa a su regreso a Menzoberranzan, después de la aplastante derrota sufrida a manos del clan Battlehammer y de Mithril Hall. Aparte del caos que sin duda sobrevendría tras esa catástrofe, en la que había caído la mismísima Matrona Yvonnel Baenre, Tos’un comprendió que fuera cual fuese la reorganización propiciada por el caos, su lugar estaba decidido. Tal vez habría muerto en la guerra de la Casa, ya que, como noble, habría sido un buen trofeo para guerreros enemigos, y como su madre no lo tenía en gran aprecio, se hubiera encontrado en primera línea de batalla. Pero aunque hubiera conseguido sobrevivir, aunque la Casa Barrison Del’Armgo hubiera aprovechado la vulnerabilidad de la Casa Baenre, repentinamente privada de su matrona, para ascender a lo más alto de la jerarquía de Menzoberranzan, la vida de Tos’un hubiera sido la misma de siempre, ya que no se atrevía a aspirar a nada más.

Así pues, había aprovechado la ocasión y había huido, no en busca de una oportunidad en particular, ni para perseguir una ambición ni un sueño fugaz. Sentado allí, bajo las estrellas, se preguntó entonces por qué había huido.

«Serás rey», le prometió una voz dentro de su cabeza, que lo sobresaltó y lo sacó de sus contemplaciones.

Sin una palabra, sin mediar casi un pensamiento, el drow se tiró del asiento y dio unos cuantos pasos por el prado. Todavía no hacía mucho, la nieve cubría ese lugar, pero se había derretido y el terreno, en torno a él, estaba esponjoso y embarrado. A unos cuantos pasos del trono, Tos’un se quitó el cinto de la espada y lo colocó en el suelo; después, volvió a su sitio y se acomodó, dejando que sus ideas circularan entre aquellos curiosos puntos luminosos.

—¿Por qué huí? —se preguntó en voz baja—. ¿Qué deseaba?

Pensó en Kaer’lic, Donnia y Ad’non, el trío de drows que se había unido a él tras vagar sin rumbo durante diez días. La vida con ellos había sido buena. Había encontrado emoción y habían empezado una guerra, una guerra por poder, que después de todo era la mejor guerra. Había sido algo embriagador, inteligente y muy divertido, hasta que el bestial Obould le había abierto la garganta de un bocado a Kaer’lic Suun Wett y había hecho que Tos’un saliera corriendo para salvar la vida.

Pero incluso esa emoción, incluso el hecho de controlar el destino de un ejército de orcos, de un puñado de asentamientos humanos y un reino de enanos, no era nada que Tos’un hubiera deseado o siquiera hubiera imaginado jamás, hasta que las circunstancias se enmarañaron ante él y sus tres compañeros de conspiración.

«No», comprendió en aquel momento de claridad, sentado bajo un dosel tan ajeno a su sensibilidad de la Antípoda Oscura.

Ningún deseo tangible lo había arrancado de la Casa Barrison Del’Armgo. Era más bien el deseo de trascender fronteras, la necesidad de atreverse a soñar cualquier sueño que le viniera a la cabeza. Tos’un y los otros tres drows —incluso Kaer’lic, a pesar de su sometimiento a Lloth— habían corrido hacia la libertad tan sólo por escapar de la rígida estructura de la cultura drow.

La ironía de todo aquello hizo que Tos’un parpadeara varias veces allí sentado.

—La rígida estructura de la cultura drow —dijo en voz alta, sólo para gozar de la ironía. Porque la cultura drow se basaba en los principios de Lloth, la Reina Araña, la demoníaca reina del caos.

—Un caos controlado, entonces —declaró con una carcajada.

La carcajada se cortó cuando notó un movimiento entre los árboles.

Sin apartar los ojos de ese punto, Tos’un se deslizó hasta colocarse en cuclillas detrás del asiento de piedra, interponiendo la roca entre él y la sombra, una gran forma felina, que se entreveía entre las líneas más oscuras de los troncos de los árboles.

El drow se deslizó hasta el borde de la piedra más próximo al lugar donde había dejado el cinto de la espada, preparándose para una rápida carrera, pero no se movió para que la criatura no advirtiera su presencia.

A continuación, se puso de pie, sin embargo, parpadeando incrédulo, porque el gran felino parecía reducirse, o disolverse en una niebla oscura hasta quedar reducido a la nada. Por un momento, Tos’un se preguntó si su imaginación le estaría jugando una mala pasada en aquel entorno extraño, bajo un cielo al que todavía no se había acostumbrado lo suficiente como para sentirse cómodo.

Cuando se dio cuenta de cuál era la verdad de la bestia, cuando recordó sus orígenes, el drow saltó desde detrás de la piedra y dio una voltereta para recuperar su cinturón, y tan perfecta fue la maniobra que ya se había prendido el cinturón antes de caer de pie.

¡El gato de Drizzt!, exclamó mentalmente.

«¡Ojalá lo sea! —le llegó la inesperada respuesta de su entrometida espada—. ¡Se avecina una gloriosa victoria!»

Tos’un hizo un gesto de desagrado ante la idea. Si Lloth así lo quiere…, le dijo a la espada, recordando los temores de Kaer’lic respecto de Drizzt Do’Urden.

La sacerdotisa estaba aterrada ante la perspectiva de luchar con el solitario prófugo de Menzoberranzan debido a sus sospechas de que el caos que Drizzt había desencadenado sobre la ciudad drow hubiera respondido al deseo de granjearse los favores de Lloth. Sumadas a eso la misteriosa suerte del drow y su eficiencia casi sobrenatural con la espada, la idea de que gozara secretamente del favor de Lloth no parecía tan descabellada.

Y Tos’un, a pesar de su irreverencia, comprendía muy bien que todo aquel que se pusiera en el camino de Lloth podía encontrar un final muy desagradable.

Todos esos pensamientos se desencadenaron después de su mensaje telepático intencionado a Cercenadora, y la espada se aquietó extrañamente durante unos segundos. En realidad, para la sensibilidad de Tos’un todo pareció sumirse en una extraña quietud. Con una mano en la empuñadura de Cercenadora y la otra en su espada de factura drow, escudriñó el lugar entre los pinos, donde había visto la forma felina. A cada momento que pasaba, se internaba más en las sombras. Sus ojos, sus oídos, su olfato, todos sus instintos estaban enfocados en ese lugar donde el felino había desaparecido, tratando desesperadamente de averiguar a dónde había ido.

Y a punto estuvo de dar un salto en el aire cuando oyó una voz a sus espaldas que hablaba la lengua drow con un acento perfecto de Menzoberranzan.

—Guenhwyvar estaba agotada, de modo que la mandé a casa a descansar —dijo.

Tos’un se dio la vuelta cortando el aire con sus espadas, como si creyera que el demonio Drizzt estaba justo detrás de él.

El drow solitario estaba muchos pasos más atrás, en una pose displicente, con las cimitarras enfundadas y las manos cómodamente apoyadas en sus respectivas empuñaduras.

—Es una buena espada esa que llevas, hijo de Barrison Del’Armgo —dijo Drizzt, señalando con la cabeza a Cercenadora—. No es de factura drow, pero es buena.

Tos’un giró la mano y contempló un momento la espada sensitiva antes de volverse otra vez hacia Drizzt.

—La encontré en el valle, por debajo…

—Por debajo de donde yo combatí con el rey Obould —acabó Drizzt la frase, y Tos’un asintió.

—¿Has venido a por ella? —preguntó Tos’un mientras Cercenadora lo imbuía de ansias de combate.

«¡Salta sobre él y hazlo pedazos! ¡Ardo en deseos de beber la sangre de Drizzt Do’Urden!»

Drizzt observó el gesto de inquietud de Tos’un y sospechó que Cercenadora estaba detrás del mismo. Drizzt había llevado la engorrosa espada sensitiva durante el tiempo suficiente como para entender que su ego no le permitía guardar silencio en medio de una conversación. La forma en que Tos’un había medido su cadencia, como si estuviera pendiente del sonido de sus propias palabras devueltas por el eco desde una pared de piedra, revelaba las continuas intrusiones de la omnipresente Cercenadora.

—He venido para ver esta curiosidad que tengo ante mí —respondió Drizzt—: un hijo de Barrison Del’Armgo viviendo en el mundo de la superficie, solo.

—Más o menos como tú.

—No lo creo —dijo Drizzt con una risita—. Yo llevo mi apellido sólo por costumbre, y no por familiaridad ni por relación alguna con la Casa de la Matrona Malicia.

—Yo también he abandonado mi Casa —insistió Tos’un, otra vez en ese tono indeciso.

Drizzt no tenía intención de discutir ese punto, pues lo consideraba dentro de lo posible, aunque, por supuesto, los acontecimientos que habían hecho salir a Tos’un de su formidable Casa podrían distar mucho de ser exculpatorios.

—Para cambiar el servicio a una madre matrona por el servicio a un rey —señaló Drizzt—. Es el caso de ambos, según parece.

Fuera lo que fuese lo que Tos’un quería responder, se mordió la lengua y ladeó la cabeza, sin duda buscando la frase.

Drizzt no disimuló una sonrisa tensa y mordaz.

—Yo no sirvo a ningún rey —dijo Tos’un con rapidez y énfasis suficientes para impedir cualquier interrupción de la impertinente espada.

—Obould se hace llamar rey.

Tos’un negó con la cabeza. En su rostro apareció un gesto despectivo.

—¿Niegas tu parte en la conspiración que hizo que Obould avanzara hacia el sur? —preguntó Drizzt—. Ya he mantenido esta conversación con dos de tus compañeros muertos. ¿O acaso niegas tu relación con esos dos a los que maté? Recuerda que te vi con la sacerdotisa cuando fui a desafiar a Obould.

—¿Adonde iba a ir yo, un vagabundo sin casa? —replicó Tos’un—. Me tropecé con el trío al que te refieres en mis andanzas. Solo como estaba, y sin esperanzas, me ofrecieron un lugar seguro que no pude rechazar. No atacamos a tus amigos enanos, ni a ningún asentamiento humano.

—Aconsejaste a Obould y desencadenaste un desastre sobre esta tierra.

—Obould ya venía con sus ejércitos sin necesidad de que nosotros le aconsejáramos; mis compañeros, quiero decir, yo no participé.

—Eso dices.

—Eso digo. No sirvo a ningún rey orco. Lo mataría si se me presentara la ocasión.

—Eso dices.

—¡Lo vi arrancar de un bocado la garganta de Kaer’lic Suun Wett! —le dijo Tos’un con furia.

—Y yo maté a tus otros dos amigos —replicó Drizzt, rápidamente—. Según tu razonamiento, también me matarías a mí a la menor ocasión.

Eso dio que pensar a Tos’un, pero sólo un momento.

—Eso no —dijo.

Pero otra vez hizo una mueca cuando Cercenadora le espetó con firmeza: «¡No dejes que ataque primero!».

La espada seguía acicateándolo, instando a Tos’un a atacar y despachar a Drizzt mientras el drow seguía hablando.

—No hay honor en Obould, no hay honor en los apestosos orcos. Son iblith.

Otra vez sus palabras salían entrecortadas, su tono era desigual, y Drizzt sabía que Cercenadora seguía azuzándolo. Drizzt se desplazó levemente hacia la derecha de Tos’un, pues en esa mano llevaba a Cercenadora.

—Puede ser que tu juicio sea correcto —replicó Drizzt—, pero también encontré poco honor en tus dos amigos antes de matarlos.

Casi esperaba que sus palabras desencadenaran un ataque y acercó las manos convenientemente a las empuñaduras, pero Tos’un no se movió.

Estaba allí, tembloroso, librando una batalla interior contra la espada asesina, por lo que Drizzt podía ver.

—Los orcos han vuelto a atacar —comentó Drizzt, y su tono cambió, sus pensamientos se volvieron funestos al recordar el destino de Innovindil—. Al Bosque de la Luna y a los enanos.

—Son enemigos de siempre —replicó Tos’un, como si aquello no lo tomara por sorpresa.

—Una situación propiciada por instigadores que disfrutan con el caos, por instigadores que rinden culto a una reina demoníaca que se alimenta de la confusión.

—No —dijo Tos’un tajante—. Si te refieres a mí…

—¿Hay algún otro drow por aquí?

—No y no —insistió Tos’un.

—Esperaba que lo negaras.

—Luché junto a los elfos del Bosque de la Luna.

—¿Y por qué no habrías de hacerlo al servicio del caos? Dudo de que te importe quién gane esta guerra, siempre y cuando Tos’un saque beneficio.

El drow meneó la cabeza con incredulidad.

—Y en el Bosque de la Luna —prosiguió Drizzt—, los ataques de los orcos revelaron gran astucia y coordinación, más de las que sería dado esperar de una banda de imbéciles parientes de los goblins.

Al terminar, las cimitarras de Drizzt aparecieron en sus manos como si acabaran de materializarse allí; tan rápido y fluido fue su movimiento. Nuevamente se deslizó de manera furtiva hacia la izquierda, repitiéndose que Tos’un era un guerrero drow, entrenado en Melee Magthere, probablemente con el legendario Uthegental. Los guerreros de la Casa Barrison Del’Armgo eran conocidos por su ferocidad y por sus ataques abiertos. Eran formidables, sin duda, Drizzt lo sabía, y no podía olvidar ni por un instante la espada que esgrimía Tos’un.

Drizzt se desplazó hacia la derecha, tratando de obligar a Tos’un a dar sólo breves estocadas con Cercenadora, una arma con poder suficiente tal vez para cortar en dos una de las espadas encantadas de Drizzt si se ponía fuerza suficiente en el golpe.

—Hay un general nuevo entre ellos, un orco de lo más astuto y retorcido —replicó Tos’un con inflexiones de disgusto a cada palabra.

Luchaba contra las intromisiones de Cercenadora, como pudo ver claramente Drizzt.

La evidencia palpable de la lucha interna de Tos’un hizo que Drizzt vacilara un poco. Se preguntó por qué lucharía ese drow contra la espada asesina si todo lo que él suponía era cierto.

Sin embargo, antes de que pudiera adentrarse mucho en esa vía de pensamiento, Drizzt se volvió a acordar de Innovindil y su expresión se volvió muy torva. De nuevo trazó figuras en el aire con sus cimitarras, ansioso de vengar a su amiga muerta.

—¿Más astuto que un guerrero entrenado en Melee Magthere? —preguntó—. ¿Más retorcido que alguien criado en Menzoberranzan? ¿Con más odio hacia los elfos que un drow?

Tos’un negó con la cabeza a cada una de sus preguntas.

—Yo estuve con los elfos —sostuvo.

—Y los engañaste y saliste corriendo; escapaste sin conocer nada de sus tácticas.

—No maté a ninguno al marcharme, aunque sin duda podría…

—Porque tu astucia va más allá —interrumpió Drizzt—. No esperaría menos de un hijo de la Casa Barrison Del’Armgo.

»Sabías que si atacabas y asesinabas a alguno en tu huida, los elfos del Bosque de la Luna habrían comprendido el alcance de tu depravación y se habrían preparado para el ataque que no hubieras tardado en lanzar sobre ellos.

—No lo hice —dijo Tos’un, meneando la cabeza, impotente—. Nada de… —Se detuvo e hizo una mueca cuando Cercenadora irrumpió en su mente.

«¡Te va a arrebatar la espada de su amiga! Sin mí, tus mentiras no resistirán los interrogatorios de los clérigos elfos. ¡Conocerían hasta tus más íntimos secretos!»

Tos’un tenía dificultades para respirar. Se sentía atrapado de una manera que jamás habría deseado, enfrentándose a un enemigo al que consideraba invencible. No podía escapar de Drizzt como lo había hecho de Obould.

«¡Mátalo! —exigió Cercenadora—. Armado conmigo, vencerás a Drizzt Do’Urden. ¡Llévale su cabeza a Obould!»

—¡No! —exclamó Tos’un en voz alta, echándose atrás ante la mención del rey orco, una emoción que Cercenadora seguramente comprendió.

Drizzt sonrió, comprensivo.

«Entonces, lleva su cabeza a Menzoberranzan», sugirió la espada, y otra vez Tos’un se retrajo, porque no tenía el valor de volver solo a la ciudad drow, por los implacables pasadizos de la Antípoda Oscura.

De nuevo, la espada tenía respuestas preparadas.

«Prométele a Dnark la amistad de Menzoberranzan. Te dará guerreros que te acompañen a la ciudad, donde los traicionarás y ocuparás tu sitio como héroe de Menzoberranzan.»

Tos’un apretó la empuñadura de sus dos espadas y pensó en la advertencia que le había hecho Kaer’lic sobre Drizzt, pero antes de que Cercenadora empezase siquiera a razonar, lo hizo el propio drow, porque la advertencia de Kaer’lic de que Drizzt podía gozar de la gracia de Lloth había sido una mera sospecha, extravagante por otra parte, pero la situación mortal que se le presentaba ahora era demasiado real.

Drizzt lo observó todo y reconoció muchos de los miedos y las emociones que sacudían mentalmente a Tos’un, de modo que cuando el hijo de la Casa Barrison Del’Armgo se lanzó sobre él, sus cimitarras se alzaron repentina y naturalmente, formando una cruz ante él.

Tos’un ejecutó una doble estocada, tratando de atravesar el eje de las espadas de Drizzt. Éste abrió las manos hacia los lados, la defensa obligada, y cada una de sus armas enganchó una de las de Tos’un.

Conseguida la ventaja, Drizzt aprovechó la situación de superioridad que le daban sus espadas curvas. Un guerrero más convencional habría invertido la estocada hacia su oponente, pero Tos’un, que esperaba eso, se hubiera retraído demasiado rápido para que pudiera conseguir una ventaja real. De modo que Drizzt giró sus cimitarras por encima de las espadas de Tos’un, aprovechando la curvatura de las hojas para cerrarlas más estrechamente y poder abrirlas con más ímpetu, y tal vez incluso conseguir que su enemigo perdiera el equilibrio para poder asestar un golpe mortal.

Con un golpe de las muñecas giró las cimitarras.

Pero Cercenadora

Tos’un contrarrestó enganchando la poderosa espada en la empuñadura de la cimitarra de Drizzt, y la espada increíblemente afilada hizo una pinza que detuvo el movimiento de Drizzt.

Tos’un se lanzó hacia adelante con la derecha y retrajo la izquierda, manteniendo un equilibrio perfecto mientras libraba su izquierda de la arrobadora hoja de Drizzt.

Ante la inminencia del desastre, Drizzt modificó radicalmente su táctica, interpuso a Muerte de Hielo, la espada que manejaba con la derecha, de través y no hacia adelante, una estocada que le hubiera hecho perder el equilibrio y lo habría dejado en situación precaria. Impulsó a Centella hacia abajo, apartándola de la terrible hoja de Cercenadora, ya que era la única oportunidad de desembarazarse antes de que la poderosa arma cortara en dos la guarda de Centella. Tos’un siguió hasta la liberación, y entonces le lanzó una estocada a Drizzt, por supuesto, y Muerte de Hielo se interpuso en el último momento, haciendo chirriar la hoja de Cercenadora y arrancando una sucesión de chispas que relumbraron en el aire.

Pero Drizzt se volvió a medias, y Tos’un lanzó una estocada directa con la izquierda al lado expuesto de su oponente.

De forma inesperada, Centella salió de debajo del otro brazo de Drizzt y puso freno limpiamente al ataque; al descruzar Drizzt los brazos, de repente, Muerte de Hielo dio un golpe de través e hizo a un lado la espada de Tos’un. Un revés de Centella golpeó contra Cercenadora con igual furia. Tanto Tos’un como Drizzt dieron un salto hacia atrás y los dos empezaron a moverse en círculo, midiendo al adversario.

Drizzt se dio cuenta de que su oponente era bueno, mejor de lo que había previsto. De soslayo echó una mirada a Centella y notó la mella que Cercenadora le había hecho, además de una muesca en Muerte de Hielo, su espada intacta hasta entonces.

Tos’un respondió a la iniciativa con una estocada displicente, una finta y un ataque frenético con la izquierda, seguido de varios golpes rápidos con Cercenadora. Con cada arremetida, avanzaba, lo que obligaba a Drizzt a bloquear sin esquivar. Cada vez que Cercenadora golpeaba contra una de sus espadas, Drizzt fruncía la boca, temiendo que la espantosa arma las partiera en dos.

Se dio cuenta de que no podía seguir el juego de Tos’un; no cuando Cercenadora estaba de por medio. No podía adoptar una pose defensiva, como habría hecho normalmente frente a un guerrero entrenado por Uthegental, un ataque abiertamente agresivo que conseguiría que la furia de Tos’un fuera agotando sus fuerzas.

En cuanto cesaron los ataques de la espada asesina, Drizzt saltó hacia adelante como un muelle, con sus cimitarras en alto y girando las manos con tal velocidad que sus movimientos se desdibujaban en el aire. Sus hojas se adelantaban la una a la otra, mientras él describía círculos con las manos a izquierda y derecha, golpeando en rápida sucesión a Tos’un desde diversos ángulos.

La defensa de Tos’un era copia exacta de los movimientos de Drizzt; balanceaba y giraba las espadas hacia dentro y hacia fuera, una sobre otra con pareja armonía.

Drizzt se mantenía a poca distancia con estocadas cortas para no darle a Tos’un ocasión de imprimir peso a Cercenadora.

Pensaba que aquélla era la única ventaja posible de Tos’un, el puro encarnizamiento y poder de esa espada, y que sin ella, Drizzt, que había vencido al más grande maestro de armas de Menzoberranzan, podría conseguir una victoria.

Pero Tos’un igualaba su furia arrolladora, preveía cada uno de sus movimientos e incluso consiguió varios contragolpes que interrumpieron el ritmo de Drizzt, y uno que estuvo a punto de atravesar el súbito revés de Drizzt y su defensa, y seguramente lo habría destripado. Sorprendido, Drizzt reforzó el ataque describiendo círculos más amplios con las manos, cambiando los ángulos de ataque de forma más espectacular.

Tiró estocadas —una, dos, tres— descendentes sobre el hombro izquierdo de Tos’un, giró en redondo repentinamente cuando sonó la última parada, y fue bajando el ángulo de ataque de tal modo que sus dos cimitarras buscaran el lado derecho de Tos’un. Esperaba un bloqueo con golpe bajo de Cercenadora, pero Tos’un giró al centro del ataque, interponiendo su espada drow para bloquear. Al volverse, tiró un tajo descendente desde atrás con Cercenadora por encima de su hombro derecho.

Drizzt esquivó lo peor del ataque, pero sintió el embate cuando la espada le hizo un corte a la altura de la clavícula, dejando una herida larga y dolorosa. Drizzt consiguió abrirse y se lanzó hacia adelante en una voltereta de la que salió para enfrentarse al incansable Tos’un.

Le tocaba ahora a éste, y arremetió con furia, tirando tajos y estocadas, dando vueltas a su alrededor, y todo con un equilibrio perfecto y una velocidad medida.

Haciendo caso omiso del dolor y de la sangre caliente que le corría por el lado derecho de la espalda, Drizzt respondió con igual intensidad, parando a izquierda y derecha, arriba y abajo, haciendo resonar y chirriar los aceros unos contra otros. Cada vez que rechazaba a Cercenadora, Drizzt lo hacía con más suavidad, retrayendo su propia espada al tomar contacto, como cuando uno recibe un huevo que le arrojan para evitar romperlo.

Eso era realmente agotador, ya que requería movimientos más precisos y lentos, y la necesidad de una defensa tan concentrada le impedía recuperar el impulso y la capacidad ofensiva.

Dieron vuelta tras vuelta al recogido prado; Tos’un apremiando, sin cansarse, y más confiado a cada golpe.

Drizzt tuvo que admitir que tenía motivos para estarlo, porque desplegaba un ataque brillante y fluido, y en ese momento, empezó a entender que Tos’un había hecho con Cercenadora lo que Drizzt se había negado a permitir. Tos’un dejaba que la espada se infiltrara en sus pensamientos, seguía los instintos de Cercenadora como si fueran suyos. Habían llegado a una relación complementaria, a un aunamiento de espada y esgrimidor.

Tomó conciencia de algo todavía peor: Cercenadora lo conocía, conocía sus movimientos tan íntimamente como una amante, porque Drizzt la había esgrimido en un desesperado combate contra el rey Obould.

Entendió entonces, horrorizado, la facilidad con que Tos’un se había anticipado a su voltereta y segunda arremetida tras la estocada cruzada y la parada iniciales. Entendió entonces, asombrado, su incapacidad para asestar un golpe mortal.

Cercenadora lo conocía, y aunque la espada no podía leer sus pensamientos, había tomado buena cuenta de las técnicas de combate de Drizzt Do’Urden. Todo eso se agravaba porque Tos’un, aparentemente, se había sometido a las intrusiones de Cercenadora. La espada y el entrenado guerrero drow habían llegado a una simbiosis, una conjunción de conocimiento e instinto, de pericia y compenetración.

Por un instante, Drizzt deseó no haber despedido a Guenhwyvar a pesar de lo cansada que estaba después de haberlo conducido finalmente hasta Tos’un Armgo.

Pero fue sólo un instante, porque Tos’un y Cercenadora arremetieron nuevamente, con avidez. El drow lanzaba estocadas altas y bajas al mismo tiempo; a continuación, imprimía a sus espadas un movimiento rotatorio y transversal, y volvía a empezar con un par de reveses.

Drizzt retrocedía, y Tos’un perseguía. Paraba la mitad de los golpes, sobre todo los de la espada drow, menos peligrosa, y esquivaba limpiamente la otra mitad. No contraatacaba y dejaba que Tos’un llevara el peso del combate mientras trataba de encontrar las respuestas al enigma del guerrero drow y su poderosa espada.

Dio un paso atrás, parando una estocada. Otro paso atrás, y sabía que corría el riesgo de quedar acorralado. El trono de piedra estaba cerca. Empezó a bloquear más y a retroceder menos, con pasos más lentos y más medidos, hasta que con el talón tocó el duro granito del trono.

Aparentemente consciente de que Drizzt se había quedado sin espacio, Tos’un redobló el ataque, ejecutando una doble estocada baja. Sorprendido por la maniobra, Drizzt interpuso sus dos cimitarras para formar una cruz. Hacía tiempo que Drizzt había resuelto el enigma de esa maniobra. Antes de eso, el que actuaba a la defensiva no era capaz de conseguir nada más que un empate.

Tos’un tenía que saberlo; se dio cuenta en el instante que le llevó comenzar la segunda parte de su contraataque. Lanzó el pie por encima de la cruz que formaban sus espadas bajas, de modo que cuando Tos’un reaccionó, Drizzt ya tenía preparada su improvisación.

Dirigió la patada a la cara de Tos’un, o al menos eso pareció.

Tos’un se inclinó hacia atrás y alzó las espadas en un intento de golpear a Drizzt, que, como consecuencia de la patada, estaba embarcado en una maniobra poco estable.

Pero Drizzt acortó la patada que, de todos modos, apenas podría haber alcanzado de refilón la cara de Tos’un, y cambió el ángulo de su impulso hacia arriba, usando el empuje de Tos’un desde abajo para propiciar el cambio de dirección. Drizzt dio un salto en alto e inició un giro cerrado, que se convirtió en una voltereta en el aire y aterrizó blandamente en el asiento del trono de piedra. De hecho, fue Tos’un el que perdió el equilibrio al desaparecer el contrapeso en el aire, y acabó retrocediendo un paso, tambaleándose.

En una reacción típica de un Armgo, Tos’un gruñó y volvió a lanzarse al ataque con estocadas cruzadas, que Drizzt esquivó fácilmente dando saltos. Desde su elevada situación, Drizzt tenía ventaja, pero Tos’un trataba de desalojarlo del asiento con pura agresividad, lanzando cortes y estocadas sin descanso. Un golpe de través pasó cerca de Drizzt, que echó atrás las caderas e hizo que Cercenadora golpeara con fuerza sobre el respaldo del trono de piedra. Con un chirrido y una chispa, la espada se abrió camino y dejó un surco en el granito.

—¡No te permitiré que ganes y no te permitiré que huyas! —gritó Drizzt en un momento dado, viendo que la piedra, a pesar de no haber detenido a la espada, sin duda había quebrado el ritmo de Tos’un.

Drizzt pasó a la ofensiva, lanzando a Tos’un estocadas poderosas y directas desde arriba; valiéndose de su ángulo ventajoso, aplicaba todo su peso a cada golpe. Tos’un trataba de no recular mientras un repiqueteo de armas incansables castigaba a sus espadas levantadas y transmitía estremecimientos entumecedores a sus brazos. Drizzt lo obligaba a defenderse desde ángulos tan diversos que casi no podía mantener los pies sobre la tierra. No tardó mucho en verse obligado a retroceder, tambaleándose, y allí estaba Drizzt, saltando desde el asiento y atacando con un pesado doble tajo de sus cimitarras, lo que a punto estuvo de arrebatarle a Tos’un las espadas de las manos.

—¡No te dejaré ganar! —volvió a gritar Drizzt, poniendo en las palabras toda su energía interna mientras lanzaba un revés con Muerte de Hielo, que desvió hacia un lado la espada de factura drow de Tos’un.

Ése fue el momento en que Drizzt podría haberle puesto fin, porque el impulso, giro y siguiente movimiento de Centella desviaron demasiado a Cercenadora como para que pudiera parar el segundo movimiento de Muerte de Hielo, un giro y una estocada que habrían clavado la hoja a fondo en el pecho de Tos’un.

Pero Drizzt, a pesar de la rabia acumulada en su interior por la muerte de Innovindil, no quería matar, de modo que jugó su triunfo.

—Volveré a esgrimir la magnífica Cercenadora —gritó, apartándose en lugar de aprovechar su ventaja.

Retrocedió un par de pasos durante unos segundos, lo suficiente para ver la expresión confundida en el rostro de Tos’un.

—¡Dame la espada! —exigió Drizzt.

Tos’un se acobardó, y Drizzt lo entendió. Acababa de dar a Cercenadora lo que había deseado durante mucho tiempo; acababa de pronunciar las palabras que Cercenadora no podía pasar por alto. Cercenadora sólo era leal a sí misma, y lo que quería, por encima de todo, era estar en la mano de Drizzt Do’Urden.

Tos’un se tambaleaba y apenas era capaz de alzar sus espadas para defenderse ante el ataque de Drizzt. Primero, fue Centella, luego Muerte de Hielo, pero no las hojas, sino las empuñaduras las que golpearon la cara de Tos’un una después de otra. Las dos espadas de Tos’un salieron volando, y él aterrizó de espaldas junto con ellas. Se recuperó de prisa, pero no lo suficiente. La bota de Drizzt lo sujetó por el pecho y Muerte de Hielo amenazó su garganta. El filo diamantino de la espada era una promesa de muerte rápida si se debatía.

—Tienes tanto de que responder —le dijo Drizzt.

Tos’un se retrajo y exhaló, relajando todo el cuerpo con absoluta resignación, porque no podía negar que estaba totalmente derrotado.