De garabatos y emisarios
Con una sola mano, porque el jefe no era un guerrero del montón, Dnark sacó a Oktule del camino y se adelantó hasta el borde de un precipicio, desde donde había una vista panorámica del campamento del rey Obould. Un grupo de jinetes salía velozmente del campamento en dirección sur y sin el estandarte de Muchas Flechas ondeando sobre sus cabezas.
—Guerreros con armadura —comentó el chamán Ung-thol—. La élite del ejército de Obould.
Dnark señaló a un jinete que iba en el centro del grupo, y aunque estaban lejos y se movían con rapidez, el tocado que lucía era inconfundible.
—El sacerdote Nukkels —dijo Ung-thol, asintiendo con la cabeza.
—¿Qué significa esto? —preguntó Oktule.
El tono de su voz y la postura del cuerpo revelaban su incomodidad. El joven Oktule había sido escogido como mensajero desde el este por su velocidad y su resistencia, pero carecía de la experiencia o la sabiduría necesarias para entender lo que estaba sucediendo a su alrededor.
El jefe y su chamán se volvieron como un solo hombre para mirar al orco.
—Significa que debes decirle a Grguch que proceda con la máxima precaución —dijo Dnark.
—No lo entiendo.
—Es probable que el rey Obould no le dé la calurosa bienvenida que prometía en su invitación —explicó Dnark.
—O que la bienvenida sea más calurosa de lo que prometió —intervino Ung-thol.
Oktule se los quedó mirando con la boca abierta.
—¿Está enfadado el rey Obould?
Los otros dos, que lo superaban en edad y en experiencia, se echaron a reír.
—¿Conoces a Toogwik Tuk? —preguntó Ung-thol.
Oktule asintió.
—El orco predicador. Sus palabras me revelaron la gloria de Grguch. El proclamó el poder del jefe Grguch y la llamada de Gruumsh a guerrear contra los enanos.
Dnark rio por lo bajo y le hizo con la mano un gesto de que se calmara.
—Lleva tu mensaje al jefe Grguch como te ordenó tu rey —dijo—, pero primero busca a Toogwik Tuk e infórmale de que un segundo mensajero salió del campamento de Obould —añadió, y en seguida se corrigió—, del rey Obould, y que se dirigía hacia el sur.
—¿Qué significa? —preguntó Oktule nuevamente.
—Significa que el rey Obould prevé problemas —lo interrumpió Ung-thol, impidiendo que siguiera hablando—. Toogwik Tuk sabrá qué hacer.
—¿Problemas?
—Es probable que los enanos contraataquen, y más furiosos se pondrán cuando entiendan que el rey Obould y el jefe Grguch están juntos.
Oktule empezó a asentir con la cabeza, como si hubiera entendido.
—Márchate de inmediato —le dijo Dnark, y el joven orco giró sobre sus talones y salió a la carrera. A una señal de Dnark, un par de guardias salieron tras él, para escoltarlo en tan importante viaje.
En cuanto hubieron salido, el jefe y el chamán volvieron a centrar su atención en los jinetes distantes.
—¿Crees realmente que Obould envía un emisario a los enanos Battlehammer? —preguntó Ung-thol—. ¿Puede ser tan cobarde?
Dnark asintió a todas y cada una de sus palabras.
—Eso es lo que tendremos que averiguar —contestó cuando Ung-thol se volvió hacia él.
—Le dices a Emerus que esperamos ansiosamente todo lo que debe traer —le dijo Bruenor a Jackonray Broadbelt y a Nikwillig, los emisarios de la Ciudadela Felbarr.
—Tengo entendido que el puente no tardará en estar terminado —replicó Jackonray.
—¡Olvídate del maldito puente! —le soltó Bruenor, sobresaltando a todos los presentes con su exabrupto—. Los magos de Alústriel se dedicarán más a la muralla en los próximos días.
Quiero un ejército aquí antes de que hayamos empezado a trabajar siquiera en el puente. Quiero que Alústriel vea a Felbarr al lado de Mithril Hall; que cuando salgamos por esa puerta sepa que ha quedado atrás el tiempo de las palabras y ha llegado el tiempo de combatir.
—¡Ah! —respondió Jackonray, asintiendo y con una amplia sonrisa toda barba y dientes—. Ya veo por qué, rey Bruenor.
¡Tienes mi respeto, buen rey Bruenor, y mi palabra de que yo mismo sacaré a rastras al rey Emerus por la maldita puerta de su túnel si es necesario!
—Eres un buen enano. El orgullo de tu familia.
Jackonray hizo una reverencia tan profunda que barrió el suelo con la barba, y él y Nikwillig salieron como rayos, o se disponían a hacerlo cuando la llamada de Bruenor hizo que se volvieran rápidamente.
—Salid por la puerta oriental, a cielo abierto —les indicó Bruenor con una sonrisa irónica.
—Es más rápido por los túneles —se atrevió a sostener Nikwillig.
—No; salís y le decís a Alústriel que quiero que los dos os pongáis ante las puertas de Felbarr en un abrir y cerrar de ojos —les explicó Bruenor, y chasqueó sus dedos rechonchos en el aire para subrayar sus palabras.
Los enanos que tenía alrededor empezaron a reír con sorna.
—Que no se diga que un Battlehammer no sabe reconocer una broma —comentó Bruenor, y las risitas se convirtieron en carcajadas.
Jackonray y Nikwillig salieron a la carrera, riendo entre dientes.
—Que Alústriel participe de su propia trampa —les dijo Bruenor a Cordio, a Thibbledorf y a Banak Buenaforja, que tenía un trono especialmente diseñado para él al lado del de Bruenor, como reconocimiento al heroico líder que había quedado lisiado en el asalto de los orcos.
—Seguro que estará frunciendo su bonita cara —dijo Banak.
—Cuando Mithril Hall y la Ciudadela Adbar pasen por delante de sus magos, seguro que lo hará —coincidió Bruenor—, pero también verá que ya no es momento para esconderse de los perros de Obould. Está esperando un combate, y nosotros estamos dispuestos a darle uno, uno que lo haga desandar todo el camino que ha recorrido desde donde salió, y todavía más.
La sala estalló en ovaciones, y Banak asió la mano que le ofrecía Bruenor, en un apretón de mutuo respeto y determinación.
—Quédate aquí y celebra el resto de las audiencias —le dijo Bruenor—. Voy a buscar a Panza Redonda y al más pequeño.
»Hay claves en esos pergaminos que trajimos, o yo soy un gnomo barbudo, y quiero conocer todos los engaños y verdades que hay en ellos antes de volver a atacar a Obould.
Bajó de un salto del trono y del estrado, y les hizo señas a Cordio de que lo siguiera y a Thibbledorf de que permaneciese junto a Banak como su segundo.
—Nanfoodle me dijo que las runas de los pergaminos eran algo que no había visto jamás —le dijo Cordio a Bruenor cuando salieron de la sala de audiencias—. Con garabatos en lugares donde no debería haberlos.
—El pequeño los pondrá en su sitio, no lo dudes. Es lo más listo que me haya echado a la cara, y buen amigo del clan.
»Mirabar sufrió una gran pérdida cuando Torgar y sus muchachos se unieron a nosotros, y todavía perdieron más cuando Nanfoodle y Shoudra vinieron a buscar a Torgar y a los suyos.
Cordio asintió y no dijo nada más mientras seguía a Bruenor por los corredores y escaleras hasta un pequeño grupo de habitaciones apartadas donde Nanfoodle había montado su laboratorio de alquimia y su biblioteca.
En la tribu no había nadie que supiera si debía su nombre a sus tradicionales tácticas de combate o si los jefes, uno tras otro, habían ido adecuando las tácticas al nombre.
Independientemente de la relación causa-efecto, su peculiar formación de batalla había sido perfeccionada a lo largo de generaciones. En realidad, los jefes de Quijada de Lobo seleccionaban a los orcos a edad temprana basándose en su tamaño y su velocidad para encontrar el lugar adecuado en la formación donde pudieran rendir más.
Elegir al enemigo y el campo de batalla era todavía más importante que eso si se quería que la peligrosa maniobra funcionara. Y ningún orco en la historia de la tribu lo había hecho mejor en esos campos que el jefe de ese momento, Dnark del Colmillo. Descendía de una larga estirpe de guerreros de primera línea, como la punta de los colmillos de la quijada de lobo, que se lanzaban sobre sus enemigos. Durante años, el joven Dnark había sido punta de lanza en la línea de la formación en V; se deslizaba por el flanco izquierdo de un objetivo mientras otro orco, a menudo un primo de Dnark, hacía lo propio por la derecha o la parte baja de la quijada. Cuando las líneas se desplegaban hasta el límite, Dnark solía imprimir un brusco viraje a su grupo de asalto hacia la derecha, para formar un colmillo, y él y su contrapartida unían sus fuerzas, de modo que cortaban la vía de escape en la retaguardia de la formación enemiga.
Como jefe, no obstante, Dnark aseguraba la cúspide. Sus quijadas de guerreros salían hacia el norte y el sur del pequeño campamento, y cuando las señales llegaban de vuelta al jefe, capitaneaba el asalto inicial avanzando con su principal grupo de batalla.
No salían a la carga, y no gritaban ni aullaban. Más bien se aproximaban con calma, como si no ocurriera nada…, y a decir verdad, ¿por qué habría de sospechar otra cosas el consejero chamán del rey Obould?
Con todo, la aproximación de semejante contingente produjo cierta agitación en el campamento y se elevaron voces pidiendo a Nukkels que saliera de su tienda.
Ung-thol apoyó una mano en el brazo de Dnark, refrenándolo.
—No sabemos cuál es su finalidad —le recordó el chamán.
Nukkels apareció unos segundos después, avanzando hacia el extremo oriental de la pequeña meseta que él y sus guerreros habían escogido para descansar. Junto a él, los poderosos guardias de Obould levantaron sus pesadas lanzas.
¡Qué ansioso estaba Dnark de lanzar la carga! ¡Cómo quería abrir camino por la rocosa pendiente para aplastar a esos necios!
Pero Ung-thol estaba allí, llamándole la atención, instándolo a ser paciente.
—¡Gloria al rey Obould! —gritó Dnark, y arrebatándole el estandarte de su tribu a un orco que tenía al lado, lo agitó visiblemente—. Traemos noticias del jefe Grguch —mintió.
Nukkels alzó una mano con la palma hacia afuera, para advertirle a Dnark que no avanzara.
—No tenemos nada que ver con vosotros —respondió.
—El rey Obould no lo cree así —replicó Dnark, y reanudó la marcha, lentamente—. Nos ha enviado para escoltaros, para asegurarse de que el clan Karuck no interfiera.
—¿Qué no interfiera en qué? —gritó a su vez Nukkels.
Dnark miró a Ung-thol y luego otra vez hacia arriba.
—Sabemos adonde vais —dijo de farol.
Esa vez fue Nukkels el que miró a su alrededor.
—Ven solo, jefe Dnark —dijo—, para que podamos planear nuestro próximo movimiento.
Dnark siguió subiendo la pendiente, con calma nada amenazadora, y no ordenó a sus fuerzas que se quedaran detrás.
—¡Solo! —ordenó Nukkels con más vehemencia.
Dnark sonrió, pero no modificó nada. Los orcos que flanqueaban a Nukkels alzaron las lanzas.
No importaba. El farol había servido a su fin: el núcleo de las fuerzas de Dnark había reducido a casi la mitad la distancia que los separaba de Nukkels. Dnark levantó las manos como una señal a Nukkels y a los guardias, y se volvió a continuación hacia su grupo, aparentemente para indicarles que esperaran allí.
—Matadlos a todos, excepto a Nukkels y a sus guardias más próximos —les dijo en cambio, y cuando se volvió ya tenía la espada en la mano y la alzaba bien alto.
Los guerreros del clan Quijada de Lobo lo adelantaron por ambos lados, y los más próximos se desviaron para que sus enemigos no pudieran ver a su amado jefe. Unos cuantos de esos orcos que hacían de escudo murieron al momento, cuando las lanzas volaron hacia ellos.
Sin embargo, las mandíbulas del lobo se cerraron.
Cuando Dnark llegó a la meseta, se combatía encarnizadamente a su alrededor, y a Nukkels no se lo veía por ninguna parte.
Furioso por ello, Dnark se lanzó al combate que tenía más próximo, donde un par de sus orcos atacaban a un solo guardia, feroz pero ineficazmente.
Obould había elegido a conciencia a su círculo más próximo de guerreros.
Uno de los orcos de Quijada de Lobo trataba con torpes movimientos de alcanzarlo con la lanza, pero la espada del guardia se puso en su camino y le destrozó el astil, lanzándolo hacia afuera para confundir al compañero del atacante. Al abrirse el claro, el guardia se retrajo y dio un paso adelante para rematar.
Pero Dnark cargó rápidamente desde el flanco y cortó a la altura del codo el brazo con el que el incauto sostenía la espada.
El guardia soltó un aullido y se volvió a medias; cayó de rodillas y se llevó la mano al muñón. Dnark se acercó y, cogiéndolo del pelo, le echó la cabeza hacia atrás a fin de exponer su cuello para un golpe mortal.
En otros casos, como lo hacía siempre, el jefe del clan Quijada de Lobo hubiera rematado la faena; sin embargo, esa vez contuvo su espada y le dio al guardia un puntapié en la garganta. Mientras caía hacia atrás, ordenó a sus dos guerreros que se ocuparan de que el enemigo caído no muriera.
Se aprestó a continuación para el segundo de una larga sucesión de combates.
No obstante, cuando la escaramuza en lo alto de la meseta acabó, el chamán Nukkels no estaba ni entre los siete prisioneros ni entre la veintena de muertos. Se había marchado al primer indicio de problemas, según decían los testigos.
Pero antes de que Dnark pudiera empezar a maldecir por ello, se encontró con que la selección de los colmillos de la formación había hecho bien su trabajo porque avanzaba llevando ante sí a punta de lanza a Nukkels y a un maltrecho guardia.
—Obould te matará por esto —dijo Nukkels cuando llegó ante Dnark.
Un gancho de izquierda de Dnark dejó al chamán retorciéndose en el suelo.
—El símbolo es correcto —anunció con orgullo Nanfoodle—. El dibujo es inconfundible.
Regis se quedó mirando la copia ampliada del pergamino, con sus runas separadas y agrandadas. Siguiendo instrucciones de Nanfoodle, el halfling se había pasado casi todo un día transcribiendo cada trazo a esa versión de mayor tamaño y, a continuación, los dos habían dedicado varios días a hacer plantillas de madera de cada uno, incluso de los que parecían tener una correlación evidente con la escritura enana de ese momento.
La confusión del tentador señuelo, aceptando las runas evidentes por lo que suponían que eran, runas Dethek de una arcaica lengua orca llamada hulgorkyn (draconiano), había sido su perdición durante todos sus primeros intentos de traducción, y sólo cuando Nanfoodle insistió en que tratasen la escritura de la ciudad perdida como algo totalmente irreconocible empezaron los dos a hacer algún progreso.
Si es que se podía llamar progreso.
Habían hecho muchas otras plantillas, representaciones múltiples de todos los símbolos enanos. Después había llegado la etapa del ensayo y error…, y error, y error, y error. Durante más de un día de penosas redisposiciones y reevaluaciones. Nanfoodle, que era un ilusionista de gran categoría, había formulado muchos conjuros, y se había traído incluso a los sacerdotes para hacer diversos augurios y proponer ideas inspiradas.
En el pergamino aparecían treinta y dos símbolos independientes, y si bien un concienzudo análisis estadístico les había dado atisbos de posibles correlaciones con las tradicionales veintiséis runas Dethek, el hecho de que ninguno de esos prometedores atisbos añadiese nada sustancial convirtió aquel análisis en un mero trabajo adivinatorio.
Poco a poco, sin embargo, las configuraciones habían ido tomando forma, y los conjuros parecían confirmar las mejores suposiciones una y otra vez.
Cuando llevaban más de diez días trabajando, una intuición de Nanfoodle, después de oír todas las historias que contaba Regis sobre la extraña ciudad, resultó ser la punta del ovillo. En lugar de usar el enano como la base para el análisis, optaron por una doble base y empezaron a incorporar la lengua de los orcos, en la cual, por supuesto, era un experto. Se hicieron más plantillas y se exploraron más combinaciones.
Una mañana, a primera hora, Nanfoodle le presentó a Regis su conclusión definitiva para la traducción, una identificación correlativa de todos los símbolos del pergamino, de los cuales algunos correspondían al enano actual y otros a las letras del orco.
El halfling se puso a trabajar en la transcripción ampliada del pergamino, colocando diligentemente sobre cada símbolo la plantilla que Nanfoodle creía correlativa. Regis no se detuvo en absoluto a considerar modelos familiares, sino que se limitó a colocarlos lo más rápido que pudo.
A continuación, dio un paso atrás y se encaramó en el banco alto que Nanfoodle había colocado junto a la mesa de trabajo.
El gnomo ya estaba allí, mirando con incredulidad, boquiabierto, y cuando Regis ocupó su lugar junto a él, entendió por qué.
Era obvio que las intuiciones del gnomo habían sido correctas, y la traducción del texto se veía y se leía con claridad. Era algo habitual que los orcos tomaran prestadas runas Dethek, por supuesto, como quedaba demostrado en el caso del hulgorkyn, pero había algo más que eso, una mezcla deliberada de lenguas relacionadas, pero dispares, de una manera equilibrada, algo que evidenciaba concesión y coordinación entre los lingüistas enanos y orcos.
La traducción la tenían a la vista, pero interpretar las palabras, sin embargo, resultó más difícil.
—A Bruenor no va a gustarle esto —señaló Regis, y miró a su alrededor como si esperase que el rey enano irrumpiese en la habitación como un vendaval en cualquier momento.
—Es lo que hay —replicó Nanfoodle—. No va a gustarle, pero tendrá que aceptarlo.
Regis volvió la vista al pasaje traducido y leyó una vez más las palabras del filósofo orco Duugee.
—Otorgas demasiado valor a la razón —musitó el halfling.