Capítulo 16


El desfile de Toogwik Tuk

Los guerreros del clan Karuck desfilaban por la embarrada plaza situada en el centro de un pequeño poblado orco. Era una mañana lluviosa, pero ni el cielo amenazador y encapotado ni la lluvia persistente conseguían restar brillo a su atronadora marcha.

—¡De frente! ¡Marchen! —Los guerreros entonaban un canto marcial que resonaba profundamente en sus enormes pechos de semiogros—. ¡Derribar y aplastar! ¡Todo por la gloria de Gruumsh!

Con los amarillos pendones flameando al viento y levantando paladas de barro a cada paso, el clan desfilaba en cerrada y precisa formación, avanzando seis banderas, de dos en dos, con una sincronización casi perfecta. Los espectadores curiosos no podían por menos que notar el vivido contraste entre el enorme semiogro, los semiorcos y las docenas de orcos de otras tribus que habían sido reclutados en los primeros poblados por los que había pasado el jefe Grguch.

Sólo un orco de pura cepa marchaba con Grguch, un joven y fiero chamán. Toogwik Tuk no perdió tiempo mientras los pobladores se iban reuniendo. Adelantó en cuanto Grguch dio el alto.

—¡Acabamos de tener una gran victoria en el Bosque de la Luna! —proclamó Toogwik Tuk.

Todos los orcos a lo largo de los confines orientales del joven reino de Obould conocían perfectamente aquel odiado lugar.

Como era de prever, el anuncio fue recibido con una gran ovación.

—¡Hurra para el jefe Grguch del clan Karuck! —proclamó Toogwik Tuk. Siguió un incómodo silencio hasta que añadió—: ¡Por la gloria del rey Obould!

Toogwik Tuk se volvió a mirar a Grguch, que dio su aprobación con una inclinación de cabeza, y entonces el joven chamán empezó el sonsonete.

—¡Grguch! ¡Obould! ¡Grguch! ¡Obould! ¡Grguch! ¡Grguch! ¡Grguch!

Todo el clan Karuck empezó rápidamente a corear, lo mismo que los orcos que ya se habían sumado a la marcha, y pronto se vieron acalladas las dudas de los pobladores.

—¡Como Obould antes que él, el jefe Karuck impondrá el juicio de Gruumsh a nuestros enemigos! —gritó Toogwik Tuk, corriendo de un lado a otro de la multitud y enardeciendo sus ánimos—. ¡La nieve se retira y nosotros avanzamos! —Y con cada gloriosa proclamación ponía buen cuidado en añadir—: ¡Por la gloria de Obould! ¡Por el poder de Grguch!

Toogwik Tuk tenía absoluta conciencia del peso que llevaba sobre los hombros. Dnark y Ung-thol habían partido hacia el oeste para reunirse con Obould y discutir con él las novedades, y a Toogwik Tuk le tocaba facilitar la decidida marcha de Grguch hacia el sur. El clan Karuck por sí mismo no podía hacer frente a Obould y a sus miles de hombres, pero si conseguía reunir a los guerreros orcos de la docena de poblados que había a orillas del Surbrin, su llegada al campo situado al norte de las fortificaciones del rey Bruenor tendría gran importancia, la suficiente, según esperaban los conspiradores, para forzar la participación del ejército que Obould probablemente había estacionado allí.

Esa forma de enardecer a la multitud había sido el sello de Toogwik Tuk durante años. Su marcha ascendente hasta convertirse en primer chamán de su tribu —la mayoría de los sacerdotes habían resultado muertos, sepultados tras la explosión misteriosa, devastadora de una estribación montañosa al norte del Valle del Guardián— se había visto catapultada precisamente por ese talento. Sabía bien cómo manipular las emociones de los campesinos orcos, cómo conjugar sus lealtades del momento con las que él quería que fueran. Cada vez que hablaba de Obould, inmediatamente mencionaba el nombre de Grguch. Cada vez que hablaba de Gruumsh, inmediatamente mencionaba el nombre de Grguch. Al mezclarlos, al pronunciarlos juntos a menudo, hacía que su público, inconscientemente, añadiera «Grguch» cada vez que oía el nombre de los otros dos.

Una vez más su energía resultó contagiosa, y pronto consiguió que todo el poblado saltara y repitiera sus consignas, siempre para mayor gloria de Obould, y siempre para mayor poder de Grguch.

Antes de que Dnark y Ung-thol partieran, los tres conspiradores habían decidido que era necesario establecer una estrecha unión entre los dos nombres. Insinuar siquiera algo en contra de Obould después de victorias tan espectaculares y arrolladoras como había conseguido el rey orco, habría significado el fin inmediato del golpe. Incluso teniendo en cuenta el desastroso intento de entrar por la puerta occidental de Mithril Hall, o la pérdida de terreno por el este entre las salas de los enanos y el Surbrin, o la tregua invernal y las murmuraciones que decían que duraría más incluso, la gran mayoría de los orcos hablaba de Obould con el tono contenido de admiración que por lo general reservaba al propio Gruumsh. Pero Toogwik Tuk y dos compañeros planeaban movilizar a las tribus en contra de su rey, pasito a pasito.

—¡Por el poder de Grguch! —volvió a gritar Toogwik Tuk. Y antes de que estallara la ovación añadió—: ¿Resistirá la muralla de los enanos el embate de un guerrero que quemó el Bosque de la Luna?

Aunque esperaba una ovación, la única respuesta que recibió Toogwik Tuk fueron miradas de desconfianza y de confusión.

—Los enanos huirán al vernos —prometió el chamán—. ¡Correrán a meterse en su agujero y nosotros controlaremos el Surbrin en nombre del rey Obould! ¡Por la gloria del rey Obould! —acabó, gritando con todas sus fuerzas.

Los orcos que lo rodeaban estallaron en una cerrada y atronadora ovación.

—¡Por el poder de Grguch! —añadió astutamente el no tan fuera de control Toogwik Tuk, y muchos de los pobladores, que para entonces ya se habían habituado a las consignas, repitieron sus palabras.

Toogwik Tuk echó una mirada al jefe Grguch, que lucía una sonrisa plenamente satisfecha.

«Otro paso adelante», pensó Toogwik Tuk.

Aceptando las muchas provisiones que les ofrecieron, el clan Karuck no tardó en reanudar la marcha con un nuevo pendón entre los muchos que ondeaban en la multitud que lo seguía y cuarenta guerreros más que se habían sumado con entusiasmo a las filas del jefe Grguch. Con varios poblados más grandes en el camino, tanto el jefe como su chamán portavoz esperaban ser varios miles cuando por fin llegaran a la muralla de los enanos.

Toogwik Tuk confiaba en que cuando derribaran la muralla, los gritos a favor de Grguch fueran más entusiastas que los de Obould. En las siguientes ovaciones reduciría las referencias a la gloria de Obould y aumentaría las relativas a la gloria de Gruumsh, pero no dejaría de afirmar que todo lo debían al poder de Grguch.

Jack pudo ver los pelos de la verruga de la nariz del maltrecho Hakuun estremecidos de energía nerviosa al salir de la hueste principal, entre pinos ennegrecidos y abetos caídos.

—¡Por engranajes y esencias elementales, eso sí que fue emocionante!

El chamán orco se paró en seco al oír aquella voz tan familiar.

Trató de componerse inflando mucho las fosas nasales para respirar hondo, y lentamente se volvió a mirar a un curioso y pequeño humanoide, ataviado con ropas de brillante color púrpura, que estaba sentado en una rama baja, balanceando las piernas como un niño despreocupado. Aquella forma era nueva para Hakuun. Claro estaba que sabía muy bien lo que era un gnomo, pero jamás había visto a Jaculi de esa guisa.

—Ese joven sacerdote está tan lleno de vigor —dijo Jack—. ¡Yo mismo estuve a punto de incorporarme a las filas de Grguch!

¡Oh, qué gran marcha han preparado!

—Yo no te pedí que subieras aquí —comentó Hakuun.

—¿Ah, no? —replicó Jack, saltando de la rama y sacudiéndose las ramitas pegadas a su fabuloso traje—. Dime, chamán del clan Karuck, ¿qué debo pensar cuando levanto la vista de mi trabajo y me encuentro con que uno a quien he otorgado tantos dones ha salido corriendo?

—No salí corriendo —insistió Hakuun, tratando de mantener la voz firme, aunque era evidente que estaba al borde del pánico—. El clan Karuck sale de caza a menudo.

Hakuun retrocedió al acercarse el gnomo. Jack siguió avanzando mientras Hakuun retrocedía.

—Pero ésta no era una excursión como las demás.

Hakuun miró a Jack con torpe curiosidad. Estaba claro que no lo entendía.

—No era una cacería como las demás —le explicó Jack.

—Ya te lo he dicho.

—De Obould, sí, y de sus miles de guerreros —dijo Jack—. Unos cuantos desmanes y algo de botín, dijiste. Pero es más que eso ¿verdad?

La expresión de incomprensión asomó otra vez al rostro de Hakuun.

Jack chasqueó los dedos en el aire y dio media vuelta.

—¿No lo captas, chamán? —preguntó con voz excitada—. ¿No te das cuenta de que ésta no es una cacería cualquiera?

Jack giró sobre sus talones para medir la respuesta de Hakuun.

Era evidente que el chamán seguía en la inopia. Jack, en cambio, tan perspicaz y astuto, había leído entre líneas en el discurso de Toogwik Tuk y había entendido sus implicaciones.

—Puede ser que no sean más que mis propias sospechas —dijo el gnomo—, pero debes decirme todo lo que sabes. Después, deberíamos hablar con ese animoso y joven sacerdote.

—Ya te he dicho… —protestó Hakuun. Dejó la frase sin terminar y retrocedió un paso, sabiendo lo que estaba a punto de caerle encima.

—No; lo que quiero decir es que debes contármelo todo —dijo Jack.

Su voz y su expresión se habían despojado hasta del último vestigio de humor cuando avanzó hacia el chamán. Hakuun se encogió, pero eso no hizo más que enardecer al gnomo.

—Con que te olvidas —dijo Jack, acercándose— de todo lo que he hecho por ti y lo poco que he recibido a cambio. Con el poder, Hakuun, crecen las expectativas.

—No hay nada más —empezó a decir el chamán con tono lastimero, levantando las manos.

Jack el Gnomo era la viva imagen de la maldad. No dijo una palabra, pero señaló al suelo. Hakuun sacudió débilmente la cabeza y siguió vacilando, y Jack seguía señalando.

Pero no era un combate. El resultado se conocía desde el principio. Entre lloriqueos, Hakuun, el poderoso chamán del clan Karuck, la vía de comunicación entre Grguch y Gruumsh, se postró en el suelo, con la mirada baja.

Jack miró al frente y bajó los brazos a los lados del cuerpo mientras murmuraba en voz baja las palabras de su conjuro.

Pensó en los misteriosos illitas, en los brillantes desolladores mentales que le habían enseñado tanto de una escuela de magia muy particular.

Su ropa se removió un breve instante mientras él se encogía; entonces, él y todo lo que llevaba consigo desapareció para transformarse en otra cosa. En un instante, Jack el Gnomo pasó a ser un roedor ciego que se apoyaba en el suelo sobre cuatro patas diminutas. Subió hasta el oído de Hakuun y lo olfateó un momento, vaciló simplemente porque sabía lo incómodo que eso le hacía sentir a la acobardada criatura.

Entonces, Jack el Gnomo, convertido en topo con cerebro, se introdujo en el oído de Hakuun y desapareció de la vista.

Hakuun se estremeció, sacudido por espantosos espasmos mientras la criatura se introducía más a fondo, atravesaba las membranas de su oído interno y llegaba a la sede de su conciencia. El chamán se puso a cuatro patas con gran dificultad y empezaron las arcadas. Vomitó y escupió, pero las débiles defensas de su cuerpo no consiguieron desalojar a su indeseado huésped.

Unos segundos después, Hakuun, vacilante, se puso de pie.

«Eso es —dijo la voz dentro de su cabeza—. Ahora entiendo mejor el propósito de esta aventura, y juntos averiguaremos el alcance de los planes de este entusiasta y joven chamán.»

Hakuun nada opuso. Por supuesto, no podía hacerlo. Y a pesar de todo su rechazo y su dolor, Hakuun sabía que con Jack en su interior era mucho más perspicaz y muchísimo más poderoso.

«Una conversación privada con Toogwik Tuk», señaló Jack, y Hakuun no pudo negarse.

A pesar de sus sensibles oídos de elfo, Drizzt y Hralien sólo pudieron entender las exclamaciones más exaltadas de los orcos reunidos. No obstante, el propósito de la marcha era dolorosamente evidente.

—Son ellos —observó Hralien—. Ese estandarte amarillo fue visto en el Bosque de la Luna. Da la impresión de que sus filas han…

Hizo una pausa mientras miraba a su compañero, que no daba muestras de estar escuchando. Drizzt estaba en cuclillas, perfectamente quieto, con la cabeza vuelta hacia el sur, hacia Mithril Hall.

—Ya hemos pasado por varios asentamientos orcos —dijo el drow unos segundos después—. Sin duda, esta marcha los recorrerá todos.

—Engrosando sus filas —coincidió Hralien, y Drizzt lo miró por fin.

—Y seguirán hacia el sur —razonó Drizzt.

—Éstos pueden ser los preparativos para una nueva agresión —dijo Hralien—. Y me temo que hay un instigador.

—¿Tos’un? —preguntó Drizzt—. No veo a ningún elfo oscuro entre ellos.

—Es probable que no ande muy lejos.

—Obsérvalos —dijo Drizzt, señalando con el mentón a los orcos enardecidos—. Aunque hubiera sido Tos’un el instigador de esta locura, ¿podría seguir controlándola?

Esa vez fue Hralien el que se encogió de hombros.

—No subestimes su astucia —le advirtió el elfo—. El ataque al Bosque de la Luna estuvo bien coordinado y fue de una eficiencia brutal.

—Los orcos de Obould no han dejado de sorprendernos.

—Y no carecían de consejeros drows.

Los dos se miraron fijamente, y una nube cruzó el rostro de Drizzt.

—Estoy convencido de que Tos’un preparó el ataque al Bosque de la Luna —dijo Hralien—, y que está detrás de esta marcha, lleve a donde lleve.

Drizzt volvió a mirar hacia el sur, hacia el reino de Bruenor.

—Es muy posible que su destino sea Mithril Hall —concedió Hralien—, pero te ruego que no dejes el camino que te hizo salir de las profundidades de ese lugar. Por el bien de todos, encuentra a Tos’un Armgo. Yo seguiré a estos orcos como una sombra y me encargaré de advertir claramente al rey Bruenor si fuera necesario…, y si me equivoco, será por exceso de cautela.

Confía en mí, te lo ruego, y resérvate para esta tarea de suma importancia.

Una vez más, Drizzt apartó la vista de los orcos para mirar hacia Mithril Hall. Tuvo la visión de una batalla a orillas del Surbrin, una batalla feroz y cruel, y sintió el peso de la culpa al pensar que Bruenor y Regis, tal vez incluso Catti-brie y el resto del clan Battlehammer, pudieran tener que luchar otra vez por su vida sin que él estuviera a su lado. Entrecerró los ojos al volver a ver la caída de la torre de Shallows, sobre la cual encontró la muerte Dagnabbit, a quien él había tomado por Bruenor.

Respiró hondo y se volvió para contemplar el frenesí de los orcos. Sus cánticos y sus bailes seguían en todo su esplendor.

Si el culpable de eso era un elfo oscuro de la Casa Barrison Del’Armgo, una de las más poderosas de Menzoberranzan, entonces los orcos, sin duda, resultarían mucho más formidables de lo que aparentaban. Drizzt asintió con gesto severo. Veía con mucha claridad cuáles eran su responsabilidad y su camino.

—Sigue todos sus movimientos —le encomendó a Hralien.

—Tienes mi palabra —respondió el elfo—. Tus amigos no serán atacados por sorpresa.

Poco después, los orcos reanudaron la marcha, y Hralien los siguió hacia la marca sudoccidental, dejando a Drizzt solo en la ladera. Éste pensó en bajar al poblado orco a ver si averiguaba algo, pero decidió que si Tos’un estaba por allí, lo más probable era que anduviese por la periferia, ocultándose entre las piedras, igual que él.

—Ven a mí, Guenhwyvar —ordenó el drow, sacando la figurita de ónice.

Cuando la niebla gris tomó la forma de la pantera, Drizzt la envió de caza. Guenhwyvar podía cubrir una extensión tremenda de terreno en poco tiempo, y ni siquiera un drow solitario podía escapar a sus agudos sentidos.

También Drizzt se puso en marcha, avanzando con determinación, pero con suma cautela en la dirección opuesta a la de la pantera, que ya atravesaba la huella dejada por los orcos. Si Hralien no se equivocaba y Tos’un Armgo dirigía a los orcos desde un lugar próximo, Drizzt confiaba en que pudiera enfrentarse muy pronto con el pícaro.

Posó las manos en sus cimitarras al pensar en Cercenadora, la espada de Catti-brie, el arma que había caído en manos de Tos’un. Cualquier guerrero drow era formidable, más aún si se trataba de un guerrero de una casa noble. A pesar de todo el respeto que le inspiraba de por sí, Drizzt se recordó conscientemente que ese drow noble era todavía más poderoso, pues aquellos que subestimaban a Cercenadora solían quedar tirados en el suelo. Cortados en dos.

Interesante. El mensaje de Jack llegó directamente a la mente de Hakuun de regreso de la tranquila entrevista con Toogwik Tuk, una pequeña entrevista en la que Jack había utilizado el poder de la sugestión mágica para complementar los conjuros detectores de mentiras de Hakuun, lo que hacía posible que el ser dual sonsacara mucha más información sincera de Toogwik Tuk de la que el joven chamán tenía intención de ofrecer. De modo que los conspiradores no te han traído aquí para aumentar las fuerzas de Obould.

—Debemos decírselo a Grguch —susurró Hakuun.

¿Decirle qué? ¿Que hemos venido a dar batalla?

—Que nuestra incursión en el Bosque de la Luna y ahora contra los enanos probablemente pondrá furioso a Obould.

Dentro de su cabeza, Hakuun sintió que Jack se estaba riendo.

Orcos tramando contra orcos —dijo Jack en silencio—. Orcos manipulando a orcos para tramar contra orcos. Estoy seguro de que todo esto resultará muy sorprendente para el viejo jefe Grguch.

El paso decidido de Hakuun se hizo más lento. El cínico sarcasmo de Jack le había quitado las ganas. Un sarcasmo eficaz porque sonaba a verdad.

Deja que el juego continúe. Las tramas de los conspiradores actuarán a nuestro favor cuando lo necesitemos. Por ahora son ellos los únicos que corren el riesgo, porque el clan Karuck actúa involuntariamente. Si han hecho el tonto para pensar siquiera en un complot como ése, su caída será digna de verse.

Si no son tontos, mejor para nosotros.

—¿Para nosotros? —Hakuun se extrañó de que Jack se incluyera en todo esto.

—En la medida en que yo esté interesado —respondió la voz de Hakuun, aunque era Jack el que la controlaba.

Hakuun comprendió que era un recordatorio no demasiado sutil de quién era el que mandaba.