Capítulo 15


Crisis convergentes

Caballos mágicos al galope. El fogoso carro trazaba una línea de fuego en el ciclo que precedía al amanecer. Las llamas se agitaban con el viento que lo impulsaba, pero esas llamas no quemaban a las ocupantes. De pie junto a Alústriel, Catti-brie sentía realmente ese viento. Su pelo cobrizo flotaba desordenado, pero la mordacidad de la brisa quedaba mitigada por la calidez del carro animado de Alústriel. Se dejó llevar por aquella sensación; permitió que el aullido del viento sofocara también sus pensamientos. Durante un breve momento fue libre de existir, sin más, bajo las últimas estrellas titilantes, con todos sus sentidos consumidos por la extraordinaria naturaleza del viaje.

No vio la línea argentada del Surbrin que se aproximaba, y sólo tuvo una vaga conciencia de estar perdiendo altitud cuando Alústriel hizo que el fantástico carro rozara casi el agua y se detuviera, por fin, en tierra, ante la puerta oriental de Mithril Hall.

Pocos enanos estaban fuera a hora tan temprana, pero los que lo estaban, en su mayoría montando guardia a lo largo de la muralla septentrional, acudieron corriendo y vitoreando a la señora de Luna Plateada. Por supuesto que sabían que era ella, pues su carro los había honrado varias veces con su presencia a lo largo de los últimos meses.

Sus ovaciones cobraron aún más intensidad al ver a la pasajera de Alústriel, la princesa de Mithril Hall.

—Bien halladas —fue el saludo con que las recibió más de uno de los pequeños barbudos.

—El rey Bruenor no ha regresado aún —dijo uno, un anciano de pelo entrecano que se cubría con un parche la cuenca del ojo que había perdido junto con la mitad de su gran barba negra.

Catti-brie sonrió al conocer al leal Shingles McRuft, que había llegado a Mithril Hall con Torgar Hammerstriker.

—Debe de estar por llegar.

—Eres bienvenida y encontrarás toda la hospitalidad que mereces en Mithril Hall —ofreció otro enano.

—Es una oferta sumamente generosa —dijo Alústriel, que se volvió y miró hacia el este mientras continuaba—. Más de los míos, magos de Luna Plateada, llegarán a lo largo de la mañana en todo tipo de transporte aéreo, algunos autopropulsados, otros cabalgando sobre moscas de ébano, dos en escobas y otro sobre una alfombra. Espero que vuestros arqueros no los derriben.

—¿Moscas de ébano? —inquirió Shingles—. ¿Quieres decir montados sobre bichos?

—Grandes bichos —dijo Catti-brie.

—Tendrán que serlo.

—Venimos provistos de conjuros de creación, porque queremos ver el puente sobre el Surbrin abierto lo antes posible —explicó Alústriel—, por el bien de Mithril Hall y de todos los bellos reinos de la Marca Argéntea.

—¡Más bienvenidos seréis entonces! —bramó Shingles, y propició una ovación más.

Catti-brie se aproximó al borde trasero del carro, pero Alústriel la sujetó por el hombro.

—Podemos volar hacia el oeste y buscar al rey Bruenor —ofreció.

Catti-brie se tomó un momento y miró hacia allí, pero negó con la cabeza.

—Volverá en seguida; estoy segura —dijo.

Catti-brie aceptó la mano que le ofrecía Shingles y permitió que el enano la ayudara a bajar al suelo. Shingles acudió inmediatamente a Alústriel y la ayudó también a ella, y la dama, aunque no estaba herida como Catti-brie, aceptó graciosamente.

Se apartó del carro e indicó a los demás que hicieran lo propio.

Alústriel podría haber despedido simplemente al llameante carro y a los caballos hechos de fuego mágico. Deshacer su propia magia era fácil, por supuesto, y tanto el fogoso tiro como el carro hubieran destellado un instante antes de desvanecerse en las sombras, dejando un soplo de humo flotando hasta desaparecer en el aire.

Pero Alústriel llevaba años usando ese conjuro particular y le había dado su toque personal, tanto en lo relativo a la construcción del carro como al tiro y a la disipación de la magia. Imaginando que a los enanos les vendría bien algo que les levantara el espíritu, la poderosa maga realizó la variación más impresionante de disipación.

El tiro de caballos relinchó y retrocedió, lanzando remolinos llameantes por los feroces ollares. Todos a una, se elevaron en el aire, en línea recta, arrastrando con ellos el carro. A unos seis metros del suelo, los numerosos vínculos de fuego que mantenían la forma unida se partieron y lanzaron zarcillos rojizos en todas direcciones, y cuando llegaron a su límite, estallaron con explosiones ensordecedoras. Una lluvia de chispas cayó por todas partes.

Los enanos emitieron exclamaciones de deleite, y Catti-brie, a pesar de su pena, no pudo reprimir una risita.

Cuando terminó unos instantes después, en sus oídos sonaban los ecos de las réplicas, y todos parpadeaban ante los brillantes destellos. Catti-brie le dedicó una sonrisa de agradecimiento a su amiga y auriga.

—Era justo el encantamiento que necesitaban —susurró, y Alústriel respondió con un guiño.

Ambas entraron juntas en Mithril Hall.

A primera hora del día siguiente, Shingles se encontró otra vez desempeñando el papel de anfitrión oficial en la puerta oriental de la sala, ya que fue el primero en toparse con los seis aventureros que volvían del lugar al que Bruenor había dado el nombre de Gauntlgrym. El viejo enano de Mirabar había encabezado la guardia nocturna y estaba distribuyendo tareas para el día, tanto a lo largo de las fortificaciones sobre la estribación montañosa del norte como en el puente. No siendo ajeno a la labor de los magos, Shingles advirtió repetidamente a sus muchachos que se mantuvieran apartados cuando el grupo de Alústriel saliera a hacer sus conjuros. Cuando se difundió la noticia de que el rey Bruenor y los demás habían vuelto, Shingles se dirigió rápidamente hacia el sur para salir a su encuentro.

—¿La encontraste, entonces, mi rey? —preguntó, ansioso, expresando lo que pensaban y murmuraban todos los que tenía alrededor.

—Bueno —respondió Bruenor en un tono sorprendentemente poco entusiasta—. Hemos encontrado algo, pero todavía no sabemos si se trata de Gauntlgrym. —Señaló el gran saco con que venía cargado Torgar y el tapiz enrollado que llevaba Cordio al hombro—. Tenemos algunas cosas para que Nanfoodle y mis eruditos les echen un vistazo. Obtendremos nuestras respuestas.

—Tu chica ha vuelto —explicó Shingles—. Alústriel la trajo volando en su carro de fuego. Ella también está aquí, con diez magos de Luna Plateada. Todos vinieron a trabajar en el puente.

Bruenor, Drizzt y Regis intercambiaron miradas al terminar Shingles.

—¿Sólo mi chica? —preguntó Bruenor.

—Con la dama.

Bruenor miró a Shingles.

—Wulfgar no ha vuelto con ellas —dijo el enano de Mirabar—. Catti-brie no dijo nada al respecto, y no pensé que me correspondiera a mí preguntar.

Bruenor se volvió hacia Drizzt.

—Se ha marchado hacia el oeste —dijo el drow en voz baja, y Bruenor, sin pensarlo, se volvió en esa dirección y asintió con la cabeza.

—Llévame a donde está mi chica —indicó Bruenor, dirigiéndose a paso rápido a la puerta oriental de Mithril Hall.

Encontraron a Catti-brie, Alústriel y los magos de Luna Plateada por el corredor. Todos ellos habían pasado la noche en la zona más oriental de la sala. Tras un rápido y educado intercambio de saludos, Bruenor se disculpó con la dama, y Alústriel y sus magos se alejaron con celeridad y se encaminaron hacia el puente sobre el Surbrin.

—¿Dónde está Wulfgar? —le preguntó Bruenor a Catti-brie cuando sólo quedaban ellos dos, además de Drizzt y Regis.

—De sobra lo sabes.

—¿Encontrasteis a Colson, entonces?

La mujer asintió.

—Y la fue a llevar a casa —afirmó Bruenor.

Otro movimiento de cabeza.

—Me ofrecí a acompañarlo —explicó Catti-brie, echando una mirada a Drizzt, y se sintió aliviada al ver que él recibía la noticia con una sonrisa—. Pero no quiso.

—Porque el muy tonto no va a volver —dijo Bruenor. Escupió y se marchó a grandes zancadas—. Maldito tonto, hijo de un orco descomunal.

Drizzt le hizo una seña a Regis para que lo acompañara, y el halfling asintió y salió presuroso.

—Creo que Bruenor tiene razón —dijo Catti-brie, y meneó la cabeza negando inútilmente.

A continuación, corrió hacia Drizzt y le dio un fuerte abrazo y un beso. Apoyó la cabeza en su hombro, manteniendo el abrazo y tratando de contener las lágrimas.

—Él sabía que no era probable que Wulfgar volviera —dijo Drizzt en un susurro.

Catti-brie puso distancia entre ambos para mirarlo.

—Y tú también, pero no me lo dijiste —dijo.

—Así lo quiso Wulfgar. No estaba seguro del rumbo que tomaría, pero no quería pasarse todo el camino hasta Luna Plateada o más allá hablando de ello.

—De haberlo sabido antes, a lo mejor podría haber hecho que cambiara de idea —protestó Catti-brie.

Drizzt la miró con impotencia.

—Razón de más para no decírtelo.

—¿Te parece bien la elección de Wulfgar?

—Creo que no me corresponde a mí decir si está bien o no —dijo Drizzt con un encogimiento de hombros.

—Crees que es correcto dejar a Bruenor en este momento de…

—Es un momento tan bueno como cualquier otro.

—¿Cómo puedes decir eso? Wulfgar es de nuestra familia, y acaba de marcharse…

—Como lo hicimos tú y yo hace años, después de la guerra de los drows, cuando Wulfgar fue apresado por la yochlol —le recordó Drizzt—. Teníamos ansias de recorrer mundo, y eso hicimos, y dejamos a Bruenor en Mithril Hall durante seis años.

El recuerdo de aquello pareció desinflar un poco el enfado de la mujer.

—Pero ahora Bruenor tiene un ejército de orcos a la puerta —protestó, aunque con mucho menos entusiasmo.

—Un ejército que probablemente permanecerá ahí durante años.

Wulfgar me dijo que no veía futuro para él aquí. Y realmente, ¿qué hay para él en este lugar? Sin esposa, sin hijos.

—Y le causaba dolor vernos a nosotros.

—Es probable —dijo Drizzt, asintiendo.

—Me lo dijo.

—¿Y ahora llevas la carga de la culpa?

Catti-brie se encogió de hombros.

—No es propio de ti —dijo Drizzt. La estrechó una vez más y suavemente le acomodó la cabeza sobre su hombro—. Es Wulfgar quien tiene que elegir su camino. Tiene familia en el Valle del Viento Helado, si es allí donde decide ir. Allí tiene a su gente. ¿Quieres negarle la posibilidad de encontrar el amor? ¿No debería tener hijos que continúen la herencia de su liderazgo entre las tribus del Valle del Viento Llelado?

Catti-brie se quedó callada largo rato.

—Ya lo echo de menos —dijo con voz ahogada por la pena.

—Igual que yo. Y también lo echarán de menos Bruenor y Regis, y todos cuantos lo conocen. Pero no se ha muerto. No cayó en batalla, como temimos todos aquellos años. Seguirá su camino, para llevar a Colson a casa, como a él le parece oportuno, y después, tal vez, al Valle del Viento Helado, o tal vez no. Es posible que cuando esté lejos llegue a darse cuenta de que Mithril Hall es realmente su casa y vuelva a las salas de Bruenor. O tal vez tome una nueva esposa y vuelva con ella, lleno de amor y libre de recuerdos dolorosos.

Apartó a Catti-brie y fijó en sus intensos ojos azules su mirada color lavanda.

—Tienes que confiar en Wulfgar. Se lo ha ganado con creces.

Déjalo que recorra el camino que haya escogido, sea cual sea, y ten por seguro que tú y yo, y Bruenor y Regis, estamos en su corazón del mismo modo que él está en el nuestro. Cargas con una culpa que no mereces. ¿Realmente querrías que Wulfgar no siguiera su camino para curar tu melancolía?

Catti-brie pensó unos instantes lo que había dicho y, por fin, sonrió.

—Mi corazón no está vacío —dijo, y acercándose a Drizzt lo besó otra vez con la urgencia de la pasión.

—Pide lo que necesites y lo tendrás —le aseguró Bruenor a Nanfoodle mientras el gnomo sacaba con todo cuidado del saco uno de los rollos de pergamino—. Panza Redonda, aquí presente, es tu esclavo, y acudirá a mí y a todos los míos a una orden de Nanfoodle.

El gnomo empezó a desenrollar el documento, pero hizo una mueca y se detuvo al oír el crujido del frágil pergamino.

—Tendré que fabricar aceites de preservación —le explicó a Bruenor—. No me atrevo a exponer esto a la luz hasta que lo haya sometido al tratamiento adecuado.

—Todo lo que necesites —volvió a asegurarle Bruenor—. Haz lo que debas hacer, y hazlo deprisa.

—¿Cómo de deprisa? —El gnomo parecía un poco desconcertado por la petición.

—Alústriel está aquí ahora —dijo Bruenor—. Va a estar trabajando en el puente durante unos días, y creo que si esos pergaminos dicen lo que yo creo que dicen, estaría bien que ella volviera a Luna Plateada meditando sobre las revelaciones.

Pero Nanfoodle meneó la cabeza.

—Me llevará más de un día preparar las pociones, y eso suponiendo que cuente con los ingredientes necesarios. —Miró a Regis—. La base es guano de murciélago.

—Estupendo —farfulló el halfling.

—Lo tendremos o lo conseguiremos —le prometió Bruenor.

—De todos modos, me llevará más de un día prepararlo —dijo Nanfoodle—, y tendrán que pasar tres días para que penetre en el pergamino…, por lo menos tres. Más bien creo que tendrán que ser cinco.

—O sea que cuatro días en total —dijo Bruenor, a lo que el gnomo asintió.

—Y eso sólo para preparar el pergamino antes de que pueda examinarlo —se apresuró a añadir Nanfoodle—. Me podría llevar diez días descifrar la escritura antigua, incluso con mi magia.

—¡Bah!, seguro que lo harás más de prisa.

—No puedo prometerlo.

—Lo harás más de prisa —insistió Bruenor, cuyo tono tenía menos de alentador que de exigente—. Guano —le dijo a Regis, y volviéndose, abandonó la habitación.

—Guano —repitió Regis, mirando a Nanfoodle con impotencia.

—Y aceite del que usan los herreros —dijo el gnomo. Sacó otro rollo del saco y lo colocó al lado del primero; después, puso los brazos en jarras y lanzó un gran suspiro—. Si entendieran lo delicada que es la tarea no serían tan impacientes —dijo más para sus adentros que para el halfling.

—Bruenor no tiene tiempo para delicadezas, supongo —dijo Regis—. Demasiados orcos por ahí para andarse con tonterías.

—Orcos y enanos —musitó el gnomo—. Orcos y enanos. ¿Así, cómo va un artista a hacer su trabajo? —Volvió a suspirar, como diciendo «si no hay más remedio», y se dirigió al armario donde guardaba el mortero con su correspondiente mano y todo un surtido de cucharas y frascos.

—Siempre corriendo, siempre gruñendo —se quejó—. ¡Orcos y enanos, siempre igual!

Los compañeros casi no habían tenido tiempo de acomodarse en sus habitaciones de Mithril Hall, al este del barranco de Garumn, cuando les vinieron a decir que había llegado otro huésped inesperado a la puerta oriental. No sucedía con frecuencia que los elfos se presentaran a la puerta del rey Bruenor, pero ésta se abrió de par en par para recibir a Hralien del Bosque de la Luna.

Drizzt, Catti-brie y Bruenor esperaban al elfo con impaciencia en la sala de audiencias del rey.

—Alústriel y ahora Hralien —dijo Bruenor, asintiendo a cada palabra—. Todos juntos. En cuanto descifremos las palabras de los pergaminos los convenceremos de que es hora de atacar a los apestosos orcos.

Drizzt se reservó sus dudas, y Catti-brie se limitó a sonreír y asentir. No había motivo para rebajar el optimismo de Bruenor con una inyección de cruda realidad.

—Sabemos que Adbar y Felbarr combatirán con nosotros —prosiguió Bruenor, totalmente ajeno a la falta de entusiasmo de su público—. ¡Si conseguimos que el Bosque de la Luna y Luna Plateada se unan a nosotros, haremos que los orcos vuelvan a sus agujeros más rápidamente que volando, no lo dudéis ni un instante!

En el tiempo que pasó antes de que Hralien fuera conducido a la sala y presentado formalmente, siguió paseándose de un lado a otro.

—Bien hallado, rey Bruenor —dijo el elfo cuando hubieron terminado de leer la larga lista de sus merecimientos y títulos—. Llego con noticias del Bosque de la Luna.

—Un largo viaje para venir sólo a compartir el pan —dijo Bruenor.

—Hemos sufrido una incursión de los orcos —explicó Hralien, sin reparar en la pequeña broma de Bruenor—. Un ataque coordinado y astuto.

—Compartimos vuestro dolor —respondió Bruenor, y Hralien inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.

—He perdido a varios de lo míos —prosiguió Hralien—, elfos que deberían haber visto el principio y el fin de siglos por venir. —Miró directamente a Drizzt al continuar—. Innovindil entre ellos.

Drizzt abrió los ojos, asombrado; dio un respingo y se tambaleó.

Catti-brie le pasó un brazo por la espalda para sostenerlo.

—Y Crepúsculo con ella —añadió Hralien, con voz menos firme—. Fue como si los orcos hubieran previsto su llegada al campo y estuvieran bien preparados.

Drizzt respiraba agitadamente. Dio la impresión de que iba a decir algo, pero no salió una sola palabra de su boca y sólo tuvo fuerzas para negar con la cabeza. Sintió un gran vacío dentro de sí mismo, una sensación de pérdida y una dura llamada de atención sobre la inmediatez del cambio, un repentino e irreversible recordatorio de la mortalidad.

—Comparto tu pena —dijo Hralien—. Innovindil era mi amiga, querida para todos cuantos la conocían. Y Amanecer está desolado, podéis creerlo, por la pérdida de Innovindil y de Crepúsculo, su compañero durante todos estos años.

—Malditos orcos —gruñó Bruenor—. ¿Todavía seguís pensando que deberíamos dejarlos campar por sus respetos? ¿Todavía creéis que el reino de Obould debe seguir en pie?

—Los orcos llevan años incontables atacando el Bosque de la Luna —replicó Hralien—. Vienen en busca de leña y cometen desmanes, y nosotros los matamos y los ponemos en fuga, pero esta vez su ataque fue mejor, creemos que demasiado para esa raza simplista. —Cuando acabó miraba otra vez directamente a Drizzt, hasta el punto que Bruenor y Catti-brie le dirigieron miradas inquisitivas.

—Tos’un Armgo —concluyó Drizzt.

—Sabemos que anda por la región, y aprendió mucho sobre nuestras costumbres en el tiempo que pasó con Albondiel y Sinnafain —explicó Hralien.

Drizzt asintió. Su expresión desolada fue reemplazada por otra de determinación. Había prometido cazar a Tos’un cuando él e Innovindil habían llevado de vuelta al Bosque de la Luna el cadáver de Ellifain. De repente, se le hacía urgente cumplir esa promesa.

—Como reza el proverbio, un viaje lleno de tristeza es diez veces más largo —dijo Bruenor—. Ponte cómodo Hralien del Bosque de la Luna. Mis muchachos atenderán todas tus necesidades y puedes permanecer aquí todo el tiempo que quieras. Podría ser que tuviera una historia que contarte dentro de poco, una que podría ponernos en mejores condiciones para librarnos de la maldición de Obould. Según mis amigos, es cuestión de días.

—Yo soy un mensajero y he venido con una petición, rey Bruenor —explicó el elfo con otra respetuosa y agradecida inclinación de cabeza—. Otros vendrán aquí desde el Bosque de la Luna si los convocáis, por supuesto, pero yo debo salir por la puerta oriental a más tardar mañana cuando amanezca. —Volvió a mirar a Drizzt—. Y espero no ir solo.

Drizzt dio su asentimiento a la expedición antes de volverse siquiera para consultarlo con Catti-brie. Sabía que ella no le iba a poner reparos.

Poco después, la pareja estaba a solas en su habitación, y Drizzt empezó a preparar su petate.

—Vas a ir a por Tos’un —observó Catti-brie. No fue una pregunta.

—¿Tengo elección?

—No. Sólo querría estar bien para acompañarte.

Drizzt dejó lo que estaba haciendo y se volvió a mirarla.

—En Menzoberranzan se dice que aspis tu drow bed n’tuth drow, lo que significa: «Sólo un drow puede cazar a otro drow».

—Entonces, buena caza —dijo la mujer dirigiéndose al armario para ayudar a Drizzt con sus preparativos. No parecía nada enfadada con él; por eso, cogió a Drizzt totalmente descolocado cuando le preguntó—: ¿Te habrías casado con Innovindil cuando yo ya no estuviera?

Drizzt se quedó de piedra y sólo pudo reunir el valor para volverse y mirarla. Ella sonreía levemente y parecía muy tranquila y cómoda. Se desplazó hacia la cama, se sentó en el borde y le hizo señas a Drizzt para que hiciera lo mismo.

—¿Lo hubieras hecho? —volvió a preguntar cuando él se acercó—. Innovindil era muy bella, en cuerpo y alma.

—No es algo que me haya planteado —dijo Drizzt.

La sonrisa de Catti-brie se acentuó.

—Ya lo sé —lo tranquilizó—, pero te pido que lo consideres ahora. ¿Podrías haberla amado?

Drizzt se tomó unos instantes para pensarlo.

—No lo sé —admitió finalmente.

—¿Y jamás te lo preguntaste?

Drizzt volvió mentalmente a un momento que había compartido con Innovindil cuando los dos estaban solos entre las líneas de los orcos. Innovindil había estado a punto de seducirlo, aunque sólo había conseguido que viera con más claridad lo que sentía por Catti-brie, a quien creía muerta en ese momento.

—Creo que podrías haberla amado —dijo Catti-brie.

—Puede ser que tengas razón —respondió.

—¿Crees que habrá pensado en ti en sus últimos momentos?

Drizzt abrió los ojos como platos al oír la intempestiva pregunta, pero Catti-brie no cejó en su empeño.

—Es probable que haya pensado en Tarathiel y en lo que fue —respondió.

—O en Drizzt y lo que pudo ser.

Drizzt negó con la cabeza.

—No habrá pensado en eso; no en ese momento. Lo más probable es que sólo pensara en Crepúsculo. La esencia del elfo es vivir el momento, el presente. Soñar con lo que es, sabiendo y aceptando que lo que tenga que ser será, por más esperanzas y planes que uno haga.

—Innovindil habrá tenido un momento de añoranza para Drizzt, y para el amor potencial que se ha perdido —dijo Catti-brie.

Drizzt no la rebatió, no pudo, viendo el tono y la expresión de generosidad de ella. La mujer lo confirmó un momento después, riendo y alzando una mano para acariciarle la mejilla.

—Lo más probable es que me sobrevivas varios siglos —explicó—. Comprendo las implicaciones que esto tiene, mi amor, y sería una necia egoísta si esperara que te mantuvieras fiel a mi recuerdo. Yo no querría, y no quiero, eso para ti.

—Eso no significa que tengamos que hablar de ello —replicó Drizzt—. No sabemos adonde nos llevan nuestros caminos, ni cuál de nosotros sobrevivirá al otro. Vivimos tiempos de peligro en un mundo peligroso.

—Lo sé.

—¿No crees, entonces, que no vale la pena hablar de ello?

Catti-brie se encogió de hombros, pero poco a poco su sonrisa desapareció y algo nubló su expresión.

—¿De qué se trata? —preguntó Drizzt, y cogiéndola de la barbilla la obligó a mirarlo.

—Si los peligros no ponen fin al tiempo que pasemos juntos, ¿qué sentirá Drizzt dentro de veinte años? ¿O de treinta?

El drow la miró con extrañeza.

—Tú todavía serás joven y guapo, estarás lleno de vida y tendrás amor a raudales para dar —explicó Catti-brie—. En cambio, yo seré vieja, estaré encorvada y fea. Estoy segura de que permanecerás a mi lado, pero ¿qué vida será ésa? ¿Dónde habrá quedado el deseo?

Fue Drizzt el que rio ahora.

—¿Puedes mirar a una mujer humana que ha vivido setenta años y considerarla atractiva?

—¿No hay parejas de humanos que se siguen amando después de tantos años juntos? —preguntó Drizzt—. ¿No hay esposos humanos que aman a sus esposas incluso cuando ya han cumplido los setenta años?

—Pero los esposos no suelen estar en la primavera de la vida.

—Te equivocas porque piensas que eso va a suceder de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos —dijo Drizzt—. Nada de eso, ni siquiera para un elfo que contempla el tiempo de vida de un humano. Cada arruga se gana, amor mío. Día a día pasamos el tiempo juntos, y los cambios que se producen nos los ganamos. En el fondo de tu corazón, sabes que te quiero, y no tengo duda de que mi amor aumentará con el paso de los años. Yo conozco tu corazón, Catti-brie. Para mí eres maravillosamente predecible en algunos aspectos, y no lo eres en otros. Sé qué elegirás en cada momento. Siempre te inclinas por la justicia y la integridad.

Catti-brie sonrió y lo besó, pero Drizzt la apartó rápidamente.

—Si el feroz aliento de un dragón me alcanzara y me imprimiera horribles marcas en la piel, o me dejara ciego y no pudiera sacarme de encima el hedor a carne quemada, ¿seguiría amándome Catti-brie?

—Fantástico razonamiento —dijo la mujer con guasa.

—¿Lo haría? ¿Permanecería a mi lado?

—Por supuesto.

—Y si yo pensara lo contrario, jamás habría deseado ser tu marido. ¿No confías tú en mí de la misma manera?

Catti-brie sonrió y lo volvió a besar. Entonces, lo empujó de espaldas sobre la cama. El equipaje podía esperar.

A primera hora de la mañana siguiente, Drizzt se inclinó sobre Catti-brie, que todavía dormía, y le rozó levemente los labios con los suyos. Se la quedó mirando un largo rato, incluso mientras se dirigía hacia la puerta. Por fin, se volvió y a punto estuvo de dar un salto de sorpresa, porque apoyado contra la puerta estaba Taulmaril, el Buscacorazones, el arco de Catti-brie, y debajo, su aljaba mágica, la que nunca se quedaba sin flechas. Por un momento, Drizzt se quedó perplejo, hasta que reparó en una pequeña nota que había en el suelo, junto a la aljaba. Por una pequeña perforación que tenía en una esquina dedujo que había estado pegada a la parte superior del arco, pero se había desprendido.

Supo lo que decía incluso antes de acercarla lo suficiente para leerla.

Se volvió una vez más a mirar a la mujer. Tal vez no estuviera con él físicamente, pero con Taulmaril en sus manos, estaría junto a él en espíritu.

Drizzt se colgó el arco al hombro, luego recogió la aljaba e hizo otro tanto. Miró una última vez a su amada y dejó la habitación sin hacer el menor ruido.