Una ciudad no enana
Los seis compañeros acababan de entrar por la abertura que habían excavado en la piedra y estaban allí con expresión uniforme de estupor. Se encontraban de espaldas a la pared de una gigantesca caverna que albergaba una ciudad magnífica y muy antigua. En torno a ellos se elevaban enormes estructuras: un trío de pirámides escalonadas a su derecha, y una serie de hermosas torres a la izquierda, todas interconectadas con pasarelas aéreas, y las esquinas adornadas con torretas más pequeñas, gárgolas y minaretes. Enfrente tenían un grupo de edificios más pequeños que rodeaban un antiguo estanque que todavía contenía agua estancada, y muchas plantas que trepaban por la muralla de piedra que se extendía alrededor.
Las plantas próximas al estanque y esparcidas por toda la caverna, los hongos luminosos tan comunes en la Antípoda Oscura, proporcionaban una luz mínima más allá de las antorchas que sostenían Torgar y Thibbledorf, y por supuesto, Regis, que no soltaba la suya. Sin embargo, el estanque y la arquitectura circundante apenas conseguían retener su atención en ese momento, porque más allá de los edificios asomaba la estructura que las dominaba a todas, un edificio abovedado que podía ser un castillo, una catedral o un palacio. Muchas escaleras de piedra llevaban al frente del lugar, donde una hilera de columnas gigantescas soportaba un pesado frontispicio de piedra. En la sombría oquedad, los seis pudieron distinguir unas puertas enormes.
—Gauntlgrym —dijo Bruenor varias veces entre dientes, con los ojos llenos de lágrimas.
Menos dispuesto a hacer semejante pronunciamiento, Drizzt siguió estudiando la zona. El terreno estaba agrietado, pero no excesivamente, y pudo ver que estaba pavimentado con piedras planas, trabajadas y encajadas para definir avenidas específicas que se abrían paso entre los muchos edificios.
—Los enanos tenían gustos diferentes por aquel entonces —observó Regis. «Y con razón», pensó Drizzt.
De hecho, la ciudad no se parecía a ninguna ciudad enana que hubieran conocido. Ninguna construcción de Cairn, en el Valle del Viento Helado, ni de Mirabar, Felbarr o Mithril Hall tenía una altura comparable ni siquiera con la menor de las muchas estructuras grandiosas que los rodeaban, y el edificio principal que tenían ante sí era incluso más grande que cualquiera de las grandes casas estalagmíticas de Menzoberranzan. «Ese edificio es más propio de Aguas Profundas —pensó—, o de Calimport y los maravillosos palacios de los pachás.»
Cuando la conmoción y la admiración iniciales empezaron a desvanecerse, los enanos se dispersaron un poco y se separaron de la pared. Drizzt se fijó en Torgar, que puso una rodilla en tierra y empezó a escarbar entre dos piedras. Sacó un poco de tierra y, después de probarla, la escupió, meneando la cabeza con expresión preocupada.
Drizzt miró entonces a Bruenor, que parecía ajeno a sus compañeros y caminaba como atontado hacia la gigantesca estructura, como movido por fuerzas invisibles.
El drow comprendió que así era. Tiraban de él el orgullo y la esperanza de que realmente fuera Gauntlgrym, la fabulosa ciudad de sus ancestros, más gloriosa de lo que la había imaginado, y de que allí pudiera encontrar las respuestas que buscaba a la pregunta de cómo derrotar a Obould.
Thibbledorf Pwent caminaba detrás de Bruenor, mientras Cordio se acercaba a Torgar y los dos entablaban una conversación en voz baja.
Drizzt sospechó que tenían dudas.
—¿Es Gauntlgrym? —preguntó Regis al drow.
—Pronto lo sabremos —respondió Drizzt, poniéndose en marcha detrás de Bruenor.
Pero Regis lo sujetó por el brazo y lo obligó a darse la vuelta.
—No parece que tú lo creas —dijo el halfling en voz baja.
Drizzt paseó la mirada por la caverna, invitando a Regis a imitarlo.
—¿Has visto alguna vez estructuras como éstas?
—Por supuesto que no.
—¿No? —preguntó Drizzt—. ¿O quieres decir que no has visto estructuras como éstas en un entorno como éste?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Regis, pero no dijo nada más, y sus ojos se abrieron, asombrados. Drizzt supo que se había dado cuenta.
Ambos apuraron el paso para alcanzar a Torgar y a Cordio, que se acercaban rápidamente a los dos primeros.
—Examinad los edificios mientras pasamos —indicó Bruenor, dirigiéndose a Pwent y Torgar—. Elfo, tú ocupa el flanco, y tú, Panza Redonda, no te separes de mí y de Cordio.
Al pasar por los portales, Pwent y Torgar, uno por vez, los empujaban hacia dentro de una patada o entraban rápidamente por los que ya estaban abiertos, mientras Bruenor continuaba su paseo, pero con más lentitud, hacia la enorme estructura, con Regis aparentemente pegado a él. Cordio, en cambio, se quedaba un poco rezagado, lo bastante cerca como para auxiliar a cualquiera de los otros tres enanos que estuviera en un apuro.
Drizzt, desplazándose hacia las sombras del flanco derecho, las examinaba con rápidas miradas mientras prestaba atención especialmente a las más espesas. Por supuesto, quería desentrañar el misterio del lugar, pero su preocupación primordial era comprobar que ningún monstruo residente en la extraña ciudad hiciera una repentina e inesperada aparición.
Drizzt había vivido en la Antípoda Oscura lo suficiente para saber que pocos lugares que ofreciesen un refugio tan bueno permanecían deshabitados durante mucho tiempo.
—¡Una forja! —gritó Thibbledorf Pwent desde uno de los edificios, uno que, según observó Drizzt, tenía la parte trasera abierta, como solían tenerla las fraguas en las comunidades de la superficie—. ¡He encontrado una forja!
Bruenor se detuvo apenas un momento antes de reanudar la marcha hacia el enorme edificio, con una ancha sonrisa y paso más rápido. Los otros enanos y Regis, incluso Pwent que lucía una sonrisa tonta, se dieron prisa para alcanzarlo, y cuando Bruenor puso un pie en el primer escalón, los cinco estaban reunidos.
Las escalinatas eran más anchas que altas, y si bien tenían nueve metros de altura, su extensión hacia uno y otro lado de Bruenor era prácticamente el doble. En el extremo de la derecha, Drizzt se movió rápidamente para ponerse a la cabeza de los demás. Silencioso como una sombra y casi invisible bajo la escasa luz, subió como una centella, y Bruenor apenas había llegado al décimo escalón cuando Drizzt ya había alcanzado el último y se había introducido entre las sombras más profundas del soportal.
Al llegar allí, el drow vio que no estaban solos y que el peligro acechaba a sus amigos, porque detrás de uno de los pilares del centro asomaba una monstruosa criatura diferente de todo lo que había visto Drizzt hasta entonces. Aquel humanoide calvo, alto y nervudo era más negro que un drow, si eso era posible.
Fácilmente, triplicaba la estatura de Drizzt, tal vez incluso la cuadruplicaba, e irradiaba una aura de tremendo poder, la fuerza de un gigante de la montaña, enorme, monstruoso y brutal, a pesar de su forma esbelta. Además se movía con una velocidad sorprendente.
Apostada en las vigas del soportal, por detrás y por encima de Drizzt, otra bestia de las sombras estudiaba al grupo que se aproximaba. Aquel volador nocturno tenía el aspecto de un murciélago, aunque enorme y totalmente negro, y percibió los movimientos, en especial los del drow y los del monstruo, uno de sus cohabitantes del plano de la sombra, una temible criatura a la que se conocía como caminante de la noche.
—¡Bruenor! —gritó Drizzt cuando el gigante empezó a moverse.
Al oír su advertencia, los enanos reaccionaron en seguida, especialmente Thibbledorf Pwent, que de un salto se colocó delante de su rey en actitud defensiva.
Y cuando el gigantesco y negro caminante de la noche apareció, con sus seis metros de músculo y terror, Thibbledorf Pwent le sostuvo la mirada paralizante y, con un aullido de deleite propio de un battlerager, cargó contra él.
Consiguió dar unos tres pasos escaleras arriba antes de que el caminante de la noche se inclinara y estirara sus largos brazos, más parecidos por sus proporciones a los de un gran mono que a los de un ser humano. Las gigantescas manos negras se cerraron sobre el feroz enano y sus largos dedos lo envolvieron.
Pataleando y debatiéndose como un niño en brazos de su padre, Pwent fue levantado por los aires.
Bruenor, que iba detrás de él, no pudo moverse con la rapidez suficiente para impedirlo, y Cordio empezó a formular un conjuro, mientras Regis y Torgar ni siquiera se movieron, apresados ambos por la mirada mágica del poderoso gigante, que los dejó temblorosos y respirando entrecortadamente.
Ese habría sido el repentino final de Thibbledorf Pwent, sin duda, porque el caminante de la noche podía hacer polvo la piedra sólida entre sus dedos, de no haber aparecido en lo alto de la escalinata, por la derecha, Drizzt Do’Urden, que dio un salto, esgrimiendo las cimitarras. Descargó un feroz corte cruzado sobre el antebrazo izquierdo del monstruo y sus hojas mágicas atravesaron carne y músculo.
A causa de la sacudida, el caminante de la noche dejó caer su mano izquierda, y así perdió la mitad de la fuerza con que aplastaba al enano, que no paraba de moverse. Entonces, el monstruo optó por la segunda de las opciones que le parecieron más adecuadas, y en lugar de aplastar a Thibbledorf Pwent, lo tiró por los aires lo más alto y lejos que pudo.
El grito de Pwent cambió de tono como el chillido de un halcón que se precipitara, y fue a golpear contra el frente de la bóveda del soportal, a unos doce metros del suelo. De todos modos, tuvo la presencia de ánimo necesaria para clavar sus guanteletes de púas contra la bóveda, y la suerte quiso que quedara prendido con fuerza en la unión de dos piedras y permaneciera allí colgando, impotente, pero vivo.
Abajo, Drizzt aterrizó sobre la escalinata, a casi cuatro metros del punto de partida de su salto, y sólo su rapidez y su gran agilidad lo salvaron de sufrir un daño grave al caer a cuatro patas. Absorbió el impulso y conservó incluso la presencia de ánimo para golpear a Torgar de plano con una espada al pasar.
Torgar parpadeó y recuperó un poco el sentido, y se volvió a mirar al drow, que pasaba corriendo.
Drizzt consiguió parar, por fin, y girar en redondo para ver a Bruenor lanzándose como una flecha por entre las patas del caminante de la noche y dando un corte con el hacha contra una de ellas. El monstruo rugió; fue un aullido extraño, de otro mundo, que cambió de tono muchas veces, como si varias criaturas diferentes se hubieran expresado con el mismo sonido.
Una vez más, el caminante de la noche se movió con velocidad engañosa, y retorciéndose, se volvió y levantó un pie para aplastar al enano.
Bruenor, sin embargo, lo vio venir y se echó hacia atrás en el otro sentido. Incluso fue capaz de lanzar un tajo a la otra pierna mientras pasaba dando tumbos. El pie del caminante nocturno sólo dio en una piedra, pero la partió y la hizo trizas.
Drizzt se apresuró a reunirse con su amigo, pero notó un movimiento a su derecha que no podía desatender. Al mirar a Thibbledorf, que seguía colgando del techo, agitando las piernas y maldiciendo, vio a la gigantesca criatura con aspecto de murciélago. Ésta se dejó caer desde la bóveda, desplegando unas alas negras de doce metros de envergadura, e inició el vuelo. El aire reverberó delante de ella incluso antes de que empezara y lanzó una oleada de devastadora energía mágica que golpeó al drow con una fuerza tremenda.
Drizzt sintió que el corazón se le paraba, como si se lo hubiera apretado una mano gigantesca. Los ojos empezaron a sangrarle y lo vio todo negro. Vaciló y se tambaleó, y supo que estaba indefenso ante aquel volador nocturno que se le venía encima.
Pudo ver, pero no de una manera consciente, que Thibbledorf Pwent se hacía un ovillo contra la bóveda y afirmaba los pies en la piedra.
Torgar Hammerstriker, orgulloso guerrero de Mithril Hall, cuya familia había servido a los distintos marqueses de Mirabar a lo largo de generaciones, y que había marchado valientemente de aquella ciudad a Mithril Hall, aliándose con el rey Bruenor, no podía creer el susto que tenía en el cuerpo. Torgar Hammerstriker, que se había lanzado de cabeza contra un ejército de orcos, que había luchado contra gigantes y descomunales gusanos moteados, que una vez se había enfrentado a un dragón, se maldijo por haberse quedado paralizado de miedo ante el monstruo de piel negra.
Vio que Drizzt vacilaba y se tambaleaba, y notó el vuelo en picado del gigantesco murciélago. Pero se dirigió hacia Bruenor, sólo hacia Bruenor, su rey, que enarbolaba la gran hacha sobre su cabeza.
Cuando pasó a toda velocidad al lado de Cordio Carabollo, éste lanzaba el primero de sus conjuros; creó una ola mágica que infundió a Bruenor fuerza adicional para que el próximo golpe de su hacha de muchas muescas diera un tajo un poco más profundo. También Cordio se volvió para hacer frente a la arremetida del volador nocturno y se dio cuenta de inmediato de que había robado las fuerzas a Drizzt. El enano inició otro conjuro, pero no estaba seguro de que pudiera hacerlo a tiempo.
Pero Thibbledorf Pwent lanzó su propio tipo de conjuro, una magia de battlerager. Rugiendo, desafiante, el ya vapuleado enano hizo palanca con las piernas y consiguió liberar las púas de sus guanteletes incrustadas en la piedra. Tras un chirrido escalofriante, Pwent salió volando desde la bóveda, ejecutando una combinación de torsión y salto mortal.
Justo lo hizo cuando el volador nocturno pasaba planeando por debajo de él. Cayó encima de la criatura y se adhirió firmemente a ella con las púas metálicas de sus puños.
La bestia perdió altura bajo el peso del enano que había aterrizado sobre ella y lanzó un chillido de protesta que acabó con una gran inhalación de aire. Pwent sintió que lo invadía un frío que no era el frío de la muerte, sino un frío mágico, como si hubiera saltado no sobre un murciélago vivo, gigantesco, sino sobre el mismísimo Gran Glaciar.
El volador nocturno empezó a balancear la cabeza, pero Pwent fue más rápido. Metió para adentro la barbilla y tensó todos los músculos del cuerpo para impulsarse hacia adelante y hacia abajo, clavando la púa de la cabeza en la base del cráneo de la criatura. La pura fuerza del movimiento del enano hizo que el monstruo echara la cabeza hacia atrás y mirara al frente mientras ejecutaba su magia. El ser alado lanzó ante sí un cono de aire congelante.
Por desgracia para el gigante humanoide, en ese momento se encontraba en el camino del devastador cono de frío.
El monstruo emitió un rugido de protesta y trató de parar con los brazos el aliento cegador y doloroso. Una escarcha blanca se formó por encima de la negra piel de su cabeza, brazos y pecho, y por puro reflejo, el gigante soltó un puñetazo justo cuando el frenético murciélago pasaba volando a su lado, le dio de lleno en la base del ala, lo que hizo que la criatura y el enano se desplomasen en caída libre por encima de la escalinata y hacia las torres. Esquivaron el tejado de un edificio y, tras estrellarse contra otro, cayeron formando un montón desmadejado.
Thibbledorf Pwent en ningún momento dejó de gritar, de maldecir, ni de dar patadas.
Drizzt trataba de abrirse camino a través del dolor y se enjugó los ojos llenos de sangre. No tuvo tiempo de ir a ver lo que había pasado con Pwent y con el murciélago gigantesco.
Ninguno de ellos lo tuvo, pues el gigante de piel negra no estaba derrotado ni mucho menos.
Bruenor y Torgar corrían por la escalinata, castigando las piernas como troncos del gigante con sus magníficas armas, y de hecho ya podían verse varios cortes en las extremidades de los que rezumaba un líquido grisáceo que humeaba al caer al suelo. Drizzt se dio cuenta de que tendrían que inferir al gigante un centenar de heridas antes de derribarlo, y si el monstruo conseguía golpear de lleno a uno de ellos una sola vez…
Drizzt hizo una mueca cuando el caminante de la noche lanzó una patada y alcanzó de refilón a Torgar, que lo esquivó, pero a pesar de todo, el golpe bastó para hacer que saliera rodando por la escalinata de piedra y se le escapara el hacha que llevaba en la mano. Consciente de que Bruenor solo no podría resistir contra la bestia, Drizzt se dispuso a acudir en su ayuda, pero se tambaleó, pues todavía estaba débil y herido, desorientado por el ataque mágico de la criatura voladora.
El drow sintió, entonces, otro embate mágico, una oleada de energía apaciguante y sanadora, y mientras reiniciaba su camino hacia donde estaba Bruenor, no dejó de echar una rápida mirada agradecida a Cordio.
En tanto lo hacía, observó que Regis simplemente se alejaba, hablando solo, como olvidado de todo lo que sucedía a su alrededor.
En cuanto a Pwent, el drow no tuvo tiempo de preocuparse por él, y cuando volvió a centrar la atención en su gigantesco objetivo, hizo una mueca de miedo al ver que el monstruo bajaba una mano enorme dejando en el aire un rastro negro y más que opaco. Esa negrura tenía dimensión.
Era una puerta mágica, en cuyos remolinos incitantes se vislumbraban formas en movimiento.
Drizzt se animó al ver que Bruenor daba un contundente golpe que a punto estuvo de hacer tropezar al gigante cuando levantó un pie para aplastarlo. El caminante de la noche lanzó un aullido y se cogió el pie herido, de modo que el enano tuvo tiempo de ponerse a salvo y, lo más importante, Torgar, de volver a subir la escalinata, aunque cojeando.
Drizzt, sin embargo, había frenado su propio avance. Con las advertencias de los sacerdotes resonando todavía en sus oídos, el drow sacó su figurita de ónice. Los peligros eran evidentes: la inestabilidad de la región, la aparición de una puerta que daba al plano de las sombra. Pero cuando la primera forma demoníaca empezó a salir por el humeante portal, Drizzt supo que no tenían probabilidades de ganar sin ayuda.
—¡Ven a mí, Guenhwyvar! —gritó, y dejó caer la estatuilla sobre la piedra—. Te necesito.
—¡Drizzt! ¡No! —gritó Cordio, pero era demasiado tarde. La niebla gris que se convertiría después en pantera había empezado a formarse.
Torgar pasó corriendo junto al drow, subiendo los escalones de dos en dos. Se desvió del camino que lo llevaba hacia el monstruo para interceptar a la primera criatura de sombra que salía del portal. Parecía un humano demacrado, vestido con harapos de color gris oscuro. Torgar saltó sobre él, y manejando el hacha con las dos manos, descargó un poderoso golpe. La criatura, un demonio aterrador, interpuso un brazo que dejaba a su paso zarcillos humeantes.
El hacha dio en el blanco, pero la mano de la criatura golpeó al enano en el hombro. Su toque entumecedor impregnó a Torgar y le robó fuerza vital. Pálido y debilitado, el enano retiró el hacha, le imprimió un movimiento giratorio en sentido opuesto y dio un segundo golpe que mandó al demonio aterrador de vuelta a su portal humeante.
Sin embargo, ya había otro dispuesto a ocupar su lugar, y a Torgar empezaron a fallarle las piernas. No tenía fuerzas para atacar, de modo que trató de afirmarse para responder a la aproximación de la criatura.
Esto le planteó a Drizzt un dilema, porque si bien Torgar evidentemente necesitaba su ayuda, también Bruenor la requería allá arriba, donde el gigante se movía con determinación para cortarle las vías de escape.
No obstante, no tuvo que hacer su elección, porque apareció un destello de negrura y el tiempo pareció detenerse durante unos segundos.
Era como si la luz se hubiera vuelto oscuridad, y la oscuridad, luz, de modo que el gigante se veía ahora de color gris claro, lo mismo que Drizzt, mientras que las caras de los enanos parecían oscuras. Todo se invirtió. Las antorchas ardían con luz negra, y un hálito de sorpresa envolvió tanto a las criaturas de sombra como a los compañeros.
El rugido de Guenhwyvar rompió el encantamiento.
Cuando Drizzt se volvió a mirar a su querida compañera, su esperanza se transformó en horror, porque Guenhwyvar, más blanca que él o que el monstruo, parecía a medio formar, y se alargó al saltar sobre el segundo de los demonios emergentes, como si en cierto modo arrastrara su portal mágico con su forma. Cayó sobre el demonio y volvió con él al portal de sombra, y cuando esos dos portales se fundieron en un tejido sobrenatural de energías enfrentadas, se produjo otro estallido cegador de negra energía. El demonio emitió una protesta sibilante, y el rugido de Guenhwyvar sonó lleno de dolor.
El monstruo también aulló, en una agonía evidente. El portal se estiró, se retorció y trató de asir a la gigantesca criatura de sombra, como para llevarla a casa.
Forzando la vista para ver entre la miríada de formas que fluían libremente, Drizzt se dio cuenta de que no era para llevarla a casa, sino para tragársela, y los aullidos del monstruo no hicieron más que confirmar que el asalto de los portales deformados no era un abrazo placentero.
No obstante, el gigante impuso su fuerza y los portales se desvanecieron. La luz volvió a ser la luz normal de las antorchas y de los líquenes, y todo recuperó el aspecto que tenía antes de que el gigante activara su portal y Drizzt respondiera con el suyo.
Pero ahora el monstruo estaba herido. Era evidente que le costaba mantener el equilibrio, se tambaleaba. Además, no todos habían quedado paralizados por los sorprendentes acontecimientos de las puertas emergentes y de los vertiginosos juegos de luz y sombra.
En lo alto de la escalinata, el rey Bruenor Battlehammer supo aprovechar la oportunidad. Bajó como un canto rodado, saltó hasta el borde de un escalón y se impulsó tan alto y lejos como pudo con sus cortas piernas.
Drizzt cargó contra el monstruo, llamando su atención con el vertiginoso movimiento de sus cimitarras y con un penetrante grito de guerra. La criatura tenía centrada toda su atención en él cuando el hacha de Bruenor, sujeta con ambas manos, le asestó un golpe en la espina dorsal.
El monstruo echó los hombros hacia atrás, llevado por la sorpresa y el dolor, con los codos pegados a las costillas, mientras los antebrazos y los largos dedos se agitaban y trataban de asirse al aire.
El ataque de Drizzt se concretó, se centró, y fue directo a la pierna más herida del gigante, donde sus cimitarras abrieron múltiples surcos mientras él pasaba a todo correr.
La criatura giró para seguir los movimientos del drow, y Bruenor no pudo sostenerse. Su hacha seguía profundamente clavada en la espalda del gigante cuando el enano salió volando escaleras abajo. Cayó hecho un guiñapo, pero Cordio estaba allí para infundirle oleadas de magia sanadora.
El gigante hizo una mueca y se tambaleó, y Drizzt, tras ponerse fuera de su alcance, se giró rápidamente, dispuesto a volver al ataque.
Sin embargo, se detuvo cuando vio una niebla sospechosa que brotaba de la figurita tirada en la escalinata.
El gigante se afirmó otra vez. Echó la mano hacia atrás, tratando de arrancarse el hacha del enano, pero no pudo alcanzarla. Más abajo, Torgar intentó incorporarse para volver a la lucha, pero las piernas no lo sostuvieron y cayó nuevamente al suelo. Tampoco de Bruenor podía esperar Drizzt una ayuda inmediata; ni de Cordio, que estaba atendiendo el rey enano.
Por otra parte, a Regis lo había perdido de vista.
Renunciando a arrancarse el hacha, el monstruo se volvió y lanzó a Drizzt una mirada de odio. El drow sintió el influjo de una oleada de energía, y por un instante, llegó a olvidar dónde se encontraba y lo que estaba sucediendo. En ese lapso de tiempo, pensó incluso en lanzarse contra los enanos considerándolos sus enemigos mortales.
Pero el conjuro, un desconcertante encantamiento de confusión, no pudo adueñarse del veterano elfo oscuro tal como lo había hecho con Regis, y Drizzt saltó hacia un lado y se puso al mismo nivel del gigante, cediendo el terreno más alto para limitar las opciones de ataque de la criatura. Era preferible obligarlo a que tratara de alcanzarlo, y todavía mejor, hacer que intentara pisarlo o darle un puntapié.
Eso fue precisamente lo que hizo el gigante: levantó una pierna.
Y Guenhwyvar hizo lo que Drizzt quería: saltó sobre la otra pierna que sostenía a la bestia y la alcanzó en la corva.
Drizzt se lanzó a la carga, obligando al gigante a retorcerse, o a intentarlo al menos, para no quedarse atrás. Los brazaletes mágicos que el drow llevaba en los tobillos le permitieron acelerar de repente, adelantándose al pie con que trataba de aplastarlo, e inmediatamente giró en redondo y lanzó un tajo a la pantorrilla de la pierna avanzada. El gigante se retorció y trató de darle un puntapié, pero Guenhwyvar cerró sus poderosas garras sobre la parte trasera de la rodilla y desgarró con sus dientes felinos el negro músculo.
La pierna cedió, y el gigante, manoteando, cayó de espaldas por la escalinata y aterrizó con gran estrépito de huesos rotos.
El pobre Torgar, todavía inconsciente, se salvó por un pelo de morir aplastado.
Drizzt salió disparado y saltó encima de la criatura. La recorrió de pies a cabeza para llegar hasta el cuello antes de que tuviera tiempo de protegérselo con los brazos. Encontró menos resistencia de la que esperaba, ya que la caída había hecho que el hacha de Bruenor se le clavara más aún y le seccionara la espina dorsal.
El monstruo quedó indefenso, y Drizzt no tuvo piedad. Cruzó su enorme pecho. Tenía la cabeza echada hacia atrás debido al ángulo de la escalera, con lo cual el cuello quedaba totalmente expuesto.
Un momento después, saltó del gorgoteante y moribundo monstruo, y aterrizando ágilmente en las escalinatas, a todo correr se dirigió hacia donde estaban tirados el gigantesco murciélago y Pwent. Allí nada se movía. Aparentemente, el combate había terminado; pero de repente Drizzt vio que una de las coriáceas alas se agitaba. Hizo una mueca, pensando que el monstruo estaba vivo aún.
Sin embargo, lo que vio fue a Pwent, que entre gruñidos trataba de desembarazarse del cuerpo muerto.
Drizzt volvió por donde había venido, pensando en ir en busca de Regis, pero antes de que pudiera empezar siquiera, Regis apareció entre los edificios caminando rápidamente hacia el grupo, con la maza en la mano y ruborizado ante lo embarazoso de la situación.
—Me robó la fuerza, mi rey —estaba diciendo Torgar Hammerstriker cuando Drizzt, seguido por Guenhwyvar, volvió a donde estaban los tres enanos—. Fue como si me arrancara la espina dorsal.
—Un demonio —explicó Cordio, que todavía seguía ocupado con el contusionado Bruenor, a quien le estaba curando una herida en el cuero cabelludo—. ¡Su contacto gélido roba hasta la fuerza interior y puede incluso matarte si te roba la fuerza suficiente! Animaos, estaréis bien dentro de poco.
—¿Y mi rey también? —preguntó Torgar.
—¡Bah! —gruñó Bruenor—. Me he llevado golpes más fuertes al caer de mi trono después de una buena bendición a Moradin.
»¡Una noche de hidromiel sagrada me hace más daño del que pueda haberme hecho esa cosa!
Torgar se acercó al gigante muerto y trató de levantarlo por el hombro. Se volvió a mirar a los demás, meneando la cabeza.
—Se van a necesitar por lo menos diez para recuperar tu hacha —dijo.
—Entonces, coge la tuya y ábrete camino a través de esa maldita cosa —ordenó Bruenor.
Torgar estudió al gigante primero y después contempló su gran hacha. Hizo un «hum» y se encogió de hombros; se escupió en las dos manos y levantó el hacha.
—No me va a llevar mucho tiempo —prometió—, pero ten cuidado con el hacha cuando te la entregue, porque el mango estará resbaladizo.
—No; forma costra cuando se seca.
La voz llegó de la derecha, y el grupo se volvió y se encontró con Thibbledorf Pwent, que sin duda sabía de qué hablaba.
Estaba cubierto de sangre después del puyazo que le había dado al monstruo alado, y un resto del cerebro de la criatura colgaba todavía de la gran pica de su yelmo, por la cual se deslizaban lentamente pellones de los sanguinolentos sesos.
Para corroborar su afirmación, Pwent alzó la mano y empezó a abrirla y cerrarla, haciendo ruidos a la vez fangosos y crujientes.
—¿Y a ti qué te ha pasado? —preguntó Pwent a Regis al acercarse éste—. Encontraste algo a que atacar ahí atrás, ¿verdad?
—No lo sé —respondió el halfling con sinceridad.
—¡Bah!, deja al pequeño —le dijo Bruenor a Pwent, y con la mirada extendió la advertencia a los demás—. No hay nada capaz de hacer huir a Panza Redonda.
—No sé lo que ha pasado —le dijo Regis a Pwent, e incluyó a todos los demás cuando miró en derredor—. No sé nada de nada.
—Ha sido magia —dijo Drizzt—. Las criaturas estaban poseídas por poderes más que físicos, como suele ser el caso con los seres de otros planos. Uno de esos conjuros atacaba a la mente. Un conjuro de desorientación.
—Eso es cierto, elfo —concedió Cordio—. Ha demorado la formulación de mis conjuros.
—¡Bah!, yo no he sentido nada —dijo Pwent.
—Atacaba a la mente —indicó Bruenor—. Tú estabas bien defendido.
Pwent hizo una pausa y se quedó sopesando aquello unos instantes antes de romper a reír.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Torgar, por fin, tras encontrar fuerzas para ponerse de pie, andar y contemplar todo lo que le rodeaba: la escultura, los extraños diseños.
—Gauntlgrym —afirmó Bruenor con una mirada intensa en los relucientes ojos oscuros.
—Entonces, Gauntlgrym era una ciudad de la superficie —dijo Torgar.
Bruenor lo miró como queriendo comérselo.
—Este lugar estaba en la superficie, mi rey —respondió Torgar a esa mirada—. Todo él. Este edificio y también aquéllos. Esta plaza, cubierta de piedras para no pisar el barro o el deshielo primaveral… —Miró a Cordio, y luego a Drizzt, que asintió—. Algo debe de haber socavado la tundra debajo de ella. Se produjo un hundimiento, y este lugar quedó sepultado en las profundidades de la tierra.
—Y los deshielos aportan agua todos los años —añadió Cordio, apuntando hacia el norte—. Arrastran el barro, cubo a cubo, pero dejan las piedras a su paso.
—Tu respuesta está en el techo —explicó Torgar, señalando hacia lo alto—. ¿Puedes encender una luz allá arriba, sacerdote?
Cordio asintió y se apartó de Bruenor. Empezó otra vez a formular conjuros; hizo movimientos ondulantes con los brazos hasta que creó un globo de luz en el techo de la caverna, justo en el punto donde se unía con la parte superior de un gran edificio delante de ellos. La luz reveló algunos signos muy claros, que confirmaban las sospechas de Torgar.
—Raíces —explicó el enano de Mirabar—. No puede haber ni un metro entre la superficie y el techo de ese edificio. Y esos edificios más altos están haciendo de soporte para mantener el techo en pie. La maraña de raíces y el suelo congelado hacen el resto. Toda la ciudad se hundió, te lo aseguro, porque esos edificios no fueron construidos para la Antípoda Oscura.
Bruenor miró el techo, luego miró a Drizzt, y lo único que encontró fue un gesto del drow asintiendo a lo que decía Torgar.
—¡Bah! —dijo Bruenor con descreimiento—. Gauntlgrym se parecía a Mirabar, tú deberías saberlo bien. Así pues, ésta debe ser la parte de arriba del lugar, y tiene que haber más abajo.
»Sólo debemos buscar un conducto que nos lleve a los niveles inferiores, algo parecido a la cuerda y el carrito que tú tenías en Mirabar. Veamos ahora qué es este gran edificio, un edificio importante. Creo que podría ser un salón del trono.
Torgar asintió y Pwent se adelantó a Bruenor para abrir la marcha subiendo la escalinata, con Cordio pisándole los talones.
Torgar, sin embargo, se quedó rezagado, algo que a Drizzt no le pasó desapercibido.
—No tiene nada que ver con Mirabar —les susurró el enano a Drizzt y a Regis.
—¿Una ciudad enana en la superficie? —preguntó Regis.
Torgar se encogió de hombros.
—No lo sé. —Se puso a su lado y sacó algo que llevaba en su cinturón, algo que había cogido de la fragua que había encontrado al otro lado de la plaza—. Hay de esto a montones, y casi nada más —dijo.
Regis se quedó sin aliento, y Drizzt asintió, manifestando su acuerdo con la evaluación que había hecho el enano de la catástrofe que había golpeado a ese lugar, ya que en la mano Torgar sostenía un objeto absolutamente común en la superficie y del todo desconocido en la Antípoda Oscura: una herradura.
Después de mucho insistir, Drizzt consiguió que les permitieran a él y a Guenhwyvar, y no al ruidoso Thibbledorf, encabezar la marcha hacia el edificio. El drow y la pantera se deslizaron a uno y otro lado de las enormes puertas decoradas, puertas llenas de color y de metal reluciente, mucho más propias de un edificio construido a la luz del sol. El drow y el felino se fundieron con las sombras de la gran sala que los esperaba; avanzaban con una coordinación fruto de la práctica. No percibieron peligro alguno. El lugar parecía tranquilo y daba la impresión de que llevaba así mucho tiempo.
Sin embargo, no era un salón de audiencias, ni un palacio para un rey enano. Cuando entraron los demás y llenaron el lugar con la luz de las antorchas, se hizo evidente que aquello había sido una biblioteca y una galería. Un lugar para las artes y el aprendizaje.
Rollos descompuestos llenaban antiguos estantes de madera que cubrían las paredes de toda la sala, intercalados con tapices cuyas imágenes se habían desdibujado hacía tiempo, y con esculturas tanto grandes como pequeñas.
Esas esculturas dispararon las primeras alarmas entre los compañeros, especialmente en Bruenor, porque si bien algunas representaban a enanos en sus características actitudes guerreras y con sus atributos habituales, otras mostraban a guerreros orcos en orgullosas actitudes. Y las había además que reproducían a los orcos ataviados de forma poco habitual, con largas túnicas o con una pluma en la mano.
Destacaba entre todas una erigida sobre un pedestal en el otro extremo de la sala, directamente frente a las puertas. La imagen de Moradin, sólida y fuerte, fue reconocida de inmediato por los enanos.
Lo mismo ocurrió con la imagen de Gruumsh el tuerto, dios de los orcos, que se levantaba frente a la otra. Los dos aparecían mirándose con expresión que podría considerarse de desconfianza. Y el simple hecho de que Moradin no hubiese sido representado de pie encima del pecho del vencido Gruumsh hizo que todos los enanos la contemplaran con incredulidad.
Thibbledorf Pwent incluso farfulló algo ininteligible.
—¿Qué lugar era éste? —preguntó Cordio, expresando en voz alta la pregunta que todos tenían en mente—. ¿Qué sala? ¿Qué ciudad?
—Delzoun —musitó Bruenor—. Gauntlgrym.
—Pero entonces no se parece en nada a lo que cuentan las leyendas —dijo Cordio, y Bruenor lo miró con furia—. Yo diría que es más grandioso —añadió el sacerdote prestamente.
—Sea lo que fuera, era más grandioso, realmente —dijo Drizzt—. Y supera las expectativas que yo tenía cuando partimos de Mithril Hall. Pensé que encontraríamos un agujero en el suelo, Bruenor, o tal vez un asentamiento pequeño y antiguo.
—Ya te dije yo que era Gauntlgrym —replicó Bruenor.
—Si lo es, entonces es un lugar para estar orgulloso de tu herencia Delzoun —dijo el drow—. Si no lo es, descubramos otros logros de los que también puedas sentirte debidamente orgulloso.
La expresión obstinada de Bruenor se suavizó un tanto al oír esas palabras, y con una inclinación de cabeza a Drizzt, se adentró más en la sala. Thibbledorf iba pisándole los talones.
Drizzt miró a Cordio y a Torgar, que le agradecieron con un gesto la forma de tratar al voluble rey.
No era Gauntlgrym. Los tres lo sabían. Al menos no era el Gauntlgrym de la leyenda enana. Pero, entonces, ¿qué era?
No había mucho que fuera rescatable en la biblioteca, pero encontraron unos cuantos rollos que no habían sucumbido del todo al paso del tiempo. Ninguno de ellos podía leer la escritura del pergamino antiguo, pero había elementos capaces de dar algunas pistas sobre el oficio de los antiguos residentes, e incluso un tapiz que Regis creía que podía limpiarse lo suficiente como para que revelara ciertos indicios sobre lo que contenía. Reunieron su botín con gran cuidado; enrollaron y ataron el tapiz y envolvieron con escrupulosa atención los demás artículos en bolsas en las que habían llevado la comida que habían consumido hasta el momento.
En menos de una tarde, habían terminado de examinar la sala, y en casi otro tanto acabaron con una inspección superficial del resto de la caverna, sin encontrar nada digno de destacar. De forma repentina, y por insistencia de Bruenor, pusieron fin a su expedición. Poco después volvieron a la superficie por el pozo que les había permitido entrar. Los recibió una noche apacible, propia de finales de invierno. En cuanto amaneció, iniciaron el regreso a casa, donde esperaban encontrar algunas respuestas.