Capítulo 12


El orgullo de Nesme

—Yo confiaba en encontrar a la mujer antes de atravesar el último tramo hasta Nesme —le dijo Wulfgar a Catti-brie.

Su caravana se había detenido para reabastecerse en un indescriptible villorrio sin nombre que estaba todavía a un par de días de su destino, y el último de los que tenían previstos durante el viaje.

—Todavía hay más asentamientos —le recordó Catti-brie, pues en realidad los cocheros les habían dicho que pasarían por más casas aisladas en los dos días siguientes.

—Casas de cazadores y solitarios —replicó Wulfgar—. No son lugares adecuados para que Cottie se quedara en ellos con Colson.

—A menos que todos los refugiados permaneciesen juntos y decidieran fundar su propia comunidad.

Wulfgar respondió con una sonrisa escéptica, reflejo de lo que la propia Catti-brie pensaba al respecto, sin duda. Ella sabía igual que Wulfgar que encontrarían a Cottie Cooperson y a Colson en Nesme.

—Dos días —dijo Catti-brie—. En dos días tendrás a Colson en tus brazos otra vez, como es debido.

La expresión pesarosa de Wulfgar, acompañada incluso de una pequeña mueca, la cogió por sorpresa.

—No nos han hablado de ninguna tragedia por el camino —añadió la mujer—. Si la caravana en que viajaban Cottie y los demás hubiera sido atacada, ya se habría sabido en todos estos emplazamientos. Puesto que estamos tan cerca, podemos decir con confianza que las dos llegaron a Nesme felizmente.

—A pesar de todo, no me gusta ese lugar —dijo Wulfgar—. No tengo el menor deseo de volver a ver a Galen Firth ni a sus arrogantes compañeros.

Catti-brie se acercó y le puso una mano sobre el hombro.

—Recogemos a la niña y nos marchamos —dijo—. De prisa y con pocas palabras. Venimos con el respaldo de Mithril Hall y allí volveremos con tu niña.

La expresión de Wulfgar era hermética, y eso, por supuesto, no hacía más que reafirmar las sospechas de su compañía era de que algo no iba bien.

La caravana partió del villorrio antes del amanecer al día siguiente; las ruedas chirriaban sobre las desiguales roderas del perpetuo barrizal. De camino hacia el oeste, los Pantanos de los Trolls, aquellas fétidas ciénagas habitadas por tantas bestias detestables, parecían acecharlos desde el sur. Sin embargo, los cocheros y los más familiarizados con la región no parecían preocupados, y explicaban a menudo que las cosas se habían tranquilizado desde la derrota de los trolls contra los Caballeros de Plata de Alústriel y los valientes Jinetes de Nesme.

—Desde hace una década, el camino jamás ha sido tan seguro —insistió el jefe de la caravana.

—¡Vaya, qué pena! —replicó uno de los habituales de la segunda carreta—. ¡Esperaba que unos cuantos trolls o tipos de la ciénaga asomaran sus feas caras para poder ver en acción a los chicos del rey Bruenor!

Eso provocó grandes carcajadas en todos los que lo rodeaban, y una ancha sonrisa se formó en el rostro de Catti-brie. Miró a Wulfgar. No daba muestras de haber oído siquiera la observación.

Wulfgar y Catti-brie no estaban muy seguros de lo que podrían encontrar cuando la caravana tuviera a Nesme a la vista, pero en seguida supieron que no era la misma ciudad por la que habían pasado en su viaje de muchos años atrás para redescubrir Mithril Hall. Las escenas imaginadas de casas en ruinas y arrasadas por el fuego y de refugios precarios no los habían preparado para lo que realmente iban a ver, porque Nesme se había vuelto a levantar, a pesar de los vientos fríos del invierno.

La mayor parte de los escombros dejados por el ataque de los trolls habían sido retirados, y edificios más nuevos, más resistentes, más altos y con paredes más gruesas habían reemplazado a las estructuras antiguas. La doble muralla que rodeaba toda la ciudad estaba casi terminada, y estaba fortificada especialmente en la frontera sur, que era la que daba a los Pantanos de los Trolls.

Contingentes de jinetes armados y vestidos con armadura patrullaban la ciudad, y salieron a recibir a la caravana cuando todavía faltaba bastante para llegar a la puerta, nueva y más grande.

Nesme había vuelto a la vida, un testimonio de la resistencia y determinación absoluta que habían marcado las fronteras del progreso humano por todo Faerun. A pesar de los sentimientos negativos que les despertaba el lugar, debido a la recepción que les habían dispensado años antes, ni Wulfgar ni Catti-brie pudieron disimular su admiración.

—Se parece tanto a Diez Ciudades —dijo en voz baja Catti-brie, mientras la carreta se acercaba a la puerta—. No se dejan doblegar.

Wulfgar asintió levemente, manifestando su acuerdo, pero era evidente que estaba distraído en tanto seguía contemplando la ciudad.

—Tienen más población ahora que antes de los trolls —dijo Catti-brie, repitiendo algo que los conductores de la caravana ya les habían dicho a lo largo del camino—. El doble, según algunos.

Wulfgar no parpadeó, ni siquiera la miró. La mujer percibía su torbellino interior, y sabía que no tenía nada que ver con Colson. Al menos, no de una manera absoluta.

Hizo un último intento para llamar su atención.

—Nesme podría inspirar el crecimiento de otras ciudades a lo largo del camino hacia Luna Plateada. ¿No sería ésa una respuesta adecuada a la marcha de los sanguinarios trolls? No es descabellado pensar que la frontera septentrional pudiera reunir fuerzas suficientes para formar una milicia y ejercer presión sobre los pantanos librándose así de una vez por todas de las bestias.

—Podría ser —dijo Wulfgar en un tono que le demostró a las claras a Catti-brie que ni siquiera sabía a qué estaba dando su aprobación.

Las puertas de la ciudad, imponentes barreras que triplicaban la altura de un hombre de aventajada estatura y construidas de fuertes troncos de corteza negra unidos con pesadas bandas de metal, crujieron a modo de protesta cuando los centinelas de la ciudad las empujaron para permitir el acceso de la caravana a la plaza abierta de la ciudad. Al otro lado de esa muralla defensiva, Wulfgar y Catti-brie pudieron ver que la idea que se habían formado de Nesme no era una ilusión, porque ciertamente la ciudad era más grande y más impresionante que cuando la habían conocido años antes. Tenía un cuartel para oficiales para el alojamiento de una milicia más importante, un largo edificio de dos plantas que quedaba a la izquierda y se prolongaba a lo largo de la muralla defensiva meridional.

Delante de ellos se alzaba la estructura más alta de la ciudad, además de una torre singular que estaba en construcción dentro del cuadrante noroccidental. Dos docenas de escalones partían de la plaza principal, donde habían estacionado las carretas, en dirección opuesta a las puertas que daban al este.

En lo alto de esos escalones había un par de estrechos puentes paralelos, de poca extensión y fáciles de defender, que llevaban al nuevo ayuntamiento de Nesme. Como el resto de la ciudad, el edificio estaba en construcción, pero al igual que la mayoría, estaba preparado para soportar cualquier ataque lanzado desde los Pantanos de los Trolls por el sur, o por el rey Obould, por el norte.

Wulfgar se bajó de un salto de la parte trasera de la carreta y ayudó a bajar a Catti-brie, para que no cayera de golpe sobre su pierna herida. La mujer estuvo un momento allí parada, usando el brazo que él le ofrecía como apoyo, mientras estiraba la pierna dolorida y entumecida.

—La gente que buscáis puede estar en cualquier lugar de la ciudad —les dijo el carretero, acercándose a ellos y hablando en voz baja.

Él era el único de la caravana que estaba al corriente de la verdadera razón por la que Wulfgar y Catti-brie habían viajado a Nesme, para que nadie se fuera de la lengua y diera aviso a Cottie y a sus amigos a fin de que huyeran antes de que llegaran.

—No estarán en habitaciones comunes como las que visteis en Luna Plateada, ya que Nesme se va construyendo en torno a los recién llegados. Más de la mitad de la gente que veréis aquí acaba de llegar de otras partes, en especial de las tierras arrasadas por las hordas de Obould. También algunos Caballeros de Plata se quedaron con el consentimiento de la dama para estar más cerca del lugar donde es probable que haya enfrentamientos…

—Seguramente habrá escribientes que tomen nota de todo el que entra y dónde se acomoda —dijo Catti-brie.

—De ser así, los encontraréis allí —dijo el carretero, señalando el imponente ayuntamiento—. En caso contrario, lo mejor es frecuentar las tabernas después de los turnos de trabajo. La mayoría de los trabajadores acuden a ellas, y sólo son unas cuantas, y todas están a lo largo de una única avenida cerca del extremo sudoccidental. Si hay alguien que conozca el paradero de Cottie, lo encontraréis por allí.

Se difundió rápidamente por Nesme la noticia de que la caravana que acababa de llegar había traído a un par de visitantes notables. Cuando los rumores de la presencia de Catti-brie y Wulfgar llegaron a los oídos de los refugiados del grupo de Cottie Cooperson, éstos supieron de inmediato que su amiga corría peligro.

Así pues, para cuando Wulfgar y Catti-brie llegaron a la avenida de las tabernas, un par de amigos preocupados ya habían llevado subrepticiamente a Cottie y a Colson a la zona de los barracones y a la residencia privada del líder de la ciudad, Galen Firth.

—Ha venido a llevarse a la niña —le explicó Teegorr Reth a Calen mientras su amigo Romduul permanecía con Cottie y Colson en la antesala.

Galen Firth se reclinó en el butacón, detrás de su escritorio, estudiando la cuestión. Había sido una sorpresa para él, y no precisamente agradable, que la princesa y el príncipe humanos de Mithril Hall hubieran llegado a su ciudad. Había supuesto que vendrían en misión diplomática y, teniendo en cuenta quiénes eran los personajes, temía que no fuera una misión amistosa.

Mithril Hall había sufrido pérdidas por Nesme en las batallas recientes. ¿Acaso el rey Bruenor pretendería algún tipo de recompensa?

Calen jamás había mostrado una predisposición amigable hacia los enanos de Mithril Hall ni hacia esos dos.

—No puedes dejar que se la lleve —imploró Teegorr al líder nesmiano.

—¿Cuál es su pretensión? —preguntó Galen.

—Con tu permiso, señor, pero Cottie ha estado ocupándose de la niña desde que abandonó Mithril Hall. La ha tratado como si fuera su propia hija, y ha sufrido mucho.

—¿La niña?

—No, señor; Cottie —explicó Teegorr—. Perdió a los suyos, a todos los suyos.

—¿Y la niña es de Wulfgar?

—No; en realidad, no. Llevó la niña a Mithril Hall, con Delly, pero entonces Delly se la dio a Cottie.

—¿Con o sin el consentimiento de Wulfgar?

—¿Quién lo sabe?

—Wulfgar, supongo.

—Pero…

—Das por supuesto que Wulfgar ha venido a llevarse a la niña, pero ¿no podría ser que estuviera sólo de paso y quisiera ver cómo está? —preguntó Galen—. ¿O que estuviera aquí por otros motivos…, que tal vez ni siquiera esté enterado de que Cottie decidió asentarse en Nesme?

—Yo…, yo… no puedo asegurar nada, señor.

—O sea que supones. Muy bien, entonces. Que Cottie se quede aquí por ahora hasta que podamos determinar a qué ha venido Wulfgar.

—¡Oh, te damos las gracias!

—Pero no te equivoques, buen Teegorr: si la reclamación de Wulfgar tiene fundamento y quiere recuperar a la niña, debo acceder a su petición.

—Perdón, señor, pero Cottie tiene a veinte personas con ella.

Todas manos fuertes, que conocen la frontera y son capaces de luchar.

—¿Me estás amenazando?

—¡No, señor! —se apresuró a responder Teegorr—. Pero si Nesme no protege a los nuestros, ¿cómo van los nuestros a permanecer en Nesme?

—¿Qué me estás pidiendo? —inquirió Galen, alzando el tono de la voz—. ¿Debo ocultar un secuestro? ¿Quieres que Nesme se convierta en un refugio de criminales?

—No es tan sencillo —dijo Teegorr—. Delly Curtie le entregó la niña a Cottie, de modo que ella no es una secuestradora, y tiene derecho sobre Colson.

Eso aplacó un poco a Galen Firth. No pudo evitar una expresión de desdén porque no era ésa una lucha en la que quisiera entretenerse en ese momento. El clan Battlehammer y Nesme no tenían buenas relaciones, a pesar de que los enanos habían enviado guerreros para ayudar a los nesmianos. En el posterior devenir de los hechos, la reconstrucción de Nesme se había puesto por delante del deseo del rey Bruenor de volver a atacar a Obould, algo que evidentemente el feroz enano no había olvidado.

A esto se sumaba la antigua cuestión del trato que Bruenor y sus amigos, incluidos Wulfgar y Drizzt, el elfo oscuro, habían recibido la primera vez que habían pasado por Nesme años atrás, un desagradable enfrentamiento que había enfrentado a Galen Firth y los enanos.

Galen Firth tampoco pudo ocultar la sonrisa que se abrió paso en su expresión habitualmente solemne al pensar en las posibilidades que se le presentaban. No podía negar que le produciría cierta satisfacción contrariar a Wulfgar si se le ofrecía la oportunidad.

—¿Quiénes saben que habéis venido aquí? —preguntó Galen.

—¿A Nesme? —Teegorr lo miró con expresión de curiosidad.

—¿Quiénes saben que tú y tu amigo trajisteis aquí a Cottie y a la niña a mi casa?

—Algunos de los que cruzaron el Surbrin con nosotros.

—¿Y no van a decir nada?

—No —dijo Teegorr—. Entre nosotros no hay nadie que quiera que le quiten la niña a Cottie Cooperson. Ella ha sufrido mucho y ahora ha recuperado la paz, y es mejor para la niña que nada de lo que Wulfgar pueda ofrecerle.

—Wulfgar es príncipe de Mithril Hall —le recordó Galen—. Sin duda, un hombre de gran fortuna.

—Y Mithril Hall no es lugar para un hombre ni para una niña.

¡Especialmente para una niña! —sostuvo Teegorr—. No está mal para los enanos, pero no es lugar para criar a una niña.

Galen Firth se puso de pie.

—Mantenedla aquí —dijo—. Iré a ver a mi viejo amigo Wulfgar.

Tal vez esté en la ciudad por razones que no tengan nada que ver con la niña.

—¿Y si así fuere?

—Entonces, tú y yo no hemos tenido esta conversación —explicó Galen.

Apostó a un par de guardias ante las puertas de la antesala, con órdenes de no dejar pasar a nadie, y se llevó a otros dos consigo en su marcha por la ciudad que empezaba a sumirse en el crepúsculo hacia las tabernas y las salas comunes. Tal como esperaba, no tardó en encontrar a Wulfgar y a Catti-brie.

Estaban sentados a una mesa, cerca de la barra de la más grande de las tabernas, y escuchaban más que hablaban.

—¿Habéis venido a engrosar nuestra guarnición? —dijo Galen con gran exageración mientras se acercaba—. Siempre doy la bienvenida a unos brazos fuertes y a un arco letal.

Los dos amigos se volvieron a mirarlo, y sus caras, especialmente la del corpulento bárbaro, se endurecieron al reconocerlo.

—No podemos prescindir de la nuestra en Mithril Hall —replicó Catti-brie, educadamente.

—Los orcos no han sido rechazados —añadió Wulfgar, cuyo tono crispado se parecía más al de Galen Firth que el del propio Galen, y su insistencia en que Nesme tuviera preferencia no había influido poco en la decisión de no desalojar al rey Obould.

El resto de la gente de la ciudad también lo sabía, y no les pasó desapercibida la referencia. En la taberna se hizo el silencio al ver a Galen ante los dos hijos adoptivos del rey Bruenor Battlehammer.

—Todo a su debido tiempo —replicó Galen después de mirar en derredor para asegurarse de que tendría apoyo—. La Marca Argéntea es más fuerte ahora que Nesme ha surgido de sus ruinas. —Una ovación surgió en torno a él, y su discurso se convirtió en una proclamación—. Nunca más saldrán los trolls del cieno para amenazar las tierras al oeste de Luna Plateada ni los confines meridionales de vuestro propio Mithril Hall.

La expresión de Wulfgar se volvió más tensa ante la idea expresada de que Nesme servía como vanguardia de Mithril Hall, cuando en realidad habían sido los esfuerzos de Mithril Hall los que habían preservado lo poco que quedaba de la población de Nesme.

Eso era exactamente lo que pretendía Galen Firth, y sonrió, satisfecho, mientras Catti-brie ponía una mano en el enorme antebrazo de Wulfgar en un intento de hacer que se calmara.

—No se nos comunicó que mereceríamos semejante honor —dijo Galen—. ¿Es normal en el clan Battlehammer enviar emisarios sin anunciarlos previamente?

—No estamos aquí como enviados de Bruenor —respondió Catti-brie, indicándole al otro que se sentara a su lado, frente a Wulfgar.

El hombre retiró una silla, pero se limitó a darle la vuelta y poner un pie encima, lo cual hizo que quedara aún más por encima de los dos. Claro está que eso fue hasta que Wulfgar se puso de pie, porque entonces sus dos metros diez de estatura y su corpulencia le quitaron al otro toda la ventaja.

Sin embargo, Galen no se acobardó. Observó a Wulfgar con dureza, sosteniéndole la mirada.

—¿Cuál es el motivo de vuestra llegada, entonces? —preguntó en voz más baja y más insistente.

—Hemos venido como acompañamiento de una caravana —dijo Catti-brie.

—¿Los hijos de Bruenor se contratan como mercenarios? —preguntó, mirándola.

—Como voluntarios nos sumamos al esfuerzo colectivo —respondió la mujer.

—Era una manera de servir a los demás y atender al mismo tiempo nuestras propias necesidades —añadió Wulfgar.

—¿De venir a Nesme? —preguntó Galen.

—Así es.

—¿Por qué, si no es por Brue…?

—He venido a buscar a una niña, Colson, a la que se llevaron de Mithril Hall —declaró Wulfgar.

—¿Qué se la llevaron? ¿Indebidamente?

—Así es.

Detrás de Wulfgar hubo quienes hicieron comentarios. Galen los reconoció como amigos de Teegorr y Cottie, y presintió que no tardaría en haber problemas, lo cual no le parecía una posibilidad tan espantosa. En verdad, el hombre estaba interesado en probar sus fuerzas contra las del legendario Wulfgar, y además tenía guardias suficientes por allí como para asegurarse de no llevar las de perder en una trifulca.

—¿Cómo es que una niña fue raptada de Mithril Hall y cruzó el río en la embarcación del propio Bruenor? ¿Qué ruin complot desembocó en ese resultado?

—El nombre de la niña es Colson —intervino Catti-brie, al ver que Wulfgar y Galen Firth se acercaban el uno al otro—. Tenemos motivos para creer que ha sido traída a Nesme. De hecho, es muy seguro que así haya sido.

—Es cierto que hay niños aquí —admitió Galen Firth—. Llegaron con los diversos grupos de gente desplazada que vino en busca de comunidad y refugio.

—Nadie puede negar que Nesme abrió sus puertas a quienes lo necesitaban —replicó Catti-brie, y Wulfgar la fulminó con la mirada—. Un acuerdo mutuamente beneficioso para una ciudad que crece de día en día.

—Pero hay una niña aquí que no pertenece a Nesme ni a la mujer que la trajo —insistió Wulfgar—. He venido a recuperarla.

Alguien se movió con rapidez detrás de Wulfgar, que giró sobre sus talones, veloz como un elfo. Cruzó el brazo derecho para apartar a uno de los amigos de Cottie que pretendía asirlo con las dos manos y, a continuación, barrió con el suyo los brazos de aquel necio. Wulfgar lanzó la mano izquierda y agarró al hombre por la pechera de la guerrera. En un abrir y cerrar de ojos, el bárbaro tenía al hombre en el aire a medio metro del suelo y lo sacudía con una sola mano.

Wulfgar se volvió hacia Galen Firth y con un golpe de su brazo lanzó a un lado al tonto zarandeado, que quedó tambaleándose.

—Colson se marchará conmigo. Se la llevaron indebidamente, y aunque no albergo mala voluntad —dijo, e hizo una pausa para pasear su mirada penetrante por toda la habitación— hacia ninguno de los que estaban con la mujer a la que fue confiada, ni para la propia mujer tampoco, lo juro, me iré con la niña justamente recuperada.

—¿Cómo salió de Mithril Hall, una fortaleza de enanos? —preguntó Galen Firth, cada vez más molesto.

—Delly Curtie —dijo Wulfgar.

—La esposa de Wulfgar —explicó Catti-brie.

—¿No era entonces la madre de esa niña?

—Su madre adoptiva, ya que Wulfgar es el padre adoptivo de Colson —añadió Catti-brie.

Galen Firth dio un bufido, y muchos de los presentes maldijeron para sus adentros.

—Delly Curtie estaba bajo el influjo de una arma poderosa y malvada. No entregó a la niña por su propia voluntad.

—Entonces, debería estar aquí para dar testimonio de ello.

—Está muerta —dijo Wulfgar.

—Murió a manos de los orcos de Obould —añadió Catti-brie—. Después de entregarle la niña a Cottie Cooperson, huyó hacia el norte, hacia las líneas orcas, donde la descubrieron, la asesinaron y quedó congelada en medio de la nieve.

Galen Firth hizo una pequeña mueca de disgusto al oír aquello, y la mirada que le dirigió a Wulfgar era casi de simpatía. Casi.

—El arma la controlaba —dijo Catti-brie—, tanto cuando entregó a la niña como cuando corrió hacia una muerte segura. Es una espada detestable. Lo sé bien porque fue mía durante años.

Eso hizo que surgieran murmullos en toda la sala y que Calen la mirara con estupor.

—¿Y qué horrores perpetró Catti-brie bajo el influjo de semejante mal?

—Ninguno, porque yo controlaba el arma. El arma no me controlaba a mí.

—Pero Delly Curtie no estaba hecha de materia tan firme —dijo Galen Firth.

—No era una guerrera. No había sido criada por los enanos.

A Galen Firth no le pasó desapercibido el mordaz recordatorio de ambos hechos, de quiénes eran esos dos y de lo que respaldaba sus pretensiones.

Asintió y sopesó un momento las palabras.

—Es un relato interesante —dijo a continuación.

—Es una reclamación que debe ser debidamente satisfecha —dijo Wulfgar, entrecerrando los ojos e inclinándose de modo amenazador hacia el jefe de Nesme—. No esperamos de ti un juicio. Te exponemos las circunstancias y confiamos en que nos devuelvas a la niña.

—No estás en Mithril Hall, hijo de Bruenor —replicó Galen Firth con los dientes apretados.

—¿Te niegas a satisfacerme? —preguntó Wulfgar, y pareció que el bárbaro estaba a punto de estallar. Sus ojos azules destellaban de rabia.

Galen no se amilanó, aunque sin duda esperaba un ataque.

Una vez más intervino Catti-brie.

—Hemos venido a Nesme como acompañamiento de una caravana proveniente de Luna Plateada, como un favor de dama Alústriel —explicó, girando el hombro e interponiendo un brazo para frenar a Wulfgar, aunque, por supuesto, no podía tener esperanzas de impedir su ataque en caso de producirse—. Pues fue Alústriel, amiga del rey Bruenor Battlehammer, amiga de Drizzt Do’Urden, amiga de Wulfgar y de Catti-brie, la que nos dijo que podíamos encontrar a Colson en Nesme.

Galen Firth trató de mantenerse firme, pero sabía que estaba perdiendo terreno.

—Porque ella conoce bien a Colson, y sabe bien que Wulfgar es su legítimo padre —prosiguió Catti-brie—. Cuando se enteró de cuál era nuestro objetivo al dirigirnos a Luna Plateada, puso todos sus medios a nuestra disposición, y fue ella quien nos dijo que Cottie Cooperson y Colson habían viajado hacia Nesme.

»Nos deseó suerte en nuestro viaje e incluso se ofreció a traernos aquí volando en su feroz carro, pero se lo agradecimos y preferimos venir con la caravana ayudando a su protección.

—¿No habría sido más propio que un padre desesperado optara por el camino más rápido? —preguntó Galen Firth mientras los que lo rodeaban asentían.

—No sabíamos si la caravana en que viajaba Colson habría llegado a Nesme, o si tal vez las personas compasivas y bondadosas que acompañaban a la niña habrían decidido quedarse en algún lugar por el camino. Además, eso no es algo que te competa a ti juzgar, Galen Firth. ¿Le vas a negar a Wulfgar aquello a lo que tiene derecho? ¿Pretendes que volvamos junto a Alústriel y le digamos que las orgullosas gentes de Nesme no accedieron a la reclamación del propio padre de Colson? ¿Pretendes que volvamos enseguida a Luna Plateada y a Mithril Hall con la noticia de que Galen Firth se negó a entregarle su hija a Wulfgar?

—Hija adoptiva —señaló uno de los hombres que estaban al otro lado.

Galen Firth no dio muestras de haberlo oído. El hombre le había brindado su apoyo, pero sólo porque era evidente que lo necesitaba en ese momento. Ese mordaz recordatorio hizo que cuadrara los hombros, aunque sabía que Catti-brie había asestado un golpe mortal a su obstinación. No ignoraba que decía la verdad, y que no podía darse el lujo de enfadar a la señora de Luna Plateada. Lo que pudiera suceder entre el rey Bruenor y Galen no era probable que afectara negativamente a Nesme, porque los enanos no vendrían desde el sur a presentarle batalla, pero que Alústriel se pusiera del lado del rey Bruenor era otra cosa. Nesme necesitaba el apoyo de Luna Plateada. No llegaba a Nesme ninguna caravana que no tuviera su origen en la ciudad de Alústriel o que, como mínimo, no pasara por ella.

Galen Firth no era ningún tonto. No tenía ninguna duda de que la historia que contaban Catti-brie y Wulfgar era cierta, y había visto claramente la desesperación en la cara de Cottie Cooperson cuando la había dejado en los barracones; la clase de desesperación que nacía de saber que no tenía ningún derecho real, que la niña no era suya.

Porque, por supuesto, Colson no lo era.

Galen Firth miró a sus guardias por encima del hombro.

—Id y traed a Cottie Cooperson y a la niña —dijo.

Se oyeron protestas por todo el salón. Los hombres alzaban los puños en el aire.

—¡La niña es mía! —les gritó Wulfgar, volviéndose con fiereza, y rodos los que ocupaban la primera fila dieron un paso atrás—. ¿Alguno de vosotros exigiría menos si fuera suya?

—Cottie es nuestra amiga —sostuvo un hombre, aunque con tono bastante manso—. No quiere hacerle ningún daño a la niña.

—Tráeme entonces a tu propia hija —dijo Wulfgar—. Entrégamela a cambio de la mía.

—¿Qué insensatas palabras son ésas?

—Palabras que pretenden mostrarte tu propia locura —dijo el bárbaro—. Por buen corazón que le muestre Cottie Cooperson, y no pongo en duda tu afirmación de que es una buena amiga y una buena madre, no puedo entregarle a una niña que es mía.

»He venido a buscar a Colson y me iré con ella, y cualquier hombre que se interponga en mi camino hará bien en ponerse en paz con su dios.

Alzó el brazo en el aire y llamó a Aegis-fang, que apareció mágicamente en su mano. Con un movimiento instantáneo, Wulfgar descargó el martillo encima de una mesa cercana, de modo que se rompieron las cuatro patas y las astillas cayeron al suelo.

Galen Firth dio un respingo, y el guardia que tenía detrás echó mano a la espada… y se quedó mirando la longitud de una flecha que Catti-brie había colocado en Taulmaril.

—¿Quién de vosotros se atreverá a negarme mi derecho a Colson? —preguntó Wulfgar a los presentes. A nadie sorprendió que su desafío no tuviera respuesta.

—Os marcharéis de mi ciudad —dijo Galen Firth.

—Eso haremos, en la misma caravana con la que vinimos —respondió Catti-brie, volviendo su arco a una posición de descanso cuando el guardia retiró la mano de la empuñadura de la espada y alzó las manos—. En cuanto tengamos a Colson.

—Tengo intención de quejarme de esto a Alústriel —les advirtió Galen Firth.

—Cuando lo hagas —le respondió la mujer—, no dejes de explicarle que a punto estuviste de incitar una revuelta y una tragedia haciendo teatro ante los ánimos caldeados de hombres y mujeres que llegaron a tu ciudad buscando sólo refugio y un nuevo hogar. Asegúrate de hablarle a Alústriel de Luna Plateada, de tu discreción, Galen Firth, y nosotros haremos otro tanto con el rey Bruenor.

—Me estoy cansando de vuestras amenazas —le dijo Galen Firth.

Por toda respuesta, Catti-brie le sonrió.

—Y yo hace tiempo que me he cansado de ti —le replicó Wulfgar.

Detrás de Galen, se abrió la puerta de la taberna, y entraron Cottie Cooperson, que llevaba a Colson, y un guardia. Al otro lado de la puerta, dos hombres forcejeaban con otro par de guardias que no los dejaban entrar.

Las dudas sobre la legitimidad de la reclamación de Wulfgar se disiparon en cuanto Colson entró en el salón.

—¡Papá! —gritó la pequeña, tratando de desasirse de Cottie Cooperson y tendiendo los bracitos hacia el hombre al que había conocido como padre toda su vida. Gritaba, se removía y alargaba los brazos hacia Wulfgar, llamando a su padre una y otra vez.

Wulfgar corrió hacia ella, dejó a Aegis-fang en el suelo y la cogió en sus brazos para apartarla después, suave pero decididamente, de Cottie, que se aferraba a ella con desesperación. Colson no hizo intención de volver con la mujer, sino que se abrazó a su padre con fuerza.

Cottie empezó a temblar, a llorar, y su desesperación aumentaba segundo a segundo. Tras unos instante, cayó de rodillas, sollozando.

Wulfgar respondió echando rodilla a tierra delante de ella. Con la mano que le quedaba libre le levantó el mentón y le alisó el pelo, tratando de tranquilizarla con suaves palabras.

—Colson tiene una madre que la quiere tanto como tú quisiste a tus propios hijos, buena mujer —dijo.

Catti-brie, que estaba detrás de él, abrió los ojos, sorprendida.

—Puedo cuidar de ella —sollozaba Cottie.

Wulfgar le sonrió, le volvió a acariciar el pelo y luego se puso de pie. Convocó a Aegis-fang, que volvió a su mano libre, y pasó junto a Galen Firth, respondiendo de un modo desafiante a la mirada furiosa de éste. Cuando salió por la puerta, los dos compañeros de Cottie se deshicieron en protestas verbales, pero se apartaron de él, ya que pocos hombres en todo el mundo se habrían atrevido a hacer frente a Wulfgar, hijo de Beornegar, un guerrero cuya leyenda era bien merecida.

—Hablaré con los jefes de nuestra caravana —le informó Catti-brie cuando salieron de la posada, dejando atrás un coro de gritos y protestas—. Deberíamos ponernos en camino lo antes posible.

—De acuerdo —dijo Wulfgar—. Esperaré a que partan las carretas.

Catti-brie asintió y se puso en marcha hacia la puerta de otra taberna donde sabía que estaría el carretero. De repente, se paró en seco, pensando en la curiosa respuesta, y se volvió a mirar a Wulfgar.

—No voy a volver a Luna Plateada —confirmó Wulfgar.

—No estarás pensando en regresar directamente a Mithril Hall con la niña. El terreno es demasiado escarpado, y en gran parte, el camino está en manos de los orcos. La ruta más segura para volver a Mithril Hall es a través de Luna Plateada.

—Claro que sí, y ése es el camino que tú debes seguir.

Catti-brie lo miró fijamente.

—¿Tienes pensado quedarte aquí para que Cottie Cooperson pueda echar una mano con Colson? —lo dijo con evidente y mordaz sarcasmo, pero se sintió sumamente frustrada al ver que no podía leer la expresión de Wulfgar—. Tienes familia en Mithril Hall. Yo estaré allí para ayudaros a ti y a la niña. Ya sé que no va a ser fácil para ti sin Delly, pero no voy a andar por ahí hasta dentro de algún tiempo, y te aseguro que la niña no será una carga para mí.

—No voy a volver a Mithril Hall —declaró Wulfgar de repente, y en ese momento, de haber soplado una ráfaga de viento habría bastado para hacer caer a Catti-brie—. Su lugar está con su madre —prosiguió Wulfgar—. Su verdadera madre. Jamás debí llevármela, pero corregiré ese error y la devolveré a donde pertenece.

—¿Auckney?

Wulfgar asintió.

—Pero para eso tienes que atravesar medio territorio del norte.

—Un viaje que he hecho a menudo y no tan lleno de peligros.

—Colson tiene un hogar en Mithril Hall —protestó Catti-brie, pero ya Wulfgar negaba con la cabeza antes de que las predecibles palabras salieran de su boca.

—No es adecuado para ella.

La mujer se pasó la lengua por los labios y miró primero a la niña y luego a Wulfgar, y supo que lo que él decía en ese momento podría estar diciéndolo sobre sí mismo.

—¿Cuánto tiempo estarás lejos de nosotros? —se atrevió a preguntar, por fin.

El silencio de Wulfgar fue harto elocuente.

—No puedes —susurró Catti-brie. En ese momento, se pareció mucho a una niña pequeña con un marcado acento enano.

—No tengo elección —replicó Wulfgar—. Éste no es mi lugar.

»Ahora no. ¡Mírame! —Hizo una pausa y con su mano libre, en un gesto teatral, se abarcó de la cabeza a los pies—. Yo no he nacido para andar a gachas por túneles enanos. Mi sitio está en la tundra, en el Valle del Viento Helado, que es donde vive mi pueblo.

Catti-brie no hacía más que negar con la cabeza, impotente.

—Bruenor es tu padre —musitó.

—Lo querré hasta el fin de mis días —admitió Wulfgar—. Su lugar está allí, pero el mío no.

—Drizzt es tu amigo.

Wulfgar asintió.

—Lo mismo que Catti-brie —dijo con una sonrisa melancólica—. Dos queridos amigos que han encontrado el amor por fin.

—Lo siento. —Catti-brie sólo movió los labios, pero no pudo pronunciar las palabras en voz alta.

—Me alegro por vosotros —dijo Wulfgar—, de verdad que sí. Os complementáis en cada movimiento, y jamás te vi reír con más ganas, ni tampoco a Drizzt, pero no era esto lo que yo quería.

Me alegro por vosotros, y de verdad, pero no puedo estar cerca y verlo.

La declaración dejó a la mujer sin habla.

—No tiene por qué ser así —dijo.

—¡No estés triste! —dijo Wulfgar con voz estentórea—. ¡Por mí, no! Ahora sé dónde está mi hogar y dónde me espera mi destino. Añoro el sonido de la brisa gélida del Valle del Viento Helado y la libertad de mi vida anterior. Cazaré el caribú en las costas del Mar de Hielo Movedizo. Lucharé contra los goblins y los orcos sin las limitaciones que impone la prudencia política.

Voy a ir a casa, a estar entre mi propia gente, a rezar ante las tumbas de mis ancestros, a buscar una esposa y a continuar la estirpe de los Beornegar.

—Es demasiado repentino.

Otra vez volvió Wulfgar a menear la cabeza.

—Es lo más deliberado que he hecho en mi vida.

—Tienes que volver y hablar con Bruenor —dijo Catti-brie—. Se lo debes.

Wulfgar rebuscó bajo su guerrera y sacó un rollo que le entregó.

—Se lo dirás tú por mí. Mi camino hacia el oeste es más fácil desde aquí que desde Mithril Hall.

—¡Se sentirá ofendido!

—Ni siquiera estará en Mithril Hall —le recordó Wulfgar—. Se ha ido con Drizzt hacia el oeste, en busca de Gauntlgrym.

—Porque necesita respuestas urgentemente —protestó Catti-brie—. ¿Vas a dejar a Bruenor en estos tiempos de desesperación?

Wulfgar rio entre dientes y meneó la cabeza.

—Es un rey enano en una tierra de orcos. Cualquier día obedece a tu descripción. Esto nunca tendrá fin, y si llegara el final de Obould, surgiría otra amenaza de las profundidades de las salas, o quizá de un sucesor de Obould. Tal es la naturaleza de las cosas, y así lo ha sido siempre. O me marcho ahora, o espero hasta que la situación se arregle…, y sólo se arreglará para mí cuando haya hecho la travesía al Descanso del Guerrero. Sabes que lo que digo es verdad —añadió con una sonrisa que la dejó sin argumentos—. Hoy es Obould, ayer fueron los drows, y algo…, por supuesto habrá algo mañana. Así son las cosas.

—Wulfgar…

—Bruenor me perdonará —dijo el bárbaro—. Está rodeado de buenos guerreros y amigos, y no es probable que los orcos intenten otra vez la conquista de Mithril Hall. Ningún momento es bueno para que me marche, y sin embargo sé que no puedo quedarme. Y cada día que Colson pasa separada de su madre es un día trágico. Ahora lo entiendo.

—Meralda te entregó la niña a ti —le recordó Catti-brie—. No tenía elección.

—Estaba equivocada. Ahora lo sé.

—¿Porque Delly está muerta?

—Eso me ha recordado que la vida es frágil, y muchas veces corta.

—Las cosas no son tan negras como crees. Tienes aquí mucha gente que te apoya…

Wulfgar negó enfáticamente con la cabeza, y ella se calló.

—Yo te amaba —dijo—. Te amaba y te perdí porque fui un tonto. No dejaré de arrepentirme mientras viva de cómo te traté antes de que nos prometiéramos. Acepto que no podemos volver atrás, porque aunque tú pudieras y quisieras, sé que yo ya no soy el mismo hombre. El tiempo que pasé con Errtu me marcó muy profundamente, me dejó señales que intento borrar con los vientos del Valle del Viento Helado, corriendo junto con mi tribu, la tribu Elk. Estoy contento. Estoy en paz, y jamás he estado tan seguro del camino que debo seguir.

Catti-brie no dejaba de menear la cabeza, en una impotente e inútil negación, y los ojos azules se le llenaron de lágrimas. No era así como se suponía que debía ser. Los cinco compañeros estaban juntos otra vez, y debía seguir siendo de este modo mientras vivieran.

—Dijiste que me apoyarías y ahora te pido que lo hagas —dijo Wulfgar—. Confía en mi buen juicio, en que sé qué curso debo tomar. Me llevo conmigo mi amor por ti y por Drizzt, y por Bruenor y por Regis. Eso estará siempre en el corazón de Wulfgar. Jamás permitiré que vuestra imagen se desdibuje en mi cabeza, y no dejaré que lo que aprendí de todos vosotros se me olvide mientras recorro mi camino.

—Un camino tan lejano.

Wulfgar asintió.

—Entre los vientos del Valle del Viento Helado.