Capítulo 11


Pistas equívocas

—Empacad y moveos —gruñó Bruenor, deslizando el petate a la espalda.

El rey enano levantó el hacha cogiéndola por el mango, un poco más abajo de la desgastada cabeza. Se apoyó sobre ella para caminar, como si fuera un bastón, y se apartó del grupo.

Thibbledorf Pwent, que lucía gran parte de su almuerzo en la barba y la armadura, salió trotando detrás de él, deseoso de ponerse en camino, y Cordio y Torgar también acudieron a la llamada de Bruenor, pero con menos entusiasmo, incluso lanzándose el uno al otro una mirada de advertencia.

Regis se limitó a suspirar y miró con tristeza lo que quedaba de su comida, una tajada de carne fría sobre un pan achatado, un cuenco de salsa espesa y un bizcocho a su lado.

—Siempre con prisas —le dijo a Drizzt, quien le ayudó a envolver la comida que quedaba.

—Bruenor está nervioso —dijo Drizzt—, y ansioso.

—¿Porque teme que aparezcan más monstruos?

—Porque estos túneles no son lo que esperaba, o porque no le gustan —explicó el drow, y Regis asintió al oír esa revelación.

Habían entrado en el socavón esperando encontrar un túnel hacia la ciudad enana de Gauntlgrym, y al principio, tras su encuentro con aquellas bestias extrañas, les había parecido que las cosas iban por el camino previsto, incluido un túnel en pendiente con una pared trabajada. El otro lado era una mezcla de piedra y tierra, lo mismo que el techo y el suelo, pero esa única pared había dejado claro que era más que una cueva natural, y el trabajo de artesanía evidente en las piedras encajadas llevó a Bruenor y a los demás enanos a creer que realmente era obra de sus ancestros.

Sin embargo, a medida que fueron avanzando por el túnel, esa promesa no se mantuvo, y aunque se encontraban a más profundidad y todavía había fragmentos de construcción antigua, la pista parecía ir enfriándose.

Drizzt y Regis se apresuraron a reducir la distancia que los separaba de los demás. Con los monstruos que acechaban por todos lados, que aparecían de repente de entre las sombras, como salidos de la nada, el grupo no se atrevía a separarse.

Eso los puso ante un dilema cuando, unos noventa metros más adelante, Bruenor los condujo a una pequeña cámara que rápidamente reconocieron como punto de convergencia de nada menos que seis túneles.

—¡Bueno, henos aquí! —gritó Bruenor, levantando su hacha con aire triunfal—. Esta plaza no la puede haber hecho ningún río, ni tampoco un animal.

Tras una mirada en derredor, a Drizzt le resultó difícil rebatirlo, porque salvo por un lado, donde la tierra se había derrumbado hacia el interior, la cámara parecía perfectamente circular, y los túneles estaban espaciados de forma demasiado regular como para obedecer a un diseño aleatorio.

Torgar se dejó caer de rodillas y empezó a excavar en la tierra endurecida, y su progreso se multiplicó por mucho cuando Pwent comenzó a ayudarlo con sus guanteletes de púas. Unos instantes después, este último tocó piedra y empezó a abrirse camino hacia los dados. Daba la impresión de que la piedra era plana.

—¡Un adoquín! —anunció Torgar.

—Gauntlgrym —les dijo Bruenor a Drizzt y a Regis con un guiño exagerado—. Un viejo enano nunca se equivoca.

—¡Otro! —anunció Pwent.

—Seguro que todo el lugar está lleno de ellos —dijo Bruenor—. Es un punto de cruce de las caravanas, o yo soy un gnomo barbudo. Tú lo sabes bien —le dijo a Torgar, y el enano de Mirabar asintió.

Drizzt observó al cuarto enano, Cordio, que había ido hasta la pared que había entre dos de los túneles y estaba escarbando en ella. El enano asintió cuando su cuchillo se hundió más a fondo en una rendija que había en la piedra por debajo de la tierra y el barro acumulados, y dejó al descubierto una línea vertical.

—¿Qué has averiguado tú? —preguntó Bruenor, encaminándose con Torgar y Thibbledorf hacia el clérigo.

Un momento después, cuando Cordio desprendió un trozo más grande de la mugre que lo cubría todo, quedó claro que lo que el clérigo había encontrado era una puerta. Después de un rato consiguieron descubrirla en su integridad, y se mostraron encantados cuando pudieron abrirla y vieron al otro lado una estructura que era una única habitación. Parte de la esquina trasera de la izquierda se había venido abajo, arrastrando consigo una estantería, pero al margen de eso, el lugar parecía estancado en el tiempo.

—Manufactura enana —decía Bruenor mientras Drizzt se adelantaba hacia el umbral.

El enano se detuvo a un lado de la pequeña puerta, examinando un soporte en el que había varios artefactos metálicos antiguos. Eran herramientas o armas, evidentemente, y Bruenor descolgó una para examinar su cabeza, que podría haber sido el resto de una pértiga o tal vez incluso de una azada.

—Podría ser de manufactura enana —coincidió Torgar, examinando un objeto de mango más corto que había junto a lo que había cogido Bruenor, uno que mostraba los restos claros de una pala—. Demasiado antigua para saberlo con certeza.

—Enana —insistió Bruenor. Se volvió y abarcó con la mirada la totalidad de la habitación—. Todo el lugar es enano.

Los demás asintieron, más por no poder desmentir la teoría que porque hubieran llegado a la misma conclusión. Los restos de una mesa y de un par de sillas podrían muy bien ser de manufactura enana, y parecían más o menos del tamaño adecuado para los seres barbudos. Cordio rodeó los muebles hasta un hogar, y se puso a quitar los escombros que había encima y a raspar la piedra que también parecía apoyar el argumento de Bruenor. No había lugar a dudas: la mano del hombre se echaba de ver en la antigua chimenea. Los ladrillos se habían encajado tan bien que el paso del tiempo casi no había disminuido la integridad de la estructura, y daba la impresión de que, tras una pequeña limpieza, los compañeros podrían haber encendido un fuego sin problema.

También Drizzt reparó en el hogar y prestó atención en especial a lo poco profunda que era la chimenea, y la forma de embudo de las paredes laterales, que se ensanchaban mucho dentro de la habitación.

—La plaza es un puesto de avanzada de la ciudad —anunció Bruenor cuando empezaron a salir de allí—. Por lo tanto, supongo que la ciudad está situada en la dirección opuesta del túnel por el que acabamos de bajar.

—¡Yo el primero! —dijo Pwent, poniéndose en marcha.

—Buena intuición la de la puerta —le dijo Bruenor a Cordio, palmeándolo en el hombro antes de que él y Torgar se pusieran en marcha detrás del battlerager.

—No fue una intuición —dijo Drizzt entre dientes, de modo que sólo Regis pudiera oírlo. Y Cordio, porque el enano se volvió a mirar a Drizzt con expresión que a Regis le pareció bastante desabrida antes de partir en pos de su rey. Y a continuación añadió en el mismo tono—: Seguramente, no necesitaban adoquines aquí abajo.

Regis miró primero a Cordio y después a Drizzt con expresión inquisitiva.

—Era una casa aislada, y no una vivienda en una cueva reforzada —explicó Drizzt.

Regis miró a su alrededor.

—¿Crees que hay otras separando los túneles de salida?

—Tal vez.

—¿Y qué significa eso? Había muchas casas así en las entrañas de Mirabar. No es una cosa infrecuente en las ciudades subterráneas.

—Cierto —aceptó Drizzt—. Menzoberranzan se compone de muchas estructuras similares.

—La expresión de Cordio pareció darle cierta importancia —señaló el halfling—. Si este tipo de estructura es algo frecuente, entonces ¿por qué parecía preocupado?

—¿Reparaste en la chimenea? —preguntó Drizzt.

—Enana —replicó Regis.

—Tal vez.

—¿Cuál es el problema?

—La chimenea no era para cocinar —explicó Drizzt—. Estaba pensada para dar calor a la habitación.

Regis se encogió de hombros. No entendía.

—Estamos a tal profundidad que la temperatura prácticamente no varía —le informó Drizzt, y se puso en marcha detrás de los demás.

Regis se quedó un instante parado y se volvió a mirar la estructura descubierta.

—¿Deberíamos examinar esta parte más a fondo? —preguntó.

—Sigue a Bruenor —respondió Drizzt—. Pronto tendremos respuestas.

Reservaron sus preguntas mientras apuraban el paso para alcanzar a los cuatro enanos, lo cual les llevó algún tiempo, ya que Bruenor, nervioso, los conducía túnel abajo a toda velocidad.

Un poco más allá, el túnel se ensanchaba bastante y se divisaba en lo que aparentemente eran carriles paralelos, de anchos diversos, con la misma dirección general. Bruenor avanzaba sin dudar por el del centro, pero se dieron cuenta de que daba lo mismo, ya que los túneles se interconectaban en muchas intersecciones. Pronto cayeron en la cuenta de que, en realidad, no era una serie de túneles, sino un camino singular, dividido por pilares, columnas y otras estructuras.

En uno de esos tramos dieron con una entrada baja, rematada en diagonal por una estructura que evidentemente era obra de canteros expertos, ya que todavía podían verse los ladrillos, que estaban bien a pesar del paso de los siglos y del aparente derrumbe del edificio, que lo había empujado hacia un lado contra otra pared.

—Podría ser un conducto, inclinado para un descenso rápido —observó Bruenor.

—Es un edificio que cedió —sostuvo Cordio, pero Bruenor resopló y desechó la idea con un gesto de la mano.

—Sí que lo es —dijo, sin embargo, Torgar, que se había acercado. Se detuvo y miró hacia arriba—. Y que cayó un largo trecho. O se deslizó.

—Y eso, ¿cómo lo sabes? —preguntó Bruenor con evidente tono de desafío. Al parecer, empezaba a entender que las cosas no estaban saliendo como había previsto.

Torgar les hacía señas de que se acercaran y empezó a señalar la esquina más próxima de la estructura, donde el borde de los ladrillos estaba redondeado, pero no por obra de las herramientas.

—Esto se veía mucho en Mirabar —explicó Torgar, pasando su gordo pulgar por la arista—. Desgastado por el viento. Este lugar estaba en la superficie, no debajo de la roca.

—Hay viento en algunos túneles —dijo Bruenor—. Corrientes que soplan con fuerza desde arriba.

Torgar no se apeaba de su idea.

—Este edificio estaba en la superficie —dijo, meneando la cabeza—. Y lo estuvo años y años antes de hundirse.

—¡Bah! —gruñó Bruenor—. Meras suposiciones.

—Podría ser que Gauntlgrym tuviera un mercado en la superficie —terció Cordio.

Drizzt miró a Regis y puso los ojos en blanco, y mientras los enanos seguían adelante, el halfling cogió a Drizzt por una manga y lo retuvo.

—¿No crees que Gauntlgrym tuviera un mercado en la superficie? —preguntó.

—¿Gauntlgrym? —repitió Drizzt, escéptico.

—¿No lo crees?

—Me temo que algo más que el mercado estaba en la superficie —dijo Drizzt—. Mucho más. Y Cordio y Torgar también se dan cuenta.

—Pero Bruenor no —dijo Regis.

—Va a ser un golpe para él. Un golpe que no está dispuesto a aceptar.

—¿Crees que todo este lugar era una ciudad de la superficie? —inquirió Regis—. ¿Una ciudad que se hundió en la tundra?

—Sigamos a los enanos. Veremos qué averiguan.

Los túneles continuaban unos cuantos metros, pero el grupo llegó a un obstáculo sólido que cerraba el paso de todos los corredores vecinos. Torgar golpeó repetidamente esa pared con una pequeña maza, escuchando el eco e inspeccionándolo luego en varios puntos en todos los túneles.

—Hay un gran espacio vacío al otro lado —anunció—. Lo sé.

—¿Fraguas? —preguntó Bruenor, esperanzado.

Por toda respuesta, Torgar se encogió de hombros.

—Hay una sola manera de saberlo, mi rey.

Fue así como acamparon allí mismo, en el túnel principal y en la base de la pared, y mientras Drizzt y Regis volvían un poco atrás sobre el camino recorrido para montar guardia cerca de las zonas más amplias, los cuatro enanos hicieron sus planes para excavar sin peligro. Poco después de haber consumido la siguiente comida, se empezó a oír el sonido de las mazas contra la piedra. Ninguna excavaba con más urgencia que la de Bruenor.