ESCENA PRIMERA

Marina, ayudada por Teleguin, devana una madeja para su calceta.

TELEGUIN:

Dese prisa, María Timofeevna… Van a llamarnos de un momento a otro para despedirse de nosotros. Ya han pedido el coche.

MARINA (esforzándose por devanar más velozmente):

Falta muy poco. Sí…, se marchan a Jarkov y se quedan a vivir allí.

MARINA:

¡Pues mejor!… ¡El susto que se llevaron!… «¡Ni una sola hora —decía Elena Andreevna— quiero seguir viviendo aquí! ¡Vámonos y vámonos!… ¡Viviremos —decía— en Jarkov!… ¡Cuando veamos cómo van las cosas, ya mandaremos por todo!…»

TELEGUIN:

Los preparativos se han hecho muy a la ligera… Esto quiere decir, María Timofeevna, que su destino no es vivir aquí. ¡No es su destino!… ¡Obedece, sin duda, a una fatal predestinación!

MARINA:

¡Pues mejor! ¡Hay que ver el alboroto que armaron… los tiros!… ¡Una vergüenza!

TELEGUIN:

Sí. El argumento es digno del pincel de Alvasovsky[5].

MARINA:

¡Ojalá no los hubieran visto nunca mis ojos! (Pausa.) Ahora volveremos otra vez a vivir como antes…, como antiguamente… Por la mañana, pasadas las siete, el té…; pasadas las doce, la comida…; al anochecer, la cena… Todo con su debido orden; como gentes cristianas… (Con un suspiro.) ¡Cuánto tiempo hace ya, pecadora de mí, que no he comido tallarines!

TELEGUIN:

Hace mucho, en efecto, que en casa no se comen tallarines. (Pausa.) Hace mucho… Figúrese, Marina Timofeevna, que esta mañana, cuando iba por la aldea, el tendero me dijo al pasar: «¡Oye tú, gorrón!»… ¡Sentí tal amargura!

MARINA:

¡No te importe, padrecito!… ¡Todos somos gorrones en la casa de Dios!… ¡Lo mismo tú, que Sonia y que Iván Petrovich…, ninguno escapa al trabajo!… ¡Todos trabajan! ¡Todos!… ¿Y Sonia… dónde está?

TELEGUIN:

Con el doctor, en el jardín, buscando a Iván Petrovich. Tienen miedo de que vaya a quitarse de en medio.

MARINA:

¿Y su pistola?

TELEGUIN (bajando la voz):

La tengo escondida en la cueva.

MARINA:

¡Qué pecados!