Entran Serebriakov, Sonia, Teleguin y Marina.
TELEGUIN:
Yo tampoco, excelencia, me encuentro del todo bien… Ya hace dos días que estoy algo pachucho… La cabeza…
SEREBRIAKOV:
¿Dónde están los demás?… ¡No me gusta esta casa! ¡Es un laberinto! ¡Con veintiséis enormes habitaciones, cuando la gente se desparrama por ellas, no hay manera de encontrar a nadie! (Oprimiendo el timbre con el dedo.) ¡Ruegue a María Vasilievna y a Elena Andreevna que vengan aquí.
ELENA ANDREEVNA:
Yo estoy aquí ya.
SEREBRIAKOV:
Tengan la bondad, señores, de sentarse.
SONIA (acercándose, impaciente, a Elena Andreevna):
¿Qué dijo?…
ELENA ANDREEVNA:
Después…
SONIA:
¿Estás temblando?… ¿Estás excitada?… (Escudriñándole el rostro.) ¡Comprendo!… Dijo que no volvería más por aquí…, ¿verdad?… (Pausa.) ¡Dime! ¿Verdad que es eso? (Elena Andreevna hace con la cabeza un signo afirmativo.)
SEREBRIAKOV (a Teleguin):
¡Todavía con la enfermedad puede uno reconciliarse, pero lo que no puedo soportar es el régimen de la vida en el campo! ¡Tengo la impresión de haber caído de otro planeta!… ¡Siéntense, señores! ¡Se los ruego! (Sonia, sin oírle, permanece de pie, con la cabeza tristemente bajada.) ¡Sonia! (Pausa.) ¿No me oyes? (a Marina.) ¡Tú también, ama, siéntate! (Ésta, sentándose, empieza a hacer calceta.) ¡Se lo ruego, señores! ¡Sean todo oídos!
VOINITZKII (nervioso):
Tal vez no sea necesaria mi presencia… ¿Puedo marcharme?
SEREBRIAKOV:
No. Tu presencia es todavía más necesaria que la de los demás.
VOINITZKII:
¿Qué desea usted?
SEREBRIAKOV:
¿Usted?… ¿Estás enfadado? (Pausa.) Si en algo soy culpable contigo, perdóname, por favor…
VOINITZKII:
¡Deja ese tono y vamos al grano! ¿Qué necesitas?