Entra Voinitzkii.
VOINITZKII: ((ha salido de la casa con aspecto de haber estado durmiendo después del almuerzo y, sentándose en el banco, endereza su corbata de petimetre).)
Bueno… (Pausa.) Bueno…
ASTROV:
¿Has dormido bien?
VOINITZKII:
Muy bien, sí. (Bosteza.) Desde que viven aquí el profesor y su mujer…, mi vida se ha salido de su carril. No duermo a las horas en que sería propio hacerlo; en el almuerzo y la comida, como cosas que no me convienen; bebo vinos… ¡Nada de esto es sano!… Antes no disponía de un minuto libre. Sonia y yo trabajábamos mucho; pero ahora es ella sola la que trabaja, mientras yo duermo, como, bebo… ¡No está bien, desde luego!
MARINA (moviendo la cabeza.):
¡Vaya orden de vida!… ¡El «samovar» esperando desde por la mañana temprano, y el profesor levantándose a las doce!… Antes de venir ellos, comíamos, como todo el mundo, a poco de dar las doce; pero, con ellos, a las seis pasadas… Luego, por la noche, el profesor se pone a leer y a escribir, y, de repente…, a eso de las dos, un timbrazo… «¿Qué se le ofrece, padrecito?»… «¡El té!»… Y, por él, tiene una que despertar a la gente…, preparar el «samovar»… ¡Vaya orden de casa!
ASTROV:
¿Piensan quedarse mucho tiempo todavía?
VOINITZKII (silbando.):
Cien años… El profesor ha decidido establecerse aquí.
MARINA:
Pues ahora está pasando igual. El «samovar» lleva ya dos horas sobre la mesa, y ellos…, de paseo.
VOINITZKII:
Ahí vienen ya… Ya vienen, no te alteres.