Miércoles, 26 de enero
18.40 horas. Kautokeino
Nina regresó a última hora de la tarde de su ronda por las estaciones de servicio de Kautokeino. Estaba totalmente oscuro debido a las abundantes nubes. Hacía más frío que durante el día. O quizá lo notaba más debido al cansancio, se dijo Nina. Fue directa a la tienda de Klemet. Apartó la cortina y se agachó junto al fuego. Se quitó los guantes y se frotó un buen rato las manos. Klemet se hallaba al otro lado de la chimenea y hojeaba los informes.
—El aceite hallado en el capote de Mattis no procede de una motonieve —dijo ella mientras seguía frotándose las manos sobre las llamas.
Klemet cerró la carpeta. Esperaba la continuación.
—He comprobado todos los componentes en los bidones que se venden en las estaciones de servicio y he hablado con gente que iba a poner gasolina y con los empleados de las gasolineras. No hay duda alguna. Las motonieves no utilizan ese tipo de producto. Tampoco los coches. Ese aceite se utiliza para los tractores, la maquinaria agrícola o los camiones. Es de una marca que no conocía.
Nina se llevó la mano a la parka y sacó su cuaderno.
—La marca es Arktisk Olje. El nombre del aceite es… Big Motors Super Winter Oil.
—¿Y dices que se trata de un aceite especial para tractores y maquinaria pesada, como las máquinas agrícolas?
—Sí, y para camiones.
La cortina se apartó y entró una corriente de aire frío. El Sheriff fue a sentarse al lado de Klemet. Se desabrochó con un suspiro de alivio la parka y su uniforme de faena azul marino, demasiado ajustado.
—Bueno, ¿y qué planes tenéis ahora? Vuestro coche patrulla lleva aparcado delante de tu casa demasiado tiempo. No deberíais quedaros mucho más por aquí.
—Lo sé —lo interrumpió Klemet—. ¡Pero Dios mío, estamos siguiendo cien pistas a la vez y a siglos de distancia! Y todo ello a espaldas de Brattsen en un territorio inmenso donde todo se sabe en un periquete.
—Tenéis el tambor y sabéis quién lo robó. Eso es formidable, Klemet.
—He estado hace un rato en casa de Olsen y me ha parecido muy suspicaz.
—¿Olsen, el concejal del Partido del Progreso?
—Sí. El tipo del bigote de la foto de Henry Mons era su padre. He notado que le costaba decírmelo.
Nina alzó la cabeza al oír la noticia.
—¿Su padre? —continuó el Sheriff—. ¿Así que el padre de Olsen y el abuelo de Mattis formaron parte de la misma expedición en 1939? Qué curiosa coincidencia.
—No tan curiosa si lo piensas; se ha transmitido a través de las generaciones. Mattis trabajaba a veces en casa de Karl Olsen —recordó Nina—. Berit nos dijo que se reunía allí con otros dos ganaderos, John y Mikkel, que trabajaban de mecánicos…
—… con los tractores y la maquinaria agrícola del viejo Olsen —completó Klemet, con la mirada súbitamente fija en los ojos de su colega, que también acababa de comprenderlo mientras articulaba las palabras.
Todas las luces de la granja de Karl Olsen estaban apagadas cuando el Volvo rojo de Klemet se aproximó lentamente. El policía se había asegurado de que nadie pudiera verlo antes de avanzar por el camino. Le habría sido muy difícil justificar su presencia allí, sin una orden judicial y vestido de civil, cuando se suponía que tenía que estar en la tundra «contando renos». Klemet aparcó detrás del granero. Una llamada trivial a Berit, oficialmente para comprobar que seguía a su disposición para eventuales preguntas, bastó para que esta le dijera que el granjero acababa de marcharse varios días a Alta. John y Mikkel tenían que ir a hacer algunas labores de mantenimiento, pero no antes de la mañana siguiente. Berit no iría hasta la próxima tarde a ocuparse de las vacas.
La idea de una visita nocturna e ilegal a la casa del granjero no le gustaba mucho al Sheriff. Nina aún fue más categórica: ni hablar de ello, simplemente. Klemet masculló algo inaudible y el Sheriff concluyó diciendo que a la mañana siguiente hablaría con el juez de Tromsø y obtendría la correspondiente autorización judicial. Se separaron tras tomar esta sabia decisión.
En cuanto sus colegas se hubieron ido, Klemet entró en su garaje, llenó una bolsa pequeña y, asegurándose de que la calle estaba despejada, se marchó. Tardó quince minutos en llegar a la granja, tras dar varios rodeos. Aparcó en un camino secundario que pasaba detrás del edificio. Así podría acceder al mismo andando solo un centenar de metros y evitaría el camino principal.
Se quedó un par de minutos sentado en el coche, con el motor apagado. Había abierto la ventanilla para poder oír el menor ruido sospechoso y el frío lo atenazó rápidamente. Se maldijo por haberse equipado con tan poca ropa.
Sacó una pequeña linterna de luz discreta y avanzó hacia el granero. Recorrió con lentitud la distancia y fue deteniéndose de forma regular. Llegó a la entrada del granero. La puerta estaba abierta. El granero era muy vasto. Había dos tractores y, por lo menos, tres máquinas destinadas a cultivar los campos. En todas las paredes había tablones de los que colgaban herramientas o material ligero, así como estanterías. Había una impresionante colección de cuchillos. Por precaución, Klemet se puso unos guantes ligeros para observar las hojas una por una. No había ningún cuchillo del modelo utilizado para apuñalar a Mattis. Eso no quería decir nada. En una granja había muchos posibles escondrijos. Pero Klemet no había ido allí en busca de eso. Examinó todos los rincones del granero y acabó por encontrar lo que buscaba. Varias latas de cinco litros de aceite alineadas junto a un viejo armario y unos bidones abollados de fuel. Las latas eran de varios tipos, pero dos de ellas eran de la Big Motors Super Winter Oil, de la marca Arktisk Olje.
Satisfecho, Klemet se encaminó hacia la puerta, asomó la nariz y observó alrededor. Vio, unos cientos de metros más abajo, la carretera principal, con las farolas que iluminaban los pocos automóviles que pasaban. Se disponía a salir cuando oyó que un camión se aproximaba por el acceso principal. Pronto los faros barrieron el amplio patio de la granja. Klemet retrocedió con rapidez. ¿Quién podía ir a casa de Olsen en su ausencia? Cerró suavemente la puerta del granero y se escondió en un rincón. El camión se detuvo y el motor se apagó. Enseguida se abrió una puerta y Klemet oyó como si algo abultado golpeara contra el suelo. Luego escuchó ruido de pasos y un silbido. El conductor del camión silbaba una canción pop. Parecía que iba solo. Klemet trató de atisbar entre dos tablones separados, pero no logró ver nada. Oía al hombre dar saltitos, sin duda para entrar en calor, mientras seguía silbando. Los segundos transcurrían, interminables. Klemet se dio cuenta de que estaba intentando identificar qué canción silbaba. De repente, el ruido quedó ahogado por el de otro vehículo que entró en la finca. Una camioneta diésel, pensó el policía. Los faros iluminaron el patio y, a continuación, se apagaron, al igual que el motor. Se cerraron dos puertas. Los tres hombres se abrazaron al encontrarse. Klemet reconoció fácilmente la voz de Mikkel, uno de los ganaderos que trabajaban para Ailo Finnman y, en ocasiones, en el mantenimiento de la maquinaria del viejo Olsen. ¡Qué putada!, pensó. Va a entrar en el granero. Buscó con la mirada, en la penumbra, un lugar donde ocultarse mejor, pero los pasos no se aproximaron a la entrada. Los tres hombres permanecían en el patio. Uno de ellos acababa de abrir la puerta del camión y Klemet estimó que otro estaba abriendo la puerta trasera de la camioneta. Los dos vehículos se encontraban uno al lado del otro. Oyó a un hombre manipular el montacargas del camión. Los hombres jadeaban. Aparentemente transportaban cajas o mercancías de un vehículo a otro, lo más seguro que del camión a la camioneta. Klemet sintió que el frío se apoderaba de él. Así transcurrieron por lo menos cinco minutos. Había dejado sus guantes gruesos en el coche y le empezaban a doler las puntas de los dedos. Afuera, los tres hombres por fin se detuvieron. Cerraron las puertas de los vehículos. Encendieron unos cigarrillos. Hablaban de mercancías. Klemet aguzó el oído. Sus sospechas se confirmaron. Los tres hombres se dedicaban al contrabando. Un hombre, probablemente John, dijo que necesitaba enseguida un nuevo cargamento de cigarrillos. Acto seguido, debió de pasar un papel, pues aquel a quien Klemet identificaba como John precisó a su interlocutor que la lista de alcoholes estaba en el papel. El otro respondió que tenía que volver al cabo de tres días. Era un sueco. Alguien silbó y chasqueó los dedos. Luego se saludaron. Al subir a la cabina del camión, el sueco dijo: «¡Hasta la vista, guys!», y cerró la puerta. La camioneta arrancó primero. Giró en el patio y sus faros iluminaron la cabina del camión. Con el ojo pegado a la rendija, Klemet vio durante un segundo al camionero sueco del tatuaje.