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Martes, 25 de enero

Salida del sol: 09.18 horas; puesta del sol: 13.45 horas

4 horas y 27 minutos de insolación

Gumpi de Johan Henrik, Laponia interior, y Kautokeino

La detención de Johan Henrik se produjo de buena mañana y sin mayores problemas, tal como Rolf Brattsen había previsto. Sin duda el pastor contempló la idea de darse a la fuga, pero los policías habían bloqueado las potenciales vías de escape. Eso provocó, además, problemas inesperados, puesto que aún hacía más frío que en días precedentes. Aparte de unas pocas nubes, el cielo estaba inmaculado y el termómetro había caído hasta cerca de cuarenta grados bajo cero. De todas formas, la huida de Johan Henrik habría durado poco. Con semejante frío, incluso los pastores dudaban en salir. Uno de los policías sufría sabañones y los otros, debido a la larga espera, estaban helados. Por fortuna para ellos, Johan Henrik, al ver las salidas cerradas, ni siquiera probó suerte. El pastor maldijo, escupió, amenazó y aseguró que haría responsable a la policía si su manada se mezclaba con las de los vecinos. Sin embargo, y siguiendo escrupulosamente las instrucciones, los policías se mantuvieron imperturbables. Con ganas de acabar cuanto antes mejor, solo permitieron que Johan Henrik avisara a su hijo para que organizara la vigilancia de sus renos durante su ausencia.

La detención de Olaf Renson fue más complicada, pero en ese caso Brattsen se lo esperaba. Renson estaba curtido en cuestiones mediáticas y disponía de una buena red de contactos, a los que podía movilizar rápidamente. Por ello, Brattsen supervisó personalmente la operación, aunque permaneció algo apartado. El viejo Olsen le había aconsejado que no figurara demasiado para poder retirarse en caso de necesidad. «Si las cosas salen como está previsto —le dijo el viejo granjero—, siempre estarás a tiempo de dar un paso al frente y ponerte las medallas. Nuestros amigos sabrán agasajarte». El viejo Olsen pensaba en todo.

Renson estaba desayunando en el hotel Thon cuando se presentaron ante él los policías. Uno de los agentes le notificó la orden de arresto. Como era de prever, Renson se indignó y empezó a proferir gritos escandalizados delante de testigos como el personal del hotel y algunos clientes que estaban sentados en aquellos momentos a las mesas. Invocó su calidad de electo y exclamó que aquello era un escándalo y un caso de discriminación. Brattsen había dado instrucciones a los policías: firmeza, pero nada de violencia. Y menos aún comentarios. No era cuestión de darle argumentos. Los policías no pudieron hacer nada cuando Renson pidió al personal que avisara a la prensa. Luego retrasó con habilidad su partida, aunque sin oponer una resistencia directamente condenable, hasta que llegó Mikkelsen, el periodista de la NRK, y algunos colegas de este. Una vez reunidos los periodistas, Renson se dejó detener mientras gritaba que era un error judicial, acusaba a los policías de incompetencia y de racismo y censuraba la ausencia de verdaderos policías samis que pudieran hacer reinar una justicia sami en territorio sami: «De nada nos sirven unos cuantos samis que colaboran con el sistema noruego. Soy víctima de una intolerable injusticia que ilustra, una vez más, hasta qué punto es crucial nuestra necesidad de mayor autonomía».

Brattsen estuvo encantado. Por propia iniciativa, Renson había hecho recaer la responsabilidad de su arresto en Klemet Nango. El viejo Olsen estaba en lo cierto. Si el caso acababa mal, Nango aparecería fácilmente como responsable ante los ojos de la población.

Nina y Klemet acababan de oír en la radio las airadas declaraciones de Renson sobre los samis vendidos cuando el coche personal de Klemet, un viejo Volvo rojo, se detuvo frente a la casa de su tío Nils Ante, en Suohpatjavri. Los dos policías habían actuado con discreción. Habían dejado el uniforme en casa. La señorita Chang, que había oído llegar el automóvil, los recibió en la puerta, envuelta en una manta polar.

—Hola, Klemet, ¿es tu novia?

—Mi colega —sonrió el policía, divertido ante la rápida familiaridad de la joven china—. ¿Está mi tío?

—Pasa, está desayunando.

El pequeño grupo entró en la cocina, de donde procedía la música de unos instrumentos que Klemet no logró identificar.

—Son instrumentos chinos. Su sonoridad es formidable —exclamó Nils Ante—. He tratado de combinar eso con un yoik que he escrito para la abuela de Changuita. ¡Ah, aquí está por fin tu novia!

—Nina es mi colega. Patrullamos juntos.

—¿Y vienes a patrullar hasta en mi casa?

—Tengo que hablar contigo de una cosa.

—Bah, primero escucha el principio de mi yoik.

Nils Ante apagó el aparato y empezó a entonar un melodioso canto gutural, con las manos tendidas hacia su compañera.

Qué largos son los días

si no puedo ver a aquella

a quien le he dado mi corazón.

Nils Ante soltó unos largos gorgoritos, repitiendo las mismas palabras y modulándolas sin fin. La señorita Chang le sostenía la mano con ternura, embelesada por el hechizo de sus palabras. El ejercicio duró tres largos minutos y Klemet empezó a perder la paciencia.

—Se trata solo de la primera estrofa, claro —dijo Nils Ante—. ¿Qué te ha parecido? ¿Te gusta?

—Es muy bonito, como siempre —espetó Klemet—. La última parte es un poco melancólica, pero muy bonita.

—Y a ti, Nina, ¿qué te ha parecido?

La policía estaba boquiabierta.

—Pues no he entendido nada —dijo, y se echó a reír.

La señorita Chang se echó a reír a su vez y pronto la siguió Nils Ante.

—¿Este yoik es para tu amiga o para su abuela?

Nils Ante le respondió con un guiño.

—Espera lo que viene luego. Bueno, ¿y a qué se debe esta segunda visita en tan poco tiempo? ¿Se acercan ya los buitres?

Klemet le hizo una señal a Nina, que depositó la manta sobre la mesa de la cocina.

—¿Sabrá la señorita Chang guardar un secreto?

—Como si mi vida fuera en ello. ¿Qué es?

Nina alzó un lado de la manta. Nils Ante saludó la aparición del tambor con un largo silbido. Se puso las gafas y se acercó. Antes de observar los signos, apreció la curvatura, el contorno y la textura. Observó el dorso del instrumento, las costuras. Entre tanto, meneaba la cabeza, con gestos de conocedor.

—No sabía que fueras especialista en tambores —comentó Klemet.

—Y en ese caso, ¿por qué vienes a verme, sobrino inculto? Esperas que pueda decirte algo, ¿verdad? No puedo certificar la autenticidad de este tambor, si eso es lo que deseas. De todas formas, parece que respeta todas las reglas de la producción. Sería necesario un análisis más detallado para determinar los componentes, como la tinta, por ejemplo. Pero es de muy bella factura. Supongo que es el que desapareció del Centro Juhl.

Klemet asintió en silencio.

—Pero los dibujos que tiene son fascinantes. No sé mucho acerca de ello. Como sabes, lo mío son los yoiks, pero veo dos o tres cosas. La parte superior es bastante sencilla. Es una escena de caza, con ese hombre que tensa su arco. Está cazando dos renos. Se encuentra rodeado de abetos robustos. Una escena de caza feliz, prolífica. Y esos triángulos con puntos en medio…

—Son icebergs, con la parte sumergida y la parte que emerge, ¿verdad?

—Bobadas. Son tiendas samis, está muy claro, y los puntos simbolizan a sus habitantes. Esas tiendas están muy pobladas. Ahí tienes un campamento sami con numerosos habitantes y mucha caza, y abetos robustos que también representan la abundancia. Eso que vemos ahí es una escena feliz.

Nina escuchaba con los ojos muy abiertos, mientras que Klemet estaba igual de fascinado al ver aparecer el significado oculto del tambor en pequeñas pinceladas.

—Y seguro que os habéis dado cuenta de otra cosa, ¿verdad? Esa escena feliz que describe una vida de pueblo armoniosa se concentra en una parte minúscula del tambor, arriba de todo. Ese trazo, como sabes, Klemet, separa el mundo de los vivos del de los muertos…

—Habíamos imaginado que podía ser otra cosa, como el nivel del mar o de un lago, que habría sepultado un pueblo o una mina…

—… que separa el mundo de los vivos del de los muertos —prosiguió Nils Ante, como si no hubiera oído nada—, con un mundo de los muertos enorme; no recuerdo haber visto nunca uno tan grande en ningún tambor. Os lo repito, no soy especialista, pero hay una pista muy significativa. Debajo de las tiendas, con los puntos que simbolizan los habitantes, encontramos las mismas tiendas invertidas, pero esta vez vacías. Como si sus pobladores las hubieran evacuado. O como si estuvieran muertos. Y ese mundo de los muertos asusta por su tamaño. El chamán debió de tener trabajo con todo esto. Los tiempos debieron de ser muy duros para esos pobres…

—¿Qué quieres decir? —preguntó Klemet.

—Un tambor mágico incluye un montón de figuras, y a través de todos esos signos el chamán expresa la filosofía de la existencia y la vida de los hombres. Y este es muy lúgubre. Esa serpiente, por ejemplo, me inquieta. Debe de simbolizar el mal, pues ya sabes que en Laponia no hay serpientes. Y ves esas figuritas, ahí…

—¿Te refieres a esas tiendas?

Nils Ante suspiró.

—Son diosas, sobrino doblemente inculto. Pero si son las que creo, me sorprende, puesto que en principio siempre son tres y ahí solo hay dos…

—¿Y…?

—Te daré el nombre de alguien que podrá ayudarte. Ve a verle de mi parte. Es un tipo un poco raro, pero ha dedicado toda su vida a esos tambores.

Nils Ante garabateó un nombre sobre un pedazo de papel y buscó el número de teléfono en su móvil.

—Hurri Manker. Si aún vive, te dirá algunas cosas interesantes, estoy seguro. Vive en Jukkasjärvi.

—¿Ahí donde está el hotel de hielo? —preguntó Nina.

Jukkasjärvi no estaba muy lejos de Kiruna, en la Laponia sueca. Antes de adquirir renombre gracias al hotel de hielo que recibía a miles de visitantes del mundo entero, el pueblecito de Jukkasjärvi había sido un centro esencial para el comercio sami. Estaba situado junto al río, lo que facilitaba los intercambios en una época en que no había carreteras.

—Llámale —le aconsejó Nils Ante—; a menudo anda de un lado a otro de la región. Y luego ven a verme. Quizá ya habré acabado mi yoik.

En cuanto salieron de casa de Nils Ante, tras darse varios abrazos con la señorita Chang, Klemet llamó al número de teléfono. Respondió una voz temblorosa. Klemet le explicó lo que quería en pocas palabras, sin entrar en demasiados detalles. Tuvieron suerte. Hurri Manker iba a estar de visita en Karesuando todo el día. Si se daban prisa, podrían verse por la tarde, antes de que regresara a Jukkasjärvi.

Klemet y Nina se pusieron de inmediato rumbo al sur. El tambor aún tenía muchos secretos que desvelar. Habría que dejar la visita a la casa del viejo Olsen para más tarde. Klemet recordó también las indicaciones que les había proporcionado Eva Nilsdotter. Identificar los potenciales lugares en el plazo de tiempo del que disponían iba a ser una misión imposible.