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Lunes, 24 de enero

23.30 horas. Kautokeino

El regreso hasta la tienda de Klemet se desarrolló en un ambiente de excitación. Nina le explicó que de repente se había dado cuenta de que no le habían planteado aquella pregunta tan simple a Berit. ¡Mattis lo había dejado en la habitación para que ella lo cuidara! Y Berit lo guardó en el armario de la cocina. Los policías se marcharon de inmediato con su tesoro. Exigieron con firmeza a Berit que no dijera nada a nadie acerca del tambor, puesto que la investigación aún seguía su curso. Al ser culpable de falso testimonio y de receptación, no fue difícil convencerla.

—¿Qué vamos a hacer con el tambor? —espetó Nina—. En principio, ya no trabajamos en el caso. Se supone que deberíamos estar en plena tundra controlando las manadas.

—Lo sé, pero no nos va a amargar un dulce tan pronto, ¿verdad? No tengo ninguna intención de darle el tambor a Brattsen.

—Pero va a detener a los ganaderos.

—Los va a detener por el asesinato de Mattis, no por el robo del tambor. A no ser que espere resolverlo todo con unos pases mágicos y su redada. Tendrá que ser muy convincente.

—Pero ¿cómo vamos a ocultar el descubrimiento del tambor? Además, ya solo faltan unos días para la conferencia de la ONU.

—Lo sé, Nina, pero tenemos que blindar nuestra posición. Tenemos que saber más acerca de lo que este tambor nos pueda contar. Y dejar que Brattsen se hunda. Luego, todo volverá al orden.

—No sé, no me gusta mucho todo esto —respondió ella con un mohín, como Klemet adivinó por su voz—. ¿Tienes intención de contárselo al Sheriff?

Klemet aún no se había decidido. Tor estaba de su parte, pero prefería ver qué tenía en mente su jefe de Kautokeino.

—Luego lo veremos, cuando se pase por la tienda.

—¿Y qué hacemos con el tambor? ¿No tendríamos que protegerlo? El director del Centro Juhl dijo que quería que lo trataran antes de exponerlo. Si provocamos desperfectos por descuido, nos arriesgamos a pagarlo muy caro.

—Mañana iremos a ver al tío Nils Ante a primera hora. Seguro que sabrá qué hacer.

Al llegar a la tienda, se abalanzaron sobre el tambor. Las llamas del fuego provocaban unas sombras extrañas sobre las paredes de la tienda. Daba la impresión de que hacían cobrar vida a los motivos que aparecían sobre el instrumento. Una línea lo dividía en la parte superior, como en el recuerdo de Henry Mons. Y se veían, en efecto, algunos renos estilizados, un poco a la manera de las pinturas rupestres. Y allí estaba la cruz, pero era mucho más que una cruz.

Nina tuvo el reflejo de sacar su cámara fotográfica para inmortalizar el tambor y conservar su huella. Luego se puso de nuevo a estudiar la piel tensada y resquebrajada de este.

Reconoció unos renos en las dos partes del tambor. Y también peces y dos pájaros oscuros que podían ser cuervos, pero era ilusorio pretender determinar la especie. Había además una gran serpiente, muy grande en cuanto a sus proporciones respecto a los otros animales. Las proporciones, sin embargo, tenían sin duda poca importancia, reflexionó Nina, puesto que los pájaros y los peces eran del mismo tamaño que los renos. Vio signos que, sin saber muy bien por qué, pensó que eran casi indios, y también copas de abeto, un sol, o tal vez fuera un personaje dentro de un sol. Abajo, a la izquierda de la cruz, observó una especie de barco dentro de un círculo. Debajo del trazo de separación, había un dibujo parecido a una reja. Luego había también unos rombos apoyados sobre la línea. En el lado derecho, unas olas extrañas ribeteaban el tambor. A Nina la sorprendió la asimetría de los motivos y su delicadeza. Trató de convencerse de que todo aquello podía tener un significado para ciertas gentes. Pero ¿en qué lenguaje?, pensó. Su mirada se detuvo en la cruz. Era ancha, del doble de grosor, y su centro estaba formado por un rombo. Cada brazo de la cruz tenía un símbolo diferente, y en el centro del rombo había otro más. Nina miró a Klemet, confiando en captar en los ojos de su compañero un destello de comprensión.

—¿Qué te parece?

Klemet estaba perdido. No pensaba confesarlo. Aún no. Pero al descubrir ese tambor ilegible se había dado cuenta del abismo que le separaba de la cultura sami. Que siempre le había separado de ella. Decenas de investigadores habrían matado a su propia madre por tener ese tambor en las manos. Y, en cambio, Klemet era incapaz de ver nada en él. Brutalmente, comprendió que se había criado al margen de la cultura sami y que era tan ajeno como Nina a aquello que, sin embargo, representaba el corazón de esa civilización. Y de esa historia. De golpe, le vinieron a la memoria algunas palabras de su tío. Los samis habían sido víctimas de una guerra de religión. De una verdadera guerra de religión. Y perdieron. Klemet era un ejemplo clarísimo de ello. Frente a un tambor que habría debido despertar en él unos profundos sentimientos, se quedaba indiferente.

Klemet miró de nuevo el instrumento. El trazo de separación estaba en la parte alta. La cruz se encontraba en la parte más grande de las dos zonas delimitadas por este trazo y estaba ricamente decorada. ¿Era algo inusual? Klemet habría sido incapaz de decirlo. Podía identificar renos, peces, pájaros, quizás abetos, también montañas y, sin duda, tiendas samis. Ni siquiera estaba seguro de ello. «No trates de dártelas de experto —se dijo—. ¡Menudo sami estás hecho!».

—Hay que llamar a Tor —le recordó Nina.

—Sí. Mejor ponerlo al corriente. Pero, dime, Nina, tú que no eres sami y no conoces esta cultura, ¿qué ves en este tambor? Un ojo inocente tal vez vea mejor ciertas cosas…

La policía ya había superado el primer momento de absoluta sorpresa y ahora comenzaba a impregnarse de los signos.

—Sí —dijo—, es verdad; me imagino algunas cosas, pero ya estoy influida por la historia que arrastra este tambor. Veo muchas tiendas samis. ¿Por qué? No lo sé. En esa frontera, o esa separación, podría ver un límite entre lo que hay sobre el mar y lo que hay debajo. En los rombos podría ver icebergs. La parte submarina es mucho más importante. ¿Un lago que oculta algo? ¿Un pueblo sumergido? Durante la construcción de un pantano. Klemet, dijiste que viniste a trabajar por primera vez en la región cuando hubo las manifestaciones en Alta. ¿No eran protestas contra la construcción de un embalse?

Klemet se incorporó y tomó el tambor. Lo hizo girar y lo observó desde diversos ángulos.

—Buena teoría. Ves, me había dejado llevar tanto por los vagos recuerdos de mi tío, con esas historias de fronteras entre el reino de los vivos y el de los muertos que… Un pueblo sumergido. Un pueblo o una mina sepultada…

—¡O ambas cosas!

—O ambas cosas…

—Esa especie de reja a caballo de la línea podría ser como una escalera entre los dos lados del nivel del agua.

—Una escalera. ¿Por qué no?

—Ahí, un tipo estilizado que sostiene dos cruces: ¿será un pastor? Y aquí hay una cruz que quizá simboliza el sol, pero si lo miras de otra manera, como lo que decías del reino de los muertos… Si eso no tuviera nada que ver con el sol… A mí me parece ver más bien una especie de brújula o de rosa de los vientos. Y ese círculo, otra brújula —sugirió Nina.

—¿Por qué dos brújulas?

—¿Por qué? No lo sé. La persona que dibujó este tambor quizá tenía muchas cosas que ocultar.

—O que explicar —murmuró Klemet, sombrío.

El Sheriff llegó diez minutos más tarde. No parecía en absoluto fatigado. Ya de vuelta de Hammerfest, se había vestido con un pantalón gris con bolsillos en los costados y un chaquetón azul marino. Estaba de un humor visiblemente combativo. Hacía lustros que Klemet no lo veía sin uniforme. El régimen a base de regalices dejaba huellas. El traje le quedaba un poco ajustado. ¡Pero qué importaba eso! Klemet se dijo que su jefe, o exjefe, quería tomarse la revancha.

Klemet, que había escondido el tambor dentro de un baúl, le ofreció una cerveza al Sheriff.

—¿Qué ha pasado en Hammerfest? —le preguntó.

—¡Hammerfest! ¡Menuda pandilla! La región está plagada. O te encuentras laboristas hasta en el armario…

—Como tú mismo —precisó Klemet con una sonrisa.

—No me toques los cojones… O bien el Partido del Progreso mueve los hilos y manipula a los conservadores. Así van las cosas en Oslo, y puedo asegurarte que ocurre lo mismo en esta región perdida del Finnmark. ¡La gente se ha vuelto tan gilipollas como en la capital!

Nina parecía sorprendida al oír hablar así al comisario. Tor Jensen no le prestó atención a ello.

—¿El Partido del Progreso?

—No me sorprendería. Cada vez tiene más presencia en la región. ¡Incluso aquí, en el norte rojo! Le apoya el lobby de las motonieves.

—¿El lobby de las motonieves?

El Sheriff se volvió hacia Nina, molesto por la pregunta.

—¿No deberías estar al corriente de ello en la policía de los renos? ¡El lobby de las motonieves, joder! Klemet, explícaselo, es tu trabajo.

—Los usuarios de motonieves quieren pasear por las montañas cuando tienen vacaciones, como durante el fin de semana de Pascua, que es uno de los fines de semana más bonitos en la región, aún con mucha nieve por todas partes y mucho sol. Los noruegos de la costa salen en familia en motonieve durante tres o cuatro días para ir a su pequeña cabaña en la tundra, junto a los ríos. Pero esa es la época en que las hembras de los renos dan a luz, y no hay que molestar a las manadas, pues de lo contrario las hembras pueden abandonar a sus crías y eso ocasionaría enormes pérdidas a los ganaderos. Así que se producen conflictos. No solo hay esas historias de motonieves, pero resume cómo es esa gente.

—Y esa mierda de lobby de las motonieves es muy poderoso en las ciudades de la costa. El Partido del Progreso recoge allí votos a carretadas, sin esfuerzo alguno.

—Ocurre igual en el lado sueco, en Kiruna —precisó Klemet—. Allí también hay un poderoso lobby de las motonieves. Gente que no quiere renunciar a sus distracciones, paseos en familia, caza o pesca, sean cuales sean las razones invocadas.

—No hay que dejar, de ninguna de las maneras, que Brattsen la fastidie —se indignó de nuevo el Sheriff.

Klemet permaneció en silencio un momento, observando cómo las llamas iluminaban el rostro encolerizado de Tor Jensen. Volvió la cabeza hacia Nina, sentada sobre sus talones, se miraron unos segundos y, a continuación, ella lo animó con un gesto de la cabeza. Klemet se decidió.

—Tengo una buena noticia y una mala noticia.

—No juegues con mis nervios, Klemet. ¡Te aseguro que no es el momento más apropiado!

El policía fingió no haberlo oído.

—Primero la buena noticia: hemos hecho un progreso importante en la investigación. Un progreso capital. Mucha gente va a suspirar aliviada. Ahora, la mala noticia: eso puede hacer que se paralice el resto de la investigación. O, para ser más precisos, nuestra jerarquía se va a contentar con las detenciones ordenadas por Brattsen para declarar que el caso está cerrado la víspera de la inauguración de la conferencia de la ONU.

—¿Habéis encontrado el tambor?

—Está en el baúl, detrás de ti.

Tor Jensen se dio la vuelta precipitadamente.

—Con cuidado —indicó Nina—. Es muy frágil.

El Sheriff sacó la manta y la abrió con delicadeza. Se quedó un buen rato mirándolo.

—Jamás había visto algo así.

Klemet le explicó cómo habían dado con el instrumento. El Sheriff meneó la cabeza.

—De todas formas es cómplice de receptación. ¿Quién más está al corriente?

—Nadie.

—Bueno… —gruñó el Sheriff cogiendo de nuevo el tambor—. ¿Y qué cuenta este maldito tambor? ¿Lo habéis descubierto?

El rostro adusto de los policías le dio la respuesta.

—Vamos a ver… Aquí hay muchos animales… Una serpiente, al parecer algo peligroso. Ahí, unas focas…

—Me ha parecido ver pájaros, tal vez cuervos —dijo Nina.

El Sheriff torció el gesto.

—Focas, cuervos… En cualquier caso, animalillos. A la derecha, pájaros o montañas. Ahí, a la izquierda, tiendas, al igual que sobre la cruz. Y diría que eso es un trineo tirado por un reno. Esos puntos sobre el trineo, qué podrían ser, ¿niños? O mosquitos. O no, ¿tal vez mineral de hierro? ¿Qué os parece? Y esos personajes estilizados, parece que lleven… pistolas.

El Sheriff exhaló un largo suspiro.

—¿Habéis encontrado alguna explicación?

—No. De momento solo una teoría, de Nina.

Klemet invitó a su colega a explicarla.

El Sheriff escuchó a la joven meneando la cabeza.

—Una mina o un pueblo sepultado. No es ninguna tontería. Puede que se sostenga. La pregunta que ahora podemos hacernos es si ese tambor solo cuenta esa historia o si también ofrece indicaciones del emplazamiento de ese pueblo o de esa famosa mina sepultada. ¿Qué relación tiene con el asesinato de Mattis?

—Mattis quería el poder del tambor, el dinero no le interesaba —respondió Klemet.

—El dinero no le interesaba mientras se tratara solo de pequeñas sumas, que eran su única perspectiva, con sus tamborcitos para los turistas y la carne de algunos renos. Pero la perspectiva de mucho dinero puede transformar a la gente, Klemet, incluso a aquella aparentemente menos interesada, créeme. Al menos, de momento tenéis el tambor, y eso ya es formidable. El caso aún no está resuelto del todo, pero la recuperación del tambor calmará los ánimos.

—No habíamos pensado en entregarlo de inmediato —rectificó Nina.

Tor Jensen miró a la joven con incredulidad y, acto seguido, a Klemet, que al parecer ratificaba sus palabras. «Lo dicen en serio», daba la impresión de pensar.

—Nina tiene razón —explicó Klemet—. La reaparición del tambor y la detención de los ganaderos marcarán el fin de la investigación y todo el mundo estará muy contento de acabar con esta historia a las puertas de la conferencia. Y sabemos que no es así. Necesitamos tiempo. Y te necesitamos a ti.

—Pero, Dios mío, si ya no pinto nada y vosotros no lleváis el caso, ¿lo habéis olvidado?

—Es todo o nada —replicó Klemet—. Si perdemos, perdemos un poco más, eso es todo. Pero si logramos resolver los casos, el beneficio también recaerá sobre ti. Se dirá que asumiste tu responsabilidad incluso en la adversidad, que tomaste decisiones arriesgadas y valientes, y todo el mundo estará tan contento del resultado que todas esas pequeñas irregularidades pronto quedarán olvidadas.

—Sí, pero si fracasa…

—Si fracasa, te enviarán a Spitsbergen y además sin la prima por ir a una zona tan apartada.

El Sheriff miró de nuevo el tambor. Acarició el contorno.

—Me voy. No he visto este tambor. Y vosotros tampoco. Os conviene mantener callada a Berit. Mañana traeré el dosier que he reunido sobre el geólogo francés. Klemet y Nina, tenéis tres días. Ni uno más.