Capítulo 11

—¿Todo está dispuesto, Jim?

Había transcurrido una semana, y los dos hombres se hallaban en el establo. Jim Carter había enmudecido a causa de la gratitud. En ocasiones anteriores, dos o tres veces, había tratado de hablar, pero su lengua no lo obedecía. Ahora, consiguió al fin expresarse:

—Es el principal deseo de mi vida. Había creído que no tenía esperanza, y que no podía hacer nada. A usted debo agradecerle todo.

—Oh, tonterías —dijo Ross—. No debas a nadie tu felicidad. Esta noche diré a Zacky que se ha impartido la orden de arresto contra Clemmow. Apenas lo encontremos podremos encerrarlo un tiempo para que se calme.

—Lo que quiero agradecerle es el cottage —insistió Jim, ahora que al fin había conseguido hablar—. Eso cambia toda la situación. Sabe, si no hubiéramos podido contar…

—¿Cuál elegiste? —preguntó Ross, para abreviar las muestras de agradecimiento—. ¿El de Reuben o el contiguo?

—El siguiente, el que está al lado de Joe y Betsy Triggs. Señor, pensamos que para usted era lo mismo, y preferimos no entrar en el cottage de Reuben. Si usted me entiende, no parece muy cómodo. Y el otro está bastante limpio después de cinco años. Hace mucho que no hay viruela.

Ross asintió.

—¿Y cuándo se casarán?

Jim se sonrojo.

—Las amonestaciones se llevarán por primera vez el domingo próximo. Apenas puedo… Si el tiempo mejora, esta noche comenzaremos a arreglar el techo. No hay mucho que hacer. Jinny tiene muchas ganas de venir a daré las gracias.

—Oh, no es necesario —dijo Ross, alarmado—. Iré a visitarlos cuando se hayan instalado.

—Y nos gustaría —continuó diciendo Jim—, si nos va bien, pagarle una renta… solo para demostrarle…

—No lo harás mientras trabajes para mí. Pero te agradezco la intención.

—Jinny piensa continuar en la mina, por lo menos al principio. Como mis dos hermanos trabajan bien, mi madre no necesita tanto… Por eso creo que todo andará bien…

Un estornudo atrajo la atención de Ross, y entonces vio a Demelza que cruzaba el patio con una pila de leños en el delantal. Llovía y la chica no tenía sombrero. Detrás iba Garrick, que ahora era un perro joven, crecido y desmañado, negro y sin cola, rizado el pelaje escaso, corveteando como un perro de agua francés. Ross sintió deseos de echarse a reír.

—Demelza —dijo.

La chica se detuvo al instante y dejó caer uno de los leños. Durante un momento no supo de dónde venía la voz. Ross salió de la oscuridad del establo.

—¿No permitirás que Garrick entre en la casa?

—No, señor. Llega solo hasta la puerta. Va hasta allí para hacerme compañía. Le duele mucho que no lo deje pasar.

Ross alzó el leño y lo devolvió al montón que ella sostenía en los brazos.

—Quizá —dijo la chica— pueda entrar en la cocina cuando ya no tenga bichos.

—¿Bichos?

—Sí, señor. Las cosas que se arrastran entre el pelo.

—Oh —dijo Ross—. Dudo de que jamás lo consigas.

—Señor, lo baño todos los días.

Ross miró al perro, que estaba sentado sobre los cuartos traseros y que se rascaba la oreja caída flojamente con una pata trasera rígida. Miró de nuevo a Demelza, y esta a Ross.

—Me alegro de que Prudie te enseñe tan bien. Creo que el color del perro ya está aclarándose. ¿Le gusta que lo bañes?

—¡Condenación no! Se retuerce como una sardina.

—Hum —dijo secamente Ross—. Bien, cuando creas que está limpio, tráemelo, y yo te diré.

—Sí, señor. Prudie apareció en la puerta.

—¡Ah, aquí estás, gusano del infierno! —dijo a la niña, y entonces vio a Ross. En su rostro brillante y rojizo se dibujó una tímida sonrisa—. Señor, llegó la señorita Verity. Ahora venía a decírselo.

—¿La señorita Verity?

—Acaba de llegar. Venía corriendo a decírselo. A toda prisa, nadie puede decir lo contrario.

Encontró a Verity en la sala. La joven se había quitado el abrigo gris con la capucha revestida de piel, y se limpiaba la lluvia que le cubría el rostro. El ruedo de la falda estaba sucio de lluvia y barro.

—Bien, querida —dijo Ross—. Qué sorpresa. ¿Caminaste con este tiempo?

El rostro de Verity había palidecido bajo el bronceado, y tenía profundas ojeras bajo los ojos. Parecía que hubiera estado enferma.

—Ross, tenía que verte. Tú eres más comprensivo que ellos. Tenía que verte a propósito de Andrew.

—Siéntate —dijo él—. Te traeré un poco de cerveza y una rebanada de torta de almendras.

—No, no puedo permanecer mucho tiempo. Yo… me escapé. Viniste… el jueves último, ¿verdad? Cuando estaba William-Alfred.

Ross asintió y esperó que su prima continuase. La joven estaba sin aliento, por la prisa con que había venido o por el agobio de sus sentimientos. Él deseaba decir algo que la ayudase, pero no podía hallar las palabras adecuadas. La vida había comenzado a golpear a su pequeña y bondadosa Verity.

—¿Ellos… te hablaron?

—Sí, querida.

—¿Qué te dijeron?

Con la mayor fidelidad posible repitió el relato de William-Alfred. Cuando concluyó, Verity se acercó a la ventana y comenzó a tironear de la piel húmeda de su manguita.

—No le dio puntapiés —dijo—. Es mentira. La derribó y… ella murió. El resto… es verdad.

Ross miró los hilos de agua que descendían por el vidrio de la ventana.

—Lo lamento más de lo que puedo explicar —dijo.

—Sí, pero… quieren que renuncie a él, y que prometa no volver a verlo.

—¿No crees que sería lo mejor?

—Ross —dijo ella—. Lo amo.

Él no habló.

—No soy una niña —dijo Verity—. Cuando él me habló… cuando me contó todo, al día siguiente del baile… Me sentí tan mal, tan asqueada, tan triste… por él. No podía dormir ni comer. Era terrible oírlo de sus propios labios, porque no podía abrigar la esperanza de que no fuese cierto. Mi padre no me comprende porque cree que todo eso no me repugnó. Por cierto que me repugnó. Tanto que durante dos días guardé cama, con fiebre. Pero eso… eso no me impide amarlo. ¿Cómo podría impedirlo? Uno se enamora para bien o para mal. Bien lo sabes.

—Sí —dijo él—. Bien lo sé.

—Conociéndolo, conociendo a Andrew, era casi imposible creerlo. Era terrible. Pero uno no puede volver la espalda a la verdad. No puede desear que no exista, o rezar para que desaparezca, o no hacerle caso. Hizo exactamente eso, y yo me lo decía y lo repetía, repetía eso que él había hecho. Y la repetición, en lugar de destruir mi amor, disipó mi horror. Aventó mis temores. Me dije: hizo eso, y ya lo pagó. ¿No es bastante? ¿Un hombre merece que se lo condene para toda la vida? ¿Por qué voy a la iglesia y repito la oración, si no creo en ella, si en el mundo no existe perdón? ¿Acaso nuestra conducta es mejor que la del Fundador del Cristianismo, y tenemos derecho a imponer a otros una norma más alta?

Había hablado con voz premiosa y con fiereza. Tales eran los argumentos que su amor había elaborado en el silencio de su dormitorio.

—Ahora nunca bebe —concluyó con expresión patética.

—¿Crees que seguirá así?

—Estoy segura de ello.

—¿Qué pretendes hacer?

—Él quiere que nos casemos. Mi padre lo prohíbe. Solo me resta desafiarlo.

—Hay modos de obligarte —dijo Ross.

—Soy mayor de edad. No pueden impedírmelo.

Ross se acercó al hogar y arrojó al fuego otro leño.

—¿Blamey no habló con Charles? Si pudieran conversar…

—Mi padre no acepta verlo. Es… tan injusto. Mi padre bebe. Francis juega. No son santos. Pero cuando un hombre hace lo que ha hecho Andrew, lo condenan sin oírlo.

—Querida, así es el mundo. Un caballero puede embriagarse mientras sepa conservar el equilibrio, o se deslice bajo la mesa a causa del alcohol. Pero cuando un hombre va a la cárcel por lo que hizo Blamey, el mundo no está dispuesto a perdonar y olvidar, pese a la religión que todos pregonan. Y no dudes de que otros hombres no están dispuestos a confiarle a sus hijas, porque es posible que las trate del mismo modo. —Se interrumpió, tratando de hallar las palabras adecuadas—. Y me inclino a concordar con esa actitud.

Ella lo miró dolorida un momento, y después se encogió de hombros.

—De modo que te unes a ellos.

—En principio, sí. ¿Qué deseas que haga?

Verity recogió su manto húmedo, permaneció un momento inmóvil con la prenda entre las manos, mirándola.

—Nada puedo pedir si piensas así.

—Oh, sí, puedes pedirme. —Se acercó a Verity, le quitó el abrigo y permaneció de pie al lado de la joven, frente a la ventana. Le tocó el brazo—. Verity, mi invierno ha concluido. Eso, y mucho más. De no haber sido por ti, ignoro cómo habría terminado todo. No sería como es ahora. Si… se inicia tu invierno, ¿puedo negarte mi ayuda porque mis principios me imponen una condición diferente? Todavía no me agrada la idea de que te cases con Blamey; pero pienso así porque me importa mucho tu bienestar. Eso no significa que no te preste toda la ayuda posible.

Durante un momento ella no contestó. De pronto, él sintió desprecio por sí mismo precisamente a causa de lo que acababa de decir. Una ayuda condicionada era un gesto débil y tímido. Había que oponerse resueltamente a ese vínculo, o de lo contrario ofrecer una ayuda sin condiciones, y sin suscitar una impresión de renuencia y desaprobación.

Era muy difícil. En vista de la amistad especial que los unía, la primera actitud era imposible. La segunda contravenía su mejor opinión… porque Ross no alentaba un sentimiento personal o una creencia en los cuales pudiera apoyarse, al margen de su confianza en Verity.

Y al mismo tiempo, eso no bastaba. Era una decisión difícil, pero en todo caso él debía tener una visión más clara de todo el problema. ¿Qué habría hecho Verity si se hubiesen trocado las posiciones de ambos?

Soltó el brazo de la joven.

—Olvida lo que dije. No te preocupes por mi desaprobación. No la tengas en cuenta. Haré lo que quieras.

Verity suspiró.

—Mira, tengo que acudir a ti porque nadie más puede ayudarme. Elizabeth se muestra muy comprensiva, pero no puede tomar partido por mí contra Francis. Y además, en realidad no creo que lo desee. Me pareció… En fin, te lo agradezco.

—¿Dónde está ahora Andrew?

—En el mar. Pasarán por lo menos dos semanas antes de que retorne. Cuando vuelva… pensé que tal vez podría escribirle diciéndole que nos encontráramos aquí…

—¿En Nampara?

Ella lo miró.

—Sí.

—Muy bien —dijo instantáneamente Ross—. Házmelo saber la víspera, y yo arreglaré todo.

Los labios de Verity temblaron, y pareció que estaba al borde de las lágrimas.

—Querido Ross, realmente lamento complicarte en esto. Ya es bastante… Pero no se me ocurrió…

—Tonterías. No es la primera vez que conspiramos juntos. Pero mira una cosa, debes dejar de preocuparte. De lo contrario, él no deseará volver a verte cuando regrese. Cuanto menos te inquietes, mejor saldrá todo. Vuelve a tu casa, y haz tu vida normal, como si nada ocurriese. Finge que no tienes motivos de preocupación, y todo será más fácil. Dios sabe que no tengo derecho a predicar, pero de todos modos te estoy ofreciendo un buen consejo.

—Estoy segura de ello.

Verity volvió a suspirar, y se llevó una mano al costado del rostro fatigado.

—Si pudiera venir aquí y conversar contigo, mejoraría inmensamente. Verme todo el día a solas con mis pensamientos, y rodeada de gente hostil. Si solo pudiera hablar con alguien que demuestre comprensión…

—Ven cuando te plazca. Todas las veces que lo desees. Siempre estoy aquí. Me dirás todo lo que haya que saber. Haré que te sirvan una bebida caliente mientras Jud ensilla a Morena. Y luego te llevaré de vuelta.