Miles bajó los últimos escalones y cruzó la antesala de la cámara de meditación del Primer Señor. Seguía habiendo marcas de quemaduras en el suelo de los fuegos que habían prendido Tavi y Kitai, pero habían limpiado los diversos tipos y colores de sangre. La puerta que daba a la cámara de meditación estaba medio abierta, pero Miles se detuvo delante de ella y llamó con suavidad.
—Entra, Miles —le llegó la voz de Gaius.
Miles empujó la puerta y entró. Gaius estaba sentado en una silla delante del pequeño escritorio, mordiéndose los labios mientras meditaba y escribía algo en un papel. Lo terminó, lo firmó y, con tranquilidad, lo dobló y lo selló con la cera y el sello que se encontraba en el pomo de su daga.
—¿Qué te trae por aquí, Miles?
—Lo habitual —respondió Miles—. No hemos encontrado nada en las Profundidades, si exceptuamos la extraña cueva que los vord utilizaron como nido. No hay señales de ellos por ninguna parte, pero he enviado avisos a las legiones de todas las ciudades para que extremen las precauciones por si ocurre algo que pudiera indicar la presencia de los vord.
—Estupendo —reconoció Gaius, y un momento después musitó—: ¿Sabes que los vord, en uno u otro momento, no repararon en absoluto en la presencia de Tavi al menos tres veces?
Miles frunció el ceño.
—Vi cómo huía de una multitud. En aquel momento supuse que había sido lo suficientemente rápido como para alejarse, y lo atacaron justo después.
—Pero no hasta que atacó a la reina con una lanza —le recordó Gaius.
—¿Estáis sugiriendo que el muchacho está de acuerdo con ellos? —preguntó Miles.
Gaius arqueó una ceja.
—Por supuesto que no. Pero se trata de una anomalía que todavía no he desentrañado. Quizá no fue nada… Simple suerte. Pero ¿y si no lo fue? Tal vez eso nos diga algo importante sobre ellos.
—¿Pensáis que siguen aquí?
—No estoy del todo seguro. Es extraño —confesó Gaius, pensativo—. He buscado su presencia, pero no los he sentido.
—Según el conde de Calderon, son muy difíciles de detectar con un artificio, sire.
Gaius asintió, e hizo un gesto con la mano.
—Bueno. Ahora sabemos que existen y estamos alerta. Eso es todo lo que podemos hacer por el momento.
—Sí, sire. —Miró alrededor de la cámara—. La han limpiado muy bien.
Gaius suspiró.
—No me puedo creer que esos dos utilizasen todo mi gabinete de licores como armas contra el enemigo.
Miles frunció los labios y el ceño.
—Sire, ¿puedo…?
—Habla abiertamente, sí, sí. —Movió una mano, irritado—. ¿Cuántas veces te tengo que decir que no necesitas pedir permiso?
—Al menos una vez más, Sextus —respondió Miles—. No lamento la pérdida del gabinete de licores. Me parece una bendición. Estabais bebiendo demasiado.
El Primer Señor frunció el ceño pensativo, pero no discutió con el capitán.
—Lo hicisteis a propósito, ¿verdad? —preguntó Miles.
—¿Qué es lo que hice?
—Traer aquí a Fade. Lo arreglasteis todo para que Tavi compartiera habitación con Antillar Maximus. Queríais que fueran amigos.
Gaius esbozó una ligera sonrisa, pero no dijo nada.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó Miles.
—Es un cursor, Miles. Y antes fue aprendiz de pastor.
—Cuervos, Sextus —replicó Miles irritado y con el ceño fruncido hacia el Primer Señor—. Sabéis lo que quiero decir.
El Primer Señor miró fijamente a Miles.
—No tiene ningún artificio, Miles. Mientras eso siga así, nunca será nada más de lo que es.
Miles volvió a fruncir el ceño y apartó la mirada.
—Miles —lo amonestó Gaius—, ¿tan malo es ser lo que es ahora?
—Por supuesto que no —reconoció Miles y suspiró—. Solo que…
—Paciencia, Miles, paciencia. —Gaius cogió la carta que había escrito y se puso en pie.
Miles se puso a su lado cuando el Primer Señor se acercó a la puerta.
—Oh —dijo Gaius—, eso me recuerda que no debes volver a llenar ese gabinete de licores. Haz que lo saquen de aquí.
Miles se detuvo en seco y parpadeó.
—No vais… —Hizo un gesto vago hacia el mosaico.
Gaius negó con la cabeza.
—Tengo que descansar.
Miles le frunció un poco el ceño al Primer Señor.
—No comprendo.
—Tengo que aguantar un poco más de tiempo, Miles. Y para eso necesito estar bien de salud. —Volvió la vista hacia el mosaico con una expresión repentina de dolor—. Fue muy arrogante por mi parte el comportarme como si no tuviera límites. Si no los respeto ahora… —Se encogió de hombros—. Es posible que la próxima vez no me despierte.
—¿Aguantar un poco más? —preguntó Miles.
Gaius asintió.
—Resistir. Evitar que Aquitania y Kalare nos hundan en la guerra de sucesión que estallará, Miles, en cuanto yo me haya ido. Pero puedo ganar tiempo.
—¿Para qué?
—Para que el chico cambie.
Miles frunció el ceño.
—¿Y si no lo hace?
Gaius movió la cabeza.
—Entonces no ocurrirá nada. A menos que cambien las cosas, nadie oirá nada de esto, Miles. Incluso los rumores o las sospechas lo convertirían en un hombre marcado. Tenemos que protegerlo todo lo que podamos.
—Sí, sire —replicó Miles.
Gaius asintió y empezó a subir la escalera.
Miles siguió al Primer Señor de vuelta hacia el palacio, preocupado en silencio por el futuro.