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—… un misterio absoluto cómo ha sobrevivido la chica —oyó Tavi que decía una sonora voz masculina—. Esas criaturas envenenaron a dos docenas de guardias y, a pesar de recibir los cuidados de artífices del agua, solo nueve de ellos han sobrevivido.

—Es una bárbara —replicó una voz que Tavi reconoció—. Quizá su pueblo no sea tan susceptible al veneno.

—Más bien da la impresión de que no era la primera vez que se lo inoculaban —explicó la primera voz—. Ha desarrollado una resistencia a través de la exposición. Ya estaba consciente cuando la empezamos a tratar, y casi no ha necesitado ayuda. Estoy seguro de que se habría recuperado sin nuestra ayuda.

La primera voz gruñó. Tavi abrió los ojos y vio a sir Miles hablando en voz baja con un hombre que vestía una bata de seda muy cara que cubría unos pantalones y una camisa sencillos y fuertes. El hombre lo miró y sonrió.

—Ah, ya estás de vuelta, muchacho, Buenos días, y bienvenido a la enfermería de palacio.

Tavi parpadeó varias veces y miró a su alrededor. Se encontraba en una habitación larga con camas separadas entre ellas por cortinas. Había más camas ocupadas. Las ventanas estaban abiertas y un vientecillo agradable las movía con suavidad, y el aroma de la lluvia reciente y de las plantas en flor, el olor de la primavera llenó la sala.

—B-buenos días. ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?

—Casi todo un día —contestó el sanador—. Las heridas no eran preocupantes, pero tenías tantas que nos hemos tenido que esforzar. Además, tenías veneno de araña en algunas de las heridas, aunque no creo que te hayan mordido. Sir Miles me ha ordenado que te deje dormir.

Tavi se frotó la cara y se incorporó.

—Sir Miles —saludó, e inclinó la cabeza—. ¿Kitai… el Primer Señor… señor, está todo el mundo bien?

Miles le hizo un gesto al sanador, que lo tomó como una indicación para que se fuera. El hombre asintió y le dio una suave palmada en el hombro a Tavi antes de seguir su ruta por la fila de camas, atendiendo a otros pacientes.

—Tavi —preguntó Miles en voz baja—, ¿mataste al cane que tenías debajo cuando te encontramos?

—Sí, señor —respondió Tavi—. Usé la espada del Primer Señor.

Miles asintió y le sonrió.

—Eso ha estado muy bien, joven. No esperaba encontrar nada más que cadáveres al final de la escalera. Te he subestimado.

—Ya estaba herido, sir Miles. No creo que… Bueno. Estaba medio muerto cuando llegó allí. Solo tuve que empujarlo un poco.

Miles echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—Sí. Sí, bueno. De todas formas, querrás saber que tus amigos y el Primer Señor están bien.

La espalda de Tavi se enderezó.

—¿Gaius… está…?

—Despierto e irritable, y su lengua podría arrancar el pellejo a un gargante —respondió Miles con expresión complacida—. Quiere hablar contigo en cuanto recuperes las fuerzas.

Tavi sacó de inmediato las piernas por un lado de la cama y empezó a ponerse en pie, pero se quedó helado cuando se miró.

—Quizá debería ponerme algo de ropa si debo ver al Primer Señor.

—¿Por qué no lo haces? —sugirió Miles e hizo un gesto hacia una arcón al lado de la cama.

Tavi encontró allí su ropa, recién lavada, y empezó a vestirse, mientras levantaba la mirada hacia Sir Miles.

—Sir Miles, si puedo preguntar, vuestro hermano…

Miles lo interrumpió levantando la mano.

—Mi hermano —respondió con un énfasis amable— murió hace casi veinte años. —Movió la cabeza—. Cambiando de tema, Tavi, tu amigo Fade, el esclavo, se encuentra bien. Se distinguió por su valor en la escalera, donde me ayudó.

—¿Os ayudó?

Miles asintió con una expresión cuidadosamente neutra.

—Sí. Algún idiota ha compuesto ya una canción sobre eso. Sir Miles y su famosa defensa de la Escalera Espiral. La cantan en todas las vinaterías y cervecerías. Resulta humillante.

Tavi frunció el ceño.

—Suena mucho mejor que una canción sobre un esclavo marcado —continuó en voz baja.

Tavi bajó aún más la voz hasta casi convertirla en un susurro.

—Pero es vuestro hermano.

Miles frunció los labios y miró a Tavi durante un momento.

—Sabe lo que está haciendo, y no lo puede hacer si cada lengua suelta en el Reino se pone a hacer cábalas sobre cómo ha regresado de la tumba. —Empujó las botas de Tavi que se encontraban cerca del pie de la cama y añadió en voz tan baja que Tavi casi no la pudo oír—: O por qué.

—Se preocupaba por vos —replicó Tavi también en voz baja—. Estaba muy asustado… de que pensaseis mal de él cuando lo vieseis.

—Tenía razón —reconoció Miles—. Si hubiera ocurrido de cualquier otra manera… —Movió la cabeza—. No sé lo que habría podido hacer. —Su mirada se volvió un poco distante—. He pasado mucho tiempo odiándolo, muchacho. Por haber muerto al lado de Septimus, en medio de ningún sitio, cuando yo tenía la pierna demasiado malherida como para poder estar a su lado. De todos ellos. No le podía perdonar por morir y haberme dejado atrás, cuando debería haber estado con ellos.

—¿Y ahora? —preguntó Tavi.

—Ahora… —empezó Miles y suspiró—. No lo sé, muchacho. Tengo un cargo. Tengo un deber. No parece que tenga demasiado sentido odiarlo ahora. —Le brillaron los ojos—. Pero por las grandes furias, ¿lo viste? Es el espadachín más grande que he conocido, excepto quizá Septimus en persona. Pero incluso entonces siempre sospeché que Rari se guardaba algo para no avergonzar al príncipe. —Miles miró hacia un punto indeterminado, después parpadeó y le sonrió a Tavi.

—¿Deber? —sugirió Tavi.

—Precisamente. Como te estaba diciendo. Deber. Como el tuyo con el Primer Señor. En pie, acad… —Miles se detuvo, con la cabeza ladeada mientras miraba a Tavi—. En pie, hombre.

Tavi se puso las botas y se levantó con una pequeña sonrisa.

—Sir Miles —preguntó—, ¿sabéis si ha habido noticias de mi tía?

La expresión de Miles se volvió aún más inescrutable cuando empezó a andar. Cojeaba de manera ostensible.

—Se me ha informado de que está a salvo y bien. No se encuentra en palacio, y eso es todo cuanto sé al respecto.

Tavi frunció el ceño.

—¿Qué? ¿Nada más?

Miles se encogió de hombros.

—¿Y Max? ¿Y Kitai?

—Estoy seguro de que Gaius contestará a todas las preguntas que tengas, Tavi. —Miles le ofreció una ligera sonrisa—. Siento tener esta actitud contigo. Órdenes.

Tavi asintió y profundizó aún más el ceño. Acompañó a Miles hasta las habitaciones personales del Primer Señor. Tavi se dio cuenta de que había el triple de guardias de lo normal. Llegaron a las puertas que daban paso a la sala de estar de Gaius, donde recibía a sus invitados. Un guardia los dejó pasar, y luego desapareció detrás de unas cortinas al final de la sala, donde habló con alguien en voz baja.

El guardia reapareció y abandonó la habitación. Tavi miró los muebles que lo rodeaban, bastante espartanos para tratarse del Primer Señor, aunque todos ellos estaban fabricados con la madera fina, dura y oscura de los bosques de Forcia en la costa occidental. De la pared colgaban cuadros, uno de ellos a medio terminar y Tavi volvió a fruncir el ceño. Se trataba de sencillas escenas idílicas: una familia tomando el almuerzo sobre un mantel en un campo durante un día soleado; un bote soltando la vela para recibir las primera olas del océano, con una ciudad en penumbra en medio de la niebla detrás de él; y al final, el que estaba sin terminar era el retrato de un hombre joven. Habían pintado sus rasgos, pero solo un tercio de la parte superior del cuerpo y los hombros estaba terminado. Los colores del retrato destacaban con fuerza sobre la tela blanca que tenían debajo.

Tavi miró con más atención. El joven del retrato le resultaba familiar. ¿Gaius, quizá? Si se eliminaba el paso del tiempo en sus rasgos, el hombre podía ser el Primer Señor.

—Septimus —murmuró la voz profunda de Gaius desde detrás de Tavi.

Tavi volvió la cabeza y vio cómo el Primer Señor salía de detrás de la cortina, vestido con una camisa blanca suelta y unos pantalones negros ceñidos. Volvía a tener un buen color de piel con los ojos azul grisáceos brillantes y claros.

Pero su cabello se había vuelto completamente blanco.

Tavi hizo una reverencia.

—Os pido disculpas, sire.

—El retrato —aclaró Gaius—. Es mi hijo.

—Ya veo —replicó Tavi con tacto, porque no tenía ni idea de lo que se tenía que decir en una situación como esa—. No… No está terminado.

Gaius negó con la cabeza.

—No. ¿Ves esa marca en el cuello del hombre en el retrato? ¿Dónde el negro ha manchado su piel?

—Sí. Pensé que podía ser un lunar.

—Representa el punto donde estaba trabajando su madre cuando llegó la noticia de su muerte —le contó Gaius, y señaló la habitación con un gesto—. Ella los pintó todos. Pero cuando se enteró de lo de Septimus, dejó caer los pinceles y no los volvió a coger nunca más. —Se quedó mirando fijamente el cuadro—. Enfermó poco después, y me pidió que lo colgase a su lado en la habitación. Aquella última noche me obligó a prometerle que no me desharía de él.

—Siento mucho vuestra pérdida, sire.

—Muchos lo sienten. Por muchas razones. —Miró hacia atrás—. ¿Miles?

Miles inclinó la cabeza hacia Gaius y se retiró hacia la puerta.

—Por supuesto. ¿Doy órdenes para que os traigan algo de comer?

Tavi empezó a asentir con fuerza pero se contuvo, mirando a Gaius. El Primer Señor rio.

—¿Has conocido alguna vez a un joven que no esté hambriento… o a punto de estarlo? Y yo también tendría que comer más. Oh, y por favor, ¿puedes hacer que vengan los otros que te mencioné?

Miles asintió con una sonrisa y se retiró en silencio de la sala.

—No creo que en los últimos dos años haya visto sonreír tanto a sir Miles como hoy —comentó Tavi.

El Primer Señor asintió.

—Resulta extraño, ¿no te parece?

Se sentó en uno de los dos sillones de la habitación e hizo un gesto para que Tavi ocupara el otro.

—Me querías hablar de tu tía —afirmó Gaius.

Tavi sonrió un poco.

—¿Tan predecible soy, sire?

—Tu familia es muy importante para ti —respondió con tono serio—. Está a salvo, y se ha pasado toda la noche sentada al lado de tu cama. La he informado de que te has despertado, y me imagino que vendrá pronto a la Ciudadela a visitarte.

—¿A la Ciudadela? —preguntó Tavi—. ¿Sire? Pensé que se alojaría en las habitaciones de invitados.

Gaius asintió.

—Aceptó la invitación de lord y lady Aquitania para alojarse en la mansión Aquitania durante las festividades del Final del Invierno.

Tavi miró sorprendido al Primer Señor.

—Que ella ¿qué? —Negó con la cabeza—. La conspiración de Aquitania estuvo a punto de destruir todas las explotaciones del valle de Calderon. Ella los desprecia.

—Me lo puedo imaginar —reconoció Gaius.

—Entonces, en nombre de todas las furias, ¿por qué?

Gaius se encogió levemente de hombros.

—Ella no me ha confesado los motivos de su actitud, así que solo puedo hacer conjeturas. La invité a quedarse aquí, cerca de ti, pero declinó con cortesía.

Tavi se mordió pensativo el labio inferior.

—Cuervos. Esto significa algo más, ¿estoy en lo cierto? —De repente sintió frío en el vientre—. Esto significa que se ha aliado con ellos.

—Sí —asintió Gaius con tono relajado y neutro.

—Seguramente… Sire, ¿es posible que la hayan obligado de alguna manera? ¿Un artificio de las furias?

Gaius negó con la cabeza.

—No estaba afectada por nada parecido. La examiné en persona, y resulta imposible ocultar ese tipo de control.

Tavi pensó frenético en alguna posible explicación.

—Pero y si la han amenazado o intimidado para que lo haga, ¿se podría hacer algo para ayudarla?

—Eso no es lo que ha ocurrido —respondió Gaius—. ¿Concibes que tu tía haga algo por miedo? No mostraba ninguna señal de ese tipo de temor. De hecho, en mi opinión ofreció su lealtad como parte de un trato.

—¿Qué tipo de trato?

Llamaron con suavidad a la puerta de la sala, y entró un sirviente empujando un carrito, que colocó cerca de los sillones antes de abrir los laterales para convertirse en las alas de una mesa y empezar a colocar platos tapados y cuencos sobre la misma hasta presentar un buen desayuno, que se completaba con una jarra de leche y otra de vino aguado. Gaius permaneció en silencio hasta que el sirviente salió de la habitación y cerró la puerta.

—Tavi —empezó Gaius—, antes de decirte nada más, me gustaría que me contases todo lo que ha ocurrido con todos los detalles que puedas recordar. No quiero que mis explicaciones enturbien tus recuerdos antes de que tengas la oportunidad de contármelos.

Tavi asintió, aunque se sintió frustrado por verse obligado a esperar una respuesta.

—Muy bien, sire.

Gaius se puso en pie y Tavi lo imitó.

—Imagino que estarás más hambriento que yo —comentó con una sonrisita—. ¿Comemos?

Llenaron unos platos con comida y se volvieron a acomodar en los sillones. Después de acabar con el primer plato, Tavi volvió a por más antes de empezar a contarle al Primer Señor todos los acontecimientos, empezando con su enfrentamiento con Kalarus Brencis Minoris y sus matones. Tardó casi una hora, y Gaius le interrumpió unas cuantas veces para pedir más detalles. Al final se reclinó sobre el sillón con una copa de vino aguado en la mano.

—Bien —dijo Gaius—. En cualquier caso, eso explica lo de Caria esta mañana.

Tavi se ruborizó hasta tal punto que pensó que las mejillas le iban a estallar en cualquier momento.

—Sire, Max solo…

Gaius miró a Tavi con frialdad, pero pudo ver la sonrisa en el fondo de los ojos del Primer Señor.

—Durante la mayor parte de mi vida, no me habría importado que mi encantadora esposa se invitase ella sola para visitarme en el baño. Pero esta mañana estaba… estaba demasiado cansado. Tengo casi ochenta años, por el amor de las furias. —Movió la cabeza con gravedad—. Me tengo que ajustar a las exigencias de mi estado, por supuesto, pero cuando hables con Maximus le deberías mencionar que si en el futuro se le vuelve a presentar una ocasión debería hacer cualquier cosa menos coquetear con mi esposa.

—Se lo haré saber, señor —asintió Tavi con voz solemne.

Gaius chasqueó la lengua.

—Notable —murmuró—. Te has exculpado bastante bien. No ha sido perfecto, pero lo podrías haber hecho mucho peor.

Tavi sonrió y bajó la mirada.

Gaius suspiró.

—Tavi, tú no tienes la culpa de que Killian haya muerto, y no tienes por qué castigarte por ello.

—Alguien tendrá que hacerlo —replicó Tavi en voz baja.

—No podías hacer nada que no hubieras hecho ya —recalcó el Primer Señor.

—Lo sé —respondió Tavi y se sorprendió por la rabia amarga que transmitía su voz—. Si no fuera un anormal, si tuviera al menos un poco de habilidad con el artificio de las furias…

—Entonces, lo más probable es que hubieras confiado en tu artificio en lugar de hacerlo en tu inteligencia, y ahora estarías muerto. —Gaius movió la cabeza—. Muchos hombres, que eran tan buenos soldados como buenos artífices, han muerto luchando contra ese enemigo. El artificio de las furias es una herramienta, Tavi. Sin práctica y una mente despierta detrás de ella no es más útil que un martillo en el suelo.

Tavi apartó la mirada del Primer Señor y bajó la vista al suelo al lado de la chimenea.

—Tavi —prosiguió con una voz profunda y tranquila—, te debo la vida, así como las de los amigos a quienes has protegido. Y gracias a tus actos también se han salvado incontables vidas más. Killian murió porque eligió una vida de servicio que lo colocaba entre el Reino y el peligro. Sabía lo que hacía cuando participó en esa lucha, y era consciente de los riesgos que estaba corriendo. —La voz de Gaius se suavizó aún más—. Resulta de una arrogancia infantil que intentes empequeñecer su elección, su sacrificio, intentando cargar sobre tus hombros con la responsabilidad de su fallecimiento.

Tavi frunció el ceño.

—Yo… no había pensado en ello en esos términos.

—No había ninguna razón para que lo hicieras —reconoció Gaius.

—Aun así, siento que de alguna manera le he fallado —insistió Tavi—. Creo que las últimas palabras que me dijo eran muy importantes. Intentaba transmitírmelas con todas sus fuerzas, pero… —Tavi recordó los últimos segundos de la vida de Killian y se quedó en silencio.

—Sí —reconoció Gaius—, resulta desafortunado que no consiguiera revelar la identidad del asesino, aunque sospecho que tras la muerte de Killian los agentes de Kalare se irán.

—¿No hay ninguna manera de averiguar su identidad antes de que él, o ella, se vayan?

El Primer Señor negó con la cabeza.

—Tendré mucho trabajo en arreglar buena parte del daño infringido y en explotar una o dos ventajas. Así que, joven, te paso a ti la investigación. ¿Puedes aplicar tu mente con la misma habilidad para encontrar al asesino como hiciste para detener el ataque? Creo que a Killian le gustaría.

—Lo intentaré —respondió Tavi—. Si hubiera sido solo unos segundos más rápido, le podría haber ayudado.

—Quizá. Pero también se podría decir con la misma facilidad que si hubieras sido unos segundos más lento, todos estaríamos muertos. —Gaius hizo un gesto despectivo con la mano—. Basta, muchacho. Recuerda a tu patriserus por su vida, no por su muerte. Estaba bastante orgulloso de ti.

Tavi parpadeó un par de veces, luchó para evitar las lágrimas y asintió.

—Muy bien.

—En lo relativo a tu tía —prosiguió Gaius—. Deberías saber dos cosas. La primera es que esas criaturas atacaron el valle de Calderon. Tu tío y la condesa Amara dirigieron las fuerzas contra ellas, mientras tu tía traía la noticia y una petición de refuerzos.

—¿Un ataque? —preguntó Tavi—. Pero… ¿qué ocurrió? ¿Se encuentra bien mi tío?

—Hace unas doce horas he enviado la ayuda de dos cohortes de caballeros Aeris e Ignus, y he informado a lord Riva al respecto. Le he insistido en que adopte las medidas necesarias para investigar lo sucedido, pero aún no ha habido tiempo para que nos llegue un informe de lo que han descubierto.

—Grandes furias —murmuró Tavi, moviendo la cabeza—. ¿Cuándo sabremos algo?

—Quizá mañana por la mañana —respondió Gaius—. Desde luego, antes de mañana por la noche. Pero sospecho que ya han recibido ayuda.

Tavi frunció el ceño.

—¿De quién?

—Aquitania —respondió Gaius—, que controla un número formidable de caballeros Aeris y de otro tipo de caballeros mercenarios. Creo que esa fue una de las cosas que obtuvo tu tía a cambio de su apoyo político.

—¿Una de ellas?

—Desde luego —contestó Gaius—. Cuando los vord y los canim tomados intentaron asaltar la escalera, el tiempo se convirtió en el elemento decisivo. La Guardia Real se habría impuesto al final, pero en medio de la confusión era poco probable que lo hicieran a tiempo. Hasta que llegó Invidia Aquitania, tomó el mando del contraataque, destruyó a la mayoría de las criaturas vord que nos atacaban, y aplastó a la retaguardia canim para que los guardias pudieran bajar por la escalera.

Tavi parpadeó.

—¿Ella os protegió?

La boca de Gaius se retorció en una sonrisa.

—Sospecho que evitó que muriese para impedir que Kalare intentase dar un golpe hasta que ella y su esposo estén preparados para dar el suyo. Existe la remota posibilidad de que le preocupase la posibilidad de haber hecho estallar una guerra de sucesión que expusiera al Reino ante sus enemigos. —Sonrió—. O tal vez solo te estuviera protegiendo como parte de su acuerdo con tu tía. En cualquier caso, para ella se trata de una táctica ganadora. Por todos los cuervos, le tendré que conceder una medalla por ello, delante de todo el mundo: el Primer Señor salvado por una mujer. La Liga Diánica puede estallar en un éxtasis colectivo ante una oportunidad así.

—Y también utilizará a la tía Isana para que la ayude a unir a la Liga a su alrededor. —Tavi movió la cabeza—. Aun así, no me lo puedo creer. Tía Isana…

—No es difícil de comprender, muchacho. Vino a pedirme ayuda y protección, y yo no se la pude dar.

—Pero estabais inconsciente —replicó Tavi.

—¿Qué importancia tiene eso? —preguntó Gaius—. Su hogar estaba en peligro. Su familia estaba en peligro. No pudo acceder a mí para pedir ayuda, así que la aceptó allí donde la encontró. —Le frunció el ceño a la copa con preocupación—. Y se la dieron.

—Sire —preguntó Tavi—, ¿sabéis quien mató a la reina vord? Después del ataque inicial no la volví a ver.

Gaius negó vehemente con la cabeza.

—No. Por lo que sabemos hasta el momento, la criatura escapó, así como el canim traidor. Miles tiene a la Legión de la Corona peinando las Profundidades, lo que me imagino que va a dificultar el contrabando durante este año, pero me temo que poco más. Se han registrado a fondo todos los barcos que han partido en los últimos dos días, pero no ha servido de nada.

—Creo que Sarl estaba usando los barcos correo y trabajaba con los vord.

Gaius ladeó la cabeza.

—¿Eh?

—Sí, sire —prosiguió Tavi—. Los guardias canim cambiaban cada mes, y siempre había al menos un par de ellos yendo o viniendo, todos ellos ocultos por esas enormes capas y capuchas. Sospecho que Sarl y los vord tomaban a los hombres más grandes y altos que podían encontrar, los vestían con la armadura cane, los cubrían con la capucha y se los llevaban al barco, mientras que los dos canim que se suponía que debían regresar a casa acababan en el nido vord en las Profundidades. De esa manera consiguieron reunir a tantos canim.

Gaius asintió lentamente.

—Tiene sentido. Esta información sobre la lucha entre facciones dentro de la nación canim me anima bastante. Resulta agradable saber que nuestros enemigos pueden estar tan divididos como nosotros.

—Sire —siguió preguntando Tavi—, ¿qué ha pasado con el embajador Varg?

—La pasada noche regresó al palacio, entregó la espada, y aceptó toda la responsabilidad por las acciones de su ayudante. Se encuentra bajo arresto domiciliario.

—Pero nos ayudó, sire, aunque no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Deberíamos estarle agradecidos.

Gaius asintió.

—Lo sé, pero también es el caudillo de una nación cuyos guerreros han intentado asesinar al Primer Señor de Alera. Creo que le puedo salvar la vida, al menos por el momento. Pero no le puedo prometer mucho más.

Tavi frunció el ceño, pero asintió.

—Ya veo.

—Oh —recordó Gaius, y cogió un sobre que le entregó a Tavi—. Creo que ya has superado tus funciones como paje, Tavi, pero este es el último mensaje que deberás entregarle al nuevo embajador, en la sala septentrional.

—Por supuesto, sire.

—Muchas gracias. He dispuesto una cena para esta noche con tu tía y tus compañeros, así como con el embajador. Me gustaría que asistieras tú también.

—Por supuesto, sire.

Gaius asintió con un gesto que terminaba la entrevista.

Tavi se encaminó hacia la puerta, pero cuando llegó a ella se detuvo y se dio la vuelta.

—Sire, ¿os puedo preguntar sobre Fade?

Gaius frunció el ceño y levantó la mano para tocarse el puente de la nariz entre el pulgar y el índice.

—Tavi —respondió cansado—, hay algunas preguntas que puedes responderte tú mismo. Tienes la cabeza bien amueblada. Úsala. —Hizo un gesto vago con la mano—. Pero úsala en cualquier otro sitio. Me canso con bastante facilidad, y mis sanadores me dicen que si no tengo cuidado puedo sufrir otro ataque.

Tavi frunció el ceño. No parecía que Gaius se estuviera cansando mientras hablaba, y sospechaba que solo era una excusa para evitar el tema. Pero ¿qué podía hacer? Uno no puede obligarle al Primer Señor de Alera a entablar una conversación.

—Por supuesto, sire —asintió Tavi con una profunda reverencia y se fue.

Abandonó las habitaciones del Primer Señor y se encaminó sin prisas hacia la sala septentrional. Se detuvo para preguntarle a una doncella dónde se encontraban las habitaciones del nuevo embajador y ella le indicó unas grandes puertas dobles en el extremo más alejado de la sala. Tavi se acercó a ella y llamó con suavidad.

La puerta se abrió, y Tavi se encontró a Kitai como no la había visto nunca. Llevaba un vestido de seda de un color esmeralda oscuro que le caía hasta las rodillas y que iba ceñido con un cinturón. Su cabello estaba suelto y peinado en unas ondas blancas largas y brillantes que le caían hasta las caderas. Iba descalza, y le brillaban unas cadenitas de plata en un tobillo, las dos muñecas y el cuello, donde el collar estaba rematado por otra piedra verde. Los colores eran encantadores y hacían juego con sus grandes ojos exóticos.

El corazón de Tavi se aceleró de repente.

Kitai estudió la expresión de Tavi, con su cara un poco engreída y sonrió lentamente.

—Hola, alerano.

—Humm —replicó Tavi—. Tengo un mensaje para el embajador.

—Entonces tienes un mensaje para mí —le informó, y extendió la mano.

Tavi le entregó el sobre, que ella abrió y frunció el ceño ante la carta que había dentro.

—No sé leer —reconoció.

Tavi cogió la carta y leyó.

—«Embajadora Kitai: He recibido con gran placer la noticia transmitida por el guardia real que os recibió en vuestra entrada en palacio ayer por la mañana que Doroga ha enviado a un representante a Alera para que sirva como embajador y emisario entre nuestros pueblos. Aunque no esperaba vuestra llegada, recibid mi bienvenida. Confío en que vuestro alojamiento sea satisfactorio, y que se hayan cubierto vuestras necesidades de la manera adecuada. Si necesitáis algo más, solo se lo tenéis que pedir al personal de servicio».

Kitai sonrió.

—Tengo mi propia piscina —explicó Kitai—, en el suelo. Puedes llenarla con agua caliente y fría, alerano, y hay aromas, jabones y aceites de todo tipo. Me han traído de comer, y tengo una cama en la que cabría una madre gargante dando a luz. —Levantó la barbilla y señaló el collar—. ¿Lo ves?

Tavi vio más que nada una piel suave y muy blanca, pero el collar también era encantador.

—Si hubiera sabido todo esto —continuó Kitai—, habría pedido mucho antes que me hicieran embajadora.

Tavi tosió.

—Bueno. Yo, bueno, quiero decir que supongo que eres una embajadora, si el Primer Señor lo dice, pero por favor, Kitai.

—Guárdate tus opiniones, chico de los recados —lo cortó desdeñosa—. Sigue leyendo.

Tavi la miró de reojo y leyó el resto de la nota.

—«Con el objetivo de comprender mejor vuestro deber aquí, os sugiero que dediquéis tiempo y esfuerzo a aprender a entender la palabra escrita. Dicha habilidad será una ventaja inmensa a largo plazo, y os permitirá recoger con mayor precisión vuestras experiencias y conocimientos, para que se los podáis transmitir a vuestro pueblo. Con ese fin, pongo a vuestra disposición al portador de este mensaje, cuyo único deber durante las próximas semanas será enseñaros todas las habilidades que posee con la palabra escrita. Bienvenida a Alera Imperia, embajadora, y espero hablar con vos en el futuro. Firmado: Gaius, Sextus, Primer Señor de Alera».

—A mi disposición —repitió—. Ah, creo que me gusta. Ahora te puedo obligar a hacer cualquier cosa. Eso es lo que dice tu jefe.

—No creo que quisiera decir eso cuando…

—¡Silencio, chico de los recados! —exclamó con los ojos verdes brillando con picardía—. Aquí hay caballos, ¿no es cierto?

—Bueno. Sí. Pero…

—Entonces me llevarás con ellos y saldré a cabalgar —ordenó con una sonrisa.

Tavi suspiró.

—Kitai… ¿mañana quizá? Tengo que asegurarme que Max se encuentra bien. Y mi tía. Tenemos una cena esta noche.

—Por supuesto —reconoció de repente—. Primero lo importante.

—Muchas gracias —replicó Tavi.

Ella inclinó un poco la cabeza.

—Y tú, alerano, te vi contra el cane. Luchaste bien y fuiste listo.

Entonces se acercó a él, se puso de puntillas y lo besó en la boca.

Tavi parpadeó por la sorpresa, y durante un segundo no fue capaz de moverse. Entonces ella levantó las manos y las cruzó sobre su nuca, acercándolo más y se desvaneció todo lo demás en el mundo excepto su boca, sus brazos, su aroma y su calidez febril. Un rato después finalizó el beso, y Tavi se sintió un poco mareado. Kitai levantó la mirada hacia él con unos ojos lánguidos y complacidos.

—Muy bien hecho. Para ser un alerano.

—Gra-gracias —tartamudeó Tavi.

—A mi disposición —repitió en tono satisfecho—. Esta primavera promete ser muy placentera.

—Eeeh —exclamó Tavi—. ¿Q-qué?

Ella emitió un sonido medio de impaciencia y medio de disgusto.

—¿Cuándo dejarás de hablar, alerano? —preguntó Kitai con un gruñido suave y gutural antes de volver a besarlo y arrastrarlo de nuevo al interior de la habitación, hasta que Tavi pudo cerrar la puerta de una patada.