Mientras bajaba a toda velocidad por la escalera, Tavi pensó que no era justo que Gaius lo hubiera tenido subiendo y bajando una y otra vez durante los dos últimos años aquellos malditos escalones, que los cuervos se los llevasen, porque si le hacían recorrerlos una vez más iba a empezar a chillar.
Llegó a los últimos metros de la escalera y atrapó a las arañas de cera.
—¡Kitai! —gritó—. ¡Kitai, más guardianas! ¡Vigila!
Justo al llegar al último escalón oyó el repentino sonido de cristal que se rompía. Entró en la antecámara.
Estaba claro que Kitai había oído a tiempo el aviso de Tavi. Como respuesta, había volado hacia el gabinete de licores del Primer Señor. Una vez allí había cogido botellas de vino de un siglo de antigüedad, y se las había empezado a lanzar con una puntería letal a las primeras arañas de la cera. Cuando Tavi pisó el suelo, tres de ellas ya estaban muertas y tendidas de espaldas, parcialmente aplastadas por los proyectiles de Kitai. Mientras Tavi avanzaba, un par de arañas cayeron sobre la forma reclinada de Max, y tres más se dirigían hacia el maestro Killian.
Kitai saltó para proteger a Killian, sacando la espada del cinturón y gritando en desafío ante las arañas de la cera. Tavi corrió hacia Max y cogió la espada que había a su lado: la hoja de Gaius que Max había utilizado antes. Una de las arañas se inclinó para morder a Max, y Tavi movió la espada antes de que la hubiera podido agarrar de manera adecuada y golpeó sobre todo con la parte plana de la hoja. Al menos el golpe alejó a la araña de Max, y Tavi lanzó una fuerte patada contra la segunda bestia.
—¿Qué ocurre? —preguntó Killian con voz temblorosa y débil—. ¿Tavi?
—¡Arañas de la cera! —gritó Tavi—. ¡Entrad en la cámara de meditación!
Kitai clavó una de las espadas en una araña. La criatura sufrió una convulsión que le arrancó la hoja de la mano mientras se tambaleaba media borracha por la sala. Le dio una patada a la segunda, que saltó hacia atrás para esquivarla, pero la tercera se situó sobre Killian y hundió los colmillos en el hombro ensangrentado del viejo maestro.
Killian chilló.
Kitai agarró a la araña e intentó apartarla del anciano, pero se aferraba con gran tozudez y cada vez que intentaba tirar de la bestia el maestro soltaba otro grito de dolor.
Tavi dio dos pasos hacia Killian y lanzó un aviso, pero antes de que hubiera pronunciado las palabras, Kitai soltó la araña y rodó hacia un lado. Tavi movió la espada del Primer Señor contra la araña, y el filo de acero atravesó limpiamente el cuerpo de la criatura, cortando lo que debía de ser el cuello de la bestia.
—¡Más botellas! —jadeó Tavi en voz alta y se arrodilló para sostener al anciano.
Killian se agitó y apartó a un lado el cuerpo de la guardiana, mientras Tavi intentaba apartar la cabeza —que seguía mordiendo— del hombro del anciano. Tenía dos heridas profundas que ya se estaban hinchando, y una especie de baba amarilla verdosa surgía de ellas: el veneno.
Tavi se mordió los labios, agarró el pomo de la puerta que daba a la cámara interior y la abrió de un empujón. Después agarró al viejo maestro por el cuello y tiró de él por el suelo hasta entrar en la cámara. El anciano gritó de dolor cuando Tavi lo movió, y emitió un sonido lastimero y poco digno, pero Tavi se tuvo que blindar contra él. Consiguió meter al maestro en la habitación cuando oyó cómo en la antecámara se empezaba a romper más vidrio, así que volvió a salir.
Kitai, con la espalda contra el gabinete de licores, lanzó una pesada botella contra una de las arañas que estaba cerca de Max, acertando y enviándola a la otra punta de la sala. Otra se acercó a ella, de manera que cogió otra botella y la utilizó como si fuera un garrote para aplastar a la araña.
—¡Aquí! —gritó Tavi—. ¡Apártalas de la puerta!
Agarró del cuello a Max y empezó a tirar. Su amigo pesaba el doble que Killian, pero Tavi descubrió que lo podía mover. Necesitaba hacer un gran esfuerzo, pero el entrenamiento y la puesta a punto adicional con el maestro estaban dando sus frutos, y el miedo y el calor de la batalla lo hacían aún más fuerte.
Una araña se acercó a Max, y Tavi le lanzó una torpe estocada con la espada del Primer Señor. Para su sorpresa, la araña se limitó a atrapar la hoja con las mandíbulas y pasó por encima de ella con un movimiento rapidísimo de las patas hasta alcanzarle a Tavi en el brazo.
No lo mordió, sino que se limitó a pasar sobre sus hombros y a bajar por el otro brazo hacia Max. Tavi soltó a su amigo y empezó a mover el brazo salvajemente en todas direcciones, lanzando a la araña hacia arriba y lejos de él, en el preciso instante en que vio cómo una botella de color verde oscuro se rompía contra la bestia y la derribaba.
—¡Date prisa! —gritó Kitai—. ¡Me estoy quedando sin botellas!
Tavi agarró a Max y tiró de él.
—¡Delante de la puerta, deprisa! —chilló.
El vidrio se rompía contra el suelo, derramando vino y licores de mayor graduación por todas partes, mientras Tavi metía a Max en la cámara interior.
—¡Alerano! —gritó Kitai.
—¡Ven, entra! —respondió Tavi a gritos, mientras corría de vuelta a la puerta.
Kitai atravesó la antecámara a la carrera. De paso, recogió la espada que se le había caído. Dos arañas más bajaron por la escalera, se unieron a la media docena que ya estaban allí, y saltaron hacia Kitai.
—¡Cuidado! —gritó Tavi.
De nuevo, antes de completar la palabra, Kitai ya estaba en movimiento, agachándose hacia un lado, pero resbaló en los líquidos derramados y cayó con una rodilla en el suelo.
Las dos arañas aterrizaron sobre ella y empezaron a morderla con violencia. Kitai dejó escapar un aullido de terror y rabia, tirando de ellas, pero no tuvo más suerte de la que había tenido con Killian. Luchó por ponerse en pie y volvió a resbalar.
Le mordió una tercera araña.
Y una cuarta.
La estaban matando.
Una rabia que no se parecía a nada que hubiera sentido antes engulló a Tavi en una nube repentina. Comenzó a verlo todo de un color escarlata, y sintió cómo la furia le recorría las extremidades como si fuera un rayo. Tavi se lanzó hacia delante, y de repente, la espada del Primer Señor ya no era tan pesada como para manejarla con eficacia. Su primer tajo partió por la mitad a una de las arañas y apartó a otra.
Traspasó con la hoja a otra de las arañas, y tuvo que apartarla de una patada de la punta de la espada. Mató a otra de la misma forma, cogió a la chica de la muñeca y la empujó hacia la cámara interior.
Las arañas que quedaban detrás de ellos siseaban de esa manera tan escalofriante. Tavi tanteó alrededor de la puerta, agarró una lámpara de furia que colgaba de la pared y la tiró contra el suelo cubierto de licor delante de la puerta.
Las llamas estallaron enseguida y engulleron a las arañas, que dejaron escapar unos silbidos chirriantes y empezaron a recorrer la sala enloquecidas. Una de ellas pasó por la puerta, evidentemente por pura casualidad, pero Tavi la derribó al suelo con su primer golpe, que la dejó inmóvil, y después acabó con ella con una estocada rápida, empalándola en la espada de Gaius. A continuación giró sobre sí mismo y lanzó a la araña moribunda lejos de la punta de la espada, a través de la puerta parcialmente abierta que daba a la antesala. La araña estalló en una explosión de fluidos verdosos, y su peso hizo que se cerrara la puerta.
Tavi se precipitó a la puerta, pasó los cerrojos y corrió hacia Kitai, que estaba tendida, temblando y sangrando por una docena de heridas pequeñas. La mayoría de ellas estaban hinchadas y manchadas de veneno, como las de Killian, pero otras eran heridas más convencionales, cortes provocados por los cristales rotos que cubrían el suelo.
—Kitai —la llamó Tavi—. ¿Me puedes oír?
Ella parpadeó, levantando sus ojos verdes hacia él y asintió con un gesto casi imperceptible.
—Ve-veneno —dijo.
Tavi asintió y de repente las lágrimas lo cegaron durante un momento.
—Sí. No sé qué hacer.
—Lucha —replicó Kitai en un susurro—. Vive. —Parecía como si quisiera decir algo más, pero los ojos se le giraron hacia dentro y se quedó inmóvil, excepto por algunos débiles estertores.
A unos pasos de distancia, Killian había conseguido incorporarse un poco. Se apoyaba en el codo.
—¿Tavi?
—Estamos en la cámara de meditación, maestro —le explicó Tavi mientras se mordía el labio—. Os han envenenado, al igual que a Kitai. —Tavi se volvió a morder el labio, mirando a su alrededor con desesperación, buscando algo, cualquier cosa que pudiera ayudar—. No sé qué hacer.
—¿El Primer Señor? —preguntó Killian.
Tavi comprobó el camastro.
—Está bien. Respira. Las arañas no se han acercado a él.
Killian tembló y asintió.
—Tengo mucha sed. Quizá sea el veneno. ¿Hay agua?
Tavi esbozó una sonrisa sombría.
—No, maestro. En realidad deberíais tenderos. Relajaos. Intentad conservar las fuerzas. La guardia llegará en cualquier momento.
El anciano negó con la cabeza. El pulso del cuello le temblaba mucho, y las venas de la frente y de las sienes latían de manera visible.
—Ya es demasiado tarde para eso, muchacho. Soy demasiado viejo.
—No digáis eso —replicó Tavi—. Os vais a recuperar.
—No —insistió Killian—. Acércate. Me duele hablar. —Movió la mano para que Tavi se acercase.
Tavi se inclinó sobre él para escuchar.
—Debes saber —comenzó— que he estado implicado con Kalare. Trabajando con sus agentes.
Tavi parpadeó.
—¿Qué?
—Tenía que ser una trampa. Quería tenerlos cerca, donde pudiera ver sus movimientos. Les di información falsa. —Volvió a temblar, y las lágrimas surgieron en sus ojos ciegos—. Pero tenía que pagar un precio. Un precio terrible. Para demostrarles mi lealtad. —Un sollozo escapó de su garganta—. Estaba equivocado. Me equivoqué al hacerlo, Tavi.
—No lo entiendo —reconoció Tavi.
—Debes —siseó Killian—. Espía. De Kalare… —De pronto cayó al suelo y se le aceleró la respiración, como si estuviera corriendo—. A-aquí —jadeó—. Kalare. Su jefe de asesinos. Tú d…
De repente los ojos ciegos de Killian se abrieron del todo, y su cuerpo se dobló hacia atrás como si fuera un arco. Abrió la boca como si intentara gritar, pero no salió ningún sonido, ni tampoco el aliento. La cara se le puso de color púrpura, y sus brazos se movieron frenéticos, clavando las uñas en el suelo.
—Maestro —llamó Tavi en voz baja, pero su voz se rompió a la mitad de la palabra.
Tavi cogió una de las manos agarrotadas de Killian y el anciano se aferró a sus dedos con una fuerza terrible. Poco después, las contorsiones de su cuerpo se empezaron a relajar, y se desinflaron como una cantimplora de cuero. Tavi le sostuvo la mano y puso la otra sobre el pecho del maestro, sintiendo cómo su corazón latía desbocado.
Se fue frenando.
Y se detuvo un momento después.
Tavi depositó con suavidad la mano de Killian sobre su cuerpo, mientras la frustración y el dolor se le acumulaban en el pecho. Impotente. Había presenciado la muerte del anciano, y no había podido hacer nada para ayudarlo.
Tavi se apartó de él y se acercó a Kitai, que estaba tendida de lado y medio encogida. Ahora tenía los ojos cerrados y la respiración era rápida y rasposa. Él le tocó la espalda y pudo sentir los latidos desbocados de su corazón. Tavi se mordió los labios. La habían mordido muchas más veces que al maestro, aunque era más joven que Killian y no estaba herida, pero Tavi no sabía si al final eso iba a representar alguna diferencia.
Cogió la mano de Kitai y empezó a llorar. Las lágrimas le cayeron sobre el mosaico del suelo. El dolor le apuñalaba el corazón con cada latido, seguido muy de cerca por la rabia. Si pudiera realizar un artificio del agua como tía Isana, podría salvar a Kitai. Aunque no fuera tan poderoso como su tía, podría mantenerla con vida hasta que llegase la ayuda. Aunque solo tuviera un talento risible para los artificios de agua, al menos le podría haber dado un poco de agua a Killian.
Pero no tenía nada.
Tavi no se había sentido nunca tan inútil. Nunca se había sentido más impotente. Le sostuvo la mano y se quedó con ella. Le había prometido que no estaría sola. Se quedaría con ella hasta el final, sin importar lo doloroso que fuera verla morir. Al menos, podía hacer eso.
Y entonces la puerta de la cámara de meditación estalló en sus bisagras y cayó sobre el suelo de piedra.
Tavi levantó la cabeza de golpe. ¿Había llegado por fin la Guardia?
Un cane tomado se plantó encima de la puerta caída, y paseó su mirada rojo sangre por la cámara. El cane estaba herido, y la sangre le empapaba el pelaje del pecho y en un muslo. Había perdido una oreja, y un tajo en la cara le había abierto un lado del morro hasta llegar al hueso y se había llevado por delante uno de sus ojos.
A pesar de todo eso, se movía como si no sintiera ningún dolor. Posó la mirada en Max, y después en Gaius. Estuvo mirándolos durante un momento, y después se dio la vuelta y se encaminó hacia Max.
El corazón de Tavi estalló de puro terror, y durante un instante pensó que se iba a desmayar. Los canim habían pasado a través de Fade y Miles y eso quería decir que lo más probable era que estuvieran muertos. Y eso significaba que la Guardia no estaba cerca para salvarlo.
Tavi estaba solo.