51

Tavi fue el primero en subir corriendo la escalera de caracol. El golpe de acero contra acero les advirtió de que se estaban acercando. Bastantes escalones más tarde, las losas del suelo se oscurecieron y se pusieron resbaladizas a causa de la sangre derramada. Tavi alzó la vista, y vio cómo el capitán Miles defendía la escalera contra los canim. Uno de los cane había caído. Su cuerpo yacía sin vida sobre los escalones de piedra, y su sangre había formado el riachuelo que los manchaba. Los compañeros del cane muerto tan solo habían pasado por encima del cadáver, clavando en él sus pies con garras para no perder pie en la escalera traicionera y resbaladiza.

La potencia de sus enemigos había ido empujando a Miles que se había visto obligado a ir cediendo escalones, y lo habían herido de nuevo; su pierna izquierda estaba empapada en sangre de la rodilla para abajo. En consecuencia, su equilibrio era extraño y precario en el giro de la escalera y tenía que cambiarlo con torpeza para bajar otro escalón, mientras su oponente descargaba golpe tras golpe sobre el capitán herido.

Detrás de Miles, apoyado pesadamente en la pared, se encontraba el maestro Killian. Su espada se encontraba a varios escalones de distancia, y agarraba con fuerza el bastón contra el pecho, empapado en sangre igual que el hombro: a él también lo habían herido.

—¿Tavi? —jadeó Killian—. ¡Corre, corre, muchacho!

—Fade —llamó Tavi, quien apretó la espalda contra la pared para dejarle paso al esclavo quemado.

Fade levantó los ojos hacia Tavi antes de mirar a Miles, momento en que se abrieron mucho al ver las heridas del hombre y comprobar cómo lo habían ralentizado y debilitado. Los ojos de Fade se entornaron y se puso en movimiento, pasando como una flecha al lado de Tavi para llegar junto a sir Miles.

—¡Miles! —gritó Fade—. ¡Aparta por abajo!

El capitán Miles se movió con el tipo de respuesta instantánea que solo se puede conseguir con mucho entrenamiento y práctica. Hizo una finta alta con la espada y, justo cuando Fade llegó a su lado, se dejó caer y rodó hacia la izquierda. Rebotó contra varios escalones.

Fade no blandió la espada hasta que Miles se dejó caer, pero entonces esta saltó de la funda en un tajo que cortó el aire con un siseo malicioso. Impactó en la espada del cane en su punto más débil, justo por encima de la empuñadura y la convirtió en una lluvia de esquirlas de acero escarlata que golpearon la piedra soltando chispas. El segundo golpe le cortó la pierna al cane a la altura de la rodilla; cuando caía un tercer tajo separó la cabeza del cuerpo de la criatura. Fade descargó una patada en el pecho del cuerpo caído, que se inclinó hacia atrás, lanzando un chorro de sangre como si fuera una fuente contra la nariz y los ojos del siguiente cane en la fila.

Fade avanzó, se colocó sobre el cane caído para no resbalar, y su espada traspasó la guardia del cane cegado, abriéndole el vientre con un tajo en forma de S, que derramó sangre y otros fluidos sobre los escalones. El cane cayó, mordiendo con las mandíbulas y tajeando con la espada mientras moría, pero Fade lo bloqueó con una habilidad casi desdeñosa, y terminó con el cane con un remolino que le cortó el cuello y le permitió volar hacia el siguiente escalón, mientras descargaba un tajo que iba destinado al siguiente cane en la fila.

Tavi se acercó corriendo al maestro, y comprobó las heridas de Killian. Había recibido un tajo bastante feo en la curva del músculo entre el cuello y el hombro, y había tenido suerte de que la espada no hubiera profundizado más. Tavi sacó el cuchillo y se cortó un trozo de capa, la dobló varias veces y la apretó sobre la herida.

—Apretad fuerte —le ordenó.

Killian le obedeció con un rostro pálido a causa del dolor.

—Tavi. No los puedo ver —se quejó con voz contenida—. No puedo… dime lo que está pasando.

—Fade está luchando —explicó Tavi—. Miles está herido, pero vivo. Ahora hay tres canim menos.

Killian dejó escapar un leve gemido.

—Hay diez más detrás de ellos —indicó—. Los he sentido antes. Uno de ellos hirió a Miles en la pierna cuando lo derribó. Le mordió antes de morir, y Miles cayó. Tuve que intervenir hasta que se puso en pie. Idiota. Soy demasiado viejo para pensar que podía cometer esta idiotez.

—Diez —jadeó Tavi.

La sorpresa de la llegada de Fade a la lucha se había desvanecido y ahora combatía sin conseguir ningún avance y su espada chocaba con la del cane en una sucesión de ataques y paradas ejecutadas con una velocidad letal.

De repente se produjo una ráfaga de aire que subió por la escalera que tenían debajo, seguido de un estallido hueco y ensordecedor que hizo temblar todas las piedras.

—Cuervos sangrientos —maldijo Tavi, apretándose contra la pared para no caer—. ¿Qué ha sido eso?

Killian ladeó la cabeza con los ojos ciegos mirando a la nada.

—Artificio de fuego —explicó—. Uno grande. Quizás en la sala al principio de la escalera.

—La Guardia —exclamó Tavi con el pecho henchido por una oleada repentina de esperanza—. Ya vienen.

—T-tenemos que resistir —dijo Killian—. Tenemos… —El maestro se tambaleó y estuvo a punto de caer.

Tavi atrapó el peso ligero de su cuerpo con una maldición.

—¡Kitai! —llamó.

Kitai subió de inmediato con la espada en la mano y los ojos fijos en la lucha unos escalones más arriba.

—¿Está muerto?

—Aún no —respondió Tavi—. Llévatelo. Ponlo al pie de la escalera al lado de Max.

Kitai asintió con un gesto seco y se pasó la espada por el cinturón, antes de coger a Killian con la misma facilidad que había demostrado Tavi.

—Espera —le ordenó, y de manera precipitada cortó otra tira de la capa y la usó para fijar el trapo empapado en sangre que había colocado sobre la herida del maestro—. Ya está. Vete.

Kitai asintió y lo miró a los ojos con preocupación.

—Ten cuidado, alerano.

—No tardemos mucho —replicó Tavi, y ella volvió a asentir antes de darse la vuelta para bajar la escalera.

Tavi se acercó a Miles. El capitán se había conseguido sentar con la espalda apoyada en la pared y estaba jadeando con los ojos cerrados. Parecía totalmente extenuado. El pecho se movía con pesadez, tenía la cara ensangrentada y horrible con la cuenca del ojo vacía, y se quejaba de dolor a pasar de su artificio. Tavi se arrodilló a su lado y el brazo de Miles que sostenía la espada se movió casi por voluntad propia, colocando la punta en el cuello de Tavi.

Tavi se quedó helado con los ojos muy abiertos.

—Sir Miles, soy Tavi.

El capitán herido abrió los ojos y le parpadeó a Tavi con gran cansancio. La espada tembló y cayó. Tavi se inclinó de inmediato para examinar las heridas de Miles. Las de la cara tenían un aspecto terrible, pero no eran mortales, y algunas de ellas ya se habían cerrado con la sangre coagulada. La de la pierna era mucho peor. Los dientes del cane se habían hundido en la carne del muslo, justo por encima de la rodilla, y habían tirado salvajemente de manera que tenía el aspecto de carne cruda. Tavi se quitó la capa y usó la tela para cortar otro emplasto grueso y atarlo con fuerza.

—¿La Guardia? —murmuró Miles con voz cansada y débil—. ¿Ha llegado la Guardia?

—Aún no —respondió Tavi.

—¿Ento-entonces quién? Esa era… esa era una vieja orden de combate. «Aparta por abajo». Hacía años que no la escuchaba. —Parpadeó antes de girar la cabeza casi como si estuviera borracho hacia la batalla que se desarrollaba unos escalones por encima.

Miles se quedó helado. Sus ojos se abrieron de par en par y abrió los labios para dejar escapar un sonido suave y débil. Empezó a temblar con tanta violencia que Tavi lo pudo sentir en las manos mientras terminaba de vendar el muslo del capitán.

—Esto no es… —Su rostro se contorsionó en una mueca grotesca—. No, esto no es posible. Está muerto. Murió con Septimus. Todos murieron con Septimus.

Fade pasó por debajo de un golpe lateral de la espada del cane, antes de descargar un par de tajos que dejaron inútil el brazo de la espada del cane y a continuación le arrancó el morro de la cabeza. El cane cayó hacia él en un movimiento frenético y repentino con la intención de agarrarlo con la mano que le quedaba, pero Fade se apartó, bajó tres escalones ante la caída del cane, y descargó un tajo que le arrancó una parte del cráneo y lo mató al instante. Casi no tuvo tiempo de levantar la espada para bloquear el ataque del siguiente cane, y la fuerza maliciosa de la criatura lo obligó a situarse a la defensiva y ceder otro escalón.

—Ahora lo tienes que desequilibrar —indicó Miles con voz apagada—. Haz que se vea desbordado y ataca el brazo armado y la pierna.

El cane falló por un pelo el tajo contra el cuello de Fade, quien estuvo a punto de sucumbir ante el movimiento de vuelta, y se tambaleó al borde del escalón siguiente mientras el cane avanzaba. En el instante antes de golpear, Fade recuperó el equilibro a tal velocidad que Tavi supo que había sido un engaño desde el principio, se agachó bajo la hoja del cane para colocarse dentro de su guardia y descargar un tajo demoledor contra el brazo con el que sostenía el arma y después contra la pierna adelantada en un solo movimiento circular. El cane cayó, pero la espada de Fade había vuelto a describir un círculo, usando el peso del cane para conferirle más potencia a su tajo ascendente y cortar la cabeza del guerrero lobo mientras caía.

—Perfecto —reconoció Miles en voz baja—. Perfecto. Siempre ha sido perfecto. —Parpadeó varias veces y Tavi vio cómo una lágrima corría por encima de la sangre en la cara de Miles—. Furias. Ha mejorado desde entonces. Pero no puede ser. No puede ser.

—Miles —dijo Tavi en voz baja—, no estáis viendo cosas. Es vuestro hermano.

—Araris está muerto —bufó Miles.

—A mí me parece que está bastante vivo —replicó Tavi.

Miles volvió a negar con la cabeza, llorando, mientras la espada de Fade trazaba una telaraña de acero impenetrable entre él y el siguiente guerrero cane.

—Mira eso —murmuró con un tono que de repente volvía a ser distante—. Esa era la defensa preferida de Septimus. La aprendió de los piratas que luchaban sobre cubiertas resbaladizas con mal tiempo. El príncipe nos la enseñó a todos. O lo intentó. Solo Aldrick y Araris la llegaron a dominar de verdad. ¿Cómo es posible que no lo haya visto? —Miró a Fade y a Tavi con expresión desconcertada—. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede estar aquí?

—Vino conmigo —respondió Tavi en voz baja—. Desde Calderon. Ha sido esclavo en la explotación de mi tío desde que yo era niño. Gaius lo trajo conmigo.

—Gaius. ¿Por qué querría Gaius…? —Su voz calló de repente y sus ojos se volvieron a abrir. Bajo la sangre que le cubría la cara, la piel de Miles se volvió blanca y miró a Tavi—. Grandes furias —susurró—. Grandes y malditas furias.

Tavi le frunció el ceño a Miles.

—¿Qué ocurre?

Miles abrió la boca, pero dudó con una expresión angustiosa de dolor, cansancio y sorpresa.

—¡Tavi! —gritó Fade de repente, y Tavi miró hacia arriba con toda rapidez.

Fade seguía luchando con furia, su vieja espada soltando chispas contra el acero de sangre de las armas canim, pero un movimiento en el techo atrajo la atención de Tavi cuando unas siluetas larguiruchas y con muchas patas se deslizaron con rapidez y agilidad por las piedras.

Arañas de la cera. Guardianas.

Miles agarró la espada, pero las arañas de la cera no les atacaron. Tan solo pasaron por encima de sus cabezas, se movieron en una línea ondulante formada por una docena o más, y desaparecieron por la curva de la escalera que conducía hacia abajo.

El Primer Señor. Max. El maestro. Todos yacían indefensos allá abajo. El veneno mortal de las arañas acabaría con ellos. Solo Kitai era capaz de defenderse sola y no sabía que habían llegado las arañas. No podría defender a todos los heridos, y la cogían desprevenida. Tendría suerte si sobrevivía ella.

—Gaius —siseó Miles—. Bajan a por Gaius.

Intentó afirmar la pierna para ponerse de pie, pero Tavi se dio cuenta de repente que el cane había herido la pierna buena de Miles. La otra, la que nunca se llegó a curar del todo, la que le había proporcionado una cojera permanente, no podía aguantar todo su peso. Aunque las heridas le hubieran permitido usar las piernas, Tavi no estaba seguro de que Miles se pudiera poner de pie por sus propios medios, porque el cansancio y la pérdida de sangre se habían cobrado un precio terrible y Tavi se dio cuenta de que lo único que podía hacer Miles era permanecer consciente.

Tavi empujó a Miles contra la pared.

—Quedaos aquí —ordenó—. Iré yo.

—No —gruñó Miles—. Voy contigo.

Intentó levantarse de nuevo, pero Tavi lo empujó con gran facilidad contra la pared.

—¡Capitán! —Se encontró con los ojos de Miles y dijo sin rencor alguno—: En estas condiciones no podéis ayudar a nadie, solo me retrasaríais.

Miles cerró los ojos durante un momento con la boca apretada en una línea amarga. Entonces asintió, cogió la espada y le ofreció a Tavi la empuñadura ensangrentada.

Tavi aceptó la espada del capitán y lo miró a los ojos. Miles intentó sonreír y agarró el hombro de Tavi con una mano.

—Vete, muchacho.

El corazón de Tavi latió de terror, tan puro y extraño como no había sentido nunca en su vida; no lo sentía por sí mismo, aunque tenía miedo. No le aterrorizaba tanto la perspectiva de la muerte como la posibilidad de que no estuviera a la altura de la tarea. Era el único que podía avisar a Kitai y defender a los heridos de las arañas de la cera.

Las consecuencias del fracaso eran demasiado horribles para pensar en ellas, y cada segundo que pasaba jugaba en su contra.

Mientras esos pensamientos le corrían por la cabeza, Tavi colocó la hoja de la espada a lo largo del antebrazo por si resbalaba en los escalones y salió corriendo con una fuerza salvaje.