49

Tavi apretó los dientes cuando la puerta tembló bajo otro golpe de los canim tomados y se volvió hacia Fade y Kitai.

—Cargad el camastro —ordenó—. Yo llevaré a Max. Adelantaos un poco, así si se me resbala no caerá sobre Gaius.

Kitai frunció el ceño.

—¿Tendrás fuerza suficiente?

—Sí —suspiró Tavi—. Lo arrastro a casa sin sentido la mayoría de las veces. —Se acercó a su amigo inconsciente y se colocó bajo uno de los hombros de Max—. Venga, Max. Muévete. Te llevo de vuelta a la cama.

Uno de los ojos de Max se abrió en parte y miró a su alrededor sin ver. El otro estaba sellado con una costra de sangre. La sangre goteaba de su brazo malherido, pero el vendaje había conseguido que el río se hubiera convertido en un riachuelo. Sus piernas se movieron cuando Tavi empezó a bajar por la escalera. No se podía confundir con andar de verdad, pero Max consiguió soportar buena parte de su peso, de manera que el cuerpo exhausto de Tavi pudo con el resto. Bajaron sin detenerse, aunque sin darse prisa.

Por encima de ellos, el hierro volvió a protestar y una detonación hueca y resonante bajó por la escalera. Unos segundos después se produjo el golpe de acero contra acero, que se fue diluyendo a medida que bajaban y se alejaban del lugar en que el capitán herido intentaba mantener a raya a los canim.

Por primera vez desde que había escapado del almacén, Tavi tuvo un momento para pensar. Arrastrar a Max era una tarea habitual y aunque no era exactamente fácil, tampoco requería toda su atención. Empezó a juntar todo lo que había visto en un intento por conseguir una idea de lo que iba a ocurrir a continuación.

Y de repente no pudo respirar. No se trataba de un problema pulmonar o de falta de resuello, tan solo no parecía que pudiera impulsar aire suficiente en los pulmones y su corazón empezó a latir tan aterrorizado que no pudo distinguir los latidos individuales.

Estaban atrapados.

Aunque no había duda que la Guardia Real estaba intentando abrirse camino para llegar al Primer Señor, algunos de los canim los debían estar reteniendo. Los guerreros lobo eran letales en un espacio tan reducido, donde no había sitio para evitarlos o rodearlos para atacarlos por los flancos, y donde su alcance y altura superiores los convertían en adversarios formidables incluso para los legionare más veteranos. Sin duda los caballeros de la Guardia Real utilizarían artificios de las furias contra ellos, pero lo que podían intentar quedaba muy limitado por las mismas razones que Tavi había explicado a Kitai. No solo eso, sino que también era muy posible que la mayoría de los caballeros no hubieran llegado aún al inicio de la escalera. El ataque se había producido de madrugada, cuando la mayoría de ellos estaban en la cama y les llevaría un rato despertarse, armarse y correr al combate.

Era un tiempo del que no disponía el Primer Señor. Al final, la Guardia aplastaría a los canim sin ninguna duda. Pero los canim solo tenían que retenerlos el tiempo suficiente, y en un combate mortal esos momentos podían parecer horas. Lo más sencillo era que se lanzasen sobre Miles, intercambiando golpes que acabarían hiriendo al capitán y tenían un número suficiente para que quedasen algunos para acabar con Miles y asesinarlos a todos.

Desde la cámara en las Profundidades no había más salida que la escalera. No se podía huir hacia ningún sitio. Los canim seguían llegando y sir Miles no había conseguido matar a la reina. Miles, el único de ellos que podía tener la esperanza de resistir ante los canim durante algún tiempo, ya estaba herido, sangrando y medio ciego. El error más pequeño o cualquier vacilación le podía costar la vida y mientras Tavi estaba seguro de que Miles hubiera podido resistir en cualquier otra circunstancia, con sus heridas solo era cuestión de minutos antes de que fuera demasiado lento o demasiado torpe para luchar perfectamente con su visión limitada.

Cuando Miles cayese, los canim matarían al maestro. Matarían a Tavi y Kitai. También matarían a Max, por supuesto. Y, al menos que fueran extremadamente estúpidos, también matarían a Gaius, a pesar del sacrificio voluntario de Max como doble del Primer Señor.

Gaius seguía inconsciente. Max estaba impedido. El maestro era un profesor excelente del arte de la lucha, pero era un anciano y no un soldado. Kitai había demostrado que en el combate se manejaba al menos igual de bien que Tavi, pero no era rival para uno de los canim y mucho menos para una docena. El propio Tavi, aunque había recibido entrenamiento como luchador, no tenía ninguna esperanza de enfrentarse a uno de los canim con una mínima posibilidad de victoria. La diferencia en tamaño, alcance, experiencia, potencia y entrenamiento era demasiado grande.

Si moría el Primer Señor, estallaría una guerra civil, una guerra civil que los canim utilizarían ansiosos en su propio provecho. Era muy posible que la muerte de Gaius fuera el acontecimiento que marcase el fin del pueblo de Alera.

Más ideas rebotaron y giraron dentro de su cabeza y apretó los dientes en un intento por aclarar la mente y concentrarse. Lo mejor que podía hacer era aislar dos ideas concretas.

Había que salvar a Gaius. No importaba a qué precio.

Tavi no quería morir ni ver cómo sus amigos y aliados sufrían ningún daño.

Llegaron al final de la escalera y Tavi descargó a Max con toda la suavidad que pudo al lado del gabinete. El chico, aunque tenía el mismo aspecto que el Primer Señor, se derrumbó a un lado y se hundió de nuevo en la inconsciencia y la inmovilidad. Un ronquido pesado le salió entre los labios. Durante un momento, Tavi puso un mano sobre el hombro de su amigo, antes de ponerse en pie cuando Kitai y Fade salieron de la cámara de meditación y cerraron la puerta a su espalda. Se acercaron al pie de la escalera, pero Tavi se interpuso en el camino de Fade con los dientes apretados y lo miró a un palmo de distancia.

—Fade —preguntó Tavi con la voz dura—, ¿por qué no luchas?

El esclavo le miró a los ojos, pero los apartó con un movimiento de la cabeza.

—No puedo.

—¿Por qué no? —insistió Tavi—. Te necesitamos. Podrían haber matado a Max.

—No puedo —repitió Fade, que movió los ojos asustados y Tavi pudo ver en ellos un miedo muy real—. Miles estaba luchando contra esa cosa, contra ese vord. Era demasiado rápido. Si hubiera blandido el acero me habría reconocido al instante. —Fade respiró lentamente—. La distracción lo habría matado, y aún es posible que lo haga.

—Está herido —le recordó Tavi— y no tenemos ni idea de cuánto tiempo los podrá retener.

Fade asintió con una expresión sombría y llena de un dolor antiguo.

—Yo… Tavi, no sé si puedo. No sé si podré soportar si… —Movió la cabeza—. Creía que podría, pero al estar de vuelta… Lo cambiaría todo, y yo no quiero que cambie.

—La muerte es un cambio —intervino Kitai—. Tampoco quieres eso, ¿o me equivoco?

Fade se encogió un poco.

Tavi hizo un gesto a Kitai para que dejase que fuera él quien llevase la conversación.

—Fade, el Primer Señor te necesita.

—Ese viejo bastardo arrogante, pomposo y egoísta —escupió Fade con un tono lleno de repente de un odio extraño y muy violento— se puede ir con los malditos cuervos.

El puño de Tavi golpeó al esclavo enfurecido en la punta de la barbilla y derribó de espaldas a Fade, que cayó sobre el suelo liso. Fade levantó la mano hacia su cara con una expresión de asombro y sorpresa.

—Como parece que no piensas muy bien —comentó Tavi con un tono gélido—, déjame que te ayude. Tus sentimientos hacia Gaius son irrelevantes. Es el Primer Señor de Alera por derecho. Si muere esta noche, todo nuestro pueblo se precipitará a una guerra civil que será la señal para que nos ataquen nuestros enemigos. Los vord representan una amenaza que puede ser peor que los canim, los marat y los Hombres de Hielo unidos si dejamos que prosperen, y necesitamos un mando central fuerte y unificado para estar seguros de que eso no ocurre.

Fade levantó la vista hacia Tavi con una expresión aún aturdida.

—¿Entiendes lo que está pasando aquí? Millones de vidas dependen del resultado de lo que pase durante esta hora, y no es el momento de distraerse con rencores personales. Para salvar al Reino, tenemos que salvar a Gaius.

Tavi se inclinó hacia abajo, agarró la empuñadura de la espada vieja y usada de Fade y la sacó de su funda. Entonces puso una rodilla en el suelo y miró a Fade a los ojos, mientras cogía la espada por la hoja y apoyaba la empuñadura en el antebrazo para ofrecérsela al esclavo.

—Esto significa —concluyó Tavi en voz baja— que el Reino necesita a Araris Valeriano.

Los ojos de Fade brillaron con las lágrimas, y Tavi casi pudo sentir el terrible dolor antiguo que las impulsaban y el miedo que invadía los ojos temerosos del esclavo quemado. Alzó la mano y pasó los dedos por la marca de cobardía en su mejilla destrozada.

—No… no sé si podré volver a ser él.

—Fuiste él en Calderon —le recordó Tavi—. Me salvaste la vida. Ya pensaremos en algo para tu hermano, Fade. Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudaros a los dos. No conozco los detalles de lo que se interpuso entre vosotros, pero eres su hermano. Su sangre.

—Se enfadará —susurró Fade—. Es posible que él… No le puedo hacer daño, Tavi. Ni siquiera si me mata.

Tavi movió la cabeza.

—No permitiré que eso ocurra. No importa lo enfadado que esté, en el fondo te quiere. La rabia se apaga, pero el amor no.

Fade cruzó los brazos sobre el pecho y negó con la cabeza.

—No lo entiendes. No p-puedo. No puedo. Ha pasado demasiado tiempo.

—Debes hacerlo —replicó Tavi—. Y quieres. Me diste tu espada y no me la entregaste como un regalo para que la colgase de la pared. Querías que hiciera algo más con ella. ¿Estoy en lo cierto? Por eso Gaius se sintió tan molesto cuando la vio.

El rostro de Fade se contrajo con otro dolor nuevo, pero asintió.

Tavi también lo hizo.

—Contigo o sin ti voy a volver a subir por esa escalera —anunció—, y voy a luchar contra esos animales hasta que esté muerto o hasta que el Primer Señor esté a salvo. Toma tu espada, Fade. Ven conmigo. Te necesito.

Fade exhaló con fuerza e inclinó la cabeza. Entonces respiró hondo, levantó la mano derecha y cogió la espada que le ofrecía Tavi.

—Solo porque tú me lo pides —respondió en voz baja mientras miraba a Tavi a los ojos.

Tavi asintió, le dio a Fade una palmada en el hombro y se pusieron de pie.