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Fidelias llamó dos veces a las puertas de las habitaciones privadas de lady Aquitania en la mansión Aquitania, esperó durante un momento y las abrió.

—Mi señora —saludó.

Lady Aquitania estaba de pie y de perfil ante la gran chimenea de la habitación, desnuda excepto por el fino vestido de seda que apretaba con ambas manos contra la parte delantera de su cuerpo. Su melena oscura estaba suelta de horquillas y artificios y se derramaba hasta sus caderas. Sus extremidades eran encantadoras y estaba en muy buena forma; tenía la piel pálida y sin ninguna marca, y una sonrisita pícara le curvaba la comisura de los labios.

De pie detrás de ella, con las manos en sus caderas, se encontraba lord Aquitania, desnudo hasta la cintura. Un hombre leonino, con una constitución tan ágil como poderosa, al que el cabello de un dorado oscuro le caía hasta los hombros y cuyos ojos negros brillaban de inteligencia… y fastidio.

—Uno se pregunta —comentó con voz dulce y suave— qué motivo tendrá mi jefe de espías para creer que basta con llamar una sola vez a la puerta de las habitaciones privadas de mi esposa y entrar sin esperar respuesta.

Fidelias se detuvo e hizo una reverencia con la cabeza. Mantuvo la mirada baja.

—Para ser exactos, mi señor —respondió—, he llamado dos veces.

—Bueno. Eso lo cambia todo, ¿no te parece? —murmuró Aquitania con tono seco—. Supongo que existe una muy buena razón para esta intrusión que me va a convencer para que no te mate ahora mismo.

La voz de Aquitania era suave, pero traspasada por una corriente de diversión en la que Fidelias sabía que se encontraba el principal peligro de la amenaza.

La mayor parte.

—Attis —intervino lady Aquitania con suavidad y Fidelias oyó cómo la seda se deslizaba sobre la piel desnuda al ponerse la prenda—. Estoy segura de que solo un tema urgente lo haría aparecer de esta manera. Muy bien, Fidelias, ya estoy visible.

Fidelias volvió a levantar la mirada y le hizo una reverencia con la cabeza a lady Aquitania.

—Sí, mi señora. Me ha llegado cierta información que considero que merece vuestra atención inmediata.

—¿Qué información?

—Si me queréis acompañar a la biblioteca, mi señora, las personas en cuestión os la pueden dar directamente y responder a vuestras preguntas.

Lady Aquitania arqueó una ceja.

—¿Quién?

—Un joven al que no tengo el gusto de conocer y lady Placida Aria.

—¿Placida? —murmuró lord Aquitania—. Nunca habría esperado que Placida o su esposa se metiesen en política. ¿Por qué habrá venido?

—¿Se lo podríamos preguntar? —sugirió lady Aquitania.

Lord Aquitania se pasó con desgana la camisa blanca y suelta por encima de la cabeza. Lady Aquitania estiró la mano para desenredar unos pocos mechones sueltos que no habían pasado por el cuello y los dos salieron de la habitación, mientras Fidelias sostenía la puerta y los seguía a la biblioteca.

La habitación no era demasiado grande si se tenía en cuenta el resto de la casa y parecía que se utilizaba mucho más que cualquier otra sala. Los muebles eran de excelente calidad, por supuesto, pero también era un lugar cálido y cómodo. Un fuego ardía en la chimenea y dos personas se pusieron en pie al entrar la pareja de Aquitania.

La primera era una mujer alta con un espléndido cabello pelirrojo y un vestido elegante verde esmeralda.

—Invidia, Attis —murmuró cuando entraron y les arqueó una ceja antes de continuar—: Oh, queridos, me debo disculpar por la hora tan intempestiva.

Intercambió un abrazo de cortesía con lady Aquitania y le ofreció la mano a lord Aquitania, que la besó con una pequeña mueca en los labios.

—Es mucho más agradable por lo inesperado —comentó antes de hacerle un gesto para que se sentara y esperó a que su esposa hiciera lo mismo antes ocupar su sitio—. ¿Qué os ha traído aquí?

Fidelias se quedó de pie al fondo, apoyado en la pared.

—Él —respondió lady Placida e hizo un gesto hacia el chico, que seguía de pie en una postura rara y moviendo los pies.

Iba vestido con prendas sencillas pero bien confeccionadas y del cuello le colgaban tres cadeteras de academ con tres cuentas pequeñas que indicaban su habilidad en el artificio de las furias.

—Este es Ehren Patronus Vilius, un estudiante de la Academia, que me ha venido a ver con un mensaje poco habitual. —Le sonrió a Ehren y le indicó—: Por favor, explícales lo que me has dicho a mí, joven.

—Sí, Vuestra Gracia —asintió Ehren, que se lamió los labios antes de proseguir—. Se me ha pedido que diga a lady Placida que Tavi Patronus Gaius ex Calderon envía sus saludos más respetuosos y su disculpa más sincera por la treta empleada para hablar con vos en la fiesta de jardín de lord Kalare. También me pide que diga que hace una hora, él y un compañero fueron conducidos a la fuerza a un almacén en el Muelle Siete a orillas del río, y que los han retenido agentes que se consideran cuervos de sangre y que él cree que están al servicio de lord Kalare o de alguien de su casa.

La expresión de lord Aquitania se ensombreció.

—Tavi Patronus Gaius. ¿El mismo chico de la segunda batalla de Calderon?

—Sí, querido —respondió lady Aquitania, acariciándole la mano y ladeando la cabeza—. ¿Cómo ha podido enviar este mensaje si estaba prisionero?

—Consiguió escapar, Vuestra Gracia —contestó Ehren.

Aquitania miró a su esposa.

—¿Ha escapado de los cuervos de sangre?

—Ya te dije que tenía muchos recursos —murmuró lady Aquitania, antes de mirar a lady Placida y preguntar—: Aria, esto es fascinante, pero no consigo entender por qué nos traes estas noticias.

—Supongo que conocéis el ataque contra la estatúder Isana y su cortejo aquí en la ciudad —respondió lady Placida—. Y pensé que era bastante intrigante que atacase en la misma noche a la estatúder y a su pariente. Está claro que alguien intenta avergonzar a Gaius delante del Consejo de Señores y del Senado asesinándoles aquí, prácticamente bajo sus narices.

—Está claro —reconoció lady Aquitania con expresión tranquila.

—Sé lo leal que sois vos y vuestro marido al Primer Señor y la alta estima que tenéis al bienestar del Reino —prosiguió lady Placida sin ningún rastro de sarcasmo o humor en su voz—. Y pensé que os preocuparía, como firmes apoyos del Reino, que uno de nosotros pudiera levantar su mano contra Gaius.

El silencio cayó sobre la sala durante varios segundos antes de que lady Placida se pusiera en pie, con agilidad y contención cortés.

—Ehren, creo que ya le hemos robado demasiado tiempo a nuestros anfitriones. Os debo agradecer el tiempo que me habéis concedido para venir hasta aquí.

—Por supuesto, Vuestra Gracia —respondió el joven poniéndose en pie.

—Venid. Haré que mi cochero os lleve hasta la Academia.

Los señores de Aquitania se pusieron en pie e intercambiaron una despedida muy cortés con lady Placida, y esta y el joven abandonaron la sala.

—Esta tarde —comentó Fidelias—, una de mis fuentes descubrió que los canim habían desaparecido misteriosamente del Salón Negro. Quince minutos antes de la llegada de lady Placida recibí la noticia de una actividad inusual en las Profundidades. Una de mis fuentes vio a un par de guerreros canim luchando en el callejón detrás del Ciervo Negro en Riverside, quedando uno de ellos muerto. El cane que ganó la batalla era casi con toda seguridad el embajador Varg. Según mis fuentes, el cane muerto luchó en un silencio total, sin ningún tipo de reacción emocional, ni siquiera ante su propia muerte. Dijo que era como si simplemente hubieran tomado el espíritu de lucha del cane.

—Tomado —jadeó lady Aquitania—. ¿Los vord de los que habló la estatúder?

Fidelias asintió sombrío.

—Es una posibilidad. Hace cinco minutos, me llegó la noticia de una lucha en los túneles superiores de las Profundidades, cerca de la Ciudadela y que dentro del palacio han estado sonando las campanas de alarma.

Aquitania dejó escapar un siseo.

—¿Ese idiota de Kalare ataca ahora al Primer Señor?

—Demasiado aventurado —replicó lady Aquitania—. Nunca se habría atrevido a algo tan público. Creo que este es un movimiento que empieza con los canim.

—Entonces, ¿por qué se iba a dedicar su jefe a matar a sus guardias en una pelea en un callejón oscuro? —preguntó Aquitania.

Ella movió la cabeza.

—Es posible que hayan tomado su lealtad. —Frunció el ceño pensativa—. Pero si la alarma es real y se extiende la confusión, Kalare aprovechará la oportunidad para atacar. El tipo es una serpiente.

Lord Aquitania asintió y siguió la línea de pensamiento hasta su conclusión.

—Nunca dejará pasar la oportunidad de golpear a un enemigo debilitado. Por eso nos tenemos que asegurar que no se aprovecha de la situación —frunció el ceño— preservando el gobierno de Gaius. Cuervos, eso no me sienta nada bien.

—La política hace extraños compañeros de cama —murmuró lady Aquitania—. Si matan ahora a Gaius, antes de que nos podamos ocupar de Kalare, sabes lo que ocurrirá. De hecho, no me sorprendería nada que los canim estén intentando matar a Gaius para fomentar una guerra civil abierta entre Kalare y Aquitania…

—… con el fin de debilitar al Reino en su conjunto. —Aquitania asintió con un gesto seco—. Ha llegado el momento de que libremos a Kalare de sus cuervos de sangre. Fidelias, creo que el muchacho ha dicho Muelle Siete.

—Sí, mi señor —asintió Fidelias—. He enviado a observadores que han informado de una actividad creciente. En mi opinión, Kalare ha avisado a sus agentes y se están reuniendo para concentrar sus fuerzas.

Aquitania intercambió una mirada con su esposa y después esbozó una sonrisa inquietante.

—¿Los túneles o el río?

Ella frunció la nariz.

—Sabes que odio el olor a pescado podrido.

—Entonces yo me encargaré del almacén —afirmó Aquitania.

—Attis, si puedes, coge a uno de ellos vivo —sugirió lady Aquitania.

Lord Aquitania le lanzó una mirada de reproche.

—Si no te lo digo —le explicó ella con calma— y no piensas en salvar a uno, después te quejarás de que no te lo he recordado, cariño. Solo me preocupo por tus intereses.

—Basta —cortó él y se inclinó para besar a lady Aquitania en la mejilla—. Ten cuidado en los túneles y no corras riesgos.

—Estaré bien —le prometió ella poniéndose en pie—. Fidelias los conoce muy bien.

Aquitania arqueó una ceja hacia Fidelias.

—Sí, estoy seguro de que los conoce. —La besó en la boca y gruñó—: Espero que más tarde podamos reanudar nuestra conversación.

Ella se giró para besarlo y le lanzó una sonrisa recatada.

—Te veré en el baño.

Los dientes de Aquitania brillaron en una breve sonrisa y salió de la sala, desprendiendo una energía que lo rodeaba como un fuego invisible.

Lady Aquitania se puso en pie con los ojos brillantes y se acercó a un armario al lado del gabinete para los licores. Lo abrió y con calma sacó una espada enfundada en una elaborada funda de cuero. Blandió la espada, un sable largo y elegantemente grabado, lo volvió a meter en la funda y se lo colgó de la cintura.

—Muy bien, mi querido espía —murmuró—. Parece que tendremos que entrar en las Profundidades.

—Para salvar a Gaius —comentó Fidelias y dejó que la ironía se filtrase en su voz.

—No nos iba a servir de nada si Kalare lo aplasta, ¿no te parece?

Sacó una capa de cuero oscuro del armario, se la puso y deslizó un par de guanteletes de esgrima por debajo del cinturón de la espada.

—No soy un experto en moda —reconoció Fidelias—, pero me parece que en general se considera que el acero es más adecuado que la seda en aquellos acontecimientos que implican el uso de espadas.

—Nos vamos a acercar a palacio, querido espía, con cientos de miembros enojados y paranoides de la Guardia Real. Lo mejor es parecer unos ciudadanos responsables que se ofrecen a ayudar en un momento de crisis que un soldado con armas y armadura que intenta acercarse al palacio protegido por la oscuridad. —Con rapidez se recogió el cabello en una cola que ató con un lazo de color escarlata oscuro—. ¿Cuánto tardarás en llevarnos al palacio?

—Se trata de una caminata de veinticinco minutos —respondió Fidelias—. Pero hay un pozo muy hondo que lleva casi en línea recta al palacio. No se puede escalar, pero si nos podéis subir por él, llegaremos en cinco minutos.

—Excelente —reconoció ella—. Ve delante, tenemos trabajo que hacer.