El cane más cercano bajó la mano, agarró a Tavi por la túnica y lo levantó para acercárselo al morro. Lo olisqueó una, dos veces, mientras la baba y la sangre le caían por los colmillos.
Y entonces el cane simplemente lo dejó caer.
Le hizo caso omiso y continuó hacia el cuerpo de guardia.
Sus compañeros lo siguieron de inmediato.
Tavi miró totalmente confuso mientras los canim hacían caso omiso de su presencia, pero apretó los dientes y se obligó a ponerse en movimiento, deslizándose entre un par de guerreros lobo enormes y regresando al cuerpo de guardia, donde Miles seguía luchando contra la criatura encapuchada, la reina vord. Le corría la sangre por el codo izquierdo, pero su rostro no mostraba ninguna expresión mientras luchaba contra la reina demostrando una agilidad y una técnica constante y fluida frente a la velocidad y la fuerza.
Cerca de él se encontraba otro cane, que se enfrentaba a Kitai, mientras Fade se removía nervioso al fondo. Estaba claro que los dos habían salido corriendo de inmediato para llegar hasta Tavi cuando la reina lo había lanzado fuera de la sala, pero el cane les había bloqueado el camino. Mientras Tavi miraba, el cane movió la espada en un arco por encima de la cabeza con la intención de partir en dos a Kitai. La chica marat cruzó las hojas de sus espadas y paró el golpe, mientras se deslizaba hacia un lado con la agilidad de una bailarina y contraatacaba con una de las espadas, que arrancó una lluvia de sangre del abdomen del cane. El cane no cayó, aunque Tavi pudo ver que sufría numerosas heridas similares, dolorosas pero no debilitantes.
Fade dejó escapar un aullido cuando vio a Tavi. El esclavo sostenía una lanza que arrojó hacia Tavi, que dio un paso a un lado y la cogió al vuelo, afirmó su agarre y se dio la vuelta con rapidez para clavar el arma en la espalda de la reina vord.
La punta de acero de la lanza penetró modestamente en el blindaje verde y negro de la reina, pero esa no había sido la intención de Tavi. El lanzazo había provocado poco daño en la reina vord, pero la fuerza del golpe la había tirado hacia delante y desequilibrado, aunque solo durante un instante.
Eso era todo lo que necesitaba sir Miles.
El capitán gruñó con una alegría repentina y su retirada constante se transformó en un ataque con un solo latido. La espada descargó dos estocadas salvajes, que arrancaron gotas de una sangre extraña y oscura, y la reina vord chilló, con un sonido metálico, agudo y ensordecedor lleno de dolor. Miles siguió adelante con la espada brillando en una telaraña de remolinos de frío acero, acertando dos veces más en la reina y empujando a la criatura hacia un rincón.
Entonces la reina dejó escapar un siseo extraño y escalofriante, mientras movía la cabeza hacia Miles con los ojos convertidos en globos de ira escarlata bajo la capucha de la capa.
Los ojos de Miles se abrieron de par en par y vaciló, con la cabeza moviéndose a derecha e izquierda y con la espada lanzándose hacia paradas inciertas sin que hubiera ningún ataque visible. Uno de los canim se dio la vuelta y se dirigió hacia su espalda, pero Miles no daba señales de darse cuenta.
—¡Sir Miles! —gritó Tavi.
El capitán se dio la vuelta a tiempo de apartar la espada del cane, pero antes de que se pudiera girar hacia la reina, esta había recuperado el equilibrio y lo estaba atacando. Las garras oscuras golpearon a la vez la espada del capitán.
Con otro siseo escalofriante, la reina se alejó de Miles y saltó hacia la pared por encima de la puerta. Su cabeza se giró hacia Tavi, que vio dos ojos escarlata brillando bajo la capucha de la capa y de repente los dos canim más cercanos se volvieron hacia él con sus espadas relucientes. La reina volvió a aullar y los canim restantes pasaron por el hueco de la puerta y se dirigieron hacia la barricada improvisada en el rincón más alejado.
—¡La escalera! —gritó el maestro Killian—. ¡Bajad a los heridos por la escalera!
Tavi se agachó bajo una espada curvada y movió la lanza bajo la guardia del arma del otro cane, aunque retuvo el golpe antes de que pudiera llegar con fuerza y se retiró para colocarse hombro con hombro con Miles. Más canim entraron en la sala y avanzaron contra Tavi y Miles, de manera que ahora ya había media docena de esos guerreros enormes en el cuerpo de guardia. La reina vord saltó al suelo detrás de la fila de guerreros canim y desapareció de la vista.
—¿Capitán? —preguntó Tavi—. ¿Os encontráis bien?
—Puedo luchar.
Miles levantó la mirada desafiante hacia los canim que se iban acercando. Una parte de su cara era una máscara de sangre y carne magullada, y todo lo que le quedaba del ojo era un agujero hundido. Su rostro no mostraba ninguna señal de dolor, porque la disciplina del artificio del metal le permitía hacer caso omiso de distracciones como el dolor y el cansancio.
Uno de los canim movió su espada y Miles bloqueó el golpe casi con desdén, mientras Tavi atacaba con la lanza, que atravesó el brazo del cane, lanzando un reguero de sangre. La reina volvió a chillar, desde el fondo de la habitación, y los canim gruñeron, mientras aceleraban el movimiento de sus armas. El espacio abarrotado —al menos para algo tan grande como los canim— solo les permitía unos pocos ángulos de ataque, y Tavi consiguió moverse y bailar sin ceder terreno, agachándose o desviando la mayoría de los golpes con la lanza. La espada de Miles no perdió velocidad. Interceptaba todos los ataques y se lanzaba a fondo para herir a algún enemigo. El corazón de Tavi le latía aterrorizado, pero no abandonó el ángulo ciego de Miles.
—¡Kitai, Fade —gritó Tavi—, ayudad a Killian! ¡Bajadlos por la escalera!
Miles hirió a otro enemigo, pero otro cane lanzó con fuerza la punta de su espada contra el pecho de Miles. El capitán se volvió y recibió la estocada en el borde del peto, pero el golpe hizo que se tambaleara. Tavi dejó escapar un grito y se lanzó contra los canim con lanzazos salvajes y repetidos, intentando ganar tiempo para que Miles se recuperara. Los canim no se retiraron. Una espada se abalanzó sobre él y pasó tan cerca que cortó un mechón de lo alto de la cabeza de Tavi. Le llegó otro espadazo y el muchacho lo tuvo que bloquear con el astil de la lanza. Aguantó a duras penas y el acero escarlata de la espada canim estuvo a punto de atravesar todo el grosor del roble. El cane retiró el arma para golpear de nuevo, y el astil de la lanza se dobló.
Killian entró en la lucha en completo silencio. Su bastón golpeó el brazo del cane con el que sostenía la espada, empujándolo hacia arriba lo suficiente para que el siguiente golpe no acertara en Tavi. La espada del maestro barrió de arriba abajo, cortando los tendones en la parte baja de la pierna del cane, y el guerrero lobo se tambaleó hacia un lado.
—¡Son duros! —gritó Killian, entregando a Tavi la empuñadura de su espada—. ¡Retirada!
Tavi cogió la espada y obedeció, ayudando al conmocionado sir Miles a llegar hasta la puerta. Killian se agachó por debajo de otro ataque, lanzó el bastón con fuerza contra la punta de la muy sensible nariz del guerrero lobo y sacó algo del bolsillo que lanzó al aire, que se llenó de arena y hierro. Cerró la mano en un puño y lanzó un gruñido de esfuerzo mientras lo hacía, pero al instante un remolino de granos de arena y metal salió volando contra las sensibles narices y los ojos de los canim. No duró mucho ni los hirió de verdad, pero les hizo ganar tiempo para llegar a la escalera. En cuanto todos hubieron traspasado la puerta, Fade la cerró y pasó los cerrojos, antes de apartarse de ella con un salto.
—Eso no los retendrá durante mucho tiempo —jadeó Tavi y miró hacia atrás a la escalera donde vio cómo Kitai descargaba suavemente a Max en un escalón, mientras Gaius seguía atado al camastro, que ocupaba unos cuantos escalones, y ninguno de los dos se movió.
—No importa —replicó Miles, que también respiraba pesadamente—. Ahora la escalera es nuestra mejor oportunidad. Tendrán que bajar en fila y así los podremos contener durante más tiempo.
—Lucharemos por orden —indicó Killian—. Primero Miles, después yo, después tú, Tavi. Pero antes quiero que llevéis a Gaius de regreso a la cámara de meditación.
—¿También a Max? —preguntó Tavi.
—No —respondió Killian y su voz sonó dura—. Dejadlo aquí.
Tavi se quedó mirando al maestro ciego.
—¿Qué?
—Si esas cosas creen que han matado a Gaius es posible que no sigan hasta el final de la escalera —explicó Killian.
—Vais… señor, pero Max está inconsciente. No se puede defender.
—Sabía lo que hacía cuando adoptó esa apariencia —replicó Killian en voz baja.
—Dejad al menos que lo traslade hasta el pie de la escalera —pidió Tavi—. Si el truco funciona, lo hará tan bien ahí abajo como aquí arriba.
Killian dudó, pero asintió con un gesto seco.
—Llévate a la chica marat y al esclavo para que te ayuden, y vuelve en cuanto puedas. ¿Tu esclavo va a luchar?
Tavi tragó saliva.
—No creo que le guste, señor. Pero si lo necesitáis, decídselo. —Miró por encima del hombro hacia Fade y se encontró con los ojos del hombre—. Es leal, señor.
—Muy bien. Miles —preguntó Killian—, ¿qué te ha ocurrido cuando luchabas contra la criatura? Creía que la tenías.
—Yo también —respondió Miles—, pero ha debido de hacerme algún tipo de artificio. Durante un segundo vi a dos criaturas más y perdí la concentración.
—¿Y tus heridas? —preguntó Killian.
—Se ha llevado un ojo —contestó Miles con voz tranquila—. Eso va a limitar la agresividad de mis ataques.
—¿Has matado a esa cosa?
Miles negó con la cabeza.
—Lo dudo. Le di en el cuello, pero no sangraba como debía. Entre nosotros dos, creo que la reina se ha llevado la mejor parte del negocio.
Por encima de ellos, la puerta de acero tembló bajo los fuertes golpes.
—Tavi —ordenó Killian con urgencia en la voz—, baja. Miles no te centres en herirlos, lucha a la defensiva y retírate cuando lo necesites. Gana tiempo para que la Guardia pueda llegar aquí.
—Comprendido —asintió Miles con tono lúgubre—. Tavi, dame esa espada, por favor.
Tavi le pasó su espada al capitán y Miles se puso en posición con una hoja en cada mano. Hizo girar cada una de ellas, asintió con un gesto seco y se volvió hacia la puerta.
—Vete, Tavi —ordenó Killian en voz baja—. No queda tiempo.